domingo, 17 de febrero de 2008

Esas cosas que uno a veces no entiende (VIII)

Pastor Caifás (desde el púlpito): Y, hermanos míos, les recuerdo que esta asamblea anual de la iglesia es muy importante. A la salida los ujieres les entregarán un sobre con información para esta reunión. Allí tendrán todas las explicaciones. Y ahora, cantemos la alabanza final...

Tras el fin del servicio, Juan Rebelde sale a buscar el sobre que le corresponde. Por supuesto, lo abre de inmediato y lo lee.

Lima, 17 de Febrero del 2008.

Hermano(a): Juan Rebelde
Código Miembro: 1994-1-04
Presente.

Tema: Participación en la Asamblea Anual de la Iglesia Local

En concordancia con el Acuerdo 2007.23.589.3.1.D del Concilio Mundial Denominacional, refrendado por el Acuerdo 2007.58.653.2.2.J del Concilio Latinoamericano Denominacional, refrendado por el Acuerdo 2007.36.324.6.1.J del Concilio Directivo Denominacional (con las firmas de los estimados Reverendos Anás, Ananías, Elí y Diotrefes), refrendado por el Acuerdo 2007.36.236.4.2.A del Concilio Regional Denominacional (Lima), refrendado por los pastores a cargo de la iglesia local, Reverendo Anás, y Pastor Caifás, se establece las siguientes directivas para la participación en la Asamblea Anual de la Iglesia Local:

- Ratio de 10/12 en la entrega de diezmos a la iglesia (10 meses de 12). Refrendo del área de Finanzas.

- Participación ministerial. Refrendo del pastor o líder responsable.

En la parte final de la presente carta se montrará su condición. Si es considerado APTO, se le rogará asistir a la Asamblea. Si es considerano NO APTO, se le rogará abstenerse de asistir a la Asamblea.

De acuerdo a las directivas anteriores, el(la) hermano(a) 1994-1-04 posee:

I. Ratio de diezmos:
Enero: 0.00
Febrero: 0.00
Marzo: 0.00
Abril: 0.00
Mayo: 0.00
Junio: 0.00
Julio: 0.00
Agosto: 0.00
Septiembre: 0.00
Octubre: 0.00
Noviembre: 0.00
Diciembre: 0.00

Ratio de diezmos: 0/12 = 0

Refrendo del área de Finanzas: Miembro no apto.


II. Participación Ministerial

Refrendo del pastor o líder: Miembro apto.

III. Resultado:
MIEMBRO NO APTO.


Rogamos al Señor por las mayores bendiciones para usted y su familia.

En el amor de Cristo Jesús.


Reverendo Anás
Pastor

lunes, 11 de febrero de 2008

El púlpito filoso

Dentro de la estructura religiosa evangélica, el pastor tiene una posición muy importante. Como se ha discutido mucho aquí y en otros blogs , por él/ella pasa toda la carga esencial de la vida de las iglesias, a veces más, a veces menos (depende del estilo de gestión del(a) pastor(a), junto con su teología). No quiero ―al menos en esta ocasión― hacer el ejercicio de discutir-analizar-observar el modelo. Pretendo concentrarme en un elemento importante: la prédica desde el púlpito.

Dentro de la liturgia católica el sermón es importante pero palidece ante la celebración eucarística, que es lo que le da sentido a la misa. Tiene toda lógica porque la muerte de Cristo es la clave de nuestra salvación. Cuando llegó la reforma, la liturgia protestante quedó desnuda al despojarse de bastante de la parafernalia católica vinculada a la misa, y es esta una razón por lo que la predicación ―que pasó el estricto filtro reformador― se hizo tan importante para nosotros, convirtiéndose en la tarea principal del pastor. Tanto es así que una de las varas del éxito de un pastorado tiene como escala la calidad homilética del hombre dedicado a la dirección espiritual de las iglesias junto al éxito numérico. Quizá esta medida de resultados pastoral hace que los grandes predicadores de antaño esten en un pedestal: Spurgeon, Wesley, Moody, Hudson Taylor, etc.

