martes, 27 de marzo de 2007

Reinvindicando a María: su Magnificat y el mensaje hacia los pobres

He tratado de hacer memoria del número de veces que en mi antigua iglesia se predicó específicamente sobre María. Han sido diversas las que se habló sobre Pedro, otras tantas, sobre Pablo, así como sobre Juan el Bautista, o David. A veces, sobre Jonás o Abraham, el padre de la fe. También se han utilizado a antifiguras como Judas Iscariote, Acán o Esaú. Pero, si mi memoria no me falla, en los quince años en los que permanecí en la iglesia, nunca se predicó sobre María. 180 sermones, sin contar las clases de la Academia Bíblica, los martes por la noche.

Por lo general, no se predica sobre ella en los templos protestantes, ni evangélicos, ni pentecostales, ni neo-pentecostales.

No es algo que llame la atención. La América Latina Católica es un pueblo de una fuerte devoción mariana. Además, aunque no sea algo explícito, “la devoción mariana en todo el período postridentino ha tenido una fuerte impronta antiprotestante. La definición dogmática de la Inmaculada por Pío IX en 1854 formaba parte de un plan conjunto de defensa de la tradición y de lucha contra los errores modernos, cuyos siguientes eslabones fueron el Syllabus (1864) y el Vaticano I (1870)”[i]. Por ello, la reacción natural de oposición y perfil bajo de María en las enseñanzas evangélicas. Esto, a pesar de lo dicho por Juan Pablo II, cuando nos recuerda que “Martín Lutero, en 1521, dedicó a este "santo cántico de la bienaventurada Madre de Dios" -como él decía- un célebre comentario. En él afirma que el himno "debería ser aprendido y guardado en la memoria por todos" puesto que "en el Magnificat María nos enseña cómo debemos amar y alabar a Dios... Ella quiere ser el ejemplo más grande de la gracia de Dios para impulsar a todos a la confianza y a la alabanza de la gracia divina"”[ii].

A pesar de lo que en la práctica evangélica hemos hecho, María no fue muda. Dijo cosas –su sí a la obra que Dios iba a realizar a través de ella-, tomó actitudes –su silencio y meditación hacia las cosas que hacía Jesús-, y tiene por supuesto algo que enseñarnos. Moltmann observó que, en la Biblia, algunos de los himnos más vigorosos han sido cantados por mujeres: María (Éx. 15: 21), Débora (Jue. 5), Ana (1 Sam. 2)[iii]; y más aún, el Magnificat de María está circunscrito fuertemente en la historia de salvación: Abraham, hijo de idólatras (Jos. 24:2) es escogido para ser padre de un gran pueblo de creyentes (Gén. 12:1-3); Dios escucha el clamor del pueblo oprimido en Egipto y lo libera (Ex. 3:7-9), mediante Moisés, un exiliado y forastero en tierra extraña (Ex. 2:22; 3:11); elige al insignificante David (1 Sam. 16:4-11) y rechaza a Saúl (1 Sam. 15:10 ss.); personajes débiles y desconocidos como Gedeón (Jue. 6-8) o Débora (Jue. 4-5), salvan al pueblo de la opresión[iv]. Esta secuencia de individuos marginales que usa Dios para fines salvíficos (no necesariamente en el sentido espiritual) es la que persiste hasta María.

Es el Magnificat una expresión sentimental, inspirada y poética de un acontecimiento personal (“Mi alma... Mi espíritu... Mi Salvador... Me felicitarán... Ha hecho obras grandes por mí...”), el más grande y deseado por las mujeres judías, que es al mismo tiempo global. La madre de Jesús habla en primera persona, de su nuevo destino post-anunciación, de su condición ante la Divinidad (“ha mirado la bajeza de su sierva”) y ante la humanidad (“me llamarán bienaventurada todas las generaciones”) y de lo que significaría el gran evento que ha comenzado con la concepción del bebé que lleva en el vientre, aunque no lo comprende del todo. Ella contempla su historia y la de su pueblo Israel a la luz del Dios salvador, del omnipotente, que hace trascendente nuestra insignificancia. Se registra como pecadora pero, al mismo tiempo, reconoce al Dios todopoderoso que ha hecho su Voluntad grandiosa en ella[v].

En el cántico María nos revela cómo interviene Dios en la historia de los seres humanos. Recuerda las grandes obras realizadas por el Señor en favor de su pueblo, y presenta un modus operandi del obrar divino no absoluto[vi]: el amor del Padre a los pequeños, a los pobres y a los marginados. Al escoger a María como “puente”, como “instrumento” de su designio de Salvación, representado en Jesucristo que ya estaba encarnado en ese instante, Dios ilustra una regla, una especie de ley natural, que expresa que la debilidad se convierte en el instrumento preferido de su poder. Se cumple en ella misma en su condición de marginada: mujer, pobre, nazarena. También en los otros actores del drama soteriológico: Zacarías, un sacerdote de poca importancia; Elizabeth, una mujer estéril y anciana; José, que sólo pudo llevar como ofrenda por su primogénito a dos palominos. Es evidente que “Dios realiza actos de poder con su brazo, símbolo de su fuerza, al invertir el orden humano de las cosas, humillando, dispersando y despidiendo vacíos a los soberbios, poderosos y hartos, y ensalzando y colmando de bienes a los humildes y los hambrientos, a los «pobres», oprimidos y defraudados en este mundo (Anawim; cf. Lc 6,20s; Mt 5,3ss)”[vii]. Con demasiada frecuencia la debilidad se refuerza por las tristes condiciones económicas.

