viernes, 30 de diciembre de 2011

Cuestión de imagen

Ya pasaron algunas semanas desde el gran escándalo que los medios periodísticos generaron por el particular juramento de la ministra evangélica Ana Jara y la posterior entrevista con Beto Ortiz en su noticiario mañanero. 






Nuestra mediocre prensa fue inmisericorde con ella, catalogándola –con un nivel supremo de ignorancia y prejuicio- como una fanática cucufata (esos fueron los términos más amables). Por supuesto, ellos, muy sabihondos, comentaban sobre lo que es el evangelicalismo, mezclaban términos con un profundo desconocimiento y de inmediato la tacharon, como si el hecho de tener una fe y profesarla fuera un causal potente para no ser un funcionario público de confianza. Hace años que perdí el respeto por la prensa peruana, y esta actitud parcializada que una vez más mostró no me sorprendió en lo absoluto. Como le comenté a una amiga por Twitter, si es tan evidente la desinformación de estos periodistas sobre lo evangélico, y a pesar de “estar en la calle” en los temas que comentan, tratan de mostrar una imagen de conocimiento ante sus lectores, ¿en cuántos otros temas pasa lo mismo? La respuesta se cae de madura: en bastante de lo demás. 

Fuera de ese asunto, hay varias cuestiones que han quedado manifiestas. La primera, la ya mencionada: la pobreza de la prensa. La segunda, la inocencia de la ministra, que en la entrevista con Beto Ortiz mostró una candidez política en sus respuestas que la hizo presa fácil de los buitres mediáticos. Lo tercero, la opinión generalizada de que la religión no debe intervenir en la política. Entiendo que el estado debe ser laico, que las iglesias como instituciones deben permanecer al margen de las decisiones políticas excepto la inevitable misión profética, pero de allí a satanizar a gente que cree en algún Dios, y mueve su vida de acuerdo a la forma en que interpreta a ese mismo Dios, es demasiado. Uno tiene una especial cosmovisión, y el hecho de que ésta sea teísta no me descarta para la función pública, en especial si tengo los conocimientos y habilidades profesionales necesarias (el cual es el caso de la ministra). ¿Por qué debe restringirse mi participación pública, a la cual tengo derecho como cualquier ciudadano, por el simple hecho de tener una cosmovisión teísta? ¿Qué la hace inferior a una cosmovisión no teísta? ¿Qué la hace descartable? ¿Por qué una cosmovisión personal que puede basarse en traumas y prejuicios sería necesariamente superior a una basada en la enseñanza de una iglesia de dos mil años de antigüedad? 

Además, creo que es necesario que se tome nota de esa percepción de una parte de la sociedad respecto a los evangélicos. Siempre existirá, por supuesto, una visión restringida de algunas personas a las cuales hemos contribuido con nuestras particulares taras, pero la pregunta real es si esa imagen que estamos dando es la adecuada en términos de participación política. Porque es evidente que la política nos empieza a interesar cada vez más, pero también es claro que la imagen que tanto ha servido para el crecimiento explosivo de las últimas décadas puede ser contraproducente desde el lado político, porque ser representante de una comunidad implica serlo de todos, no solo de los que son como uno mismo. Esto comienza en asuntos pequeños como el de someternos a un juramento o nuestro desenvolvimiento en una entrevista con un periodista complicado.

jueves, 29 de diciembre de 2011

Integralidad N°10




Les presento la décima edición de la revista digital Integralidad, que trabajamos desde el Centro Evangélico de Misiología Andino-Amazónica (CEMAA) en Lima (Perú). Sus comentarios serán bienvenidos. Para acceder a ella sólo tienen que hacerle click a la imagen de arriba.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Inevitable obsolescencia

Supongamos la existencia de una realidad “R”. “R” está afectada por una serie de variables “X” en una relación de causalidad directa. Imaginemos que son tres mil las variables “X” que determinan la realidad “R”. Es decir: 

 
No tenemos idea de la ecuación exacta que relaciona las tres mil variables “X” con la realidad “R”. Jamás lo sabremos porque es imposible de determinar. Sin embargo, tenemos la necesidad de interpretar a “R”, de explicarla, de entenderla. Por eso, podemos hacer simplificaciones y tomar, en lugar de las tres mil variables “X”, solo tres o cuatro de ellas -cantidad de variables más manejable para nuestro intelecto limitado-, las más importantes a nuestro parecer, y con ellas establecer relaciones de causalidad. Por ejemplo, tendríamos lo siguiente: 

 
Son miles de posibilidades, y cada analista de la realidad puede tomar diferentes alternativas. La combinatoria es grande, y aunque es un número que puede calcularse, no es relevante para el propósito de este pequeño post. Lo que debemos tener en cuenta es que relacionamos a “R” con dos sets distintos pero limitados de variables “X”, ya no con las enormes tres mil variables apabullantes. Sin embargo, aparece un problema: yo no sé cómo se determina la relación entre las limitadas variables “X” y la realidad “R”. Se me ocurren las siguientes maneras a manera de ejemplo: 


Tendré miles posibles ecuaciones que intentan explicar “R”. Cada una de ellas es un modelo, esto es, una aproximación de la realidad. Dicho de una manera un poquito diferente, el resultado de mis ecuaciones será una simplificación, un modelo que tratará de explicar el funcionamiento de la realidad “R” de manera aproximada. Mis modelos jamás lograrán explicar a plenitud “R”, y esto es así porque no considero todas las variables. Siempre será lo siguiente, para cualquier modelo: 


Existirá una tendencia del modelo a la realidad, pero no llegaremos a ella. Ahora, imaginemos que nuestro set de variables es el siguiente: 


Las cuales son modelizadas de la siguiente manera: 


Supongamos que este modelo explica muy bien la realidad. Digamos que en un 95%. Somos felices con nuestro nivel de interpretación de “R”. Ahora imaginemos que la realidad “R” es dinámica, esto es, que las tres mil variables cambian en el tiempo, que las que eran importantes antes ya no lo son ahora, que las que antes eran despreciables ahora son relevantes, o que variables desconocidas aparezcan por modificaciones en el entorno. Digamos que estos cambios afectan a nuestro modelo, y dos de nuestras tres variables se hacen irrelevantes, y una de ellas sirve poco en el nuevo escenario. El poder de explicación del modelo ha bajado, digamos que a un 20%. El modelo ya no sirve, y debe ser reemplazado completamente, o quizá solo ajustado. Esto quiere decir que los modelos se hacen obsoletos, y tienen que ser cambiados cuando las variables “X” que explican a la realidad “R” son dinámicas, y cambian continuamente. Creo que no vale la pena explicar el hecho de que nuestro mundo es ferozmente dinámico. 

En resumen, podemos decir que: 

(1) Para explicar la realidad “R”, hago simplificaciones y solo tomo algunos aspectos relevantes de ella, descartando los demás. 

(2) Mis explicaciones, dependiendo de su nivel de complejidad, pueden ser simples opiniones o puntos de vista, pero pueden llegar a ser modelos o doctrinas sumamente elaboradas. 

(3) Estas explicaciones serán siempre aproximaciones a la realidad “R”. No pueden pretender abarcarlo todo por su origen simplicador. Nunca una explicación toma todas las variables. Pretender abarcarlo todo, explicando toda la realidad “R” con un modelo o doctrina, es un error serio. 

(4)La realidad es dinámica. Lo que antes era significativo, ahora no importa. Lo que hoy es fundamental, ayer no existía. 