Indiscutiblemente la predicación es importante, y está íntimamente ligada a la evangelización. Pablo dijo que “¡Ay [de él] si no predicase el evangelio!” (1 Co. 9:16) y en la Gran Comisión, al darle a su comunidad un nuevo sentido de misión, Mateo habló de “ir por todo el mundo y predicar” (Mt. 28:19). Pablo habló de la locura de la predicación (1 Co. 1:21) e inclusive se distinguen predicaciones de calidad, como en el caso de Apolos (Hch. 18:24). Desde lado de la evangelización, el Pacto de Lausana, dice que “evangelizar es extender las buenas noticias de que Jesucristo murió por nuestros pecados y fue resucitado de entre los muertos según las Escrituras, y que como el Señor reinante ofrece hoy el perdón de los pecados y el don liberador del Espíritu a todos los que se arrepienten y creen” (1)

Podemos enfocar la predicación como Orlando Costas (2), cuando menciona sus diferentes caracteres: teologal (el conocimiento de Dios como fin de nuestra predicación, más allá del simple evangelismo de primer nivel), cristológico (Cristo como eje debido a su papel de mediador de un nuevo pacto. Ver Hch. 8:5, 35; 9:20; 10:36, 1 Cor. 1:23, 2 Cor. 4:5), evangélico (se anuncia preminentemente la actividad de Dios en Cristo a favor de la humanidad), antropológico (el hombre como receptor por excelencia del mensaje), eclesial (el contexto de la predicación es la iglesia y está íntimamente atada a la existencia y misión de ésta), escatológico (la predicación pertenece a los sucesos de los últimos tiempos ―porque, por si acaso, ya en tiempos neotestamentarios se pensaba que se estaba en los postreros días. Ej. 1 Jn. 2:18― y confronta al hombre con sus realidades futuras), persuasivo (mediante la predicación se convence a los hombres de entregarse completamente al Señor), espiritual (es un acto testificante del Espíritu Santo) y litúrgico (la predicación unifica la adoración pública, hace contemporánea la victoria del evangelio y provee el tema del culto).

Es una tarea colosal y de una responsabilidad enorme el anunciar el evangelio, ya sea a gente no creyente como a conversos antiguos que buscan en el sermón-prédica-discurso-diálogo palabras de edificación. La multiplicidad de aristas de la predicación resalta el sentido de las palabras de Santiago cuando, casi como una advertencia, escribe que “nos nos hagamos muchos de nosotros maestros, porque recibiremos mayor condenación” (Sgo. 3:1). Por eso, más que risa, a veces indigna la ligereza de demasiados cristianos, que desde el púlpito dicen absolutas estupideces sin fundamentos, sin considerar la especial función que están cumpliendo. Llenan las frecuencias de radio y TV de nuestros países con pobres discursos, mal aprendidos, que no hacen más que engañar a la gente, dejándola en un estado de perenne vacío espiritual. “Y les decía una parábola: ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en un hoyo?” (Lc. 6:39)

A veces, puede ser que la experiencia nos juegue una mala pasada. Me explico. En economía existe un concepto llamado marginalidad. ¿Qué quiere decir? Imagina que eres una persona que te fuiste de tour al desierto del Sahara para conocer el estilo de vida beduino, pero por tu descuido te pierdes. Sediento, caminas por las dunas por unas seis horas a cincuenta grados de temperatura y de pronto te encuentras con un pueblo que tiene una bodega repleta de Coca Colas sobre la cual te avalanzas con desesperación. No es lo mismo la primera gaseosa que te tomas que, digamos, la número trece. ¿Cierto? La primera será increíble, la mejor sensación del mundo. La número trece quizá nos provoque un vómito. Aquí se aplica la marginalidad: la utilidad de los bienes consumidos disminuye gradualmente mientras sigamos consumiendo el bien, hasta que, quizá, en un momento se haga cero.

¿Y qué tiene que ver la marginalidad con el púlpito, con la predicación y la experiencia? Que, en ocasiones, me parece que esta teoría económica se aplica a los pastores mientras aumenta su experiencia. Las primeras prédicas se preparan como si se fueran a exponer frente al mismo Jesucristo. Poco a poco esta emoción inicial se va perdiendo, y luego de veinte años ya vamos en piloto automático. Podemos ser excelentes oradores, los mejores del mundo, pero vamos movidos por la inercia.