Los pobres, los cautivos, los ciegos, y los oprimidos ganan el premio mayor de las buenas nuevas. En cierta manera, indirecta, ser salvo es ser exaltado de la categoría humana de marginado: se es, ahora, un Hijo de Dios, un escogido del Altísimo, un funcionario que permitirá hacer la misión de Dios en la tierra y un potencial agente activo de las misericordias del Señor. No es la primera vez que se da este mensaje en el texto bíblico. Ya se había dicho que Dios es el que libera a los exiliados y les prepara un camino sin lomas ni cerros (Is 40:3-5), es el que ha escogido un pueblo pequeño y es su auxilio (Is 41:8-10); es el que hace florecer el desierto y convierte la tierra seca en manantiales (Is 41:17-20), el que alienta a los corazones humillados (Is 57:15). Su Espíritu envía a anunciar la buena nueva a los humildes y la liberación a los desterrados (Is 61:1-3). A Dios se le estremece el corazón y se le conmueven las entrañas maternas ante Efraín (Os 11:8); él se compadece del pobre y del débil, mientras desprecia a los poderosos y autosatisfechos (1 Sam .2:7-8; Job 5:11; Sal 34:11)[viii].

Es indiscutible que los “ptojos” (pobres) en el Evangelio de Lucas se refieren solamente a las personas oprimidas económicamente, y la palabra “hambrientos” del cántico de María es un derivado de peinao (sentir hambre, tener hambre, padecer hambre). La espiritualización del texto es ofensiva y rompe el espíritu del original en griego pero, para variar, es típica y común dentro de nuestras iglesias. Vale la pena tener en cuenta las condiciones económicas de la Palestina del tiempo de Jesús para ver si es que María pretendía espiritualizar su enseñanza:

“El estado económico de Palestina en el siglo I estaba lejos de ser lo ideal. El pueblo, como un todo, se hallaba en una deplorable situación de privación material… Pobreza hasta el punto de que la privación y el hambre prevalecían en todo Palestina y para una gran multitud la vida no era sino un problema de existencia física. En consecuencia, el descontento y la inquietud física crecían rápidamente.

Los sucesivos brotes de robo e insurrección que caracterizan a este período fueron, en gran medida, resultado de esta tensión en los asuntos económicos. Estas condiciones también cuentan en la facilidad con que las multitudes de Jerusalén podrían ser llevadas a la furia incontenible y a la violencia tumultuosa, como cuando procuraban, sin dilación, apedrear a Jesús (Juan 8:59; 10:31), o se amotinaron pidiendo a Pilato la ejecución de Jesús (Mateo 27:20) o echaron mano de Pablo cuando fue acusado falsamente de llevar gentiles al santuario del templo (Hch. 21:27 ss.). En realidad, la situación general de inquietud y agitación que prevalecía en todo el judaísmo de Palestina en el siglo I y que culminó en la rebelión del año 70 d.C probablemente se debió mucho más al abandono material que lo que se ha reconocido,

La dificultad para obtener medios de vida llevó a muchos a la desesperación. Muchas mujeres acudieron al papel de la Magdalena por escapar de la necesidad física. En atención a este estado económico, uno no se maravilla de la actitud misericordiosa de Jesús hacia tales infortunadas (Lc. 7:36 ss.; Jn. 8:1 ss.). Los hombres abandonaron el respeto de sus vecinos y desafiaban la execración de la ley rabínica al colectar los tributos para los odiados romanos; o, peor aún, acudían al hurto y al pillaje, de modo que aún a lo largo del muy frecuentado camino de Jerusalén a Jericó, uno podía caer entre los ladrones (Lc. 10:20)”
[ix]

¿Espiritualización? No. Por ello podemos decir que María, en cierta manera predica una subversión económica al enfatizar la opción preferente[x] de Dios por el pobre económico –totalmente contrario al sistema económico antiguo y moderno que opta por el más calificado, por el de más capital, por el de más poder- y mostrarnos, a través de la misión de Dios, lo que debe ser la misión de la Iglesia. Bosch lo resalta cuando dice que “la salvación abarcaba en realidad seis dimensiones: económica, social, política, física, psicológica y espiritual. Lucas parece destacar la primera de ellas”[xi].

Sin embargo, aunque prácticamente todos los pobres son marginados, no todos los marginados son pobres. La praxis de Jesús nos demuestra eso: Mateo (5:27-32) y Zaqueo (19:1-10) eran ricos, pero estaban marginados socialmente por ser publicanos. La mujer adúltera (Jn. 8:1-11) merecía la muerte pero Jesús le da una nueva oportunidad. Es claro que el Maestro se relacionaba otros excluidos, no necesariamente desde el punto de vista económico: leprosos, mujeres, y niños. En el contexto del reino de Dios, Jesús efectuaba una subversión social[xii], que María contiene en su cántico, porque Jesús se acercaba a aquellos a los que el común del pueblo dejaba a un lado.

