viernes, 31 de julio de 2009

Esas cosas que uno a veces no entiende (XI)

Juan Rebelde escucha, en los anuncios que siempre dicen luego de la prédica, que hay una reunión al final del culto con todos los líderes de la iglesia. Insisten que el tema es sumamente importante. La cara de Jorge Iscariote, encargado de las finanzas de la iglesia, es de seriedad. “¿Será por el tema del diezmo, otra vez?” se preguntó Juan. “Si es por eso, pucha, me caerá entonces mi café por ser un líder que no diezma”. Juan piensa que lo toleran solo porque aún es necesario por la escasez de líderes.

Pepe Caifás (pastor asistente): Hermanos, los hemos reunido aquí por un tema muy importante. Quizá algunos saben que hace unos días, el Reverendo Anás (pastor titular de la iglesia), recibió una invitación para predicar en una iglesia de la denominación por su aniversario, y mientras se encontraba allí le robaron su carro. Hemos orado para que Dios castigue a los malhechores que han hecho esa monstruosidad contra un siervo amadísimo por Dios. Sin saberlo, esos individuos han acumulado sobre sus hombros un castigo feroz por parte del Dios de los cielos y de la tierra. Lamentablemente el mal está hecho y, por eso, el tesorero Jorge Iscariote tiene una propuesta que hacerles.

Sube el tesorero. La gente, muda, nerviosa, no dice ni una palabra.

Jorge Iscariote: Hermanos, como ya escucharon, el reverendo Anás no tiene carro por el robo sufrido mientras predicaba la palabra de Dios. Por ello, surge la necesidad imperiosa de que un siervo de Dios como él tenga la reposición del vehículo. No es digno de él que se tenga que movilizar en taxis o en el transporte público. Creemos también que a pesar de los pocos ingresos de la iglesia por el poco compromiso que hay (los magros diezmos) debemos responder a esta oposición del demonio con la mayor dedicación, expresando la fe de la mejor manera.

Juan Rebelde (susurrando a su amigo de al lado): Esto no me gusta nada…

Jorge Iscariote: Por lo tanto, creemos que la expresión de la fe es reemplazar el carro del pastor robado, un auto coreano del año 1995, por una SUV del año, preferentemente de fabricación europea. Así le responderemos al diablo, dejándolo en ridículo y proclamando la victoria del Señor mediante la manifestación tangible de la dignidad de sus hijos.

Juan Rebelde (susurrando otra vez a su amigo de al lado): Se viene la estocada, acuérdate de mí…

Jorge Iscariote: Para que esta expresión de victoria se concrete, necesitamos de la ayuda de todos ustedes. Se requiere una cuota extraordinaria, independiente del diezmo, de doscientos dólares por familia con hijos, cien dólares por persona sola con salario independiente, veinte dólares por persona que recibe una pensión de jubilación y lo mismo por jóvenes mayores de 18 años. ¡Hermanos! ¡Este ataque espiritual contra el reverendo Anás debe ser respondido! ¡Ataquemos con las armas de la fe! ¡Entre todos, compremos algo digno de la investidura del reverendo y Satanás no se atreverá a tocarlo nunca mas! Hermanos, llamaré al pastor Caifás para orar y luego recibiremos preguntas y sugerencias.

Tras la oración, la mano levantada de Juan Rebelde era la única que se distinguía entre todas las cabezas silenciosas

Juan Rebelde: Hermanos, antes de comentar, una pregunta previa: ¿el auto tenía seguro?

Reverendo Anás: Juan, tomar un seguro es una falta de confianza, es no creer en el cuidado de Dios. Jamás seremos acusados de falta de fe en el cuerpo pastoral de esta iglesia.

Juan Rebelde: Entiendo. Eso quiere decir que no hay ni un sol para recuperar del robo; y los pasivos al cuadrado de ese descuido los debemos tomar nosotros.

Reverendo Anás: No entiendo…

Juan Rebelde: Si hubieran tomado el seguro, se hubiera repuesto como la mitad del costo del carro. Allí se tendría algo. Pero bueno, aceptemos que no se tome el seguro. Lo que me parece absolutamente incomprensible es que en las condiciones de los diezmos de la iglesia pretendan hacer que los líderes paguen una 4x4 de 25,000 dólares, y más con el manipulador argumento ese de “derrotar al diablo” y “la dignidad del siervo de Dios”.

Jorge Iscariote: ¿Te opones a la compra? ¿Para ti nuestro reverendo debe andar por allí como un cualquiera? ¿No vez todas las bendiciones que Dios hace a través de él?

