jueves, 28 de diciembre de 2017

Pronunciamiento Núcleo Perú - FTL Diciembre 2017

En el Perú el caos político se acrecienta. El Núcleo Perú de la Fraternidad Teológica Latinoamericana se pronuncia.



lunes, 25 de diciembre de 2017

La verdadera reconciliación

La navidad ya casi termina en Lima. El ambiente, tras el indulto al ex – presidente Fujimori, está caldeadísimo. Las manifestaciones han sido intensas y aún siguen. Ya han convocado a otras para los próximos días. El presidente PPK dio un mensaje a la nación, desde su casa, solo y grabado con la cámara de una laptop, donde asume la perorata fujimorista y enfatiza dos temas básicos de la discursiva naranja: el indulto del Chino es necesario para la reconciliación nacional, y la visión de los opositores está marcada por el odio. 

Un buen amigo, ante la noticia del indulto, me habló de que se hace necesario un esfuerzo por la reconciliación. Lo escuché, tomando el mensaje con mucha seriedad. Soy cristiano, es Navidad, y sigo al Príncipe de Paz que nos da esperanza y orden. La reconciliación es parte intrínseca de la teología cristiana, un eje capital. Cristo, al morir en la cruz, reconcilia a Dios Padre con los hombres debido al pecado de todos nosotros (Rom. 5:10; 2 Cor. 5:18; Col. 1:20-21). Tras la obra redentora, se nos llama a ser instrumentos de paz y reconciliación con todos los que nos rodean. Ahora, PPK habla de reconciliación, los fujimoristas hablan de reconciliación, los congresistas del partido de gobierno hablan de reconciliación. Todos nos volvimos teólogos y usan esa hermosa palabra, esa agraciada misión que tenemos los cristianos (2 Cor. 5:18-21).

Pero la reconciliación, ojo, siempre pasa por un reconocimiento de la falta y propósitos serios de enmienda. La muerte de Cristo en la cruz, aunque no tiene costo para nosotros ya que es un obrar de Dios por pura gracia (Rom. 3:23-25), nos trae el perdón pero con una acción previa nuestra: el reconocimiento de nuestro pecado, el arrepentimiento genuino y la metanoia posterior: el cambio de actitud completo y real que traiga frutos tangibles (Mat. 3:8). Por eso es tan importante en el catolicismo y el protestantismo la confesión de pecados (1 Jn. 1:9) como puente que nos llevará a una reconciliación verdadera. Por lo tanto, siempre la reconciliación implicará la aceptación de las culpas, el resarcir de una manera u otra a las víctimas de nuestras faltas (Lev. 6:4) y el compromiso de un cambio hacia el futuro. Todo es una sola cosa, no podemos hablar de reconciliación si alguna de los componentes nos falta. Veo lo que está sucediendo con Fujimori y el discurso de sus seguidores está muy lejos de reconocimiento de los delitos, y menos de un arrepentimiento genuino. El propio PPK habló de errores o transgresiones, evitando la palabra delito. Otros arrecian contra los juicios o traen de regreso los argumentos que centran los crímenes en el asesor Vladimiro Montesinos. Por lo tanto, su discurso respecto al arrepentimiento no es sincero. Suena, más bien, a impunidad. 

El discurso que aduce el odio de los que se oponen al fujimorismo en todas sus formas tiene larga data. Lo argumentan todos, desde los parlamentarios de Fuerza Popular hasta los operadores de redes sociales, que insisten con esa postura una y otra vez. Por supuesto, esta visión está vinculada a la ausencia de arrepentimiento real, y esta actitud se remonta a lo más atrás en el texto bíblico, a la misma creación del hombre y la mujer. Adan y Eva, ante la falta cometida por comer el fruto prohibido, no dudaron en achacar su responsabilidad a otros: la mujer, la serpiente (Gén 3:7-13). Ellos nunca asumieron con hidalguía su error, y eso sigue pasando hoy: al decir que sentimos odio y que es por ese odio que nos oponemos a Fujimori, lo que están diciendo realmente es que la culpa es nuestra porque son nuestros ojos los que ven el mal o la falta; nuestra visión está distorsionada y que lo que vemos como delitos es así por el odio que sentimos. Nos acusan de oponernos al mismo Dios que es amor en esencia al sentir odio, lo que es un pecado muy serio de nuestra parte. Es una visión perversa porque no solo no asumen sus culpas, sino que ponen en nuestros hombros la carga pesada que ellos deben arrogar y resolver. Que tremendo es esto. 

Si realmente se quiere una reconciliación genuina, entonces ya saben qué hacer. Asuman lo que les toca, pidan perdón, reparen a las muchas víctimas que aún esperan justicia, dejen el discurso inmaduro del odio del adversario, y en ese momento los otros tendremos en nuestra cancha la misión de pasar la página con nobleza y pensando en el país. Eso es posible, el Dios de la historia lo ha hecho muchas veces, pero veo Latinoamérica y me embarga el pesimismo. Ruego, clamo porque esta vez sea distinto.