El uso del tiempo pasado de los verbos no simplemente nos recuerda los actos salvíficos divinos en la historia de Israel. María está celebrando la salvación decisiva, escatológica, de Dios iniciada con la concepción de este niño: el reino de los cielos se ha acercado, esta aquí, ya pero todavía no. Su visión no es para el futuro real y definitivo o es una visión espiritualizada del presente. Es una perspectiva que abarca las realidades sociales de su día aunque teniendo en cuenta que Dios es el que obra y trae la salvación.

Una pregunta salta al instante: “¿No es el cántico de María radical aún hoy en día? Muchas iglesias han interpretado el cántico y la visión de la salvación en una manera tan espiritualizada que está prácticamente desvinculada de la vida real. Cuando consideramos la historia de y la actualidad de la iglesia en el mundo (tanto las iglesias protestantes como la Católica Romana y Ortodoxa), tenemos que admitir que la iglesia no ha buscado ni facilitado esta subversión social. En demasiadas ocasiones la iglesia apoya estructuras opresivas y hasta busca el poder para sí misma”[xiii]. Un triste ejemplo de la espiritualización del pasaje es la Biblia Thompson, que en sus citas de ayuda menciona cosas como “humillación”, “insatisfacción del pecado” (¡Para la palabra hambrientos!), “deseo espiritual”, “plenitud espiritual”.

Es, entonces, a través de estas palabras de María Dios trae esperanza al pobre económico. A aquel que vive día a día, ganando sol tras sol y apenas le alcanza para comer. Reconforta al enfermo, atrapado en las redes del sistema de salubridad pública y tratado como un numero y un caso permanentemente postergado, diciéndole: “Aquí estoy, te amo, no me olvido de ti, no me he olvidado que te he prometido que te henchiré de salud; estoy a tu lado aunque a veces no lo parezca, mi presencia nunca se aleja de ti”. Al débil, al necesitado, le dice que “soy un Dios que socorro”. Al niño del cual los padres abusan obligándolo a vender golosinas hasta las once de la noche en alguna esquina de Lima. A todos ellos, que peinao (sienten hambre) por la realidad del sistema económico, Dios observa y promete colmarlos.

Y para eso, quizá, Dios nos tenga que usar.

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[i] Víctor Codina: “Mariología desde los pobres”. 1986. Citado en http://www.servicioskoinonia.org/relat/139.htm (28-03-2007)
[ii] M. Lutero, Scritti religiosi, a cargo de V. Vinay, Turín 1967, pp. 431 y 512. Citado por Juan Pablo II en la Audiencia General del Vaticano el Miércoles 21 de marzo del 2001.
[iii] E. Hamel: “Justicia en la visión del Magnificat”. Extraído de http://www.mercaba.org/DicTF/TF_justicia_magnificat.htm (28/03/2007)
[iv] Secuencia de versículos extraída de Víctor Codina. Ibid.
[v] E. Hamel: “Justicia en la visión del Magnificat”. Extraído de http://www.mercaba.org/DicTF/TF_justicia_magnificat.htm (28/03/2007)
[vi] Digo no absoluto porque también hay ejemplos de gente rica utilizada por Dios grandemente.
[vii] Josef Schmid, “El Evangelio según San Lucas”. Barcelona, Ed. Herder, 1968, pp. 76-81
[viii] Secuencia de versículos extraída de Víctor Codina: Ibidem.
[ix] Dana, H.E. “El mundo del Nuevo Testamento”. Casa Bautista de Publicaciones, 1975. Pag. 148-151
[x] Hay que enfatizar: preferente no significa exclusiva. Lo digo por si acaso se generen dudas al respecto.
[xi] Bosch, David: Misión en Transformación. Grands Rapids: Libros Desafío. 2000. Pag. 152.
[xii] Abbott, Marcos (1999). Texto citado en http://www.centroseut.org/articulos/separ019.htm (28-03-2007)
[xiii] Abbott, Marcos. Ibid.

lunes, 12 de marzo de 2007

El paradigma ecuménico: una visión distinta de la otriedad

Un amigo de la universidad, ateo él, en una de las muchas conversaciones que tuvimos me dijo: “tú, como todos los religiosos, seguro por dentro eres un fundamentalista, cerrado, y, más en el fondo, en verdad me desprecias porque creo que no existe tu Dios”[i]. ¿Habrá sido cierto? ¿Tuvo razones para pensar esto? ¿Marginaba en el fondo a este amigo con mis palabras o mis maneras?