Juan Rebelde: Me opongo por principio a los privilegios. Si me roban el carro que seguro compraré en el futuro con mucho esfuerzo, y si cometo la irresponsabilidad de no tener seguro, pues debo asumir los costos totales. Y si quiero reponerlo con uno mucho más caro, pues debo tener los ahorros suficientes para ello o una línea bancaria aprobada. ¿Por qué no hace eso el pastor Anás? Que frescura. Me encantaría perder algo caro y que la iglesia lo pague. Así cualquiera. Los pastores en esta iglesia definitivamente tienen muy, muy, muy buenos privilegios.

Jorge Iscariote: Tu mezquindad es colosal. ¿Qué problema tienes? ¿No dice la Biblia que cuidemos a nuestros pastores?

Juan Rebelde: Claro, pero si pretenden comprar un auto –cosa que se puede discutir-, pues que sea usado. Todas las semanas nos repiten y nos repiten y nos tienen hartos con el asunto ese del diezmo: que no dan, que hay poco, que hay deudas, que no han pagado sueldos, que la luz, que el agua, que los teléfonos. Si es así, hay que ser prudentes y considerados, siendo conservadores. ¿Doscientos dólares por familia? Es un abuso, la verdad es que es un verdadero abuso. A propósito, ¿A nombre de quién está el carro?

Jorge Iscariote: En este caso, de quien lo usa. O sea, a nombre del Reverendo Anás.

Juan Rebelde: ¿Y no debería estar a nombre de la iglesia? ¿Porqué a nombre del pastor Anás si con los diezmos de la iglesia se compró el carro anterior?

Pastor Caifás: Estamos entre hermanos, y hay confianza total. Lo de la propiedad es algo irrelevante.

Juan Rebelde: No es irrelevante. Tampoco la pretensión de comprar un carro tan caro. Si es así, mañana querrán construir un templo para mil personas sin tener el dinero necesario para eso. Pasado querrán una radio, luego un canal de TV, esquilmando a los miembros, manipulando algunos textos bíblicos para justificar, hablando siempre que "la fe", "la fe" y "la fe". ¿Se podrán tolerar esas irresponsabilidades? Mejor cortar eso por lo sano desde ahora, y nos libraremos de cosas muy ingratas en el futuro. La sanidad financiera ante todo, hermanos.

miércoles, 29 de julio de 2009

El universo gris

Ver el mundo como una calamidad es una circunstancia que no requiere mucho esfuerzo en demostrar. Ver el mundo como un escenario de esperanza también es una circunstancia que puede ser contrastada sin movernos del computador desde donde ahora leemos este texto.

La calamidad se ve cuando un borracho atropella a una familia que espera en un paradero al bus que la llevará cerca de su casa y se da a la fuga; cuando leemos en los libros de historia la industria de la muerte a medidas industriales en los campos de concentración nazis y que hoy algunos se esfuerzan por negar; cuando los niños mueren de frío en las punas del sur peruano por incompetencia gubernamental provocadas por diferencias políticas. Calamidad se ve cuando los sistemas económicos no funcionan para todos; cuando la riqueza se acumula en pocas manos y cuando la impunidad campea: está preso en una prisión-tugurio el que robó una gallina por hambre pero el que traficó con armas y drogas ―o el que hizo del lobbismo un estilo de vida― vive la comodidad de una celda dorada. Donde posemos los ojos veremos la dureza del destrozo inmisericorde, el poco aprecio por la humanidad del prójimo, la desfachatez del poder del mal que se expone orgulloso por el mundo.

La esperanza también es posible contemplarse. Se ve cuando encontramos la historia de la madre que caminó cuatro días hasta la posta médica más cercana para salvar a su hijo enfermo, o la generosidad de los numerosos que dan de lo que no tienen al que necesita, o los muchos que han muerto por salvar a otros o han entregado sus vidas completas por causas altruistas. Aún pueden percibirse las actitudes totalmente desinteresadas, o el aprecio por la honestidad, o la incondicionalidad de la amistad. El amor que “todo lo puede y todo lo soporta” es una fuente inagotable de esperanza que trae un aire nuevo, lleno de consuelo para las almas que pueden sufrir tribulación. Es un tipo de redención.

La dualidad calamidad/esperanza se contempla en lo profundo de la realidad humana, en cada uno de los corazones de los cerca de siete mil millones de personas que inundan el planeta. Oscilamos entre el deseo del bien y la tentación del mal. Podemos ser los más santos del mundo mientras gozamos de la más plena experiencia religiosa, pero al mismo tiempo vivir el infierno en la tierra tras la botella un millón que entra en nuestra alcohólica garganta, o por el insulto inmisericorde dirigido a nuestro hijo o el comentario envidioso hecho con el fin de dañar a otra persona. Bien dice Sabato que “no podemos hablar del hombre como si fuera un ángel, y no debemos hacerlo. Pero tampoco como si fuera una bestia, porque el hombre es capaz de las peores atrocidades, pero también capaz de los más grandes y puros heroísmos”. La vida del no cristiano no es ni blanca ni negra sino que es gris, y la vida del cristiano también es gris –aunque a algunos les cause escozor admitilo-. No por nada Pablo decía que él quiere hacer el bien siempre, pero algo interno se lo impedía y terminaba haciendo el mal que quería evitar. Un mal que frecuentemente no es conciente y que no suele medir consecuencias. Más humanidad, imposible.

