lunes, 4 de agosto de 2014

La teología que empodera

Hace tiempo que observo con atención este nuevo escenario de la iglesia evangélica, que ha pasado de un rechazo casi patológico al mundo, a no involucrarse con él en lo absoluto, al predominio de teologías escapistas que esperan el arrebatamiento y la segunda venida (y, claro está, el privilegio de las actividades evangelísticas como único contacto con el mundo), a esta situación actual en donde muchos pastores y creyentes entran en política de manera visible. ¿Qué cambió en estos pocos años? ¿Qué explica esta mutación radical de la manera en que la iglesia ve al "mundo"? ¿Cómo así llegamos a tener una Primera Ministra evangélica en el Perú? En la página “Teología Feminista” de Facebook, encontré este excelente texto de la teóloga paraguaya Esther Baruja, quien reflexiona sobre la relación entre la teología de la prosperidad y la participación de los evangélicos en la política. Dice ella:

"Muchos pastores a lo largo de Latinoamérica han incursionado en la política y hasta han creado partidos políticos. En el Brasil por ejemplo hasta tienen bancada parlamentaria. Si van a sus iglesias escucharan sermones relacionados con el éxito y la prosperidad material que los "hijos de dios" merecen. Según esta teología, estas bendiciones vienen en premio a la obediencia. Obediencia a las reglas y a las interpretaciones dogmáticas de cada grupo. Entonces la obediencia es a la denominación, principalmente, y no a "dios" ya que las interpretaciones varían. Aunque se crea presión, miedo, y luego culpa si no se obedece. La explicación de la existencia de la pobreza, desde esta teología, es por la desobediencia y el alejamiento de "dios" de los infieles. No existe una reflexión sobre las estructuras sistémicas de opresión que van más allá de cumplir preceptos religiosos. El ir los domingos a las reuniones, diezmar puntualmente, asistir a conciertos de alabanzas y promover la idea del sexo como lo peor que pasó a la humanidad que sólo se redime con matrimonio heteronormativo son motivos para que "dios" "bendiga grandemente" a una nación.

La nación, sea cual sea el país en donde se encuentre el pastor en cuestión, será "cabeza y no cola", será "lumbrera para todas las otras naciones" y el pueblo prosperará de una manera inimaginable. Estos mensajes se repiten en todas las iglesias de todos los países que tienen este tipo de denominaciones de la teología de la prosperidad.

Siguiendo estas ideas los pastores entran a la arena política, con miles de seguidores ya influenciados con este sueño de partido teocrático, con la certeza de que "dios" debe dirigir el país con la "mayordomía" de estos "siervos", a los que no hay que criticar por cierto. En este escenario es fácil ver [por ejemplo, en Paraguay] como Arnoldo Wiens, pastor menonita, logró ser senador por el Partido Colorado, y ahora su hijo Esteban [está postulando a] un puesto en la intendencia de Ciudad del Este.

Quizá pueda haber comparación entre la elección de Lugo y Wiens. Pero creo que la [teología] católica y la evangélica de la prosperidad [crean] mentalidades diferentes. La primera es más sobre la esperanza hacia un caudillo, que por ser religioso, sea más justo. En el segundo caso es sobre poder, sobre crear una teocracia, sobre "exigir los derechos de príncipes por ser hijos del rey de reyes". El liderazgo político de los evangélicos que siguen esta teología, raya en lo mesiánico”

Yo no sé si por la teología de la prosperidad venga la explicación completa de estos cambios profundos, pero si creo que tiene influencia en todo esto. Esta teología es muy criticada por muchos de sus énfasis, pero si ella es parte responsable de este viraje, lo interpretaría como cosa positiva: sin quererlo directamente, empoderó a los fieles y los empujó fuera de las cuatro paredes de las iglesias. Solo espero que en el futuro no hayan más casos como los de Efraín Ríos Montt, o el de funcionarios menores vinculados a la corrupción generalizada de nuestros países, pero soy poco optimista al respecto.