Bosch nos dice que la pregunta sobre qué actitud debería adoptar un cristiano y las misiones cristianas frente a los adherentes de otras creencias (o de ninguna fe) es muy antigua, con raíces en el Antiguo Testamento, pero por muchos siglos nunca fue debatida. “Los decretos del emperador Teodosio, del año 380 –que demandó que todos los ciudadanos del imperio romano sean cristianos- y 391 –que prohibió todo culto no cristiano-, inexorablemente abrieron paso a la encíclica del papa Bonifacio, Unan Sanctam (1302), que proclamaba a la iglesia católica como la única institución capaz de garantizar la salvación; al Concilio de Florencia (1442), que asignó un puesto entre las llamas del infierno a toda persona ajena a la iglesia católica, y al Cathechismus Romanus (1566), que enseñaba la infabilidad de la Iglesia Católica… tan tarde como 1832 Gregorio XVI rechazó la demanda de libertad de culto no sólo como un error, sino como deliramentum (demencia). Los protestantes, es cierto, no tenían armas comparables a las encíclicas papales. Sin embargo, su mentalidad muchas veces casi no se difería de la de Roma; mientras el modelo católico insistía que “fuera de la iglesia no hay salvación”, el modelo protestante afirmaba que “fuera de la palabra no hay salvación”. Bajo ambos modelos la misión significaba conquista y desplazamiento[ii]. La historia categóricamente afirma que siempre los cristianos hemos sido exclusivistas y maniqueos en el sentido de la otriedad: nosotros y el resto.

Pero al menos las cosas son algo diferentes en la actualidad. Los católicos nos llamaban por ejemplo, “hijos de Satanás”, “herejes”, “cismáticos”, aunque debo reconocer que los términos han cambiado. Hoy somos “hermanos separados” pero para algunos amigos jóvenes e inclusive para un profesor de religión que tuve en el colegio, seminarista él, yo era un “hermano en Cristo”. Se percibe el efecto del Concilio Vaticano II: “La restauración de la unidad entre todos los cristianos es una de nuestras primeras preocupaciones y afirmamos que las divisiones entre cristianos contradicen la voluntad de Cristo, escandalizan al mundo y hacen daño a aquella causa tan santa de predicar el evangelio a toda criatura”.

Nosotros, en cambio, solemos mantener una actitud hostil hacia el catolicismo. Pero no sólo hacia ellos, sino al mismo tiempo contra nosotros mismos[iii]. Entre las denominaciones son frecuentes las relaciones tensas. Las diferencias doctrinales nos separan. Los pentecostales no miran bien a los que somos no-pentecostales porque no manifestamos esa señal universal de espiritualidad y acción de Dios llamada el don de lenguas. Nosotros, somos iguales con ellos porque la gran mayoría de señales de ese don son manipulaciones; por ello, ¿porqué tantos hablan en lenguas y tan pocos interpretan? El neo-pentecostalismo es un bicho raro porque ellos se consideran (Deiros, por ejemplo) como la iglesia ideal para los tiempos postmodernos por su énfasis en el sentimentalismo[iv] pero al mismo tiempo el autoritarismo de los nuevos apóstoles, a los que prácticamente se les considera como los enviados de Dios, es difícil de digerir para los cristianos de otros énfasis. Los evangélicos muchas veces consideran como semimuertas a las expresiones de fe protestantes, sino, ¿cómo debaten los anglicanos una unificación con la Iglesia Católica, como ordenan homosexuales? ¿Cómo ordenan algunos de ellos a mujeres? Es cierto, somos exclusivistas, se nos enseña implícitamente que nuestra manera de ver las cosas es la mejor, miramos por encima del hombro al hermano que piensa distinto, somos burlescos y sarcásticos ante las experiencias de fe de otros, las calificamos de erróneas y originarias de un espíritu de contienda, de orgullo o de vil pecado. ¡Qué restringida es nuestra manera de entender a Dios! ¡Que soberbia nos invade cuando el Espíritu Santo nos enseña una verdad, al pensar que si alguien no ha recibido esa instrucción de la misma manera, no está cerca de Dios!

La fuerza centrífuga de nuestras poses y complejos que provocan separación debe ser contrarrestada con la fuerza centrípeta de la unidad, aunque debo reconocer que hablar de ella nos transporta a una realidad áspera y compleja[v]. Me concentro en el universo evangélico y me pregunto: ¿Cómo afirmar de que somos un cuerpo en Cristo si estamos tan atomizados? ¿Qué argumento nos quedaría ante 1 Corintios 1:10-13 que exhorta a la unidad completa (“Les ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que hablen todos una misma cosa, y que no haya entre ustedes divisiones, sino que estén perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer. Porque he sido informado sobre ustedes, hermanos míos, por los de Cloé, que hay entre ustedes contiendas. Quiero decir, que cada uno de ustedes dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo. ¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por ustedes? ¿O fueron bautizados en el nombre de Pablo?”)? O peor aún, ¿Qué argumento nos quedaría ante Juan 17:20-21 (“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste”)? ¿Y ante Efesios 4:1-6? (“Por eso yo, que estoy preso por la causa del Señor, les ruego que se porten como deben hacerlo los que han sido llamados por Dios, como lo fueron ustedes. Sean humildes y amables; tengan paciencia y sopórtense los unos a los otros con amor, procuren mantenerse siempre unidos, con la ayuda del Espíritu Santo y por medio de la paz que ya los une. Hay un solo cuerpo y un solo espíritu, así como Dios los ha llamado a una sola esperanza. Hay un Señor, una fe y un bautismo; hay un Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos” –Versión Popular-)?