(5) El hecho de que la realidad sea dinámica, significa que nuestras opiniones o puntos de vista, o nuestros modelos o doctrinas, se hacen obsoletos. Por lo tanto, deben formarse nuevas opiniones y puntos de vista, y deben hacerse nuevos modelos y doctrinas. Insistir con un modelo que puede ser caduco, es un error serio. 

“R” puede ser múltiples cosas. Puede ser, por ejemplo, las relaciones económicas. Las aproximaciones pueden ser, por ejemplo, teorías económicas como el neo-keynesianismo, la teoría neoclásica, el monetarismo, el marginalismo, el liberalismo o el marxismo. Todas, aproximaciones particulares de la realidad, todas simplificaciones, todas sujetas a la obsolescencia inevitable. “R” también puede ser la realidad teológica, y encontraremos la misma lógica: aproximaciones a la Divinidad que, inevitablemente, se harán obsoletas. Por eso, y como lección final, no se puede asumir un modelo o doctrina expuesta a la obsolescencia como un gemelo, un equivalente a una realidad dinámica. Mucho menos endiosarla. Eso ya es casi irracional, aunque, tristemente, es un mal generalizado.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Exilio que no es exilio

Nicolás Panotto acaba de escribir un texto en su blog sobre los cuestionamientos hacia las personas que hacen teología desde el exilio, esto es, fuera del cobijo de la iglesia tradicional. Desde que supe que reflexionaría sobre eso en Facebook, me interesé en su escrito de una manera intensa. La razón es evidente: hablaría de mí, alguien que asistió a una iglesia por dieciséis años, sirviendo activamente por más de la mitad de ese tiempo, y que demoró cinco larguísimos años en tomar la decisión de abandonar las paredes del templo a pesar de que la situación dentro era, en verdad, un real desastre, un conflicto abierto e inmisericorde que había dejado en el camino muchos muertos y heridos; yo, entre ellos. 

Recuerdo cuando hice unas pocas lecturas sobre las experiencias de muchos cristianos que, por una razón u otra, decidieron vivir sin la iglesia. Poco a poco observé el fenómeno con más atención, en paralelo a los tiempos de convulsión y enfrentamiento que vivía con el clero de mi iglesia local; no obstante eso, no consideraba la idea de dejar la iglesia. Tenía mis serios rechazos a cristianos independientes, lo reconozco hoy. No podía comprender cómo una persona fuera del fuego de un templo, podría reflexionar, enseñar, tener comunión con un Dios que dejó una enseñanza expresa respecto al congregarnos. No lo lograba entender. Tenía los paradigmas eclesiales aún incrustados en la cabeza. 

Un día llegué un punto en que no pude más. Luego de un tiempo en que, en la práctica, faltaba más domingos de los que asistía, dejé de jugar al visitante ocasional cortando completamente los lazos. Estaba fuera. Sin intenciones de volver. Auto-expulsado. Sin embargo, aún me interesaban los temas teológicos, aún me interesaba Dios, como cuando era niño y pedí con toda la inocencia de mis diez años por un imposible que al día siguiente por la tarde me fue increíblemente concedido. Me sentía aún cristiano, aunque no de la misma forma en que lo era diez años atrás. Las palabras de algunos amigos –orientados hacia afuera- se hicieron más relevantes. Aunque siempre me fue claro que es fundamental vivir en relación con otros cristianos, descubrí, con estupor y maravilla al mismo tiempo, que no necesariamente la iglesia es sinónimo de comunidad. Que la comunidad de fe puede encontrarse en lugares inimaginables, y que uno puede construir el reino de Dios fuera de los usuales convencionalismos: campañas, prédicas y retiros. Hay mucho más que eso. La cosa es que nos demos cuenta. 

Decidí salir para detener el daño, para evitar profundizar más las heridas, para curarlas. Afuera, sin necesidad de encontrar congregación nueva (el requerimiento de mucha gente, que me lo hacía saber con frecuencia) encontré una comunidad de verdad. Un lugar de apoyo desde donde la fe podía, a pesar de lo aplastante de la oposición de tantas cosas que este mundo tiene, ser cobijada. Esa comunidad, de una u otra forma, es sostén de la vida, del espíritu y el alma, convirtiendo el exilio en no-exilio. Esa comunidad me acoge desde Lima pero también de otros lugares, con gente que con el tiempo se ha hecho muy cercana. Junto a esta comunidad, en la que cada uno mantiene sus propias dinámicas en sus particulares espacios, he podido avanzar en la labor de hacer teología desde el camino y no desde el balcón. Se puede hacer. Y me atrevería a decir que se debe hacer, sin falta. En esos espacios también Dios se manifiesta.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Una mirada a los riesgos subyacentes del crecimiento eclesial

martes, 1 de noviembre de 2011

Siempre con cuidado

No me cansaré de repetir, a costa de parecer cansino y monótono, que el acercamiento al texto bíblico debe ser con mucho respeto, como penetrando en un lugar sagrado, con ansias de encontrar lo que Dios quiere decir. Acercarse a la Biblia debe ser reverente, debe motivarnos a prepararnos en serio, a no ser advenedizos, a conocer lo más posible del escenario histórico y social al que nos estamos aproximando, comprendiendo que la Biblia no es plana, que es muy distinta la situación de Abraham, de los tiempos de la judicatura, del exilio o de los años de la predicación de Cristo, siendo plenamente conscientes de nuestros particulares sesgos, evitando introducir categorías modernas en textos tan antiguos como, por ejemplo, la historia de Job. Para leer por leer está el periódico o Facebook.

Con pena, creo que tampoco dejaré de encontrar abiertas distorsiones al texto. Conste que la Biblia tiene harto espacio para la saludable discrepancia dependiendo del código hermenéutico que estamos utilizando. Por ello, existirán en muchos casos distintos acercamientos y conclusiones de lo dicho en la Palabra. Alguna vez me refería a eso como la teoría de las bandas, por donde sanamente pueden discurrir las interpretaciones que enfatizarán en una u otra cosa. Sin embargo, siempre se encontrarán textos y opiniones que rayan en lo no cristiano. Y, para hacer las cosas peores, los que dan estas opiniones suelen estar enfermos del virus sectario, esto es, creen que su interpretación es la única correcta, mirando con menosprecio y orgullo a los que piensan diferente. Son agresivos, maniqueos, obcecados; les es imposible ver la realidad desde otros ojos. Son ciegos en la práctica. 

Lo sé, es repetitivo. Pero real. La eisegesis que se lee es tan descarada, que sorprende que cristianos serios caigan al embrujo de antojadizas interpretaciones. Pero caen, y literalmente parecen como si estuvieran recién enamorados (la verdad, es impresionante el poder que tiene el pensamiento sectario en la gente), presos de una aparente buena nueva, que no es más que un espejismo que se hará real cuando las verdaderas intenciones de las personas salgan a la luz. ¿Qué hacer cuando nos encontramos con una situación como esta? 