martes, 29 de julio de 2014

Del lado del sufriente

Muchos países han vivido situaciones en las cuales, por diversas circunstancias, han estado en -estatus de ocupación. En el Perú, por ejemplo, Tacna y Arica, estuvieron ocupadas por décadas –tras la derrota en la Guerra del Pacífico-, hasta que finalmente Chile devuelve Tacna y se queda con Arica en 1929. Es mucho más gráfico el caso europeo durante y tras la segunda guerra mundial, cuando primero los nazis ocupan Noruega, Dinamarca, Holanda, Bélgica, Francia, y muchos otros países; y luego los aliados se dividen el control de Alemania tras la rendición nazi de 1945. Jamás fue cosa agradable el que un ejército extranjero controle el ir y venir de la gente de un territorio, en especial cuando el trato es ofensivo y denigrante, cosa en extremo común. Muchos de los recelos actuales entre países surgen por esa razón. 

El relato bíblico abunda en referencias del pueblo hebreo oprimido y ocupado. En Jueces, son constantes las invasiones de pueblos vecinos, que obligan al surgimiento de un caudillo libertador como Aod (Jue. 3:12-30), Gedeón (Jue. 6, 7, 8) o Jefté (Jue. 10:6-18; 11:1-40; 12:1-7). Mucho más violenta es la invasión de los asirios al reino del Norte (por ejemplo, Is. 36:1-22), y la babilónica al reino del Sur (ej. 2 Re. 25:1-7), la cual se transforma en ocupación persa algunos años después. El pueblo es deportado y la nación destruida. El retorno se hace bajo la soberanía persa, pero luego Alejandro Magno arrasa con el mundo y ocupa Palestina. En el período post-alejandrino sucede la gran profanación del templo de Antíoco Epífanes, quien sacrifica un cerdo (la abominación desoladora de Mateo 24:15) y coloca una estatua de Zeus en el templo. La independencia macabea es casi un suspiro en la larga historia hebrea, porque poco más de un siglo después llegan los romanos en plena expansión, estableciendo su dominio brutal. Su ocupación no fue nada grata, como lo atestiguan con claridad los evangelios. Las cosas terminan de manera muy violenta, sea si consideramos la destrucción del templo de Jerusalén por parte de Tito en el 70 d.C, o la gran insurgencia de Simón Bar Kojba en el 130 d.C, que acaba con Roma arrasando Judea. 

La Biblia no es ajena a los sentimientos del pueblo hebreo oprimido. Pensemos en el pequeño libro de Lamentaciones, o en Ezequiel, el profeta del exilio. También en algunos salmos. Por ejemplo, el Salmo 126 dice: 

 4 Haz volver nuestra cautividad, oh Jehová
Como los arroyos del Neguev
5 Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán. 

Hay muchos más textos. Lo que parece claro, desde ellos, es que es más que evidente que el relato bíblico, así como se identifica con todos los sufrientes y desvalidos del mundo, lo hace con aquellos que sufren ocupación militar o exilio violento porque padecen y mucho, tal como lo sufrió Israel por tantas veces en el Antiguo Testamento (del Nuevo Testamento ya no vale decir nada; es una tautología). ¿Quién sufre estos estragos hoy? Por ejemplo –y no es exclusividad de ellos- ahora la sufre el pueblo palestino. Es curioso cómo ciertos discursos privilegian el derecho de Israel a la tierra por encima de todo, en detrimento del sufrimiento enorme del pueblo palestino, inclusive desde entornos cristianos, cuando la Biblia pone su mirada en otra cosa: el sufrimiento, el dolor del pueblo lacerado

¿Cuánto ya se ha escrito sobre Gaza? Todo es cruento, es mediático (¿es acaso tan mediática la opresión marroquí sobre los saharauis, por ejemplo?), es recurrente, y parece eterno porque hay poderosos intereses que no quieren la solución al conflicto, que están bien manteniendo las cosas como están. De ambos lados. Hamás busca la destrucción de Israel, y el ala radical judía busca la destrucción del enemigo, su hostigamiento, su agotamiento. Su inevitable confrontación perpetúa sus posturas ante sus pueblos, que acaba aceptando sus preceptos. Esta espiral sin fin es el centro del poder de los señores de la guerra. Es triste, porque una de las muchas consecuencias es el sentimiento de venganza, de ambos lados, tan bien reflejado en el Salmo 137, cuando dice: 