La unidad es capital, pero a pesar de las múltiples divisiones, Dios trabaja dinámicamente en la mayoría de las iglesias, expandiéndose la obra, predicándose el Evangelio y respondiendo mucha gente al llamado de Dios. La reconciliación que Dios nos enseña se muestra a través de la restauración de las relaciones dañadas, las milagrosas sanidades y las muchas bendiciones transmitidas a través de las miles de comunidades cristianas obedientes de los mandatos bíblicos. Todas parecen ser bendecidas por Dios con generosidad sobreabundante: los de derecha e izquierda, los de arriba y de abajo, los de más allá y los de más acá. Todos mueren, todos se enferman, todos sufren, todos tienen encuentros con Dios, todos se llenan de alegría, todos tienen profundas experiencias religiosas, todos son protegidos, todos reciben la gracia multiforme.

¿Qué, entonces, de la unidad? ¿De qué hablamos si Dios bendice finalmente a todos? ¿De una unidad orgánica, organizativa? ¿O más bien de una unidad interna, espiritual? Si parece Dios actuar en todas partes, ¿tiene sentido nuestra actitud exclusivista?

Gran cantidad de pasajes bíblicos alcanzan más de un significado dentro de estrictos principios de interpretación. Por ello, hay gente que cree que la salvación se pierde, y otros en cambio, piensan que una vez que la obtienes nadie te la quita[vi]. Hay algunos que creen en el poder incólume del accionar del Espíritu Santo, mientras que otros reconocen su presencia, pero en una función pasiva. Algunos creen que estamos en los últimos días, otros que ni siquiera piensan que el tema sea digno de ser tomado en cuenta. ¿A qué conclusión puede llevarnos esto? A que Dios dispuso eso de esa manera. La Biblia no cambia ni cambiará (Mt. 5:18) pero los seres humanos sí lo hacemos. Nuestras sociedades evolucionan permanentemente a la vez que nuestra visión de la palabra de Dios, que continuamente bucea en el océano de la infinitud de Dios encontrando cada vez cosas diferentes, y tal es la grandeza de nuestro Señor que la riqueza de ese mar es inagotable. Por eso a través del tiempo hay nuevas lecturas y puntos de vista de lo que la Biblia dice acorde con nosotros mismos, generando nuevas formas de hacer iglesia, de hacer misión, de entender a Dios. Lo mismo pasa horizontalmente entre distintas culturas. La diversidad es inevitable.

¿Y dónde queda la diferencia teológica? ¿Realmente algo quieren decir las diferencias? ¿Qué, exactamente?

Todo puede circunscribirse a bandas. ¿Qué es esto? En simple, significa definir un valor máximo y un valor mínimo para que entre estos podamos fluctuar sin nunca pasar los límites que previamente configuramos. Dadas la praxis observada pensaría que Él, de alguna forma implícita que no logro ni lograré percibir debido a la limitación de mi humanidad, permite flexibilidad en la interpretación y en la forma práctica de hacer iglesia, pero manteniendo límites. ¿Cuáles? Mi propuesta en este sentido es que son los que nos aproximan al comportamiento sectario. Por lo tanto, dentro de las bandas todo sería en cierta manera válido. Arminiano y calvinista. Premilenial y postmilenial. Pentecostal y no pentecostal. Esto explica la bendición para todos y la manifestación del poder de Dios a pesar de las diferencias. Por ello la respuesta a la pregunta que me hice antes es que la unidad no es orgánica sino interna, basada en bandas. Por lo tanto la discusión no es la unificación de denominaciones ni de estatutos de fe sino:

(1) La comprensión y aceptación real de la posibilidad del diferendo
(2) El reconocimiento de la otriedad, con su propia experiencia, vivencias y conclusiones de la moda en entender y vivir la fe.
(3) El respeto mutuo.

Aquí está el desafío real de las comunidades trinitarias. Las diferencias por la diversidad son naturales (a pesar que muchas de ellas han aparecido no por la sincera postura sino por la agria discusión) y nuestro trabajo se encuentra en cómo actuamos con ellas, en “soportarnos con paciencia los unos a los otros en amor” (Ef. 4:2b). En última instancia, es un desafío del ágape pleno, porque el aceptar al otro es en cierta forma amarlo. El reto de las comunidades modernas es que entendamos a la unidad que persevera en la diversidad y una diversidad que se esfuerza en lograr la unidad. Las divergencias no son nunca un motivo de remordimiento sino que son parte activa del esfuerzo dentro de la iglesia por llegar a ser lo que Dios quiere que seamos, siendo Él tan grande y majestuoso que somos concientes que una manera de comprenderlo (la mía) no puede ser bajo ninguna circunstancia el exclusivo puente que me lleva hacia él. Hay una múltiple experiencia de conversión, de comprensión y de vivencia de la palabra, y es en la pluralidad respetuosa la que nos puede llevar a la meta absoluta que es el llegar a la madurez en nuestro Salvador. La unidad debe expresarse en una diversidad reconciliadora y con un eje fundamental: Cristo Jesús[vii].