Seriedad ante el texto, es y será lo más importante. No perdamos la diligencia y hagamos nuestro trabajo cuando estudiemos la Biblia. Pablo no dijo en vano que todo debe ser examinado, pero tras esa revisión de la oferta de enseñanzas, solo debemos quedarnos con lo que es de verdad bueno, lo que pasa las pruebas, lo que tiene valor, lo que viene de sanas intenciones. Examinar lo que quieren vendernos es una tarea irrenunciable, pero parece que con demasiada frecuencia, por flojera, dejadez, falta de tiempo, agotamiento, o por el carisma de los encantadores de serpientes, olvidamos eso, y terminamos tragando tremendos camellos que nos traerán mucho dolor en el mediano plazo. Muchos intentan justificar sus ideas o ideologías con textos bíblicos, casi siempre de maneras endebles y forzadas, y nuestro trabajo será siempre detectarlos. Y descartarlos, para bien de nosotros mismos, de nuestras comunidades de fe y de nuestras iglesias. Separar el trigo y la cizaña es una función que debe realizarse ¡siempre!

domingo, 4 de septiembre de 2011

Tensión

Nuestro mundo económico está tenso. Varias de nuestras concepciones están siendo puestas a prueba, y por ello el cierto desconcierto que se observa hoy. Por ejemplo, los libros hablan del mundo del cero riesgo, y normalmente se asoció la ausencia de riesgo al gobierno todopoderoso de los Estados Unidos; se creyó que era imposible que Estados Unidos no pague sus obligaciones. Hoy esa concepción ya no es real. Standard & Poor’s dice (basada en una autoridad que ha perdido hace años al errar calamitosamente en la evaluación de los títulos subprime, pero bueno, sigue haciendo su trabajo) que Estados Unidos no es AAA, que ahora es AA, que tiene más riesgo de incumplir sus obligaciones. ¿Y ahora cómo queda la teoría? ¿Los libros deben irse a la basura? ¿Cuándo se auscultará el papel de las clasificadoras de riesgo en esta crisis? 

Otra cosa que está sucediendo es que la teoría dice que los países con más riesgo (léase, los subdesarrollados como mi país) tienen que pagar más por el dinero que piden prestado. Esto tiene pleno sentido: si hay posibilidad de que no me pagues, entonces por asumir ese riesgo debo recibir más rentabilidad, debo ser compensado por la tensión de un posible default, por ese posible escenario en que no veré más el dinero que presté. Hoy en día un país como el Perú, aún pobre y con mucho por construir, puede endeudarse a tasas mucho más baratas que naciones más avanzadas como España o Portugal. ¡Cosa de locos! Eso va en contra de las concepciones que se tenían hasta hace poco tiempo. ¿Durará mucho este mundo al revés? 

También tenemos menos herramientas para enfrentar la recesión. La teoría keynesiana más elemental dice que cuando un país está en recesión una alternativa plausible –y necesaria- es aumentar el gasto público. Se ha hecho siempre con buenos resultados cuando la política se aplica bien. Hoy en día, los gobiernos se han endeudado de tal manera (y no solo los gobiernos, también el sector privado lo ha hecho) que tienen serios problemas para pagar lo que deben. Para cuadrar sus flujos de caja futuros, no han visto mejor alternativa que reducir sus presupuestos, esto es, gastar menos. Pero existe una poderosa amenaza recesiva. Por lo tanto, están gastando menos (para poder pagar sus deudas) cuando necesitan gastar más (para paliar la recesión). Se está privilegiando el interés del dueño del dinero a costa del interés del resto de los agentes de la economía que sufrirá una posible depresión económica. ¿Esto es bueno o malo? ¿Qué hacer? ¿Tratarán de dar incentivos de política monetaria cuando esa alternativa está en su límite (caso Estados Unidos)? ¿No es necesario cuestionar el papel de la política monetaria en esta crisis? ¿Demasiado tiempo con tasas bajas fue algo nocivo?

Por último, ¿los responsables de esta crisis mundial ya están pagando por esto? ¿O es que no hay responsables? Imposible, sí los hay. ¿Cómo pagarán?

viernes, 29 de julio de 2011

Lo mismo de siempre

Hace unas semanas inicié una secuencia de entrevistas con muchas personas vinculadas al ambiente evangélico, investigando sobre una serie de temas sobre los cuales pretendo escribir si las circunstancias lo permiten en los próximos meses: el papel evangélico en el fujimorismo primigenio de 1990, la actuación del CONEP y de iglesias locales y denominaciones hacia los delitos del fujimorato, la fundación del partido político semi-confesional Restauración Nacional, la fundación de UNICEP, y el tedeum bardalista. Ante la amplitud de los temas, decidí comenzar con el tedeum, quizá lo más contextual en el horizonte de un julio de cambio de mando. Además, hay muy poco escrito al respecto y abundantes cuestiones por aclarar. Y digo aclarar porque es una práctica muy común, de muchos miembros del alto liderazgo evangélico, el hacer cosas sin pensar en su efecto en los demás, de tomar decisiones zurrándose en lo que otros puedan pensar. De aquí, como pueden suponer, han nacido gruesos malentendidos; las grietas se han profundizado; la unidad, bien gracias, sólo va para el discurso.

La investigación está incompleta porque se me vino encima la maestría en finanzas, postergando un poco la secuencia de entrevistas que tuve. Además, aún me falta conversar con personajes claves en la organización del tedeum evangélico. Espero que ese artículo esté listo pronto; sin embargo, hay cosas que trascienden y que sí puedo ir comentando a pesar de que aún no tengo todos los cabos atados. En especial por los dimes y diretes que se han dado por estos días a raíz del tedeum 2011.

Hay la sensación generalizada de que el tedeum es un emprendimiento personal del pastor Miguel Bardales, que él organizó al margen de las organizaciones representativas de los evangélicos que hoy existen (léase CONEP y UNICEP). La inscripción ante Registros Públicos del Ministerio de Acción de Gracias donde él, junto a un pastor más, y las esposas de ambos figuran como miembros del consejo directivo, apunta en este sentido. Muchos creen que trató de mostrarse como un pastor importante ante la opinión pública, aprovechándose de algunos vínculos con Alan García y el fujimorismo. Por lo tanto, hay motivos para pensar en una personalización del evento. ¿Bueno o malo? La personalización es algo muy frecuente en los ambientes evangélicos, una de nuestras características negativas que más nos identifican. Por lo tanto, que Bardales haya hecho esto no sorprende en lo absoluto. Praxis le llaman.

Ahora, CONEP y UNICEP iniciaron gestiones para hacer otro tedeum hace poco, de forma independiente. Evidentemente, surge el conflicto con los organizadores del tedeum original. Se dice que Miguel Bardales buscó contactos con el gobierno entrante para continuar con la organización del tedeum, se dice que él se mostró como representante de todos los evangélicos ante ciertas instancias gubernamentales (esto es perfectamente posible ya que una de las intenciones de este Ministerio de Acción de Gracias es la de “representar a las iglesias evangélicas ante las autoridades políticas, militares y civiles, entidades públicas y privadas en el país y en el extranjero”), se comenta que se buscó una organización única del evento, pero como tantísimas otras veces la intransigencia se hizo presente, los acuerdos se hicieron imposibles (no en vano la atomicidad nos caracteriza), no se llegó a nada y el tedeum se hará pero muy cuestionado. Hasta comunicados irregulares circularon por allí. ¡Una vergüenza! Es triste que, en contra de lo esperado, los conflictos de poder sean idénticos a los de cualquier otro ámbito. Se pensaría que en la política pastoral-eclesial sean las enseñanzas del Maestro las que predominen sobre los beneficios y deseos personales, pero la realidad nos da una cachetada. Como ya he dicho en otros posts, es lo mismo de siempre.

domingo, 17 de julio de 2011

Unidad en serio

Cuando tenia menos años de edad pensaba que era un real escandalo que la cristiandad esté partida en miles de pedazos independientes entre sí. Me dolian las peleas, las guerras, los desplantes que unos cristianos le hacian a otros, las mutuas acusaciones de herejia, las excomuniones de un lado al otro. Claro esta, tambien pensaba que mi lado de la cristiandad (para dar una idea, ese lado podría definirse como el cristiano evangelico no pentecostal de transfondo conservador) era el que tenia las ideas correctas, las perspectivas mas sanas. Por lo tanto, de manera indirecta  pensaba que la unidad de la iglesia significaba que los demas debian converger al punto de vista de mi rincón eclesial.