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Foto: América TV

lunes, 11 de diciembre de 2017

Una ley muy importante

Si nos hablan de la hospitalidad, seguramente pensaremos en reglas sociales que tienen su importancia pero que no son cosas de vida o muerte. El no ser hospitalario seguro que se ve mal pero nadie hará cuestión de estado por esto. Si vamos a la Biblia encontraremos pocas menciones a la práctica de la hospitalidad, pero es casi seguro que esto sea así porque ésta ya se daba por sentada, tomada como una cuestión inherente y vital, tan obvia que no necesitaba ser documentada profusamente. Al contrario que en los tiempos actuales, la ley de la hospitalidad era una necesidad enorme en la vida de los nómades en el desierto. Bajo esta ley, el huésped era sagrado y era un gran honor recibirle, aunque este privilegio se le concedía de manera primigenia al líder del clan. Tan especial era el recibir a los huéspedes que, no en vano, Abraham se postró ante la visita de los tres varones (Gén. 18:2-3) o se hizo gran júbilo en Nacor ante la llegada del siervo de Abraham (Gén. 24:28-32). Se le debía salir al encuentro, manifestar un saludo, lavar sus pies, atender a sus animales y hacerle una comida especial. Al irse, también se le debía acompañar cierto trecho (Gén. 18:16). De esta manera, se “adoptaba” al forastero durante el corto tiempo que se quedaba en casa. 

Hay antecedentes de esta ley mucho más antiguos que los registros bíblicos. Por ejemplo, tenemos las leyes de Ur-Nammu, rey de Sumer (2000 años antes de Cristo), que seguro eran las normas que obedecía Abraham. En ambientes desérticos, es fundamental que seas hospitalario con el viajero ya que éste se encontraba en una situación de gran fragilidad: lo podía matar el sol del día, o el frío de la noche, o la ausencia de agua o alimentos. Si no se era hospitalario con aquel que viene a la tienda o a la casa, aunque sea un desconocido, se le dictaba una sentencia de muerte segura. Era una cuestión muy delicada y por eso fue una ley tan importante. 

Los pueblos del cercano oriente pensaban que, sin saberlo, podían recibir a un dios o a un enviado de los dioses al acoger a un viajero. Esto puede inferirse con facilidad, por ejemplo, de las visitas realizadas a Abraham (Gén. 18:1-8), a Lot (Gén. 19:1) o, haciendo un gran salto temporal, de la mención del autor de la carta a los Hebreos (13:2), cuando enfatiza la hospitalidad entre los cristianos. El celo por el forastero era extremo y su protección era un deber más grande que el de un padre. Por ejemplo, Lot prefiere la deshonra de sus hijas a la de los forasteros (Gén. 19:8). ¿Por qué era así? Porque no se podía permitir una afrenta de esa magnitud a los dioses (1)  o a los enviados de los dioses. Algo similar ocurrió en el crimen de Gabaa (Jue. 19:22-16), donde se prefería la entrega de la concubina, otro ejemplo del enorme celo en la aplicación de la ley de la hospitalidad. 

Una norma relacionada era la ley del asilo. Por ejemplo, alguien pudo haber sido excluido de su tribu o clan o, tal vez, tomó por sí mismo la decisión de retirarse. Por lo tanto, en esta situación, debe buscarse otra tribu indefectiblemente. Ejemplo de esto lo tenemos en David: fue acusado de una falta grave y debió irse del país. ¿A dónde se dirigió? Aunque parezca inverosímil, acabó con los filisteos (1 Sam. 27:1-7), enemigos de Israel y del propio David en particular, pero la ley dice que si un enemigo viene para que se le acoja, entonces deja de ser enemigo. Es una ley extrema en apariencia pero es una cosa moral, con la que se salva una vida. Una persona no podía vivir fuera de una comunidad en esa época, se le condenaba a morir al quedar fuera de un clan, por eso la exigencia tan intensa a la recepción del excluido. Las propias ciudades de refugio (Num. 35:9-34; Jos. 20:1-9) eran parte de esta ley: Si alguien mataba a una persona, el goel o redentor tenía el derecho a cobrar venganza tomando la vida del asesino. Era una cuestión de equilibrio: si yo mato, deben matarme, muy marcada en las costumbres de medio oriente, pero si se hacía por accidente, podía llegar a una ciudad de refugio y así evitar la muerte. La ciudad me acogía. 

No cumplir la ley de hospitalidad o la ley del asilo era una maldad máxima, una absoluta ignominia (Deu. 23:4; Jue. 19:15). Se consideraba terrible el no ayudar a quien pide ayuda y que puede morir ante nuestra indiferencia. Por eso se podía considerar válido matar a aquel que no acogiese o no haya sido hospitalario: el “ojo por ojo y diente por diente” de Hammurabi en toda su expresión: recordemos los casos de Gedeón y los príncipes de Sucot (Jue. 8:5-17), el de Nabal, Abigail y David (1 Sam. 25:1-38), o los dos casos más emblemáticos: el levita, su concubina y el crimen de Gabaa, que termina con el casi exterminio de la tribu de Benjamín (Jue. 19-21) por parte del resto del pueblo de Israel, y el de Lot, Sodoma y Gomorra, ciudades destruidas por Dios. Ambos casos muy similares y que acabaron en enorme destrucción. Si se debía acoger a alguien, y no se cumplía con el mandato de la ley de la hospitalidad, se merecía la muerte, sea por Dios o por los hombres. 