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[i] Conversación que se dio en 1998. Mi cita no es literal, es una paráfrasis.
[ii] Bosch, David: Misión en transformación: cambios de paradigma en la teología de la misión. Grands Rapids, Libros Desafío. 2000. Pag. 577-578
[iii] Si piensan lo contrario, y sin moverse de sus computadoras, les reto a entrar en un foro cristiano y leer los comentarios.
[iv] Para profundizar, leer a In Sik Hong: “¿Una iglesia posmoderna?”. Buenos Aires, Ediciones Kairos. 2001.
[v] Los siguientes seis párrafos de este escrito ya los he bosquejado antes aquí. Quienes también han conversado sobre este tema son Alex Rodriguez y Rafael Perez en Santa Suburbia.
[vi] Mi esposa es soteriológicamente arminiana, y yo soy calvinista.
[vii] Bosch. Ibid. Pag. 566.

sábado, 3 de marzo de 2007

El paradigma económico: diezmando al diezmo (*)

Lo he visto antes, con algo de frecuencia, pero más he oído o leído sobre lo que sucede en otros lugares distintos al mío. Cuando la iglesia tiene problemas financieros, los miembros suelen recibir una carta o quizá escucharán una admonición desde el púlpito sobre la necesidad y obligatoriedad de diezmar, de cumplir los compromisos o los mandatos estipulados en la Palabra. La gente suele relajarse en el verano o cuando vacaciona, y se desconecta del mundo, olvidando sus compromisos –o postergándolos- como su contribución monetaria a la iglesia. Muy a menudo es utilizando el siguiente pasaje, todo un clásico dentro de la cristiandad protestante latinoamericana: “¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas. Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado” (Mal. 3:8-9). Mediante este texto implícitamente se nos está llamando ladrones, aunque soy bienpensado ya que creo que no es la intención directa de los líderes o pastores de las iglesias utilizar ese pasaje de esta manera tan vil. Sin embargo, una pregunta directa llama a nuestra puerta: ¿Somos ladrones si no diezmamos? ¿Pecamos si no diezmamos?

La iglesia evangélica suele pedir a sus feligreses que diezmen de todos los entradas que ganen. Se considera que el Diezmo es un acción de obediencia y de amor para con Dios, su obra, la iglesia y los pastores. Es evidente que Pablo defiende el sustento de los predicadores en 1 Cor. 9:3-14 (aunque pocos pastores se atreven a seguir el ejemplo paulino del v. 15 y v. 18: “Mas yo, de ninguno de estos derechos he hecho uso. Y no escribo esto para que se haga así conmigo… Ahora bien, ¿cuál es mi recompensa? Predicar el evangelio entregándolo gratuitamente, renunciando al derecho que me confiere el Evangelio”. Biblia de Jerusalén) y algunos ven en la tribu de Leví, que no recibieron heredad cuando repartieron la tierra porque se dedicarían a los asuntos del templo en forma exclusiva, una prefigura del pastorado moderno. Desde allí, infieren que el diezmo es válido el día de hoy, diciendo que los pastores son, en cierta manera, levitas modernos, y que diezmar es compulsorio para suplir las necesidades de los ministros de Dios. Sin embargo, ya no estamos bajo maldición si no diezmamos porque Cristo nos redimió de la Ley, pero si lo hacemos, recibiremos grandes bendiciones del Señor. Deliciosas discusiones se dan a nivel teórico sobre si los ingresos deben medirse desde el punto de vista bruto o neto, o si de lo regalado debe diezmarse o si podemos quedarnos con el diezmo temporalmente para entregarlo luego con algo de intereses. Es todo esto, no obstante, un debate superficial. El meollo del asunto, como siempre, pasa por saber cuál es la base bíblica de los que enseñan a diezmar. ¿Podemos encontrar una estructura, una lógica?

Los que enseñan que los cristianos tienen que diezmar se pueden clasificar en dos grandes grupos, donde evidentemente existen las posturas intermedias:

1.- Los que dicen que la Ley Mosaica es válida en partes o que sus principios y propósitos están vigentes hasta el día de hoy.

2.- Los que dicen que el diezmo es anterior a la Ley, parte del pacto de Dios con Abraham, y que esta alianza es válida para la iglesia. Siendo demasiado simplistas, el argumento es como sigue: Como Abraham diezmó, y él no estaba bajo la Ley, entonces nosotros también debemos hacerlo porque al igual que él tampoco estamos bajo la Ley.

La primera mención del diezmo en la Biblia está en Génesis 14. La historia cuenta que cuatro reyes le hicieron la guerra a otros cinco (en realidad, pequeños caudillos de pueblos minúsculos) y vencieron, saqueando varias ciudades, entre ellas Sodoma y Gomorra, adjudicándose gran cantidad de bienes y personas entre las que estaba Lot. Cuando se enteró Abraham de esta situación juntó a 318 de sus criados y siguió a los reyes vencedores, derrotándolos y recobrando todo el botín robado. Al volver, entregó el diez por ciento de lo recuperado al sacerdote Melquisedec y devolvió lo demás al rey de Sodoma.