Poco a poco me fui dando cuenta que muchos de los diferendos eran -con frecuencia- simples cuestiones de prejuicios y que, en realidad, la propia naturaleza humana permite una multitud de acercamientos a una misma cosa: la diversidad, por lo tanto, es inevitable, natural, en particular en aspectos eclesiales-teológicos. Por lo tanto, ante ese escenario, lo fundamental era el dialogo, la capacidad de lograr acuerdos, y la aceptación de la existencia del diferendo. Me di cuenta, también, que mi propia perspectiva era fruto de muy diversos factores, no necesariamente superiores a los de los demás, que creían lo que creían por muy distintas razones, que si yo hubiera nacido en sus zapatos sería como ellos. Los otros podrían aprender de mi y yo de ellos; se eliminaron gradualmente las ínfulas de control y superioridad que mi tendencia fundamentalista me había inoculado. Llegó el esfuerzo por entender al otro, por aceptarlo a pesar de que no estaba de acuerdo con sus puntos de vista, la posibilidad de hacer comunidad con el distinto. Harto difícil.
Mi entendimiento de la unidad cambió. Se convirtió de la imposición de la posición "correcta" a martillazos -de ser necesario- al intento conciente de la mejor convivencia, sin importar la actitud del otro que puede rechazarme o tiene actitudes-estilos-de-vida que simplemente son la antípoda de mi visión de la existencia, provocando el no-dialogo. Este intento es algo que, sinceramente, aún no aprendo y quizá no acabe de hacerlo nunca, pero apunto en ese sentido. Es una especie de política personal. 

Me es claro que la unidad impuesta no funciona, pero muchos no están de acuerdo. Si mi visión de la unidad es sacar de en medio a quien tiene distintas perspectivas, con el fin de dejar sólo a los que creemos lo mismo, ¿de qué unidad estamos hablando? Si mi visión de la unidad es conspirar contra los demás con un complejo de salvador de la iglesia, para separar el trigo de la vil cizaña, ¿de qué unidad hablamos? Si quiero que la iglesia dialogue y ande junta en pos de colaborar de la forma más óptima con la misión de Dios, pero lo hago marginando a los demás, ¿es esto unidad?

No es unidad. Es solo un discurso, una declaración de intenciones. La unidad de verdad es inclusiva, amorosa, pastoral. Busca el latido de los demás, y lo sincroniza con nuestros corazones. Conversa, busca acuerdos, convive con el otro. Bueno, al menos lo intenta: la intransigencia -propia o ajena- a veces es cruel y no permite nada de esto. Por eso, si de verdad queremos unir a la iglesia, debemos asumir que el camino es largo y doloroso. No me refiero a la fusión de las estructuras organizacionales, por ejemplo el adosamiento a una de las iglesias representativas, como la Iglesia Católica. Me refiero a la unión espiritual de la que mucho se habla pero de la que poco se ve: la que implica que todos los cristianos nos consideremos hermanos a pesar de nuestras específicas confesiones, algo en teoría más sencillo. La via crucis de la unidad implica tener plenamente controlada a la tentación del poder y del control del prójimo. Puede significar ceder mi voluntad, o aceptar las ideas de otro. Implica tener oídos prestos a escuchar y un corazón sensible a la necesidad. Requiere persuadir con argumentos válidos. Necesita evitar la manipulación y el uso de la gente para nuestro propio beneficio. Implica la inexistencia de dobles discursos. Se basa en un alma conectada con la voz de Dios, que nos alumbra el camino: buscar a Dios con el otro es parte de la agenda. Tristemente, lo que nos sale de nuestra humanidad es lo opuesto: por ello estamos tan distantes de aquella oración que pedía que "seamos uno". Quizá un día las cosas cambien; por ahora, andamos lejos de ese ideal.

sábado, 2 de julio de 2011

Mi papá

Mi papá tuvo una vida muy poco convencional, muy diferente a la mía, tan convergente a las reglas establecidas del manual de las cosas-correctas: colegio, universidad, trabajo, matrimonio, hijo, maestría, futurista etcétera. Nació en 1940 en Cajamarca, cuando la ciudad era un pueblo grande y aún aislado. Varias veces mi papá me contó de sus tiempos en el Colegio San Ramón, el principal de la ciudad, con los juegos al lado de sus amigos, palomilladas pueriles incluidas. Vino a Lima de 14 años, solo, como parte de aquellas pioneras olas migrantes que le cambiaron la cara por completo a la aún Lima señorial. Tuvo múltiples oficios, logrando adaptarse con facilidad a la cultura capitalina. Pronto se hizo bien criollo. Comenzó a andar por muchos lados. Por el año 1960 se fue a la selva, como una especie de colono de la zona del río Aguaytía. Recuerdo que teníamos una sola foto de esos tiempos, blanco y negro con borde irregular y amarillento, donde un grupo de gente (él incluido) posaba con una gran piel de serpiente. Luego fue marino mercante, y viajó por muchos lugares. Sus dos tatuajes, uno en cada brazo, testificaban de esos años. Me hablaba con frecuencia del Monumento a Colón que hay en Barcelona, al lado del mar, el cual visité con curiosidad en 2008, y de una estadía forzada en Nueva York, mientras reparaban su barco. Luego dejó la Marina Mercante e hizo algo distinto. En nuestros tiempos, si uno tiene conciencia social o interés por la gente, pues hace una ONG, se mete a una ayudantía, se hace miembro de una iglesia, desarrolla esquemas teológicos, o integra las múltiples alternativas de asistencia social que existen. Las opciones abundan. En sus tiempos eso también había, pero los jóvenes buscaban soluciones que corrigieran el problema desde la raíz, no cuestiones meramente asistenciales o teóricas. Por eso, por 1965 se hizo guerrillero. A veces hablaba de esos años, de sus paseos y combates con el ejército, de conspiraciones y alguna detención que tuvo por ahí (registrada en una pequeña nota del ABC de Madrid). Nos habló de que su grupo estaba por ir a Bolivia a apoyar al “Che” Guevara, pero que todo se canceló al enterarse de su muerte violenta.

Yo siento que aquí hay un hito, marcado quizá por la derrota contundente del movimiento guerrillero, pero él se alejó por completo de ese mundo aunque conservó su pensamiento de izquierda que lo hacía hablar muy bien de, por ejemplo, Alfonso Barrantes, ex-alcalde de Lima. En 1970 quiso, con unos amigos, ir al mundial de México en 1970, emocionado por la clasificación peruana en La Bombonera de Boca Juniors. Se fueron en carro a lo que venga, pero ya en tierras cafeteras descubrieron que no hay carretera que una Panamá y Colombia. El transporte marítimo era demasiado caro, así que no les quedó otra que dar media vuelta a Lima. A inicios de los setentas decidió estudiar en la universidad (Derecho), y luego se involucró en otras actividades que le hicieron ganar algo de dinero. Por esos años conoce a mi mamá (hermana de un amigo cercano), e inician su relación en 1975. Ella tenía 17 y él 35. Casi un escándalo para nuestros estándares.

