martes, 25 de mayo de 2010

Dejados atrás (16)

Sobre los principios que deberían mover a la comunidad, escribí:

CRECIMIENTO: La comunidad quiere crecer, pero priorizando el crecimiento espiritual sobre el numérico. La salud comunitaria y personal de cada uno de los miembros es lo más importante. Crecer en madurez, en conocimiento de Dios. No es una renuncia a la evangelización, es renuncia al crecimiento neoplásico sin consistencia.


REVOLUCIÓN HOMILÉTICA: El monólogo del sermón es reemplazado por el dialogo plural. Supone el abandono del discurso pero el impulso intenso del dialogo entre iguales, donde uno aprende del otro.


ESPONTANEIDAD: La comunidad renuncia a la rigidez programática. Cree que es bueno planear, pero siempre es sensible a lo que ella misma quiere y es abierta a los cambios a los que el Espíritu Santo la lleva. La espontaneidad se lleva también a los aspectos económicos: se renuncia al diezmo y se abre a la voluntariedad absoluta a la hora de la necesidad de la comunidad como un todo o de un miembro específico.


INNOVACIÓN: La comunidad considera con respeto los 2000 años de historia cristiana y, en ese espíritu, se abre a la innovación en las formas eclesiales, la manifestación de la fe y maneras creativas de hacer la misión, como tantos hermanos cristianos lo hicieron en el pasado.


DIMENSIONALIDAD: La comunidad considera que los paradigmas del tiempo y el espacio se han roto. No son necesarios templos ni tiempos específicos para desarrollar la vida lutúrgica. Para la comunidad, cualquier espacio y cualquier momento puede ser adecuado para un encuentro con el Señor Jesucristo.


CELEBRACIÓN: La comunidad prioriza la alegría y la celebración como elementos fundamentales dentro del compartir cristiano. La alimenta su convicción de estar trabajando en la misión de Dios, de crecer en madurez y de ser parte de la maravillosa creación de Dios, y desde allí concluye que permanentemente hay motivos de celebración y compartir como comunidad.


PLURALISMO: Aunque la comunidad ha encontrado su propia manera de acercarse a Dios y vivir el cristianismo, reconoce la multiplicidad de experiencias de fe, tanto tradicionales como no tradicionales, en las cuales Dios trabaja y manifiesta su amor, obrando mediante su Espíritu Santo de la misma manera que lo hace con ella. Este reconocimiento implica respeto porque considera que todos somos hijos de Dios alabándolo de maneras distintas, llenas de nuestras propias experiencias siempre distintas.


DIGITALIDAD: La comunidad aprovecha las nuevas tecnologías mediante las cuales la Palabra puede ser expresada y se adosa a ellas. Blogs, Youtube, Skype, messenger, redes sociales y otras metodologías son espacios en los que la comunidad se puede expresar, y lo hace efectivamente.


Todo lo anterior se colocó en el blog que hicimos, que contenía los compendios de las reflexiones semanales. A pesar que lo negaron varias veces (bueno, en realidad solo el pastor de jóvenes lo negó), teníamos la seguridad de que algunos pastores leían sobre nuestras reflexiones. Cosas que decían lo insinuaba.

Cuando el grupo se formó y los pastores se enteraron, vino la explosión, la confrontación directa con ellos, ya que pasamos de la teoría de las discusiones por correo electrónico a la práctica de la formación de una comunidad. Era realmente absurdo, porque ellos quisieron defender su monopolio de la enseñanza e iniciativas misiológicas con formas poco agradables, cuando en realidad todos sabemos que el Espíritu Santo puede actuar de maneras realmente extrañas a nuestro entendimiento. Dicho de otra manera, si el recién graduado y yo convocábamos a la gente para hablar, no sé, de fútbol, de moda, de juegos de video, de internet, no habría ningún problema; pero si juntábamos a la gente para conversar sobre temas bíblicos, debíamos tener la venia clerical, su permiso. ¡Una ridiculez total! Rápidamente renacieron los devocionales del pastor de jóvenes, hablando de la inutilidad del conocimiento que por sí solo no es más que basura, de que nosotros solo buscábamos admiradores, que nos autoimpulsamos solos y que buscamos plataformas personales, de nuestra terquedad y el vivir criticando a la iglesia con una nuestra nefasta actitud, de las frivolidades que traen los temas exóticos de debate, de las tendencias independentistas con búsqueda de gloria personal, del servicio prioritario en la iglesia, de las necesidades serias que se multiplicaban por la baja autoestima de los que liderábamos el grupo… en fin, cosas de ese tipo. Toda una guerra no declarada.

Lo que agravó las cosas es que el pastor titular, semana tras semana, comenzó a incluir en sus prédicas algo sobre nosotros, platicando sobre la sumisión a los pastores, la inutilidad de la independencia, la unidad de la iglesia, nuestros oscuros corazones pecaminosos, nuestras malas motivaciones, entre otras cosas diversas. Con algo de horror ―debo confesarlo― descubrimos que el pastor titular siempre habla en sus prédicas de los problemas de la gente. ¿Comenta sobre la infidelidad? Seguro un líder le sacó la vuelta a su mujer. ¿Lanza su verborrea sobre los hijos contumaces? Algún joven está recibiendo su reprimenda. Entonces, era nuestro turno por osarnos a hacer las cosas por nuestra cuenta. Fin de semana a fin de semana era igual; no lo dejó de hacer ni siquiera en el domingo siguiente en que murió Gabriel. Nada de tregua tras el fallecimiento de mi hermano, nada de lutos ni consideraciones. Las semanas siguientes, sangrantes para mí, siguieron en el mismo plan. La teología del martillo en su expresión más pura.

