martes, 29 de agosto de 2006

A Dios lo que es de Dios, y a nosotros lo que es nuestro

La interrogante del propósito de la vida es tan vieja como la humanidad misma, y para nosotros los cristianos la respuesta, aunque es más matizada y precisa, sigue siendo una cuestión crucial. ¿Qué quiere Dios para nosotros? ¿Podemos saberla con certeza? ¿Esa “voz” que escucho y que sugiere hacer algo es de Dios o viene desde mis miedos y deseos? ¿Y si nunca podré saber lo que Él quiere? ¡Qué difícil! Peor todavía cuando existe una especie de obsesión por encontrar la voluntad de Dios a como dé lugar. Y si no la hallamos somos una especie de cristianos de segunda categoría, mediocres, necios, marginales.

Pensamos que Dios quiere cosas específicas en nuestra vida, que ya ha destinado, por ejemplo, la carrera que voy a estudiar, la universidad a la que iré, la persona con la que me casaré, el número de hijos que tendré, las enfermedades que me asolarán, siendo todo algo ineluctable. Destino, algunos le llaman. ¿Es así de determinístico el asunto? ¿Ya definido, claro, cerrado? ¿Hay espacio, entonces, para la libertad humana?

Es cierto que a veces Dios elige gente para funciones concretas, como el nazareato (Sansón, quizá Juan el Bautista), algunos roles proféticos o ministeriales (saltan a la vista algunos casos del libro de los Jueces), algunos reinados, y por supuesto la labor de Cristo mismo. Pero, si Dios escogió a David o a Isaías -desde el vientre de su madre-, ¿basta su ejemplo para generalizarlo a todos los casos? ¿A mi caso, a tu caso?

Voluntad de Dios y libre albedrío, equilibrio complejo. ¿Dios quiso que esté sentado en este escritorio el día de hoy, o es que esta circunstancia es parte de mi esencia voluntaria? Porque el hecho que Dios conozca previamente el resultado de mi elección no implica que haya interferido en ella necesariamente.

Yo en lo personal creo –porque la Biblia es contundente en este punto- que Dios tiene cosas que definitivamente quiere que hagamos, o sea, existe un propósito general para nuestras vidas; y deja otras cosas no poco importantes que Él ha decidido, en su Voluntad omnisciente, ponerlas en nuestra cancha, dejarlas a nuestra absoluta discreción sin que se meta en el tema, lo que no implica que no nos ayude si se lo pedimos en oración o si seguimos algunas pautas o criterios. Recordemos a Salomón pidiendo sabiduría para gobernar.

Lo que quiere que hagamos en forma general, o sea, nuestra misión en la tierra, tiene tres aristas fundamentales que ya describí antes: relaciones con la creación directa material (el medio ambiente), la creación directa inmaterial (las relaciones sociales de todo tipo), y la creación inmaterial (el mundo espiritual). Las dos primeras implica que nosotros como evangélicos abandonemos nuestro aislamiento tradicional y nos involucremos más activamente en el mundo, comprometiéndonos con su problemática. La tercera ha sido desarrollada bastante bien en la literatura devocional. Por ejemplo, en “Una vida con propósito” se dice: Estamos aquí para agradar a Dios, para pertenecer a la familia de Dios, para ser como Cristo, para servir a Dios, para una misión de predicación.

Salvo excepciones como llamados específicos de Dios o peticiones puntuales (que pueden incrustarse en lo que viene después), para el resto de cosas la libertad humana tiene potestad completa y puede elegir cosas si no están hermanadas a violaciones fragrantes a los principios divinos. Cosas como la carrera a estudiar, el trabajo a realizar, los lugares de residencia, y podría aventurarme a decir que inclusive hasta persona con la que uno se puede casar, son parte de las decisiones personales delegadas por Dios.

Por lo tanto, los cristianos debemos dejar la niñez o adolescencia, o abandonar el comportamiento obsesivo, y ser capaces de tomar nuestras propias decisiones en lo que nos toca, teniendo en cuenta que al mismo tiempo debemos cumplir nuestra misión en la tierra. Mucho hablamos del caudillismo latinoamericano, que necesitamos gobiernos fuertes que nos diga qué hacer; esta idea cultural se ha infiltrado en nosotros y hace que recreemos un Dios fuerte que nos diga qué es lo que hay que realizar, qué pensar, qué soñar. Mucho hablamos de que no nos gusta asumir nuestra responsabilidad por nuestros actos. Por ello, queremos decir que alguien nos dijo qué hacer y echarle la culpa por la instrucción o la falta de ella. Este es un comportamiento erróneo.