Antes de continuar, tengamos presente que el diezmo era una práctica extendida en babilonios, persas y otros pueblos de la zona. Lo primero que me llama la atención del pasaje es que los bienes o “botín”, no eran propiedad de Abraham, sino del monarca de Sodoma, de los otros reyes y de sus súbditos. ¿Qué quiere decir esto? Que Abraham diezmó a Melquisedec de lo que no era suyo, en contraste de nosotros en la actualidad, que diezmamos de lo nuestro, de lo que ganamos con nuestro esfuerzo. Lo segundo que noto es que Abraham lo entregó todo, quedándose sólo con lo necesario para el alimento y una especie de retribución para tres de sus hombres principales, como si fuera una especie de “comisión por recupero”. En oposición, nosotros el día de hoy no entregamos nunca todo. No podríamos, no tendría sentido porque no tendríamos los necesario para vivir. Dadas estas dos observaciones pregunto inmediatamente: ¿Puedo colocar como regla global este evento como sustento de un diezmo pre-mosaico? Pienso que no en definitiva. Este hecho es completamente circunstancial, y que no puede considerarse como base de una regla “universal”. Basta una pregunta para recalcar esto: ¿Qué analogía moderna podemos encontrar para el “botín” del que Abraham diezmó?

La segunda mención en la Biblia la encontramos con Jacob (Gen. 28:20-22). Él pasó la noche en Bethel en camino hacia Harán y observa, en sueños, la visión de una escalera de donde los ángeles suben y bajan desde el cielo, y la mañana siguiente, impresionado, se da una escena típica de su carácter: “Dios, si me beneficias y me prosperas, entonces te diezmaré”. Si es que me das lo que quiero, entonces y sólo entonces, te suministraré. Si no me das lo que quiero, entonces no te entregaré nada. En este punto planteo la misma pregunta anterior: ¿Puedo colocar como regla universal este evento como sustento de un diezmo pre-mosaico? Imposible, de aquí no podemos aprender gran cosa, salvo el resalte del estado de la condición humana, que pretende condicionar a Dios de la misma forma que Jacob.

Entonces, ¿Tengo una enseñanza categórica, sólida, que puedo exportar a los tiempo modernos desde la era patriarcal, que me dice que debo diezmar por mandato bíblico? La experiencia de Abraham es un caso particular, con detalles no generalizables, y la manipulación de Jacob no debe ni siquiera ser tomada en cuenta. ¿Y qué nos dice la Ley?

El diezmo de Moisés era específicamente agrícola y ganadero (Lv. 27:30-32), absolutamente obligatorio, cuyo centro fue el décimo de las semillas y de los frutos de la tierra, sin mención de otras actividades. Si uno lo quería rescatar (unos creen que se refiere a pagar en efectivo, otros al hecho de usar el diezmo hoy y devolverlo tiempo después, opción más probable) tenía que añadir el 20% del valor original. Si se tenía menos de 10 animales, no había la obligación de diezmar. No había redención de animales. Sin embargo, hubo adaptaciones a la ley (Deut. 14:24-26) antes de entrar a la tierra prometida, a punto de pasar de la vida nómada a la vida sedentaria: ya se pudo dar el diezmo en dinero para gastarlo en actitud de regocijo. Se consideraba el diezmo en formato anual, no diezmando el séptimo año. Es importante recalcar que sólo se entregaba el diezmo a los levitas porque ellos no heredaron la tierra y que el diezmo mosaico posee una importante orientación hacia los pobres.

¿Para qué era el diezmo en los tiempos del Antiguo Testamento?

1.- Para sostén de los levitas (Num. 18:21-24)

2.- Para ser consumido (redimido) en Jerusalén (Deut. 14:22-26)

3.- Para los menesterosos (Deut. 14:28,29; 26:12-13)

Una pregunta inmediata es: Imaginemos que el Diezmo es válido tal como lo estipulaba la Ley. ¿Es para estos propósitos hoy? Si seguimos las instrucciones al pie de la letra, el punto (1) y (2) no podrían ser cumplidos porque ya no hay levitas en la actualidad (en estricto, todos somos sacerdotes hoy en día), y no hay templo en Jerusalén para que pueda ser consumido. Sólo nos queda la tercera opción como la única probable, pero, ¿Va a allí todo?[i]

Añado interrogantes quizá insidiosas: ¿El séptimo año, los creyentes tienen una dispensa para no diezmar, como el Israel del Antiguo Testamento? Si alguien gana menos que un mínimo preestablecido, ¿Está exonerado de diezmar? ¿Por qué si utilizan la Ley para argumentar no se toma completa, sino sólo las partes que más nos convienen?