El pastor asistente, recuperado parcialmente de una enfermedad, se encontró con ese escenario y nos visitó una semana, interesado en el fenómeno rebelde, que ya a esas alturas era conocido por varios pastores de la denominación. Él observó las poses de algunas personas y del grupo como un todo (cierta autosuficiencia y superioridad respecto a la iglesia), el peligro de nuestro anarquismo para la vida de los hermanos, la necesidad de guía pastoral (en realidad, de SU monitoreo) y la llegada de personas que no pertenecían a la iglesia, con otros trasfondos cristianos, cosa que él consideraba muy peligrosa. No aceptamos su propuesta de intervención. Luego los otros jóvenes de la iglesia nos bautizaron: las células oficiales se llaman CDA (Células de alabanza) y nosotros pasamos a ser CDR (Célula de rebeldes). Creativos, debo reconocerlo. De esa manera nos convertimos en un elemento muy incómodo y políticamente difícil: no podían hacer nada por detenernos sin provocar una pésima imagen; el nulo margen de acción desesperaba al clero.

Me fue muy difícil aguantar ese ataque homilético, en especial cuando me encontraba en una situación tan vulnerable, y estaba perturbándome cada vez más. En la prédica navideña de 2006, cayó la gota que rebasó el vaso, sobrepasando la necesidad de estructura que me mantenía en la iglesia. En lugar de tener una exposición sobre la navidad, Belén, la kenosis, la venida del salvador o algún otro tema vinculado, el pastor titular habló sobre el pecado de algún miembro de su liderazgo con una sorprendente contundencia. Salí literalmente asqueado. Allí decidí cortar todo: renuncié a la iglesia (cansado que hablen de mí y del grupo cada domingo. ¿Acaso el pastor titular tenía una obsesión con nosotros? Seriamente parecía que era así) y bloqueé al pastor de jóvenes de mi cuenta de correo electrónico, evitando la llegada de sus devocionales envenenados. Comenzó un año lejos de la comunidad que me había acogido por 14 años, convirtiéndome plenamente en un cristiano sin iglesia. ¿Lograría el grupo sobrevivir? ¿Qué tendría que hacer para que eso suceda? ¿Tendría la capacidad de poner en práctica las nuevas ideas eclesiológicas o fracasaría en el intento? ¿Debería buscar otra iglesia? ¿Podría encontrarla? Muchas preguntas salían de la nada, urgidas de respuestas que no tardarían en llegar.

domingo, 23 de mayo de 2010

Dejados atrás (15)

La guerra fría

La combinación entre los estudios de misiología y la revolución personal que trajo la enfermedad de mi hermano, me pusieron a trabajar como pocas veces en términos de generación de ideas respecto a Dios y sus asuntos. Mi mundo había explotado y tenía que rehacerlo casi por completo. Necesitaba pensar, encontrar sentido a las cosas, rehacer mi teología, la manera en la que me veía a mí mismo y a mis relaciones con quienes me rodeaban. El desconcierto me retó a solucionar los nuevos problemas que el horizonte presentaba; bastante grandes, por cierto.

Poco a poco, escribí sobre las ideas que mi caótica mente iba sacando. El blog fue el conducto mediante el cual podía tener respuesta de otras personas, ayuda en los caminos nuevos, u oposición de personas que pensaban que estaba delirando o, inclusive, blasfemando. La comunidad de amigos cristianos virtuales que conocí fue esencial en esta etapa. Carolina, Gabriela, Gabriel, Ignacio, Jaaziel, Natanael, Enrique, Alexander, Nicolás, Claudia, Jorge, Alejandro, Anyul, y tantos otros, fueron gran apoyo, consuelo y soporte. Aprendí mucho de cada uno. Con ellos acompañándome, poco a poco las cosas tomaron forma, decidiendo compartir los textos con la gente de mi iglesia local. Era como el recién convertido que necesitaba expresión al sentirse encaminado en la vida gracias a la luz que le acaba de llegar.

Lo curioso de mi decisión de compartir mis textos es que rápidamente se generó un ambiente bastante tenso. Definitivamente al pastor de jóvenes no le gustó que otra persona le hiciera sombra (ya he hablado de esto antes), peor con ideas que no estaban de acuerdo a los estándares denominacionales ni a sus rigideces mentales. Poco después él comenzó a responder aunque no abiertamente, no hablando conmigo ni con alguna otra persona de mi entorno, sino mediante los devocionales que enviaba con frecuencia a los miembros de la iglesia, yo incluido.