El tiempo adyacente a 1980 es muy complejo. Para inicios de los ochenta, donde comienzan mis recuerdos, es ya una persona distinta. Otro hito se marca aquí. La familia se fue juntando por partes, y la carencia económica arreció muy fuerte, con la gran casa como testigo de todo, recodando con su gigantez los años de esplendor ya idos. Miles de cosas fueron sucediendo, pero de niño me llevaba muy bien con él. En la adolescencia, siguiendo la naturaleza de las relaciones entre padres e hijos, las cosas cambiaron. Creo que es algo casi natural que el desencuentro de padres e hijos se haga latente. Yo no entendía cómo él parecía otro, cuando en realidad el que estaba mutando era yo. Ahora me doy cuenta que para mi papá era difícil, ya que creció sin padre, sin algún modelo de dónde asirse. El punto más álgido fue mi elección de carrera, ya que él quería que estudie agronomía, pero yo no. Acepté en cierto momento por cuestiones totalmente subjetivas y endebles, pero al final me retracté. Crack. Luego anduve entre la arquitectura y la economía, decantando en esta última opción. Por esos años anduvimos alejados, desde 1995, pero luego le pedí perdón por eso, en presencia de Gema y Gabriel, mis hermanos adolescentes, en la cocina de la casa en 2002. No era posible que como cristiano tenga una actitud de distanciamiento con mi papá.

Más o menos por el 2000 se hace cristiano en serio. Es curioso, pero lo hacía más feliz mis estudios teológicos (que comencé en marzo de 2001 en el seminario de mi denominación) que los universitarios. Se hace una persona de mucha fe. Sentía que se entristecía por mis conflictos en la iglesia, y no fue feliz cuando le dije que dejaría la congregación de manera definitiva. Oraba mucho, era medio solemne, y leía la Biblia con frecuencia. Tenía preferencia por ciertos pasajes, en especial los apocalípticos, porque mi papá tenía una obsesión por el fin del mundo, los cielos nuevos y la nueva tierra, y los extraterrestres: quería comprar tierras en la sierra cajamarquina para esperar allí el cataclismo final (de allí su insistencia para que estudie agronomía. Tenía cierto sentido, ¿no creen?), y pudiéramos ser los pobladores de la nueva tierra. Un libro leído en sus años mozos lo impactó, y era frecuente que me interrogue respecto al significado de ciertos pasajes. Su hijo teólogo, yo, siempre sonreía por sus especulaciones futuristas.

El comenzó a ponerse mal de una manera muy, muy lenta. No sé cuándo inicia el proceso. Tal vez desde la enfermedad de mi hermano, que él soportó estoicamente en lacónica soledad. Yo me quebré por completo varias veces, pero tengo en la memoria algunas en especial: cuando mi mamá me llama para decirme que Gabriel tenía leucemia; cuando llegué corriendo a mi casa (la casa de mis padres, en realidad) al enterarme de la muerte de mi hermano; cuando mi papá lloró al pie de la tumba el día del velorio, descargando toda la pena contenida, pena más grande que todo lo que había sufrido hasta ese día, la pena de la extinción inevitable. No sé, pero quizá desde allí comenzó a deteriorarse. O podría ser desde el día que vendieron la gran casa, en mayo de 2007, la que él mismo construyó para sus hijos y que todos amábamos. No sé cuándo, pero poco a poco comenzó a irse. Lentamente caminó con más dificultad; luego sólo lo podía hacer dentro de la casa. Luego no podía ponerse de pie, luego comenzaron las dificultades para comer. A inicios de 2011 las cosas se hicieron más complicadas y el desenlace ya se venía venir.

Horas antes de su muerte, en el caos del área de Emergencias del Hospital Rebagliati, estuve sentado afuera, donde llegan las ambulancias. Mi mamá logró hacerme entrar como a las dos de la mañana. Allí estuvimos con ella, Gema y Génesis rodeando su camilla. Él, consciente pero muy mal, ya no podía hablar, pero nos miraba y lloraba. Mi mamá le dijo que regresaríamos el día siguiente temprano. Todos estábamos con esa idea, aunque sabíamos que estábamos en la cuenta regresiva. Yo pensé: “hablaré mañana”. Al final, no lo hice. No pude decirle las cosas básicas, las que de verdad valían la pena. De eso me arrepiento ahora: entre nosotros, hombres peruanos, todo era tácito, el cariño y el afecto era sobreentendido, ya se sabía, por lo tanto, para qué insistir con ese asunto medio espinoso. Así nomás estaba bien.

Yo, de manera positiva y negativa, soy hechura de mi papá, él ha forjado algunos de mis fundamentos. Cosas que hago ahora, formas de ver la vida, las aprendí de él por imitación o por contraste. Solo quiero mencionar cinco cosas que mi papá me trasmitió, y que llevaré conmigo hasta el final:

(1) Yo amo Lima, quiero profundamente al Perú. Y es por él, que de tierna edad me enseñaba Lima. Qué micro tomar, dónde bajar, cómo ir a una oficina, a la otra, a la casa de uno de mis tíos, a la de otro, cómo regresar a la casa, ubicar los rincones del centro, Miraflores, Barranco, de todas partes. Con su guía e instrucción, desde muy pequeño, Lima se me hizo mía, para siempre. Derivado de esto, aprendí a tener un buen sentido de la orientación, y eso transmitido por él. A los seis años, en 1984, hice mi primer viaje solo, saliendo de Camacho, yendo a varios lugares del centro, a Breña, luego a San Isidro, y de allí de regreso a la casa. Después hacía muchos encargos de mi papá, yendo a todas partes siempre en micro. La prueba máxima de que mi orientación era buena fue cuando un micro, el “Tawantisuyo”, cambió de la ruta “A” a la “B” y, en lugar de llevarme al cruce de las avenidas Los Constructores con La Molina, me dejó al lado del Mercado Mayorista de Frutas, en las faldas del cerro el Pino de la picante La Victoria. Fue poco tiempo después de mi primer viaje solo. Pero no tuve problemas porque recordé la regla básica que mi papá me enseñó: la Javier Prado y la Av. La Marina parten Lima en dos. Cualquier carro que vaya del norte al sur o viceversa, tienen que cruzar esa línea por algún punto, de allí a la casa ya es muy fácil. Así que pensé tomar un micro, pero después noté que Salamanca estaba bastante cerca, así que caminé por Circunvalación hasta el arco de Salamanca, de allí fui por Paracas, Quechuas, crucé la Evitamiento y listo, ya estaba en el barrio. Si aprendí a amar Lima por conocer sus rincones y a ubicarme con rapidez fue por él. Enormes gracias a mi papá.

(2) Fui a la universidad, estudio en este momento una maestría, y un día espero hacer un doctorado. Si ese ánimo y énfasis existe, es por él. A pesar de las dificultades, todos pisamos tierra y estudiamos en la mejor universidad pública que pudimos. Aunque fue mi mamá la que operativizó el deseo, fue mi papá quien sembró la semilla: desde niño yo la tenía clarísima respecto a lo que haría al terminar el colegio. Lo que también sembró fue lo que jamás debía estudiar: Derecho. No quería que fuera abogado como él (al contrario de muchos padres), y me enseñó, in situ, toda la corrupción e irregularidades que conviven en el mundo judicial. Le hice mucho caso, y descarté la idea de ser abogado desde el primer instante.