No creo que debamos pensar en connotación sexual en los casos del levita y de Sodoma y Gomorra por cuatro razones básicas: Primero, no siempre la aparición de la palabra “conocer” en la Biblia implica una relación sexual; en su mayoría de casos el significado es el obvio sin otra connotación; segundo, lo que quería hacer el pueblo con los visitantes era, con mayor seguridad, matarlos, y esto se hace explícito en el pasaje de Jueces al interpretar el hecho en el 20:5 ("y levantándose contra mí los de Gabaa, rodearon contra mí la casa por la noche, con idea de matarme, y a mi concubina la humillaron de tal manera que murió"); tercero, porque estuvo “todo el pueblo junto, desde el más joven hasta el más viejo” (Gén. 19:4), complejo de pensar que todos hayan estado arrastrados en cuestiones de índole sexual; cuarto, por la propia mención de la Biblia de los pecados de Sodoma y Gomorra en Is. 1:10-17 y Eze. 16:49-50. Lo corrobora el historiador Josefo: “Por aquella época los sodomitas, a causa de su gran riqueza, se volvieron orgullosos, injustos con los hombres e impíos en la religión, olvidando los beneficios recibidos; odiaban a los forasteros y se entregaban a costumbres repudiables. Dios se sintió ofendido y decidió castigar su insolencia, y no solamente derribarles la ciudad, sino también, devastar los campos para que no creciera ningún producto de la tierra" (Antigüedades I, Cap. XI-1). 

La ley de hospitalidad fue, por lo tanto, una ley formativa, propia de todos los pueblos de la zona, venida de los tiempos míticos, tan importante que varias situaciones narradas en la Biblia deben ser analizadas a la luz de esta ley. No hacerlo distorsionará el entendimiento de lo que realmente quieren decir dichas narraciones.


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(1) Vale la pena recordar la composición del panteón cananeo. En el primer nivel estaba El-Elion, el Dios altísimo. En el segundo nivel se encontraban los hijos de El-Elion, cada uno de los cuales estaba encargado de cada una de las setenta naciones del mundo conocido. Aunque originario de Edom, YHVH era considerado como el encargado de Israel. En el tercer nivel estaban los dioses menores, que no tienen país bajo su jurisdicción, pero eran los dioses de pequeños clases, familias o pastores, los cuales estaban representados por los terafines, pequeñas imágenes de barro o talladas en madera (hay algunas menciones en la Biblia, como aquella de Gén. 31:19, cuando Raquel roba los terafines de Labán al irse con Jacob). En un cuarto nivel estaban los mensajeros divinos, hombres en verdad, pero que vienen de los dioses

miércoles, 22 de noviembre de 2017

Conferencia: Los orígenes del cristianismo

Conferencia: "Los Origenes del Cristianismo. 22 Tesis"
Dr. Antonio Piñero
25 Octubre, 2012


domingo, 30 de abril de 2017

No es porque Dios lo quiso

Dios es soberano. Esto lo aprendemos en una de las primeras clases de la academia bíblica que recibimos en la iglesia apenas nos convertimos al cristianismo. En ese momento, no somos conscientes que la soberanía de Dios es un viejo concepto que tiene cientos, quizá miles de años. Por ejemplo, los griegos solían decir que la historia seguía por los carriles del destino y nadie podía, por más que lo deseara, liberarse de ese yugo inevitable. Los epicúreos decían que el mundo está gobernado por la casualidad; los estoicos, que está gobernado por la suerte. ¿Qué hacer ante lo inevitable? Dejar que nos domine el fatalismo, lo que se reflejó en el mundo filosófico a través de la pasividad o inoperancia (estoicismo), la negación (cinismo), la permisividad (hedonismo) o el salto trascendental (platonismo). 

Estas ideas entraron en el pensamiento cristiano cuando la iglesia comenzó su expansión en el siglo I. Poco a poco, los cristianos comenzaron a contemplar a Dios de la misma manera en que lo hacían los griegos y los romanos. Esto es algo evidente: la conversión no dejaría de lado las maneras de pensar previas de los creyentes. Con los años, los concilios validaron estas ideas, abandonando la originaria cosmovisión judía que cobijó la génesis de la enseñanza de Jesús y, lentamente, se introdujo la concepción de que Dios determinó todo lo que sucede en el mundo. Ya no el azar, ya no la suerte, ahora es Dios. 

La reforma no implicó cambios en estas convicciones de la soberanía de Dios. Más bien, se profundizaron. Por ejemplo, Calvino afirmaba que Dios es el gobernador de todas las cosas, que determinó en la eternidad todo lo que iba a pasar, llevando a cabo lo que decretó mediante el uso de su poder. Todo sin excepción está bajo la atribución de la providencia de Dios. Para él, “la voluntad de Dios es la suprema y primera causa de todas las cosas, porque nada ocurre sino por su mandato o permiso” (1)  Dios en su providencia gobierna todos los eventos, sin negar que las cosas creadas tengan sus propias propiedades o leyes. Estas están supeditadas a lo que Dios les ha permitido, de acuerdo a Su voluntad. El mismo Calvino dice que “Dios detuvo el sol (Josué 10:13) para testificar que el sol no sale de mañana ni se esconde por un instinto secreto de la naturaleza, sino que Él mismo gobierna su curso para renovar la memoria de su favor paternal hacia nosotros” (2) 

Estas ideas se mantienen hasta hoy. Y se han ampliado. Por ejemplo, mi país (Perú) vive ahora momentos difíciles por las fuertes lluvias y los deslizamientos en muchos lugares de la costa y sierra. Mucha gente ha muerto, otros han perdido sus cultivos o sus casas. Para muchos, esto es la voluntad de Dios. Para otros, tal vez, esto es por un pecado que estamos cometiendo como nación, o porque el país no quiere someterse a Dios: la viejísima teología retributiva no quiere morir (3). Ya no han insinuado por allí algunas personas (4). 