Durante unos meses, quizá entre abril y julio de 2006, gozamos de un ida y vuelta feroz. Por ejemplo, yo reflexioné sobre la sacralización de los modelos eclesiales y el serio peligro que esto significaba para el cristianismo, y el mismo día el pastor hizo un “devocional” sobre los adalides de la carnalidad en la iglesia, llenos de malcriadeces, imprudencias e incoherencias. Otro día escribí sobre el sufrimiento, inspirado completamente en mi hermano y su muerte inminente, y el pastor escribe sobre las tonterías que a veces la gente crea sonando muy "teológicas" y "filosóficas", enmascarando su propia carne y problemas de actitud interna, un disfraz de visión incomprendida para tapar el alma entenebrecida. Tiempo después vuelvo a escribir sobre el sufrimiento, y él responde sobre el gusto de discutir, polemizar, de demostrar toda la información que manejamos, jactarse de los libros o artículos leídos, bautizando a alguien que reflexiona como cristiano caviar (1), que siempre piensa sobre la problemática de la iglesia pero no hace nada para arreglarla, prefiriendo estar al margen de todo.

Así fue por un tiempo. Textos sobre la rebeldía y la autoridad, la falsa piedad que solo sirve para destruir, la gloria personal que es como pirotecnia inútil que se queda en el proyecto propio por los individualismos insanos, etcétera, inundaron nuestras bandejas de entrada. Valga la pena aclarar todos los devocionales no versaron exclusivamente sobre esa temática, solo unos cuantos, pero las conversaciones por correo electrónico sobre temas teológicos se dieron más de una vez, con textos extensos y enviados a mucha gente. Se hizo evidente que existían dos bandos antagónicos: la ortodoxia que defendía el statu-quo, y nosotros, que buscábamos reformas que en el fondo eran imposibles de conseguir en el escenario vigente.

Así aprendí-acepté-formé algunas ideas sobre la iglesia, Dios, y la misión. Al mismo tiempo, junto a mi amigo recién graduado nos propusimos imaginar una nueva forma de iglesia, distinta a la que estábamos acostumbrados. Ambos gastábamos casi todo el tiempo de nuestros almuerzos en ese esfuerzo por pensar en esa iglesia, con mucha pasión, entrega, fe. Admito que no toda nuestra motivación era santa, pero nuestras intenciones eran sinceras: queríamos realmente una iglesia diferente. Rápidamente nos acusaron de liberales a los dos y a otros con inclinaciones afines. Nuestro pensamiento era amenazante. ¿Cómo, por ejemplo, tomaría la iglesia el hecho que creíamos que el ministerio pastoral era algo no necesario? ¿Que dirían sobre nuestra sospecha respecto a la práctica del diezmo? ¿Acerca de nuestra crítica a la iglesia evangélica que no le gusta salir de sus cómodas cuatro paredes? Nos habíamos convertido en conspiradores.

Me gustaría levantar una iglesia horizontal, donde no exista la figura del pastor dominante que lo controla todo, que tiene la voz autorizada y que aparenta estar más cerca de Dios, sino la de los laicos comprometidos, quizá como la de un elder de iglesia norteamericana. Donde todos participemos de una manera más activa de la liturgia, desde el ejercer la Santa Cena hasta los matrimonios religiosos. Donde el líder sirva de verdad y no más bien sean los miembros que sirven al líder. Donde no exista el pastor gerente al que tengas que sacar cita, sino el líder que busca a la oveja perdida y cansada. Donde la iglesia se involucre en su mundo activamente y no se aísle de él, aplicando ese pasaje en el que dice que debemos servir: la iglesia debe servir al mundo. Una iglesia que participe en las actividades de su comunidad, de su ciudad y país, que viva realmente en él y que no brinde sólo oraciones y prédicas vacías, una iglesia que trate el problema de la injusticia y el sufrimiento humano sin ambages.


Quisiera una iglesia que sea menos rígida en el culto de los domingos. Una iglesia sin púlpito, para que no haya la sensación de superioridad por parte de quien habla allí, sino que quien enseñe la palabra esté en el mismo nivel de los oyentes, con discursos menos atados a los criterios homiléticos. Que la alabanza viva al correr de la cultura, y que no se condicione a la moda de la música cristiana, sino que sea espontánea, viva y artística, inclusiva en toda clase de ritmos. En lo posible, que las composiciones sean realizadas por miembros de la iglesia, para que lo que se diga sea parte de la propia realidad. Que los diezmos no existan sino que sean solamente ofrendas, para ser más bíblicos y no se presione a la congregación con ello.


Quisiera una iglesia más tolerante con el otro, menos juez y más amiga. Que sea firme en el conocimiento y que lo que cree lo sustente con propiedad, pero que entienda que otros hermanos en la fe usan otros criterios hermenéuticos y que creen distinto a nosotros, y que ese hecho no nos da permiso a decir que ellos están equivocados. Que respete a la persona de otra religión porque a pesar de lo que sabemos, entendemos que la fe que esa persona profesa tiene como génesis la inquietud espiritual puesta por Dios en todas las gentes. En resumen, quisiera una iglesia que simplemente ame de verdad, capaz de sacrificarse de ser necesario como Cristo lo hizo por nosotros.