(3) En 2004, mi cachimba hermana Gema conversó con un profesor de la universidad, el cual le cuenta que en los sesenta estuvo en una guerrilla. Gema, le dice: “mi papá también estuvo en una”. “¿Cómo se llama tu papá?” le pregunta el profesor… y tras eso, descubrimos algo secreto de la vida de mi padre, algo que jamás nos había contado. Entrenamiento militar en Cuba, jefe de columna, retorno clandestino al Perú vía Europa Oriental para despistar al enemigo, de país en país acabando en España para regresar al Perú en barco. Una cosa que nos dejó anonadados. Mi papá nos dijo: “Ah, sí, eso hicimos una vez” sonriendo. En ese punto yo fui confrontado. Él, con menos años que yo, se comprometió con su realidad y actuó como hijo de su tiempo; yo, en cambio, estaba perdido en la “profesionalidad”, en la indiferencia de la multiplicidad de ocupaciones laborales y eclesiales. Algo debía hacer, y lo natural es que se comience por lo amado. Esto, entre tantas otras cosas, me hizo comenzar por la iglesia. Lo que vino ya está escrito.

(4) Algo que siempre aprecié de mi papá es que él respetaba la independencia de la gente. No se metía en lo que no le incumbía. Respetaba los criterios de cada uno, y me dio mucha libertad, a pesar de que pensaba muy distinto a él. Yo de joven post-adolescente, influenciado por un exceso de pasión evangélica, hacía lo contrario –en particular con mis hermanos adolescentes- pero luego me di cuenta que eso no es correcto, y tomé los ejemplos paternos. Cada uno responderá por sí mismo.

(5) Mi papá me enseñó a leer cuando estaba comenzando el nido, a los cuatro años. Claro está, con métodos de enseñanza poco ortodoxos: leyendo el “Extra”, el diario popular de los ochenta, y castigándome con no ver “El Chavo del Ocho” si no terminaba el cuadernillo de escritura del abecedario. Parece que aprendí rápido, y que mostré bastante interés. Mi mamá siempre decía eso. Recuerdo leyendo todo el periódico, hasta los avisos de los brujos y farmacias informales que solucionaban los retrasos menstruales. Era inmensamente feliz por poder leer y escribir, en especial porque en el nido recibía las hojas de trabajo, leía las instrucciones, hacía lo indicado, y terminaba mucho antes que los demás. No olvido la vez que la profesora me increpó. “Abelito, ¿qué haces?” “Profesora, hago lo que dice aquí. Pinta esto de verde y lo otro de azul”. Tampoco olvido sus ojos de sorpresa. Aquí, definitivamente, nació mi afán por la lectura y por escribir. Quizá también por aquí surge mi intensa vocación por la enseñanza, ya que recuerdo enseñarle a mis amigos las letras, qué decían los papeles y letreros del nido. Esta es una de las herencias más grandes y preciadas de mi papá. La que llevo en el alma.

El murió casi al amanecer del 3 de marzo, tras una vida quizá no tan larga en comparación con otras, pero sí llena de eventos de todo tipo. Veinte existencias convencionales no copan la suya. Muchas de sus experiencias yo no viviré: las altas volatilidades no caracterizan mi vida, como buen analista de riesgos que soy. Hoy, cuatro meses después de su partida, escribo estas líneas y resumo todo en un gracias por todo, y una exclamación de perdón por los años perdidos. Desde aquí estaré pensando en él, hasta aquel reencuentro que la esperanza cristiana promete.



¿Te acuerdas
cuando me mostrabas
tus calles
tu esquina varada
tu vieja casa
oscura y vetusta?

¿Te acuerdas
de esa vez
cuando me protegiste
con tu cuerpo recio
de aquel feroz
rochabús infernal?

No lo parecía
pero yo recuerdo
casi todo
de aquel mundo
que con calma
me mostrabas

sábado, 25 de junio de 2011

Son mi prójimo

Nadie lo habla. Nadie ha sabido de ningún caso en sus congregaciones. Si juego un poco con algunas estadísticas, en el Perú hay la misma cantidad de homosexuales y de evangélicos, y son subconjuntos con escasa intersección. Por supuesto, si la opinión generalizada de las autoridades eclesiales apunta a condenar la práctica, a arrinconar al homosexual al celibato obligado, a colocarle más candados a su closet, es evidente el por qué son pocos los homosexuales evangélicos. No parece ser una alternativa razonable de un espacio de desarrollo de su espiritualidad.

Yo anduve muchos años en una congregación de corte conservador, de mediano tamaño. Nunca supe de alguien que tuviera inclinaciones homosexuales. Es curioso, porque sin importar que la iglesia considerase como un pecado a la homosexualidad, a la manera del alcoholismo o la drogadicción, sí conocí a través de los años a algunos alcohólicos o drogadictos en recuperación. Por ahí se sabía de alguien que peleaba con la ludopatía u otro que sufría de algún otro problema importante, pero de homosexualidad, nada. O no había ninguno, o simplemente los pastores no querían que la congregación sepa o la presión era tan fuerte que los homosexuales cristianos ni siquiera se atrevían a hablar del asunto. Con los años me di cuenta que la respuesta iba por el segundo lado o tercer lado.

La iglesia es inmadura y no puede aceptar a homosexuales “convertidos”, podían decir algunos, pero la propia teología armada de unos cuantos versículos bíblicos, algunos muy antiguos y de etapas que rayan con la mitología, es endeble y sumamente ofensiva; por eso algunos, toman de manera cuidadosa los textos para su interpretación, y encuentran otros significados, incluso distintos a los de los teólogos homosexuales. Otros cristianos refuerzan su postura en lo que escribió el apóstol Pablo y desde allí tienen argumentos para rechazar a los homosexuales de manera radical. Concluyen que son depravados y llenos de pecado. Por ello el afán por curarlos y los risibles métodos que a veces se utilizan en ciertos entornos. Hay testimonios que en internet se pueden leer con facilidad, pero siempre dan la impresión de que son excepciones y no reglas. Es curioso, pero normalmente los que conocen de manera cercana a un homosexual son menos radicales en sus conclusiones que aquellos cristianos que nunca han tratado cercanamente a uno.

Esa actitud ofensiva siempre me pareció extraña. La agresividad no es una virtud cristiana, pero en realidad así es como se han dado las cosas. Con cierta base bíblica y una particular interpretación han apartado con saña a personas que igual son creación e imagen de Dios, marginándolas a la miseria espiritual. Algunos de ellos tienen deseos serios de conocer a Dios, pero hay pocas oportunidades de hacer comunidad con la iglesia de Cristo si las puertas se cierran en sus narices.

¿Qué aproximación bíblica es la correcta? Si somos sinceros y honestos, debemos decir que no hay respuesta sencilla. En una página no pretendo dar una solución. No se puede. Ante esta complejidad, queda siempre privilegiar los dichos de Cristo para podremos encontrar luces, a manera de clave hermenéutica. Y lo que se nos enseña, con insistencia, con prioridad en los evangelios, es la ley del prójimo. La parábola del buen samaritano es tan gráfica que no queda dudas de quién es el prójimo, y con eso en mente, deberemos reconocer la posición de un homosexual. Por lo tanto, antes de acercarnos a la casuística desde el punto de vista teológico-condenatorio, hay un punto de partida que Jesucristo nos enseñó: debemos aproximarnos pensando que ellos son nuestro prójimo. Con eso en mente podemos teologizar e, inclusive, hacer la pastoral. Inclusive si nuestra conclusión es condenatoria desde el lado de la práctica, la misericordia vencerá al espíritu de las cruzadas que a veces nos invade.

sábado, 18 de junio de 2011

Integralidad




Les presento la novena edición de la revista digital Integralidad, que trabajamos desde el Centro Evangélico de Misiología Andino-Amazónica (CEMAA) en Lima (Perú). Sus comentarios serán bienvenidos. Para acceder a ella sólo tienen que hacerle click a la imagen de arriba.

domingo, 10 de abril de 2011

Por qué jamás votaré por el fujimorismo

Parece que muy a mi pesar Keiko Fujimori pasará a la segunda vuelta con Ollanta Humala. Como en el 2006, aparecerá el anti-voto, y muchos de los que votaron por Castañeda, PPK y quizá algunos toledistas votarán por Keiko. No es mi caso. Yo jamás votaré por el fujimorismo. Mis alternativas en segunda vuelta es votar por Ollanta Humala, el voto blanco o el voto nulo. Algunos ven mi postura como irracional, como enemiga del Perú. Debo defender el crecimiento, dicen, así como hicimos muchos el 2006, cuando tapándonos la nariz marcamos la estrella de Alan García.