¿Puede ser esto así? ¿Puede tener Dios que ver con los muertos por las lluvias, por la tragedia del hambre ante el corte de carreteras ¿Él lo determinó, lo quiso así? ¿Dónde queda la libertad humana? ¿O es que ésta es solo aparente? ¿Podemos hacer algo ante el Dios que lo domina todo? 

Nuestro libre albedrío es completamente real. Dios es soberano y todopoderoso, pero Él nos cedió la libertad y un compromiso con su respeto de las decisiones que nosotros tomáramos, con un claro esquema causa-consecuencias. Más aún, Dios permite que colaboremos con Él, caminando con el hombre en el recorrido de la historia, en una cooperación constante que puede verse a lo largo de toda la Biblia y que se prolonga hasta el día de hoy estableciendo su Iglesia como conducto para la predicación de las Buenas Nuevas y una sede donde pueda verse este reino de los cielos que ya se ha acercado. 

Esta libertad nos ayuda a comprender el verdadero papel del Señor. Dios nos da espacio y nosotros podemos hacer lo que queramos hasta ignorar sus mandatos, pero a pesar de eso Él nunca nos abandona. Dios nos dio principios y verdades, nos llama a que nos acerquemos a Él y nos convoca a que construyamos la historia junto a él. Ese espacio nos dice que Dios no ha determinado todos los eventos negativos que suceden a diario en nuestro mundo. Pensar que Dios tiene que ver con esos eventos negativos es una idea perversa que debemos descartar. Él no ha previsto todo lo que sucederá, porque ha resuelto construir la historia con su creación máxima. Por ello, debemos descartar esas ideas que dicen que Dios nos castiga porque el país no cumple sus leyes (y más aún cuando ese “castigo” es un fenómeno natural que se repite cíclicamente en el país por miles de años) o que los males que nos pasan son porque así Él lo quiere. Asumamos la responsabilidad que nos corresponde y vivamos nuestro cristianismo de manera trascendente en los espacios que nos toque estar, viviendo plenamente la libertad que el creador de todo nos ha dado.


Referencias

(1) Instituciones de la Religión Cristiana. I, XVI.8
(2) Instituciones de la Religión Cristiana. I, XVI, 2
(3) Cf. García García, Abel. “La hermenéutica de los amigos de Job”. En “Integralidad” Año 1 Edición 3. Revista Digital del CEMAA, Mayo 2008.
(4) http://www.elespectador.com/noticias/el-mundo/pastor-evangelico-de-peru-culpa-la-ideologia-de-genero-por-las-inundaciones-en-el-pais-articulo-685717

viernes, 14 de abril de 2017

Construyendo la fe mirando al exilio

Muchos creen, hoy en día, que el mensaje bíblico es uno solo, grabado en piedra, estable, plano, cuando en realidad es una construcción que demandó cientos de años. No solo me refiero al armatoste religioso, sino también a lo más sagrado: a Dios. El Dios de la Biblia, digámoslo así, fue evolucionando. Dios, para Abraham, era muy distinto a Dios para el apóstol Juan. Esta construcción fue un largo proceso en el que se recibieron muchos aportes de un lado y de otro, no exclusivamente de sitios santos sino también de rincones con influencias directas del paganismo o culturas totalmente distintas a la hebrea. Basta pensar en el cristianismo primitivo, Pablo y el profundo influjo heleno en nuestra fe. 

Pero de Pablo no quiero hablar esta vez, sino del exilio babilónico, un evento trascendente que, sin saberlo, tuvo y tiene poderosa influencia en nuestra manera de entender a Dios. ¿Por qué el exilio? ¿Para qué el Exilio? ¿Cómo se dio el Exilio? La reinterpretación de los profetas –que lo sentían íntimamente- dice que el exilio se dio porque el pueblo pecó, porque no cumplió con su parte de la alianza hecha con Dios. Este pecado recurrente (Deuteroisaías, Jeremías) fue el causante de que Dios decidiera castigarlos. Dentro de la lógica de los profetas tiene sentido porque Dios había sido bastante paciente con ellos (unos 400 años) y por supuesto la paciencia tiene un límite. Se había adelantado con Asiria en el reino del norte, pero se venció el plazo con Babilonia en el reino del sur, cuando Nabucodonosor sitia Jerusalén y se lleva a la clase dirigente, en varias oleadas de exilio. 