Cuando Gabriel es desahuciado, aprecié una convicción firme que me decía que la misión de Dios no debía detenerse nunca, que no debíamos desmayar en ella, que era necesario poner en prácticas las ideas de iglesia que teníamos, a la vez que sentí que no quería vivir más, que todo era algo demasiado insoportable como para continuar respirando el aire del valle de lágrimas donde vivía. A pesar de la contradicción, me dirigí a los renunciantes del tsunami de 2004. Para mi sorpresa, todos estaban al margen de la iglesia. Apenas iban los domingos, y parecía que había poco interés del pastorado en usar su experiencia y conocimientos en ayuda de los ministerios. Simplemente no los querían, salvo cuando los necesitaba de mano de obra en el retiro estrella del grupo de jóvenes. Al hablarles de la posibilidad de hacer una comunidad nueva, ellos se apuntaron entusiasmados. Todos respondieron a la convocatoria que se hizo tras un viaje por el sur del Perú, en agosto de 2006. Nos juntamos en mi pequeño departamento, y de frente tratamos de plantear algunas ideas y concepciones básicas, donde participé mucho porque era el que tenía más formación teológica. Por ejemplo, sobre lo que creíamos, escribí:

1.- Basamos nuestra visión en la Biblia, compuesta por 66 libros separados en dos testamentos: Antiguo y Nuevo, inspirada por Dios en los manuscritos originales, fuente fundamental de la revelación de Dios a los hombres y regla de fe y ética cristiana.


2.- Dios, uno y trino, es el creador de todo lo existente, visible e invisible, que forjó al hombre a su imagen y semejanza con un propósito sistematizado en cuatro aspectos fundamentales: una relación con Dios, una relación consigo mismo, una relación con los otros, y una relación con el medio ambiente que lo rodea.


3.- La entrada del pecado en la creación material, debido a la desobediencia, daña todas estas relaciones del hombre, distorsionándolas por completo y originando el mundo tal como lo vemos hoy, trayendo además la muerte física y la muerte espiritual. El efecto es devastador y alcanza a toda la creación.


4.- Sin embargo, Dios, en sus propósitos, envió a su Hijo Unigénito Jesucristo, completamente Dios y completamente hombre, para Su obra sublime, que incluye la expiación, propiciación, sustitución, justificación y redención. Este proceso ataca todos los efectos del pecado y podemos afirmar que la obra de Cristo es global, reparando las cuatro relaciones fundamentales: Dios, uno mismo, los otros, el medio ambiente que nos rodea. La resurrección corporal de Jesús al tercer día es la manifestación de su victoria absoluta.


5.- La llegada de Cristo a la tierra es el evento categórico por excelencia, e implicó que el reino de los cielos se había acercado, condición que no ha variado hasta hoy, manifestada como una realidad presente en Su propia persona y acción (predicación, obras de justicia, misericordia), al mismo tiempo que como algo futuro, porque no se ha consumado; por eso se dice que existe una tensión de tipo escatológico: el "ya pero todavía no".


6.- Una vez que Cristo deja la tierra, la continuación de los efectos del acercamiento del reino queda en manos del Espíritu Santo, tercera persona de la Trinidad, que da soporte a la iglesia en el trabajo que lleva esta tarea ya que enseña y guía tanto al creyente como a la comunidad. La iglesia debe manifestar el reino de Dios en la historia, haciéndolo realidad por los dones del Espíritu Santo.


7.- Esta continuación de efectos implica que la iglesia debe involucrarse activamente en las cuatro reconciliaciones fundamentales: la relación con Dios, la relación consigo mismo, la relación con los otros, y la relación con el medio ambiente que lo rodea, todas válidas y de igual valor.


8.- Lo perfecto será cuando Él venga, por segunda vez, pero por ahora, debemos mostrar cómo el mundo será en el futuro (completamente reconciliado), aunque no se logre hacer a plenitud por la tensión escatológica.

Sobre la visión de la comunidad, luego de discutir con el grupo, escribí:

Todo parte de la comunidad, de todos nosotros juntos. Las características fundamentales que ella tiene, hacia adentro, hacia ella misma, son:


a. Modelo “trinitario”: En la trinidad todos son iguales. Y ES la trinidad nuestro ejemplo por excelencia de comunidad. Esto nos da el principio de horizontalidad.


b. Modelo “kenótico”: Tenemos siempre presente la entrega de Cristo al venir a la cruz para morir por nosotros y abandonar su dignidad divina en los cielos. Esto se refiere al trato entre los miembros de la comunidad. En humildad un miembro decide someterse al otro, de manera voluntaria. Así debemos ser entre todos, con una actitud de obediencia los unos con los otros, sin prioridad de la voluntad de alguno por sobre otros. Nadie más que el otro. Esto nos da el principio de entrega


Estos dos elementos traen lo siguiente:


(1) La igualdad absoluta entre todos los miembros (no existen jerarquías y por ende no es necesaria la institucionalidad).


(2) El sacerdocio de todos los creyentes y el hecho de que todos tengamos que hacer la misión. La suma de ambas nos trae una conclusión determinante: no existe en nuestra comunidad la línea entre el laico y el pastor. No existe porque somos ontológicamente lo mismo; no existe porque todos somos iguales.


(3) La entrega de los miembros por su otro, por su hermano, la actitud permanente de servicio.


¿Y para qué existimos?


(1) Para hacer comunidad, reuniéndonos, participando de la presencia conjunta, compartiendo nuestros sentimientos y pensamientos, estudiando juntos la Palabra de Dios, etc.