No acepto eso. El fujimorismo fue un régimen abiertamente delincuencial, como si los barrios bajos de Lima hubieran tomado el poder para saquear las arcas fiscales y asesinar a los enemigos. Nos gobernó lo más selecto de la Trinchera Norte y el Comando Sur. Por eso, no votaré ahora, mañana ni jamás por el fujimorismo porque no quiero más dobles mensajes políticos (por ejemplo, digo “no shock” para el aplauso de las masas, y a la hora de la hora aplico el shock), no más patadas en el trasero a nuestros hermanos evangélicos que lo apoyaron en 1990 con fervor y que se convirtieron rápidamente en inservibles, no quiero más "disolver el Congreso", no quiero más combate al terrorismo con la doctrina del "ojo por ojo y diente por diente" (esto es, combatir a los terroristas con el mismo terror. Somos gente civilizada, somos el Estado, ¿no? No podemos convertirnos en criminales con el fin de combatirlos). No quiero más nueve alumnos y un profesor muertos en La Cantuta, incinerados y luego enterrados en un páramo desolado, no quiero más grupo de aniquilamiento Colina, no quiero más ejecuciones de Barrios Altos (donde murieron inocentes -¡un niño de ocho años!- que hacían una pollada pro-fondos: los ajusticiadores querían asesinar a otras personas, terroristas ellas, que se encontraban en otra parte del edificio), no quiero más jueces sin rostro que juzgaban en tres días, no quiero más inocentes que pasaron 10 años en la cárcel porque alguien los inculpó sin pruebas, no más mentiras respecto a la derrota del terrorismo: Fujimori no derrotó a nadie; todo fue el trabajo de un cuerpo especializado de policía que capturó a la “cuarta espada del marxismo” y con ello, listo, el golpe maestro. No quiero más esterilizaciones forzadas a campesinas inocentes de los andes perdidos, no quiero más apropiación del FONAVI, que hasta hoy sufrimos. No quiero más copamiento de las instituciones públicas (Poder Judicial con sus magistrados provisionales, con Blanca Nélida Colán; Ministerios, poderes electorales –con la vergüenza de mi universidad, la UNI, como referencia: José Portillo, el artífice del fraude del 2000-) ni la destrucción de ellas. No más prensa chicha que insultaba a los opositores en la carátula sin notas en el interior, no más prensa comprada (cómo olvidar la pared de dinero para Crousillat o la de Schutz), no quiero más estado benefactor estupidizante, que solo se dedicaba a entregar papas, arroz y calendarios, sin interesarse plenamente en el desarrollo. No quiero más Laura Bozzo (perdonen por ella, amigos mexicanos), no quiero más Ministerio de la Presidencia corrupto y centralizado, no quiero más robos de los fondos de las privatizaciones, no más saqueo de la Caja de Pensiones Militar-Policial, no más japonesitos ladrones de ropa donada y dinero venido del Japón. No quiero más los 15 millones de CTS entregados a Montesinos por su “servicio al país” y devueltos en efectivo por Fujimori, no quiero más robos a Popular y Porvenir (con el prófugo Miyagusuku), no más leyes de interpretación auténtica del tristemente célebre Carlos Torres y Torres Lara, no quiero más decretos secretos que hacían que algunas empresas pagaran menos impuestos. No quiero más renuncias por fax, no quiero Presidentes que intenten capturar a sus asesores con un enorme contingente policial que ellos mismos comandaban (buscando…). No quiero más fraudes electorales, no quiero más aviones presidenciales que carguen cocaína. Basta de salitas del SIN, y basta de presidentes allanando una casa llevando un fiscal falso. Basta de primeras damas electrocutadas y de amenazas a periodistas. No quiero otra Mariela Barreto ni otra Leonor La Rosa. No quiero más especímenes como Santiago Martin Rivas. No quiero otros Beto Kouris que pedían dinero a Montesinos con el fin de "comprar un camioncito para repartir pescado". Ya estuvo bueno de lacras como Nicolás Hermosa Ríos, que en su juicio reconoció haberse robado 20 millones de dólares (sí, el eterno Comandante General de Ejército, íntimo de Montesinos y Fujimori). No quiero más venta de armas a las FARC pagadas con cocaína. No quiero más cerros pintados y ya es suficiente con hijitos estudiando en Boston con dos mil soles de sueldo. No quiero más congresistas comprados ni transfuguismo. No quiero más dinero repartido en decenas de cuentas secretas de todo el mundo, no quiero un ex-presidente candidateando al Senado de un país extranjero. No quiero geishas ni más torturas en el sótano del Servicio de inteligencia del Ejército. No más chuponeo telefónico. No más “Vaticanos”. No más a la mayor corrupción de la historia republicana peruana. No quiero más declaraciones de hoy que hablan que todo lo anterior fueron “errores”. ¿Comandos de aniquilamiento, errores? ¿Narcotráfico abierto, errores? ¡Indignante!

Puedo seguir, pero creo que he probado mi punto: en resumen, jamás votaré por el fujimorismo porque tengo memoria. Por ello, en segunda vuelta solo tengo tres opciones: blanco, viciado u Ollanta Humala. Por ahora, no he decidido nada. Ya se verá.

domingo, 23 de enero de 2011

Rosas con espinas

La semana que pasó sorprendió al mundo evangélico al conocer que el número uno de la lista de Fuerza 2011 por Lima sería un pastor de una de sus principales denominaciones: Julio Rosas, de la Alianza Cristiana y Misionera. Por años estuvo a cargo de una iglesia en San Martín de Porres, al norte de Lima, fue presidente del Concilio Nacional Evangélico del Perú (CONEP) en los noventas, antes que la Alianza se aparte de él por razones que hoy suenan a excusa, y asimismo fungió de presidente de su denominación. A estas alturas seguramente ya renunció al pastorado, listo para subir a bordo del achacoso barco legislativo (porque, qué duda cabe, será elegido gracias al autómata voto de las irreductibles masas naranjas) que no le es tan ajeno.

Muchas voces han mostrado su rechazo a este emprendimiento de Rosas. Sin embargo, las cosas deben ser claras desde el principio: todo ciudadano peruano tiene el derecho de participar en política. Sea un sacerdote como el padre Arana, un profesor universitario como Toledo o un economista como Kuczynski, el derecho trasciende nuestra actividad particular. ¿O es que el llamado exime a los pastores por alguna mística razón? Hasta el inmaduro y engreído Kenji Fujimori tiene el derecho de postular. Más aún si somos animales políticos. Rosas, por supuesto, lo es. Su deseo de incursionar en la política es muy grande, y esta aspiración se ha notado al dirigir el CONEP y a la Alianza Cristiana por varios años. Parece gustar del poder, teniendo bastante ambición. Eso, per se, no es malo; en ocasiones se convierte en algo hasta necesario. En realidad, el rechazo viene por otro sitio. Para ubicarlo, creo que nos debemos hacer la siguiente pregunta: ¿Cómo un pastor, que se dice abanderado de la justicia, la paz, la defensa de la vida, la restauración ante Dios y los hombres, la afirmación de principios venidos de Dios y la búsqueda de una vida santa, se involucra con un grupo político que avala las violaciones de derechos humanos, el copamiento abusivo del poder, el autoritarismo, la cultura de la muerte, la virtud política traída del caudillismo familiar, el transfuguismo, el robo a camionadas del patrimonio nacional y la máxima corrupción de la historia peruana? ¿Cómo puede involucrarse con un grupo político que en 1990 utilizó a los evangélicos, hermanos nuestros, con mentiras alevosas, descartándolos luego cuando ya no eran necesarios? Aquí tenemos que indagar.