Decidamos. Asumamos la responsabilidad de nuestros actos. Y cumplamos nuestra misión.

jueves, 17 de agosto de 2006

La liturgia de una despedida (temporal)

Sin que uno pueda evitarlo el tiempo ha transcurrido y hoy 17 de Agosto mi amigo Miguel Paredes se va al Massachussetts Institute of Tecnology (MIT), una de las mejores universidades del mundo, por tres años a estudiar dos maestrías. La fe en Cristo, una amistad de años y un poderoso amor por el Perú -no de la forma demagógica del candidato perdedor de la segunda vuelta en las últimas elecciones- nos une, por lo que hoy la tristeza es inevitable. Sin embargo, el pensar en lo que Dios nos ha enseñado en forma conjunta en los últimos dos años, cambiando por completo nuestra manera de ser evangélicos, me lleva a concluir que esta ausencia temporal será para bien y que Dios en sus propósitos insondables hará grandes cosas cuando Miguel vuelva aquí.

Entonces amigo, hasta pronto.

jueves, 3 de agosto de 2006

El crecimiento neoplásico o la perspectiva de la masividad

Aunque lo nieguen tratando de espiritualizar el asunto, en la práctica y a la hora de comparar el trabajo realizado, la principal medida de éxito de un pastor es el crecimiento numérico de la iglesia o grupo que dirige. La mayoría de ellos sueña con hacer un evento o seguir un programa en el que puedan triplicar la membresía, pareciéndose todo al rating televisivo: los animadores de programas dicen que no les importa de la boca para afuera, pero en verdad mueren por él. Esto es así porque existe una tendencia natural de la iglesia al incremento poblacional sostenido, vigoroso y constante teniendo su máxima exposición en ese extraño híbrido teológico-mercadotécnico llamado iglecrecimiento

Muchas veces esto se hace de forma irresponsable. Se busca llenar las iglesias de nuevos convertidos sin un soporte eficiente de líderes que permita a los neófitos crecer en la fe y conocer más de las verdades que la Biblia contiene. Nos interesa más las manos levantadas en un culto o la gente que asistió a un evento que el trabajo que implica atenderlos a todos. ¿Y cuántos se quedaron realmente? Claro está que a la hora de anunciar que somos el 15% de la población peruana –lo acaba de decir el Embajador de los Estados Unidos en el Te Deum evangélico que se hizo en la Alianza Cristiana y Misionera de Pueblo Libre y que quizá se aproxime a la verdad-, esbozaremos nuestra mejor sonrisa e inflaremos el pecho. ¿Cuánto costó hacer todo eso? ¿Qué pasa con todos aquellos cristianos que llegaron antes y se ven abandonados porque estamos priorizando la conversión de nuevos creyentes? ¿Es este acaso el costo de la expansión, el dejar a los que tienen algunos años a la deriva de su propio impulso? ¿Que lleguen a pensar que su iglesia no lo es más por la desmotivación?

Lo digo por el tema orgánico porque todo crecimiento no es bueno. Puede ser una neoplasia o también obesidad. Puede ser inclusive sólo flatulencia, o gula. Y digo, sin ambages, que con frecuencia hemos pensado, a lo Macchiavello, que el fin justifica los medios. Qué importa si no tengo la capacidad de recibir a doscientos convertidos, eso no importa, Dios proveerá todo. ¿Tienen que crecer en la fe, tengo que atenderlos pastoralmente y no tengo recursos? No interesa, lo importante es engordar, el Espíritu Santo se encarga del resto. ¿Qué motiva ese crecimiento? ¿Podría ser el orgullo del pastor? ¿Captar fondos para alguna cosa en especial, no necesariamente enriquecimiento del clero, sino más bien con matiz sacrosanto, como construir un templo, iniciar una misión en otro país, o fundar nuevas iglesias?

Flatulencia, gula, orgullo, resultados. “La Biblia puede sostener eso”, dicen. Quizá el versículo principal es Mateo 28:19, la Gran Comisión. Se asume que este último pasaje es una prescripción para ser obedecida, por ello la misión se define como el cumplimiento de un mandato que Cristo dio a sus discípulos que tiene que ver ante todo con la predicación del evangelio a todas las naciones de la tierra. Por lo tanto, si me ordenan hacer discípulos, entonces el crecimiento es la señal directa del buen desempeño. Tan simple como la tabla del uno.