(2) Para cumplir la misión que Dios nos ha puesto en la tierra. ¿Qué misión? La que hemos definido previamente: misión integral ya sea en lo espiritual, en el medio ambiente, en lo interno del ser humano o en lo social: donde Dios nos llame a trabajar. Allí la comunidad debe impulsarse activamente en una actitud solidaria con el mundo, comprendiendo lo mejor posible lo que sucede y estando prestos a dar, porque de esa manera podremos comprometernos con la idea de construir el reino de Dios en la tierra.


(1) En el Perú se le llama izquierda caviar a aquellos simpatizantes de la izquierda que pertenecen a los estratos socioeconómicos altos, que suelen reunirse en largas tertulias donde debaten sobre las soluciones a los problemas estructurales de la sociedad peruana pero sin involucrarse directamente en la concreción de sus planteamientos. Paradójicamente suelen encontrarse en algún restaurant o club de lujo. Muchos intelectuales peruanos de renombre son caviares

viernes, 21 de mayo de 2010

Dejados atrás (14)

Viendo a mi hermano cada vez peor, empezó a cambiar radicalmente mi enfoque teológico de la libertad humana. Primero, redimí a Dios de la responsabilidad de todas las cosas que pasan en el mundo, asumiendo como seres humanos nuestra parte de culpa por lo que sucede. Para esto, entendí que nuestro libre albedrío es completamente real, para nada ficticio o aparente, siendo uno de los regalos dado por Dios a los seres humanos más grande e importante (solo superado, a mi entender, por el hecho de existir y la capacidad de relacionarnos con Dios). Por supuesto que Dios es todopoderoso y puede hacer todo lo que desee, y claro que es el creador de todo y estamos bajo la sombra de su magnificencia, pero Él nos cedió la libertad y un compromiso con su respeto de las decisiones que nosotros tomáramos. Nosotros podemos decidir, hacer, hasta el punto que Dios permite que colaboremos con Él, caminando con el hombre en el recorrido de la historia.

Dios ha entregado al cuidado del hombre el dominio del mundo, desacralizando su obra para nuestra administración. ¿Por qué así? Por amor y nada más que por amor, asumiendo el riesgo real de que su Creación quiera ir en pos de sus propios deseos. Lamentablemente, el hombre decidió en contra de Dios, y Él (Dios) sufrió y sufre realmente por la senda que la humanidad decidió andar. La historia de Oseas y su mujer adúltera (Os. 1-3), con su enorme desdicha y la forma en que la soporta, y la del hijo pródigo (Lc. 15:11-32), donde el padre aguanta en silencio el dolor de la actitud autosuficiente y egoísta del hijo, reflejan cómo es Dios con nuestra actitud rebelde. Dios realmente quiere que le amemos sin cohersión, y ante nuestra osadía espera y nos da oportunidad ―por supuesto, sin olvidar las futuras consecuencias de esas decisiones―.

Comprendí que es la libertad que tenemos, mucho mayor de lo que los cristianos actuales queremos asumir, la que nos ayudará a comprender el verdadero papel del Señor. Dios nos dio espacio y nosotros hicimos lo que quisimos ignorando las palabras divinas, pero Él nunca nos abandonó. Nos dio principios y verdades, nos llama a que nos acerquemos a Él y nos convoca a que construyamos la historia junto a él. Ese espacio nos dice que Dios no ha determinado todos los eventos negativos que suceden a diario en nuestro mundo. No todo lo que sucede, positivo y negativo, es su voluntad. Él no ha previsto todo lo que sucederá, porque ha resuelto construir la historia con su creación máxima. Él renuncio a parte de su onmipotencia (como en la kenosis cuando inició el proceso de redención) cuando creó seres a su imagen y semejanza y deja los eventos en construcción: deja simplemente que sucedan.

Entonces me puede tocar lo bueno y lo malo, y Dios no tiene que ver necesariamente con ello porque tenemos libertad real. Puede tocarme un cáncer, puedo ganar una lotería, puede romperse el fémur de mi pierna derecha, puedo ganar el sorteo de visas de la embajada norteamericana, puedo sufrir por años de una enfermedad persistente que no logran detectar con precisión y me lleva por momentos a un estado de desesperación, puedo ascender rápidamente en el trabajo. Repito que muchas cosas pueden suceder, pero como Dios en su soberanía nos colocó en un entorno de libertad, necesariamente él no tiene que ver. Es más, me atrevería a decir (aunque, debo reconocer, no con tanta seguridad) que NORMALMENTE NO TIENE QUE VER.

Entonces, ¿Qué hace Dios ante la desgracia? ¿Me deja prisionero de la fría estadística? ¿Todo no son más que funciones de densidad y modelos probabilísticos sumamente complejos? No, porque como dije líneas arriba, Dios decidió que construyáramos la historia con él, y día a día anda con nosotros. Es feliz por nuestros éxitos, llora nuestros fracasos, nos alienta en la desesperanza, se goza en nuestras celebraciones. Nos consuela ante la pérdida, no nos deja nunca cuando el vacío de la ausencia nos es abyectamente insoportable, seca nuestras lágrimas, soporta nuestros insultos con paciencia, nos cobija en su regazo cuando necesitamos de consuelo, nos muestra el camino por dónde hay que seguir para poder seguir en la vida, no nos deja solos, da sentido al sinsentido, nos regala el placer del recuerdo y nos brinda una sonrisa por la memoria del ido. ¡Ese es Dios! No mata al hijo: cuando eso sucede llora con nosotros el drama de la separación, inclusive, muchos años después ―de ser necesario―. Por eso, puedo decir que Dios sufrió y lloró conmigo y mi familia por la leucemia de Gabriel, desde el día que se la detectaron hasta el día que lo enterraron en Lurín. No quiso que eso pasara. Puedo afirmar que Dios padeció con cada suicidio, o con la desnutrición infantil de los andes peruanos, o con los campos de concentración nazis de la segunda guerra mundial, o con la sangre iraquí derramada desde la invasión norteamericana, o con los aviones lanzados contra las torres neoyorquinas, o con la pobreza extrema. Todo eso es causa de dolor para él. Como para nosotros.