Y aquí es que el púlpito se puede volver un cuchillo filoso. Cuando nos olvidamos de lo que la predicación ES, el sermón se vuelve seco, repetitivo, laxo, emocionante para el recién llegado pero árido para el cristiano con algo más de recorrido por el camino de la fe que se conoce hasta las bromas que hará el pastor junto a la anécdota graciosa que cuenta (y tal vez el libro de donde las saca). Pero hay más. El filo se hace más agudo cuando el púlpito se converte en tribuna para la corrección de la congregación cada domingo, para la expresión de sus opiniones particulares sobre cualquier tema o persona, con frecuencia sesgadas y sin conocimiento de causa pero supuestamente con justificación bíblica. El cuchillo se vuelve gillotina cuando el pastor habla de una situación “supuesta” introducida en su prédica, cuando en realidad es el problema que en la semana aquejó a algún miembro de la congregación. ¿Habla sobre la fidelidad a la mitad de un sermón sobre la fe? Descubrió algún marido infiel. ¿Sobre la violencia familiar cuando el tema es la navidad? Algún ujier golpea a su esposa. En este nivel ya el púlpito se ha devaluado, el valor marginal de la predicación para el pastor ni siquiera es cero; se ha hecho negativo. Lamentable hasta las lágrimas. ¿No hay un código de ética homilético? ¿Perdimos la brújula? ¿Es que todo vale?



Referencias

(1) Pacto de Lausana, párrafo 4.
(2) Costas, Orlando: “Comunicación por medio de la predicación”. Miami. Editorial Caribe. 1989.

sábado, 9 de febrero de 2008

¿Y quién me autoriza?

Cosa difícil la que me planteo. ¿Quién me da la autoridad para escribir o pensar las cosas que coloco en este blog? ¿Para aconsejar las cosas que sugiero? ¿Para ser "liberal" a los ojos de algunos fundamentalistas? La respuesta de escuelita dominical que dice que es "el señor" o "la biblia" o "el espíritu santo" -y que, por cierto, presume más santidad de la que poseo- no es suficiente. Otra vez digo, ¿Quién me da la autoridad? ¿Quién te la da a ti? ¿Y a ti? ¿Y también a ti?
"Y entraron en Capernaúm y en los días de reposo, entrando en la sinagoga, enseñaba. Y se admiraban de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas" (Mc. 1:21-22)
Sabemos que Jesús enseñó con autoridad. Una de las palabras griegas que la Biblia utiliza es exousia, siempre vinculada a Cristo y Dios, aunque hay que reconocer que etimológicamente no es así. Esta palabra denota toda la enseñanza de Jesús porque desde la "exousia" cristológica se autoriza a los discípulos (Mc. 3:15) y se expresa superioridad sobre los demonios (Lc. 10:19) y los escribas (Mc. 1:22). Curioso binomio este último, porque Jesús atacaba a Satanás expulsando demonios y Satanás respondía enviando a los fariseos, los que conspiraban para matarlo, cosa que finalmente consiguieron.
¿Cómo reacciona la gente ante la exousia de Jesús? Por el primer texto parecería que muy bien, pero en realidad todo quedó muy mal. Su familia, que lo conocía profudamente, decía que "está fuera de sí" (Mc. 3:21), o sea, ¡que estaba loco!. Los escribas y fariseos, en cambio, como buenos religiosos, interpretaban la actitud de Jesús como de origen espiritual y sentenciaban que "tenía a Beelzebú" (Mc. 3:22; Jn. 10:20).
La autoridad de Cristo fue despreciada, a pesar de poseerla efectivamente (Mt. 28:18; Jn. 5:27) y de ser Él quien tiene el origen perfecto de la autoridad (Dios el Padre en forma parcial aunque la trinidad global en forma completa). A veces, cuando los mensajes no son populares, no interesa de dónde vengas ni quien te envía, hay que sacarte del camino, hermano.
Otra vez vuelvo a preguntar: ¿Quién nos autoriza? ¿Un absoluto? ¿Un dogma? ¿El presidente de la denominación? ¿El consistorio? ¿El sínodo? ¿Los misioneros? ¿La asamblea de la iglesia? ¿El apóstol que vino la semana pasada a la iglesia? ¿La Biblia? ¿Un profeta? ¿Mi pastor? ¿Mis padres? ¿Mi líder de célula?
Como a Cristo, ¿Nos autorizará Dios el Padre? ¿Tenemos algo de esa exousia?

sábado, 2 de febrero de 2008

Jesús, ¿profeta?

