jueves, 30 de abril de 2009

El sudor de la frente (I)

El domingo pasado, 3 de mayo, me invitaron a predicar a una pequeña iglesia en San Juan de Lurigancho, aquí en Lima, en un lugar llamado Huáscar, hasta ese día desconocido para mí. Es una iglesia de una zona carenciada, rodeada de las estribaciones andinas y llenísima de necesidades, tan igual como la comunidad que la rodea. Me pidieron hablar sobre el trabajo, a propósito del reciente feriado que disfrutamos la mayoría en el Perú, y estas líneas son un pequeño bosquejo a manera de cuaderno de apuntes.

El ser humano está inmerso en una serie inmensa de actividades que ocupan un porcentaje importante de su vida, y a muchas de estas se le denomina como trabajo. Tan importante son estas labores que se convierten en una característica fundamental de la identificación de las personas: soy Juanita Pérez, arquitecta, ingeniera, economista, abogada, ama de casa. Soy Perico de los Palotes, comerciante, albañil, carpintero, herrero, pintor, mozo, cobrador de microbús, chofer, taxista, profesor, y seguimos contando casi ad infinitum. Por ello, esta relevancia que posee el trabajo hace que necesitemos algunas nociones de lo que la Biblia nos puede decir sobre este tema. Y cosas importantes definitivamente encontraremos.

Cuando uno le pregunta a la gente, encuentra varias actitudes posibles hacia el trabajo. Muchos no tienen ninguna opinión, ni siquiera han pensado en el tema o lo toman como algo natural, parte de nuestra condición de seres humanos, pieza intrínseca del circuito de la vida: nacer-crecer-estudiar-trabajar-reproducirse-jubilarse-morir. Otros tienen una actitud muy negativa, viéndolo como algo terrible, como un drama hindú, como una carga inmisericorde. Algunos son apologistas de la vagancia y la vida fácil, pero otros llegan inclusive a tener sustento bíblico y se remontan a la caída, cuando Dios le dice a la pareja primigenia –en realidad, específicamente a Adán- que “comerán el pan con el sudor de su frente hasta que vuelvan a la tierra, porque de ella fuiste tomado” (Gn. 3:19). Sustentan que el trabajo ha sido maldecido, que es nuestro estigma.

En realidad, si le damos un vistazo a lo cotidiano algo de razón tienen nuestros amigos de la negatividad. Encontramos trabajos insanos, donde uno está trece, catorce, quince horas al día con una paga que apenas alcanza para comer. Niños se ven obligados a laborar vendiendo en las calles, sometiéndose al sol del desierto limeño haciendo ladrillos, o lavando autos en alguna esquina del centro. Mujeres lavan ropa ajena, cargan el agua subiendo doscientos escalones camino a su casa de cuatro paredes de esteras en las faldas de un cerro. Trabajamos mucho, y la retribución es demasiado poca. Las estadísticas confirman este dato: una buena parte de la población mundial vive con menos de un dólar al día. ¿No es eso la maldición genesiana que nos condena al sufrimiento venido por el hecho de trabajar? Yo diría que sí y que no. Sí porque el trabajo, como muchas otras cosas, fue contaminado por la introducción del pecado en el mundo. No porque el sustento del trabajo no se encuentra allí sino un poco más atrás, en la mismísima obra de Dios en la creación.


Imagen
http://blogs.ozu.es/blogfiles/doctorcasas/2802trabajo.jpg

viernes, 17 de abril de 2009

Integralidad




Les presento la sexta edición de la revista digital Integralidad, que trabajamos desde el Centro de Misiología Andino-Amazónica (CEMAA) en Lima (Perú). Sus comentarios serán bienvenidos. Para acceder a ella sólo tienen que hacerle click a la imagen de arriba.

lunes, 13 de abril de 2009

Remodelando la casa

Estoy en tiempos de remodelación de esta casa virtual llamada blog, la cual espero terminar pronto.

Un saludo a todos ustedes.