La revolución teológica que transformó mi visión de la naturaleza de Dios estaba hecha. Las cosas eran otras. Yo era otro. Había vuelto a nacer de nuevo.

Lo inevitable llegó: la noche de primavera en que Gabriel murió. Tantas cosas sucedieron ese día y el siguiente que literalmente lloro de nuevo al remembrarlo. Desde los dos renunciantes, que vinieron minutos después de la partida (él, se quedó conmigo toda la noche en un gesto que jamás dejaré de agradecer; ella, abandonó su fiesta de cumpleaños por estar en mi casa, un detalle que la enalteció), hasta casi toda la facultad de mi hermano, que se trajo un bus de la universidad para ir al entierro. En todo momento sentí a Dios a mi lado, consolándome y sintiéndose triste conmigo, dándome consuelo y fuerza, diciéndome que Gabriel ha muerto, pero yo, que aún caminaría en este planeta, debía despertar a la realidad de la vida y hacer lo que tenga que realizar con pasión y sin miedos. Tras enterrar a mi hermano, sentí que lo mejor que podía hacer para tenerlo presente es tomar todo lo que Dios quiere mostrarme y corregir mi vida, enderezando la senda en pos de una existencia más santa y ceñida a la misión de Dios en la tierra. Borrar taras, pedir perdón e inspirarme en la valentía de mi hermano, su fortaleza al enfrentar la adversidad, el dolor y el destino final que sabía estaba por llegar. Porque mientras yo me hundía en el desaliento, él flotaba en la certeza del poder de Dios.

Hoy en día, de vez en cuando, sueño con él.

En el sueño, ya soy conciente que está muerto, que no está, sabiendo que todo el momento que me rodea es onírico, por lo tanto, pasajero. Lo veo y todo se mezcla, todos los momentos se vuelven uno, como la vez que viajamos solos a Cajamarca, o cuando le dio con el pico a la pared del jardín exasperado por nuestro padre inoperante, o la vez que se emborrachó y explotaron sus penas, en una madrugada colegial, o cuando jugábamos en la tierra de la parte de atrás de la casa. Todo se confunde en un solo espacio, en un solo segundo convergente del 17 de octubre de 2006, en su habitación que fue mi habitación, cerca a medianoche, sin mí allí. Allí se mezclan su vida sin pastillas, ni morfina, sus esperanzas con vitalidad, y su cuerpo vacío, ya sin alma. Todo se concentra en ese punto. Todos los deseos parten desde allí.

Dios, un milagro quiero
Sólo uno
Señor, hazme volver
a la tarde del 17 de Octubre del 2006
para volver a sentir su respiración
ver sus labios como gelatina
observarlo demacrado
Pero aún con nosotros.

Dios, un milagro quiero.
Uno más
Por él daría mi vida
de verdad que sí:
Hazme volver a la mañana
del 2 de Noviembre del 2005
cuando todo
aún estaba bien.

Aún lo extraño. Así será por siempre.

jueves, 20 de mayo de 2010

5 años

El 20 de mayo de 2005, casi sin querer, comencé este blog con un pequeño texto sobre la liturgia. No tenía muchos planes ni ideas sobre lo que saldría, ni tenía claro cuánto tiempo escribiría aquí. Presumía que unos pocos meses.

El 20 de mayo de 2010, casi sin querer, me doy cuenta que han pasado 5 años desde los primeros tecleos. Sigo sin muchos planes ni ideas sobre lo que saldrá, y tampoco tengo claro cuánto tiempo más seguiré escribiendo.

He aprendido a que las cosas vayan solas, sin presiones. Creo que salen mejor.

He tenido etapas de mucha escritura, y etapas de vacíos. Tiempos de copy-paste, y tiempos de creación personal. Temporadas de emoción intensa con muchas lágrimas, y temporadas de seco análisis. Eras de conflictos, y eras de paz.

Haciendo un balance, creo que han sido buenos tiempos. Si a alguien he ayudado con mis caóticos pensamientos, en buena hora. Quiero pensar que lo descrito aquí puede ser de utilidad al menos a alguien. Si es así, el objetivo está cumplido.

Para mí esta modestísima web es algo que se ha convertido en parte importante. Sin anticiparlo, como tantas otras cosas. Escribir es algo fundamental hoy. Catarsis y explosión. Purificación y desahogo. Creación y revuelo.

5 años. Un quinquenio. Una carrera universitaria. Una educación secundaria peruana. No es poca cosa.