Esta invasión fue dramática. Pero no todo es malo: a veces, lo catastrófico es una oportunidad de reinterpretar a la divinidad y la forma de aproximarse a ella. El exilio, desde los profetas, sirvió para una nueva definición de Dios: nace allí un Dios universal, todopoderoso, único (aquí surge la idea del monoteísmo), que liberará a su pueblo y que reinará sobre todas las demás naciones de la tierra. Además, el exilio sirvió para crear una nueva identidad: antes del exilio, el culto estaba centrado en Jerusalén, en los sacerdotes, en los sacrificios, en la parafernalia que giraba en torno al templo salomónico del monte Moriah. Aquí estaba el eje de la identidad de los judíos. Sin embargo, al destruir Nabucodonosor el templo, hay una enorme crisis del culto. ¿Y ahora? ¿Qué se hace? Pues se definió una nueva identidad basada en la Ley, el sábado, el ritualismo y la circuncisión. Así, el pueblo pudo tener una identidad nueva, distinta a la anterior. El mensaje, por supuesto, cambia. Antes del exilio era duro, justiciero, casi una aplicación directa de la ley del talión; luego del exilio el mensaje se hace amoroso, consolador (esto se ve profundamente en Ezequiel, que tiene una división en su énfasis). Deuteroisaías escribe pocos años antes de Ciro, tras la segunda deportación en un escenario de crisis de fe y esperanza por la pregunta: ¿Quién trae a Ciro, Jahveh o Marduk? Su mensaje es de énfasis del poder de Dios, del Dios creador (sin ayuda) que es Señor de los ejércitos celestes y ante el cual ningún poder puede competir. Además, configura el monoteísmo y enfatiza que Dios es el Señor de la Historia, por lo cual se debe tener confianza en que el pueblo volverá a Israel. Ezequiel muestra que Dios está siempre al lado del pueblo (Ez. 3:15) en los tiempos de crisis (Ez. 33:10) y de fe bamboleante. ¡Nunca abandona al pueblo! Y promete la restauración, como ese relato poderoso del valle de los huesos secos (Ezequiel 37). 

Con el mensaje del Deuteroisaías en la mente, el pueblo vuelve a Israel. Pero hay problemas, porque los que vuelven son un poco babilónicos y los que se quedaron (que no fueron pocos) se hicieron un poco paganos. Sin embargo, el estado de carestía, pobreza, enemistad con los pueblos vecinos, y falta de liderazgo, hacen que el pueblo pierda rápidamente la fe. ¿Dónde está el Dios que es único y con el que tenemos una alianza? ¿Dónde está ese Dios creador de todo? ¿Por qué no hay templo? ¡La capital es paupérrima! Esta crisis traída por el exceso de expectativa traída por el Deuteroisaías hace que llegue el mensaje de ánimo de Zacarías y Hageo, junto con la obra de Nehemías y el trabajo del nuevo configurador de la fe: Esdras. Este último puso las bases del judaísmo que existe hasta hoy, muy distinto al que estuvo vigente antes de Nabucodonosor. 

El mensaje bíblico es, entonces, una construcción. El exilio es un ladrillo importante en nuestra casa llamada cristianismo. Y la construcción es, en esencia, acción. Dios es acción, y nosotros debemos serlo también. Los que salieron de Egipto “hicieron” la ley; los que salieron de Babilonia, reescribieron la fe, crearon una nueva identidad, distinta a la anterior. Jesucristo volvió a reescribir la fe. Por ello, los cristianos le predicamos al mundo del amor de Cristo, de su obra salvífica, de la buena noticia; nuestra esperanza escatológica en el reino de Dios hace que nuestra fe nueva nos impulse a hacer cosas concretas en este mundo, nunca aislarnos, llamándonos también a reescribir-construir nuestra fe como los que nos antecedieron, como los que, por ejemplo, volvieron del exilio.

domingo, 5 de marzo de 2017

Ese diseño ya no existe

Juan Stam escribió que la creación es un “eje decisivo de todo el pensamiento bíblico” (1). En efecto, es fundamental, tanto o más importante como el éxodo, el exilio y la venida de Jesucristo. Se insiste en que la creación era “muy buena” (Gen. 1:31), toda, incluyendo la sexualidad; y el que todos los seres humanos somos imagen de Dios (Gen. 1:26). De nuevo: todos, sin distinción. Stam también dice que estamos en un periodo transitivo entre la creación inicial y la creación final que promete nuevos cielos y nueva tierra como esperanza final a nuestros tiempos convulsionados (2). Una transición dominada por los efectos del pecado, que transformó la realidad inicial planeada por Dios.

Hay una frase que he leído muchas veces en las últimas semanas: “estamos de acuerdo con el diseño original”. Hay paneles recientemente colocados en algunas calles de Lima con ese mensaje. Por supuesto, se refiere a que Dios creó solo hombres y mujeres (Gen. 1:27; 5:2) a su propia imagen y semejanza, lo que se amplía hasta la idea del matrimonio cuando se habla de multiplicar la tierra (Gen 1:28; 9:1, aunque siendo estrictos, Adán y Eva jamás se casaron, el matrimonio se inventa mucho después). Es muy importante tener en cuenta que este “diseño original” se dio en una circunstancia particular que con frecuencia olvidamos: el relato describe la realidad antes de la introducción de la muerte en la esfera material. Por lo tanto, este diseño original no existe más en esta etapa transitiva de la creación.