Vamos al Nuevo Testamento. En ninguna de las cuatro veces que el diezmo aparece (Mt. 23:23, Lc. 11:42; 18:12; Heb. 7:2-9) se nos enseña a guiarnos por esa medida[ii]. Jesús no pidió diezmos (porque sabía que no podía hacerlo porque era de la tribu de Judá). Juan el Bautista, levita, tampoco, y mucho menos Pablo (que era benjamita) ni ningún otro apóstol. Se nos dice, además, que “cualquiera que guarda toda la ley pero ofende en un solo punto se ha hecho culpable de todo” (Sgo. 2:10) por lo que no podemos escoger qué parte de la ley tomar como verdadera y qué parte rechazar. Además, la ley ya no es válida (Heb. 8:13; Gal. 4:21-26; 2 Cor. 3:4-18) por lo que normas como el seguir el sábado, y el diezmo, ya no están vigentes. La iglesia primitiva parece que entendió claramente el mensaje, porque ellos nunca diezmaban y se mantenía con contribuciones voluntarias.

Por lo tanto, ¡No tengo que diezmar! ¿Esto implica que no debemos dar nada?

No, porque hay una nueva manera de dar: el modelo de Cristo que se concedió completamente y sin reservas, hasta la muerte. ¿Nos entregamos como Él? ¿Damos como Él, que ofreció su vida completa? En Hechos se ve hasta qué nivel era la entrega de los conversos (los primeros capítulos son categóricos). ¿Para qué daban sus ofrendas? Santiago dijo que “la religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo” (Sgo. 1:27). Episkeptomai (visitar) no es simplemente ir y observar. Para entender mejor lo que implica leamos el contexto de Mt. 25:36,43 y la solución del conflicto de las viudas en Hch. 6:1-7. Por ello la Versión Popular traduce la palabra como “ayudar”. Adicionalmente no hay que olvidar que los creyentes que pueden llegar a estar dedicados a tiempo completo merecen ser sostenidos (1 Cor. 9:9; 1 Tim. 5:17-18).

¿Por qué se pide el diezmo hoy en día? Hablamos de dos paradigmas previos que pienso deben ser revocados: el de la autoridad y el espacial. La iglesia el día de hoy posee un clero profesional, un templo físico, un personal que lo administra y, cohesionando todo, una organización que la cobija. Esto implica costos a veces altos: el salario de los pastores, del conserje de la iglesia, de los vigilantes, las secretarias, los contadores, los administradores, el alquiler del local (o el pago del préstamo del mismo), los servicios básicos (luz, agua, teléfono, gas, Internet), útiles de oficina, material de enseñanza, y un largo etcétera. Debo costear lo que mis paradigmas cuestan. ¿Cómo pagar eso? Debo asegurar la consistencia en el tiempo del flujo económico que recibo. ¿Cómo hago esto? Sugiriendo la obligatoreidad de una porción de los ingresos de los miembros de las iglesias. De allí la necesidad del diezmo, aunque no sea válido. La presión, debe decirse, es fuerte.

Sin embargo, si el paradigma de la autoridad y el paradigma espacial desaparecen, ¿hay presión económica para la comunidad? No la habría, se elimina una carga grande y onerosa. En paz, haríamos como Pablo, que nunca dijo que estaban los creyentes robando a Dios, como nos dicen ahora, sino que más bien habla del dador alegre y que cada uno dé como propuso (2 Cor. 9:6-15), o sea, no hay una regla de cantidad de nuestro “dar”[iii]. Dado esto, las comunidades que siguen los patrones trinitarios deben eliminar la exigencia del diezmo, recibir las contribuciones voluntarias que Dios puso en el corazón de sus miembros sin topes o márgenes en sus entregas, incentivando la bendición del dar en contraste del castigo veterotestamentario, y ayudar a los necesitados.



(*) Este tema lo desarrollamos inicialmente con la gente de Enderezando la Senda, el cual fue enriquecido con los comentarios de El Ciberpastor, y las apreciaciones de mis amigos Gabriel y Gaby.
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[i] Mi amigo Gabriel Ñanco me dijo una vez lo siguiente: “Al pensar sobre este tema siempre me viene a la mente: ¿Qué porcentaje del dinero que entra mensualmente a las iglesias se da para ayudar a los pobres, asistir a los ancianos, en medicina para los enfermos, en proyectos solidarios, cuánto va a parar a hogares de niños, cuánto se destina para paliar el hambre? Mejor no me sigo preguntando ni me respondo, pues la tristeza se acrecienta”
[ii] Algunas personas están muy confundidas cuando leen Hebreos 7:8 “Y aquí ciertamente reciben los diezmos hombres mortales; pero allí, uno de quien se da testimonio de que vive”, porque piensan que aquellos “hombres mortales” de quien se está hablando son ministros de la iglesia cristiana, concluyendo inmediatamente que en la iglesia primitiva se cobraba el diezmo, cuando el autor de los Hebreos se refiere a los levitas hebreos que aún recibían el diezmo mosaico en los tiempos en que se escribió la carta.
[iii] Para ver cómo daba la iglesia del tiempo paulino sus ofrendas –porque las daban y en forma generosa-, leamos 2 Cor. 8 y 9. ¿Algún porcentaje que se mande? Ninguno.