¿Que vengan 5 años más? Dios y nadie más que él lo sabe. Mi intención es continuar hasta que se pueda. Hasta que hayan ideas. Hasta que se acaben por completo.




sábado, 15 de mayo de 2010

Dejados atrás (13)

Gabriel

A inicios de noviembre del 2005 le detectaron a Gabriel, mi hermano menor, leucemia linfoide aguda de células “T”. La vida de la familia se movió desde la gran casa de la avenida Los Eucaliptos, en La Molina, al piso ocho del Hospital Rebagliati, pabellón de hematología, con una rutina absolutamente novedosa: quimioterapias, transfusiones de sangre, transfusiones de plaquetas, inyecciones epidurales, nauseas, vómitos, toneladas de medicinas y casi una mudanza al hospital. Si ya antes la situación de mi familia era compleja por los serios problemas económicos que vivía, tras el cáncer, todo colapsó, se hizo trizas, aunque al menos se pudo conseguir la admisión al seguro social, lo que moderó el costo pecuniario. El pasivo emotivo sí se asumió sin descargos.

La reacción de los hermanos cristianos ante el mal de Gabriel fue previsiblemente variopinta. Con la mejor intención llegaron creyentes de muchas denominaciones y énfasis distintos. Con los pentecostales, vi a mi hermano hablar en lenguas. Con los carismáticos, tuve oraciones efusivas llenas de lágrimas. Compartí una misa católica que hicieron por la salud de mi hermano. Los seguidores de la guerra espiritual vieron mi casa llena de espíritus malignos y lanzaron una oferta de expulsión (que, obviamente, rechacé por la ridiculez de decir que en los cactus del jardín “moraban” los demonios). Algún pastor habló de la crisis de la familia y nos dijo que allí estaba la causa de los problemas. Otro mencionó pecados ocultos. No faltó una campaña de sanación en donde mi hermano caminó por todo el estrado cuando le era muy dificultoso hacerlo. Tuve más reuniones con pastores que en el resto de mi vida entera. Sus voces se multiplicaron pero ―curiosamente― eran absolutamente antagónicas. Todos hablaban de voluntades de Dios distintas, todos tenían la absoluta seguridad de tener la voz de Dios. Allí me percaté que había algo muy raro ¿Cómo validar esto? ¿Quién tenía razón? ¿El pastor titular de la iglesia? ¿El pastor asistente, que pensaba distinto? ¿El pastor de jóvenes, que repetía lo dicho por el pastor titular? ¿Alguno de los pastores pentecostales? ¿Alguno de los carismáticos? ¿El sacerdote católico? ¿Algún hermano de alguna iglesia, que ocasionalmente visitó el hospital? Descubrí con total certeza que muchos pastores, como cualquiera de nosotros, hablan por ellos mismos, pero diciendo implícitamente que sus palabras son “especiales”. Cuando dicen “Dios dice” es, simplemente, “yo pienso” a pesar de las horas de oración que puedan tener, a pesar de su cargo clerical. Eso lo aprendí en el hospital: sin querer, yo también estaba siendo curado. Aprendí a filtrar todas sus palabras, porque tú y yo hablamos por nosotros mismos, pero ellos dicen tener la voz de Dios. Validar esos dichos, esas frases, se convierte en fundamental.

Las voces recurrentes repetían que Dios había decidido el mal de Gabriel. Que era “su voluntad”, debiendo “aceptarla con resignación” y que “seguramente entenderíamos en el futuro el sentido del sufrimiento”. Rápidamente llegaron las primeras preguntas: ¿Dios tenía en sus planes hacer que mi hermano sufra terriblemente los dolores de la leucemia? ¿Quería que él sienta cómo devoraban su nervio óptico? ¿Definió que quede ciego en su diseño original? ¿Estaba en sus designios? ¿Esa tortura era para su gloria? Me parecía algo tremendamente incoherente, y peor con algunas afirmaciones poco bíblicas: un culto de “resurrección” en el velorio, palabras poco afortunadas en el hospital, aprovechamiento de la situación para buscar el cambio de iglesia de mi familia con el fin de obtener su hipotético diezmo, acusaciones de poca espiritualidad y falta de fe, insensibilidad. Todo eso observé en mis hermanos cristianos de varias iglesias, incluyendo la mía. Algunas personas me sorprendieron gratamente con sus visitas permanentes, estando al tanto de todo, de las necesidades de mi hermano y de las de mi familia. Otras me pasmaron a la inversa, porque ni siquiera indagaban en los cultos dominicales, y parecía que no les importaba lo que sucedía. Yo comprendía que eso se dé con los nuevos miembros o los inmaduros, que aún no entienden a plenitud el sentido de la vida cristiana, pero ¿los experimentados? ¿Los líderes? ¿Los que yo mismo había discipulado? ¿O es que era trabajo delegado a los pastores? A algunos jamás los vi, y eso me dolió mucho al comienzo.

Pensando más, me di cuenta que yo mismo había tenido con frecuencia esa actitud, siendo insensible ante el sufrimiento de otros hermanos capturados por alguna enfermedad terrible. Sabía que estaban enfermos, pero nunca me acercaba “porque era un matrimonio desconocido”, o porque “no sabía qué decir” o porque “los pastores se encargan”. En el fondo, me daba cuenta que en realidad el visitar a los enfermos era una confrontación con el temor a la muerte, fundamental en el ser humano. Sabía que todos tenemos ese destino, y que tenerlo frente a frente era difícil para cualquiera. También me aterraba la falta de respuestas. Uno visita a un enfermo con la presión de decir algo pero nada sale, por ello es mejor no ir, mejor no involucrarnos. Es más seguro. Así, comprendí a aquellos que no veía por el hospital o no me hablaban en la iglesia.