El pecado trajo la muerte (Gen. 2:17; 3:19). Nos queda claro. Por la desobediencia del hombre, la tierra quedó maldita (Gen. 3:17) y se hizo necesario el trabajo para hacerla producir. La maldición trae temor, enfermedad, dolor (Gen. 3:16) y angustia (Gen. 4:13), lo que hace irrumpir al sufrimiento como una realidad plena de la humanidad. Pronto el sufrimiento sería relacionado a la condición pervertida de la humanidad y por ello no es casual que se prometa que la obediencia a Dios traería liberación del yugo de la enfermedad (por ejemplo, Ex. 15:25-26). Por supuesto, la enfermedad es una consecuencia del pecado y suele ser una antesala a la muerte. La miopía es una consecuencia de la caída de Adán como lo es un cáncer o el VIH. Esta es nuestra condición en la creación transitoria. No podemos salir de ella, y nuestra alternativa es la esperanza de la nueva creación. “La visión de nuevos cielos y nueva tierra apunta claramente hacia el cumplimiento cabal de las intenciones del creador. En cuanto cumplimiento, trae novedad y trasciende el pasado; en cuanto creación, va en continuidad con el pasado que cumple. El siglo venidero no se concibe como una negación de la creación como realidad física, sino como su transformación y perfeccionamiento. Esta perspectiva caracteriza el pensamiento hebreo en general: el estado final es una realización de la vida y la comunidad, o en esta tierra o en una tierra nueva, más que en un cielo espiritual sin tierra (concepto platónico). Para el profeta, la vida perfecta no podrá concebirse sin una nueva comunidad, ni esa comunidad sin un nuevo contexto, un nuevo mundo físico y real” (3).

¿Podemos estar de acuerdo con algo que no existe? Nuestra condición es la creación transitoria, no los tiempos de Adán y Eva antes de que comieran el fruto prohibido. Decir que estamos de acuerdo con el “diseño original” respecto al hombre y la mujer, es como si estuviéramos afirmando que no estamos de acuerdo con la muerte o que negamos la existencia de la enfermedad porque no era parte del “diseño original”. Es una negación fragrante de la realidad, la cual es muy diferente tras la introducción del pecado en la realidad material. ¿Por qué ese afán negacionista? ¿Por qué enterrar la cabeza con base en las descripciones bíblicas de una era caduca? Mejor mirémoslo desde otra perspectiva: ¿Por qué para unos temas enarbolo las banderas del diseño original mientras que para otras no? Me explico con un ejemplo. Supongamos que conocemos a un cristiano que trabaja en ministerios de apoyo a los enfermos (con lo que se reconoce la realidad de la creación transitoria) pero que al mismo tiempo rechaza el diálogo con personas homosexuales porque éstas no son parte del diseño original (rechazando la realidad de esta misma creación transitoria). Hay aquí una inconsistencia. Evidentemente, la diferencia no está en el principio teológico, sino en otra parte. ¿En dónde?


Referencias

(1) Stam, Juan. Las buenas nuevas de la creación. Buenos Aires: Kairós. Pág. 11
(2) Stam, Juan. Idib. Pag. 11-13
(3) Stam. Ibid. Pág. 37
Imagen: https://www.bibliatodo.com/ImagenesCristianas/wp-content/uploads/2016/05/diseno-original-de-Dios.jpg

viernes, 24 de febrero de 2017

El sudor de la frente

Gracias a Integralidad, revista digital del Centro Evangélico de Misiología Andino-Amazónica (CEMAA) que dirigí por varios años, por la publicación de este texto.


sábado, 18 de febrero de 2017

La voz de los invisibles

Jesús paró un día en un pueblo llamado Sicar, en territorio no amigo. Era mediodía, y sus discípulos se habían ido a buscar provisiones. Él, en un pozo, esperaba y al rato una mujer se acerca a buscar agua. De manera sorprendente, le dirige la palabra y tiene un largo diálogo con ella, cosa tan rara que se dice que los discípulos "se maravillaron de que hablaba con UNA mujer" (Jn. 4:27, RV60). Ella tiene todo en contra: mujer, samaritana, sin marido, apartada -buscaba agua sola, a la mitad del día- pero a ella le dice con una claridad pasmosa: "Yo soy [el Mesías], el que habla contigo" (Jn. 4:27, RV60). Se acerca a ella, la escucha, y a una invisible revela lo más maravilloso de su mensaje, la naturaleza de su ministerio.

Tiempo después, Jesús entra en su centro de operaciones de su ministerio galileo: Capernaum. Cerca de allí vivía un centurión romano, extranjero, del imperio opresor. Es cierto que era converso y piadoso con los judíos, pero eso no implicaba que su posición particular en el ejército fuera ignorada por los demás. Por eso los ancianos judíos enviados tratan de persuadir a Jesús al comienzo diciendo que "ama a la nación y edificó una sinagoga para nosotros" (Lc. 7:5). Extranjero, finalmente, no tenía voz por sí mismo. Jesús va, y ocurre un evento de fe maravilloso, tanto que exclama que ni siquiera entre los hijos de Israel había encontrado tanta fe (Lc. 7:9). Un extranjero, fuera del perímetro del pueblo de Dios, recibe la atención de Jesús y una sanidad excepcional.

Pero no fue la única historia con un extranjero. Hay una más, igual de impactante. Jesús estaba por Tiro y Sidón, tierras norteñas fuera de Palestina. Se le acerca una cananea, extranjera, mujer, invisible. Ella lo sigue, grita, ruega por la sanación de su hija. Debió ser un escándalo tremendo ya que los discípulos llegaron a pedirle a Jesús que, por favor, le conceda el milagro, "que viene gritando detrás de nosotros" (Mt. 15:23 BJ). Esta mujer no era conversa -en contraste con el centurión-, era pagana, por eso el uso del término "perrillos" del v.26 (los judíos llamaban perros a los paganos y Jesús lo usa en esta ocasión), pero luego, de nuevo lo sorprendente: las muros existen, pero pueden ser franqueados, así seas extranjera, adoradora de otros dioses, mujer, escandalosa. El milagro le fue dado.

