lunes, 27 de noviembre de 2006

Esto es algo más personal…

Ya he escrito de esto antes. No sé si la repetición es falta de creatividad, símbolo de pocas ideas, quizá cansancio o necesidad de vacaciones; Peor aún, verán que la idea que planteo es algo axiomática, como si uno mas uno es igual a dos o que Cristo es el Hijo de Dios: el tiempo produce cambios tanto en la iglesia como en la gente y, ante ellos, debemos reaccionar y tomar decisiones.

De un tiempo a esta parte, mi relación con mi iglesia “local” ha mutado grandemente. Concentrada en la evangelización de la clase media alta de Lima y fiel seguidora del principio de las unidades homogéneas de McGaravan, acaba de inaugurar su nuevo templo para 800 personas. El esfuerzo es caro, pues la construcción es costosa y se les ha pedido a hermanos específicos que aporten sacrificialmente un importante faltante de dinero para la construcción y acondicionamiento del templo. Ya está listo, es bonito, es grande, conmueve un poco sobre todo si has estado en todas las etapas de la congregación, desde la inicial casa con capacidad para, máximo, 100 personas en 1991.

Pero no estoy feliz. Desde hace dos años, en los que dejé las actividades ministeriales en la iglesia (el grupo de adolescentes, la academia bíblica, los jóvenes) hasta el día de hoy, mi mente y mi corazón han migrado desde la ortodoxia de mi denominación (con un par de años del seminario incluido) a la misión integral, el debate teológico a niveles intuitivos, la abierta autocrítica y la reflexión sobre nuevos modelos de comunidades, un camino en el que muchos otros –manifestando su voz en la blogósfera, por ejemplo- están inmersos en América Latina. Y ante esto, se ha llegado a un punto muerto: mi iglesia local no cambiará, pienso demasiado diferente a ella y ella a su vez distinto a mí. Como decía líneas arriba, las cosas han cambiado, y ya no tengo espacio en sus paredes.

La respuesta es evidente, pero en la práctica no lo es tanto. ¿Por qué es tan traumático para los miembros de la iglesia la salida de un hermano en Cristo a otra denominación o comunidad independiente si no es por causas del pecado o las discusiones? ¿Por qué el hecho de dejar de ser miembro de una iglesia local es una herida enorme para ambos? ¿Por qué esa decisión no puede ser acompañada por un “oraremos por ti para que Dios te llene de gracia en los nuevos caminos que está disponiendo para tu persona” y, en cambio, está adosada al recelo, a la mala palabra, a la especulación lacerante, al chisme, a la expresión por detrás del implicado, al psicoanálisis barato?

Debería ser todo más simple. Si tu mente ha cambiado, tu partida debe ser un proceso natural e incentivado, promovido porque así el crecimiento para con la iglesia universal será mayor, pero no: si queremos escapar del microclima, somos casi herejes, peor que mundanos, unos desagradecidos por no apreciar todo lo que la comunidad local ha hecho por nosotros a través de los años. ¿Por qué, Dios, tienen que ser así las cosas? A mi madre le han “sugerido” evitar el contacto con una señora que ha dejado la congregación hace algunos meses porque ahora su forma de pensar es más pentecostal. ¿Será así conmigo si decido cambiarme? ¿Le prohibirán a mis amigos de años el contacto conmigo? ¿Les dirán que soy una mala influencia?

Es evidente que estoy pensando dejar mi iglesia local. El tiempo la ha cambiado, y a mi también. Oro para que Dios me ayude en este proceso, y si hay que salir… pues tiene que ser a alguna parte, y no estoy seguro de a dónde.

domingo, 19 de noviembre de 2006

Conversando sobre la masividad

El banco en donde trabajo me ha mandado a una capacitación a Bilbao y a Madrid, en España. Por ello he dejado un poco abandonado el blog, aunque mi amigo Alexander Rodriguez me permitió conversar con él en su blog Santa Suburbia sobre un tema que había escrito previamente meses atrás. El enlace es el siguiente:

La masividad como meta y misión

Espero que escuchen el dialogo y lo enriquezcan con sus valiosos comentarios.

Saludos a todos desde Bilbao.