Si pretendo hablar de profecía y mesianismo debo referirme necesariamente a Cristo, a su papel en su ministerio terrenal y su credencial como profeta. ¿Lo es? ¿Es más que eso? ¿Es lo más importante de su obra? ¿Es relevante para nuestro caminar como cristianos? ¿Tan solo es una carga de Cristo, no transferible a sus seguidores?

En tiempos de Jesús se pensaba que las Escrituras eran algo definitivo porque el canon ya estaba completo (el rompecabezas del Pentateuco acabado, realizado el relato creativo en el período exílico-postexílico, el complejo proceso monitoreado por Dios listo). Antes Dios hablaba por los profetas (porque el canon estaba incompleto. Cuando Elías vivía faltaba medio Antiguo Testamento por lo menos) pero en épocas romanos la comunicación se filtraba a través de los sabios expertos en el análisis del texto divino. Sin embargo, aún había cierta profecía en Israel:

-Mediante el Sumo Sacerdote por su acceso al lugar santísimo.

-Mediante la apocalíptica que señalan la esperanza en la promesa, los sueños, las visiones y el éxtasis.

-Por referencias a Moisés.

A pesar de estas reseñas, se creía que la profecía ya estaba acabada, por lo menos tal como se la entendía en el Antiguo Testamento. No más Eliseos, o Samueles, o Amoses.

En este contexto —de ausencia de profetismo— los evangelios hablan de Jesús como profeta. Entonces, viene la evidente pregunta: ¿Es UN profeta o es EL profeta? O, replanteando esta cuestión tan importante incluso para hoy: ¿Jesús muestra una continuidad con el Antiguo Testamento o es algo nuevo, distinto, diferente? Analizando el texto bíblico, encontramos que se le llama profeta además de anunciarse un paralelo con Elías. Se hacen preguntas sobre su persona, aunque parece que nadie en el contexto pre-pascual lo llamaba Mesías de la manera en que se entendió después. Lo que sí es seguro es que lo consideraban un profeta. Hasta Herodes el Tetrarca.

Jesús mismo quiso presentar su misión en la línea del anuncio profético, más aún cuando se relaciona su obra con el destino del profeta, o sea, la muerte violenta (esto se hace evidente cuando vamos directamente al evento de su muerte). ¿Tuvo Jesús obra de profeta? Parece que sí a la luz de Lc. 4:16-30. El hizo profecías, juicios de desgracia, lamentos, y bienaventuranzas. Al oírlo hablar así la gente de su época pensó que era profeta al viejo estilo y se entusiasmó, tal como pasó con Juan el Bautista. Jesús también hace signos proféticos —la profecía nunca puede reducirse al mero anuncio, como si todo el carisma estaría compuesto por la palabra expresada—. Los signos son muy importantes, como los milagros y gestos (maldición de la higuera, Jesús escribiendo sobre el suelo como acto profético por excelencia, Jesús recibiendo a los niños como símbolos de disponibilidad para la acogida, la purificación del templo, etc.)

¿Qué decimos, entonces? Jesús era considerado un profeta desde la perspectiva pre-pascual y esto es lo correcto. Pero, para interpretar su persona esta visión es insuficiente, incompleta, parcial. La cristología de Jesús-profeta nos puede ayudar a entender el ministerio de Cristo, pero es una forma truncada de entender el misterio global. A la luz de la cristología post-pascual esto se hace insuficiente. Cristo viene del mismo Dios, por lo que el título de profeta es rebasado completamente. Hay que ir más allá, mucho más allá.