Quizá el desprecio que sentían los judíos por los extranjeros se intensificaba cuando alguien del propio pueblo decidía servir al imperio romano. Los publicanos eran lo más selecto en esta categoría del menosprecio. Jesús había sido provocador al elegir a un ex-publicano como Mateo en su grupo íntimo de doce discípulos, pero eso no era todo. Ya casi al final de su ministerio, Jesús hace su viaje ulterior a Judea y va a Jericó. Allí, las multitudes usuales, que clamaban por su cercanía. Entre ellos, Zaqueo, jefe de los publicanos, la concentración del vilipendio. A ese rico, pero marginal, Jesús le dice: "... conviene que hoy me quede yo en tu casa" (Lc. 19:5 BJ). Por supuesto, de inmediato llegaron los murmullos y la desaprobación general (Lc. 19:7) pero de inmediato las palabras del Maestro fueron categóricas: Él ha venido a salvar lo que está perdido (Lc. 19:10). Lo perdido, a veces, está en esa condición por la propia presión de los salvos, del pueblo de Dios. Sí, para ellos también es la salvación. Dios también puede quedarse en la casa de esos que están en los márgenes.

Habían otros invisibles. Están, por ejemplo, los niños, que al ser traídos ante Jesús son tratados al margen y los trataron de poner a un lado los discípulos. Seguro había gente más importante a la cual atender. Pero Jesús no entiende eso, Él dice: "dejen a los niños que vengan a mí, porque de los que son como niños es el reino de Dios". Aplastante esta sentencia. También está la mujer con el flujo de sangre por doce años, por lo tanto, ceremonialmente impura (Lv. 15:25) y con una poderosa imagen de pecado (Ez. 36:17). Tan sólo el tacto hacía impuros a los demás, y a pesar de eso, y seguramente muy cubierta, se mete en la multitud para buscar el milagro. Toca a Jesús esta pecadora, esta apartada, esta invisible, y lo hace impuro. Por eso su temor y temblor (Lc. 8:47) al declarar lo que había hecho. Estaba en falta evidente, pero Jesús le dice: "tu fe te ha salvado, ve en paz". La fe y la misericordia por encima de nuestras barreras.

O la historia de la sanación del leproso (Mt. 8:1-4), tras el sermón del monte, cuando a pesar de que sería impuro, él toca al leproso que estaba de rodillas ante él, y lo sana. Un leproso era un apartado, un paria, un muerto viviente (Num. 12:12), su condición está vinculada a una condición pecaminosa que resaltaba con la pureza que tenía que tener el pueblo, tenía que vivir fuera de los pueblos y sin contacto con el resto de la gente. Las reglas con ellos eran estrictas (ver Levítico 13) pero Jesús lo toca. Lo dignifica, lo regresa a la comunidad, lo vuelve visible.

¿Qué nos queda entonces? ¿Qué hacemos? Siempre pienso que debemos recurrir a ese caso de misericordia máxima: el pasaje agregado juanino de Jesús y la mujer adúltera. Allí, Él, único con el derecho de apedrearla, queda solo ante ella, y en lugar de ejecutar el juicio da su sentencia: "yo tampoco te condeno. Ve y no peques más" (Juan 8:11).

Jesús les dio voz a los invisibles. Les dio su escucha, su revelación, sus milagros. Al pagano, al extranjero, a la mujer, a los niños. Sin embargo, hoy tenemos piedras en nuestras manos listos para apedrear al invisible de nuestros tiempos, al que consideramos como pecador, como indigno de nuestra aparente santidad. Nos creemos con derecho de ello, nos arrogamos la potestad de ser los poseedores del llamado divino, arriando banderas aparentemente justas pero lastimosamente nuestro móvil está lejos del amor cristiano, olvidando de algo que Jesús repitió varias veces: misericordia quiero, no sacrificios (Mt. 9:13, Mt. 12;7, ambos inspirados en Os. 6:6). Que la misericordia ante todos sea lo que mande nuestro andar por la tierra, antes que el juicio, acogiendo siempre a los invisibles del mundo.


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-RV60: Reina Valera 1960
-BJ: Biblia de Jerusalén
-Fuente de imagen: http://bibliadenavarra.blogspot.pe/2011/03/jesus-habla-con-la-samaritana-jn-45-42.html

miércoles, 25 de enero de 2017

La raíz de todo

Hace unos días leí que los colectivos #conmishijosnotemetas comenzarían a manifestarse buscando que se elimine de los documentos oficiales toda mención a la palabra “género”, cambiándola por “sexo”, enfatizando que no solo es una cuestión semántica sino que la propuesta busca algo más profundo: la eliminación de la ideología implícita en las normas y manuales del gobierno peruano que busca -según ellos- dañar a los niños. Es una cuestión compleja cuando llevamos años orientando ciertas políticas públicas desde la teoría de género aunque todo puede cambiarse, por supuesto, y más cuando el presidente quiere minimizar sus problemas ante la ola verdeamarilla llamada Odebrecht que se le viene y que probablemente lo revuelque sin piedad.