Ensayando tres respuestas

Se ha hablado de que Rosas es un tonto útil que se está prestando al juego de Keiko Fujimori. Sin embargo, tras pensarlo bien, tengo la convicción de que no es así. Rosas no es un pastor que no sabe nada de política. Él conoce de ella y mucho más de lo que la gente cree: las denominaciones y sus luchas de poder son tremendamente políticas, llenas de negociaciones, concesiones, acuerdos, bandos, serruchos, cuchilladas por la espalda y todo lo que todos ya sabemos de la política, con el matiz de que hay formas que se suelen guardar: todo es para la gloria de Dios. Entonces, ¿qué lo empujó a aceptar la invitación fujimorista? Rosas ha deseado intensamente ingresar a la política desde hace tiempo, pero no parecía tener muchas opciones. Keiko Fujimori estaba buscando la manera de limpiarse de la mugre intrínseca que su candidatura representa: el fujimontesinismo putrefacto. Pocos creen en sus deslindes de Vladimiro Montesinos. Rosas y Keiko tenían una necesidad y algo qué ofrecer. Rosas daría algo de limpieza, de “ética y moral” a la lista fujimorista. Keiko le daría al pastor la oportunidad de su vida, aquella que ansió por tanto tiempo: ser político, y más aún, ser congresista. Entonces, ambos han hecho un trueque que los beneficia, ambos se están utilizando mutuamente.

Lo que llama la atención es cómo Rosas, teniendo ya en sus manos el gran deseo de su vida, no le importó lo demás: hoy defiende a muerte a Fujimori y su camarilla. ¿Qué dice, pastor Rosas, de los muertos de La Cantuta, del niño de ocho años asesinado en la pollada de Barrios Altos? ¿Qué opina de la renuncia por fax de Fujimori? ¿Está de acuerdo con la secreta pero real política de exterminio que ciertos militares aplicaron contra los terroristas de Sendero Luminoso y el MRTA, de la cual su líder conoció? Hace poco estuvo en la radio, y dijo que el fujimorismo había pedido perdón al país por sus errores; que eso era como el matrimonio, que para avanzar era necesario perdonar, dejando atrás el pasado. No pude evitar la carcajada. Primero, el fujimorismo no está arrepentido. Por ello dicen que las condenas continuas a Fujimori (por corrupción, por allanamiento ilegal, por violación de derechos humanos, por fraude electoral) no son justas, sino parte de un proceso político. Segundo, lo que se cometieron fueron delitos, no faltas. Por ello, tenemos a tanta gente presa, incluyendo al propio Fujimori. Lo que se instauró fue un régimen abiertamente delincuencial, al cual se debe rechazar porque su propia naturaleza ya está pervertida. Las faltas se “perdonan”, los delitos se “pagan” con cárcel. Es patético cuando se buscan argumentos para defender lo indefendible.

La segunda teoría salió de una conversación que hace poco tuve con un amigo sobre el asunto Rosas. Hablábamos de la idea de democracia, y este amigo me dijo que los grupos con los que Rosas tendría más en común -respecto a su idea de la democracia- serían los fujimoristas y los humalistas, los más autócratas del espectro. Quedé intrigado, pero pensándolo mejor, me di cuenta que este amigo tiene razón. La realidad del pensamiento se ve en la práctica, no solo en el discurso, por lo que es necesario considerar al papel de Rosas como presidente de la Alianza Cristiana y Misionera. ¿Qué tan democrático fue? La denominación es vertical, rígida, y fomenta que los pastores alcancen la categoría de vitalicios. Varios de sus pastores tienen veinte o más años en las iglesias que dirigen, las que manejan sin dar cuentas. La democracia se desprecia, ignorando tradiciones protestantes (que, por ejemplo, son la base de la democracia norteamericana) y justificando pobremente su postura argumentando que la iglesia es una “teocracia” y no una democracia. ¿Puede ser el pastor demócrata a niveles nacionales pero autócrata a niveles de su iglesia? Al creer poco en la democracia, Rosas buscaría un grupo afín; como pertenece teológicamente hablando a la derecha de trasfondo fundamentalista, despreciará a los partidos con tendencias de izquierda. Chau Humala. Ergo, su pensamiento calzará con el ideario fujimorista, autoritario como el esquema de gobierno de su denominación. Entonces, que sea el número uno de la lista fujimorista no es algo que debiese llamar la atención.

Una tercera posibilidad es que Rosas fuera tragado por ese virus llamado mesianismo, que ha contagiado a miles de pastores en Latinoamérica, pero que tiene una versión política especializada. Rosas recibe el mensaje de Keiko, creyendo sinceramente que es la respuesta a sus oraciones (como tantos pastores que están convencidos que Dios les habla directamente). Sienten que Dios los “llama” a una nueva “misión”, que en este caso es grande: limpiar el fujimorismo. Está convencido de que los pastores adecentan la política, que puede contribuir a mejorarla; ser congresista da la oportunidad de predicar en las altas esferas del poder, a ser sal y luz. ¡Se cree un escogido por Dios! Esto le hace no percatarse de la imposibilidad de la obra, no percibe que Dios no les está hablando, quizá si hubiese leído bien la Biblia se habría dado cuenta que por estos rincones Dios no camina. Al final, inocentemente colaborará con el partido que lo convoca, siendo manipulado a la larga. Porque, ¿Rosas será el independiente que pretende ser? Intentará ser luz, pero será consumido por el poder. Recordemos el tristemente célebre caso de Gilberto Siura, que llegó a decir que las víctimas de La Cantuta se habían autosecuestrado. Este es el muy posible destino de Rosas. Sinceramente, espero equivocarme.

Espinas puntiagudas

Para mí, Rosas ha tomado una pésima decisión porque está privilegiando sus intereses personales en detrimento de los muchos principios que dice defender por su condición de pastor. Cuando los principios personales predominan sobre los intereses comunitarios, comenzamos mal. Ante el diablo que le mostraba todos los reinos del mundo, él prefirió arrodillarse y adorarlo. ¡Le estaban ofreciendo lo que siempre quiso! Ya sabemos lo que pasa cuando caemos en las tentaciones.

Desde el punto de vista eclesial todo esto es raro, la verdad, porque normalmente los pastores aliancistas de su generación hacen un escándalo si uno de sus líderes se toma una cerveza en un bar o bailan en un matrimonio, poniendo el grito en el cielo, pero Rosas ya está defendiendo al reo Fujimori sin pelos en la lengua. Tremenda contradicción, o una señal de dobles estándares. ¿Principios? No existen. ¿La moral y ética que dice llevar al fujimorismo? No existe. Todo es un intercambio, donde Rosas es uno de los beneficiados. No importa la gran contradicción de defender actos de probada corrupción y a la vez hablar de valores, lo que importa son los intereses y deseos personales: los de los fujimoristas y los de Julio Rosas. ¿Esto es asear la política? No, es la misma vaina de siempre.