El universo gris gobernará todos nuestros pasos. Por ello, no debemos perder la realidad de la imperfección en nuestros esfuerzos por agradar a un Dios que nos pide santidad. Dios sabe que en esta vida nunca dejaremos de ser grises, y que ningún esfuerzo hará que eso cambie. Eso puede ser muy frustrante. Nos deja en carestía absoluta, en impotencia declarada, en pobreza extrema. ¿Pueden imaginarlo? Nuestros esfuerzos no alcanzarán jamás, pero aquí entra la maravilla de la gracia divina, de lo que pretendo hablar en un post futuro.

La palabra “pobres” es en el original griego ptocoi, que significa mendigar, o también mendigo. O sea, en traducción literal la popular bienaventuranza sería algo así como “felices los mendigos espirituales ya que a ellos pertenece el reino de Dios”. ¿Por qué mendigo espiritual? Creo que es porque ante Dios, el Absoluto, el Todopoderoso, estamos en una situación de carestía absoluta, nada podemos hacer para evitar ser grises teniendo en cuenta que Él nos pide ser blancos. En última instancia, espiritualmente no tenemos nada, fuera de Dios todo es razonamiento vano o sentimentalismo frágil, pero la verdadera espiritualidad está sólo en Dios. Y Dios, sabiendo eso, nos tiende la mano. Sabiendo nuestra condición, nos recomienda apuntar hacia la fuente de espiritualidad verdadera, su hijo Jesucristo, que se entregó por nosotros permitiendo que seamos aptos a pesar de nuestra grisitud.

Es interesante ver que la primera característica que Cristo enseña en las bienaventuranzas sobre lo que un seguidor suyo debe ser se enfoca en la espiritualidad, en darnos cuenta que nosotros no podemos generarla adecuadamente, que la fuente es y será siempre Dios, y que la actitud de mendicidad espiritual no la reemplaza jamás el activismo eclesial, el involucrarse en la mayor cantidad de ministerios posibles, llevar a cabo profundos estudios teológicos o ir hacha en mano derrumbando iglesias apolilladas. La mendicidad espiritual es una actitud que toca la más profunda fibra del orgullo humano, el cual debe desaparecer por completo: sólo debemos depender de Él, y nada más. Porque lo gris es nuestra realidad, fuera y dentro de la cristiandad, y nada se puede hacer por cambiarla.


Imagen
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miércoles, 15 de julio de 2009

Cansado

Estoy muy cansado.

- Cansado del sí pero no ("tu mensaje es válido pero no tienes derecho a hablar", "tu crítica tiene sentido pero no sirve porque no planteas soluciones", “tu espíritu es bueno pero tu carne te gana y no se ve la orientación del Espíritu”). ¿Siempre tenemos que dorar la píldora? ¿Acaso nada está bien?

- Cansado del sometimiento al receptor de los mensajes porque "atacamos a lo que ama, pobrecito. Debemos amar al hermano débil". ¿15 años en la iglesia, y lo siguen considerando débil?

- Cansado de mi nula inteligencia a la hora de transmitir lo que quiero decir. Se me olvida que a los peruanos no nos gusta el mensaje directo. Se me olvida el amor que deben transmitir mis palabras.

- Cansado de lobbys y políticas eclesiales, a todo nivel. De sínodos denominacionales, o de miembros que intercambian información entre ellos. Cansado de ser parte de esto.

- Cansado de no aprender a medir mis reacciones y ser algo más diplomático.

- Harto de ver cosas que el resto no ve. ¿Son cosas reales? ¿Son cosas gaseosas e irrelevantes? ¿El pastor en realidad no es autoritario? ¿La gente en realidad no es adicta a él? ¿No somos fundamentalistas? ¿Todo eso no es más que mi subjetividad?

- Harto de hacer algo por cambiar las cosas (algo, al menos levantar la voz de crítica) sin hacerme el loco, o el disimulado o el que trata de cambiar las cosas desde dentro de a pocos.

¿No era todo más fácil antes? ¿En los tiempos de ovejas sometidas? ¿No era mejor ser bien peruano y hacerme de la vista gorda? ¿No viviría más tranquilo de esa manera?