“Hay que ir a las razones de fondo de esta oposición” me decía una buena amiga. Ella centra las cosas en el fuerte machismo que impera en la sociedad peruana y, por supuesto, también en las iglesias. Es algo que desde pequeño se nos impregna a todos, haciendo que tengamos un terror enorme de tendencias que salgan fuera de los estereotipos machistas. Se nos enseña a ver lo diferente con recelo y a hacer mofa de eso. Vemos todos los días las consecuencias de la violencia doméstica, mujeres muertas por parejas o ex-parejas que no soportaron que ellas decidan terminar sus relaciones o poner un alto a los abusos. Ya estamos habituados a las noticias en la prensa, y las cosas son similares en la iglesia, donde muchas mujeres son alentadas a “soportar” los golpes de los esposos, a orar por un cambio de actitud, a “luchar” por la familia. Un triste estudio mostró una realidad dramática que muestra lo duro de la situación en el mundo evangélico. Sí, el machismo es un problema, que se agrava en las iglesias cuando tenemos una lectura literal de la Biblia, la cual fue escrita desde una perspectiva patriarcal y en una época patriarcal (y no hay otra opción porque es hija de su tiempo) y también interpretada desde una hermenéutica patriarcal: mucha de nuestra teología es formada en los siglos XVIII y XIX.

Considero que el machismo es una dificultad. Pero creo que existe un problema más de fondo en las iglesias, que es desde donde nace mucha de la virulencia del enorme y tenso debate actual: el sexo. Arrastramos viejos prejuicios que vienen desde hace cientos de años. No sabemos qué hacer. Todo es culpa: una emisión nocturna, masturbarse, disfrutar del sexo, ver un desnudo en una película, todo, todo está inmerso en la culpa. Tanto es así que tenemos serias dificultades de enfrentarnos al sexo opuesto. ¿Imaginan, en ese contexto, el enfrentarse a alguien con una orientación distinta? Nos rebasa. El sexo es algo que no se sabe manejar, de lo que se habla muy poco salvo incentivar la castidad hasta el matrimonio, y mucho menos en iglesias de corte más conservador. ¡La educación sexual en muchas iglesias es un desastre!


El sexo es la raíz de todo. Provoca el miedo que nos mueve, y como es así ya vamos perdidos. Primero, enfrentemos nuestros temores. Luego ya orientemos nuestra voz. 

miércoles, 11 de enero de 2017

La agresividad, ¿nuevo valor cristiano?

Lima está en ebullición por la discusión sobre la igualdad de género. Muchos grupos de corte eclesial se están manifestando haciendo sentir su opinión respecto al tema, utilizando el cliché “ideología de género”, de la misma forma que en otros países, para oponerse a ciertas políticas educativas que el gobierno quiere implantar en la educación básica peruana. La cantidad de desinformación que he podido percibir es brutal. Pocos entienden la materia que se discute: es la post-verdad en su máxima expresión.

Ha llegado la confluencia de posiciones antagónicas. El gran problema es que una gran parte de la iglesia evangélica no está acostumbrada a dialogar con el otro, con el diferente, sino más bien que está habituada al diálogo vertical y sumiso. El pastor o el líder determina, dice qué hacer; la iglesia o la teología implícita marca qué es lo correcto. Para agravar la situación, existe en la cabeza de muchos evangélicos la dualidad mundo-iglesia, en donde el mundo está condenado, basados en la teología construida por el apóstol Pablo y afianzada por el fundamentalismo cristiano. ¿Cómo dialogar con alguien que es un pecador y se irá al infierno? Si ni siquiera podemos dialogar con lo que piensan distinto dentro de la Iglesia, que es hermano nuestro, ¿podré realmente hablar con alguien a quien considero en la práctica un inferior? Otra cuestión es lo que un amigo me decía por la mañana: el pueblo evangélico está muy acostumbrado a espiritualizar la realidad, en la cual el que no cree en Cristo es un potencial instrumento de Satanás, y es nuestro antagonista porque nosotros somos luz, y es a la luz a donde ha venido la revelación. ¿Dialogar con las tinieblas? No hay manera, a las tinieblas hay que reprenderlas porque estamos en una literal lucha contra sus huestes. ¿Dialogo? En esta perspectiva se hace mucho más difícil.

Es tremendo esto. Porque el gran crecimiento numérico de la iglesia evangélica y su evidente manifestación en las calles muestra un notorio empoderamiento. Ya no nos restringimos a las cuatro paredes de la iglesia, sino que ahora salimos, y nos manifestamos con la seguridad de poseer la verdad. Pero hay un problema: el empoderamiento está denotando una gran agresividad en muchos evangélicos. Las redes están llenas de insultos contra todo aquel que piense distinto, que sea el antagonista. Es, a fin de cuentas, la caída en la tentación del monte alto, del poder, y la caída en ella está clara en la actitud del dominio sobre el otro que no nos gusta, en el intento de aplastarlo. La agresividad parece haberse convertido en un valor nuevo del cual se nutren héroes de la fe del siglo XXI que pelean en las redes y en las calles por el cristianismo.

¿Cómo salimos de este nudo? Apelo al espíritu de los 500 años de la reforma de Lutero, que buscaba volver a los valores de Jesús. El que lee entienda.