Recordé a Jesucristo, absolutamente vinculado en su ministerio a los enfermos, sanándolos y, por ello, ganándose problemas con el poder religioso. Más allá del sábado o de la impureza ceremonial, lo que quería era ayudar a la gente con su dolor, redimirla. ¿Y qué paso con ese ejemplo? ¿Por qué los cristianos de hoy, en un buen número, ignoran el llamado del sufriente? ¿Por qué no nos queremos involucrar, supeditarnos? Y si lo hacemos, ¿por qué es sólo por compromiso y no por convicción? Pensar en Jesucristo me hizo adentrarme en la teología del sufrimiento, pero especialmente en la soberanía de Dios, que se entiende como la puesta en práctica de Su voluntad. Sabía que Él es independiente de sus criaturas y su creación en manera absoluta, (Is. 40:13-14; Dan. 4:35, Ef. 1:11), que tiene todo el poder en su mano, así que puede actuar como quiere (Sal. 115:3), y era conciente de que la libertad humana se entiende dentro del ámbito de la soberanía de Dios. En ella hizo la creación material e inmaterial, como a los ángeles (1 Tim. 5:21; Col. 2:10; 2 Ped. 2:4) y al hombre. Es el hombre el que tiene libre albedrío, existiendo una armonía perfecta entre la soberanía de Dios y la responsabilidad de la criatura.

Leyendo un poco, me di cuenta que desde tiempos antiguos se introdujo en el cristianismo la concepción de que Dios determinó todo lo que sucede en el mundo. ¿Y lo que el hombre realiza? Simplemente sirve para que madure, para que alcance su mayoría de edad y se acerque progresivamente a Dios. Nada de lo que haga, ni sus elecciones, ni su rebeliones, ni sus guerras, ni sus descubrimientos, ni sus catástrofes, ni su éxitos, ni lo más sublime o demoníaco cambiará lo que Dios planeó desde antes de la creación del mundo. Calvino dijo que Dios es el gobernador de todas las cosas, que determinó en la eternidad todo lo que iba a pasar, llevando a cabo lo que decretó mediante el uso de su poder. Todo sin excepción está bajo la atribución de la providencia de Dios. Hoy esta idea está bastante arraigada en la cabeza de los cristianos evangélicos peruanos, y quizá eso explique el fatalismo y pasividad en los creyentes de la iglesia. Si un pastor empieza a hablar herejías desde el púlpito o mantiene actitudes autoritarias y controladoras no se hará nada porque “todo está bajo el control de Dios” y será “Él, mediante su Espíritu, el que se hará cargo”, sin importar el dolor que esto traería a la iglesia. También encontré que suele mezclarse el conflicto cósmico con la soberanía de Dios: hay un opositor a la voluntad de Dios, y es el Diablo. Él se opondrá a los designios divinos con todas sus fuerzas. Por ello, si Dios nos manda predicar a toda criatura, y para eso hacemos una campaña evangelística, pero al predicador le da una infección en la garganta y pierde la voz la noche anterior, pues ¡es la oposición a los designios de Dios! La vida cristiana se reduce a una lucha de espíritus en la que tenemos que tomar parte. Todo es provocado por fuerzas malignas, que nos derriban, nos enferman, nos hacen daño. Algunos cristianos, lamentablemente, le dan más importancia que a Dios.

La lógica calvinista puede ampliarse mucho más. Si tengo un accidente, es la voluntad de Dios. Si me detectan cáncer, es porque así lo quiso el Soberano del Universo. Si mi bebé muere electrocutado, es porque Dios tenía sus propósitos que son insondables para mí ahora pero que “entenderé” en el futuro. Si a un amigo le detectan una enfermedad muy dolorosa pero de larga cura, pues será por un pecado oculto, porque no quiere someterse a Dios, su iglesia o porque “algo habrá hecho para que Dios lo castigue así” (la viejísima teología retributiva que se resiste a morir. Job es postmoderno).

Yo, inmerso en las circunstancias de la enfermedad de Gabriel, encontré en lo anterior un serio problema. Cuando me decían que “Dios se llevó a mi hermano” me quedaba claro que la frasecita es una manera elegante de decir “Dios mató a mi hermano”. Un eufemismo, nada más que eso. Suena fuerte, por supuesto, porque es terrible pensar que Dios asesinó a un joven de veintidós años. Por ello, de inmediato vienen los analgésicos como aquel que dice que “sus propósitos son insondables” o “no entendemos los propósitos ahora, pero luego veremos cómo el bien llegará". Y eso no puede ser. Dios no puede tener que ver con la leucemia de Gabriel, o con el suicidio de la gente, o con la desnutrición infantil de los andes peruanos, o con los campos de concentración nazis de la segunda guerra mundial, o con la sangre iraquí derramada desde la invasión norteamericana, o con los aviones lanzados contra las torres gemelas de Nueva York, o con la pobreza extrema. Un par de tardes oyendo los gritos de dolor de Gabriel derrumbaron la teología determinista de mi cabeza.

DIOS NO TIENE NADA QUE VER.