8 Hija de Babilonia, la desolada,
 bienaventurado el que te diera el pago
de lo que nos hiciste.
9 Dichoso el que tomare y estrellare tus niños
contra la peña 

Bien decía Kohelet: “no hay nada nuevo bajo el sol” (Ecl. 1:9), así pasen miles de años. Por ello, como nada es nuevo, tampoco es nuevo el lado que nos corresponde: el del sufriente. Es esa la esencia de nuestra fe cristiana.

martes, 10 de junio de 2014

Integralidad N°16




Les presento la edición N° 16 de la revista digital Integralidad, que trabajamos desde el Centro Evangélico de Misiología Andino-Amazónica (CEMAA) en Lima (Perú). Sus comentarios serán bienvenidos. Para acceder a ella sólo tienen que hacerle click a la imagen de arriba.

sábado, 1 de marzo de 2014

Integralidad N°15




Les presento la edición N° 15 de la revista digital Integralidad, que trabajamos desde el Centro Evangélico de Misiología Andino-Amazónica (CEMAA) en Lima (Perú). Sus comentarios serán bienvenidos. Para acceder a ella sólo tienen que hacerle click a la imagen de arriba.

miércoles, 22 de enero de 2014

Es en nosotros

Jesús comienza su ministerio de manera abierta en algún paraje del río Jordán cerca a Betábara (Jn. 1.28), cuando su primo Juan el Bautista, de ya exitoso ministerio a esas alturas del partido, lo bautiza a pesar de su oposición totalmente razonable: “Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?” (Mt. 3:14). El evangelista Lucas es más detallado sobre lo que había significado Juan el Bautista para su nación predicando casi sin nada en el desierto palestino, mendicante, sucio, pero con un giño gigante hacia la figura de uno de los profetas más grandes del Antiguo Testamento: Elías. El pueblo desesperado por la pobreza extrema, la violencia y los romanos, se vuelca a él, se entusiasma esperanzado de que quizá fuera el Mesías tan añorado, el que los liberaría del yugo opresor que los aplastaba. “Yo no soy el Cristo” (Jn. 1:20) les dijo de manera directa a los representantes del poder religioso local. Sin embargo, anuncia que aquel a quien ni siquiera puede atar las correas de su calzado anda por allí, entre la gente. Era, pues, inminente la llegada de un nuevo orden espiritual, de magnitudes impensables, que incluso abrió los cielos el primer día (Mt. 3:16). 

Cristo se bautiza, y pronto consiguió sus primeros discípulos según el relato juanino. Rápido se fue al desierto, a una dura jornada de ayuno, cosa poco común en nuestros tiempos tan edulcorados de malls repletos de consumismo y redes sociales adictivas. ¿Por qué hacerlo? No era tampoco un ayudo en reclusión, al amparo de la sombra, era en el sol furioso de medio oriente, que aturde inevitablemente. Luego de un tiempo largo, larguísimo, dice el evangelio que se acercó el tentador (Mt. 4:3a), quien de manera directa reta la naturaleza especial de hijo de Dios que tenía Jesús. Satisface tu hambre –porque tienes mucha-, deja que el Dios Padre te salve si te lanzas al vacío –lo dice la Biblia-, adórame –pero no gratis. ¡Tendrás poder!-. No eran cosas sencillas de resistir este apetitoso triplete. Demasiados han caído a través de la historia. 

Debemos ir mucho más allá de concentrarnos en la literalidad simple del texto, ya que es evidente de que no hay montaña desde la que pueda verse todo el mundo y tampoco era cosa simple el acceder al pináculo del templo de Jerusalén. La combinación del desierto, la soledad, el poderoso ejercicio espiritual previo al inicio del ministerio de Jesús nos dice algo en extremo claro, con una obviedad extrema: hasta para Cristo, el Emmanuel, el combate fundamental se gesta en uno mismo; en nuestro corazón se da el conflicto más importante de todos, donde resistimos, cedemos o morimos. Ya es claro el por qué Cristo se fue al desierto antes de la tarea tan enorme que ya estaba comenzando. Yo casi nunca fui a ese lugar de catarsis y templaza, y cuando lo hice fue para vivir otro tipo de aridez, muy distinta a la que sirve para aproximarnos a Dios.