Por todos estos años se ha visto a la evangelización de forma intensiva considerando al receptor del mensaje como parte de una multitud enorme y necesitada, lo que podríamos llamar como una “perspectiva de la masividad”. Probablemente tenga que ver con el término “a todas las naciones” y con la cosmovisión cristiana de perspectiva dual que hace una distinción entre los que se salvan por su decisión personal e individual, y la gran masa de perdidos que forman una unidad esencial: sea donde estén y hagan lo que hagan desde el punto de vista religioso irán al infierno. Por ello la estrategia de los colosales eventos en estadios, grandiosas campañas, conciertos que llenen el más grande coliseo de la ciudad, congresos enormes. Tú no eres Juan Pérez –un individuo con un nombre y una historia-, eres uno de los 500 pecadores convertidos en la campaña del evangelista de moda en el Estadio Nacional. Nada más que eso.

Esta misión de tipo masivo es vinculada directamente con la Gran Comisión, pero, ¿era la intención del autor del evangelio en realidad? ¿Qué quiso decir en verdad Mateo cuando citó esa frase?

Bosch (1) nos hace notar recién que a partir de 1940 se empezó a considerar a Mateo 28:19 desde el punto de vista misionero. En la actualidad la erudición está de acuerdo en que el contenido de todo el Evangelio apunta hacia estos versículos finales, antes no, aunque nos parezca extraño. Por ello, existe la necesidad de cuestionar la forma del uso de la Gran Comisión como base bíblica para la misión, sobre todo aquella de tipo masivo. Por ello, para la comprensión del pasaje bíblico necesitamos indagar en la idea que el autor de este evangelio tenía de sí mismo y de su comunidad y, a partir de allí, aventurar algunas deducciones respecto a su modelo misionero.

De acuerdo a los investigadores actuales, se presume que Mateo perteneció a una comunidad judio-cristiana que huyó de Judea antes de la guerra del 70 d.C para establecerse en una región mayormente gentil. Estos cristianos todavía participaban en la vida religiosa hebrea ya que aún no se entendían como un cuerpo separado de los judíos. Sin embargo, con la destrucción del templo de Jerusalén todo cambió ya que este evento provocó el divorcio entre el cristianismo y la sinagoga.

Aparentemente este momento final de ruptura absoluta con la sinagoga aún no había llegado cuando Mateo escribió su Evangelio. La comunidad aún defendía su derecho de ser vista como el verdadero Israel pero afrontaba una crisis sin precedentes en cuanto a la definición de su identidad” (2). Esta es la clave del evangelio completo ya que es el contexto en el que el autor escribe, lleno de preguntas y de definiciones. “A esta comunidad escribe Mateo: una comunidad aislada de sus raíces, con su identidad judía sacudida brutalmente, dividida en su interior sobre la cuestión de sus prioridades, carente de orientación frente a problemas totalmente desconocidos” (3). A pesar de las distintas tendencias dentro de la comunidad, que iban desde el legalismo extremo basado en la Ley al espíritu como agente de milagros, Mateo no maquilla las diferencias sino que va más allá, preparando de esta forma el camino para la reconciliación, el perdón y el amor mutuo dentro de su comunidad.

Mateo, al parecer, plantea como única manera de salir de la confusión y conflicto que los divide la idea de unir esfuerzos para emprender una misión entre los gentiles con los que conviven. Esto último es revelador ya que, aunque es cierto que el Evangelio confluye hacia la Gran Comisión, no es de la forma en que lo pensamos ahora. La convergencia es más sutil pero reveladora: Mateo quiere mostrarle a su comunidad en crisis una visión nueva que consiste en dejar de estar encerrados en sí mismos y en el judaísmo, para ver el amplio horizonte de la gentilidad como campo de misión y de identidad.

Mateo no quiere hablar de masa, simplemente desea que sus lectores cambien su mirada, desde dentro hacia fuera. “Ir a todas las naciones” no es un llamado de multitudes: es el reto a para un grupo de gente acostumbrada a implosionar constantemente. Por lo tanto, la Gran Comisión no nos da pautas sobre el cómo hacer misión, sino simplemente sobre el dónde: más allá de nosotros mismos. No puedo usar como base de mi metodología multitudinaria a la gran comisión porque el sustento de la forma no está allí.

Hemos creído que la Gran Comisión nos dice cómo hacer (perspectiva de la masividad) pero en verdad sólo nos dice a dónde mirar con la misión. ¿Cómo hacerlo entonces? Evidentemente hay que buscar en otra parte. Por ahora sólo queda decir que es otro evangelista el que nos da una propuesta interesante cuando nos describe la acción de Jesús con la mujer samaritana (Jn. 4) pero eso será motivo de una próxima reflexión.

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(1) Bosch, David. “Misión en Transformación: Cambio de paradigma en la teología de la misión”. Libros Desafío: Grand Rapids, Michigan. 2000. Pag. 82-83. Las ideas posteriores provienen de este autor.
(2) Ibid. Pag. 86
(3) Ibidem.