Cuando pensamos en gente que impacta a los demás, nuestra mente se va a los grandes líderes, o a los de rebuscada oratoria, o a los estrategas brillantes, o a los estadistas visionarios. Magnetismo, influencia, visión, presencia, determinación, son algunas de las características que hoy –y ayer también- se creen como fundamentales para cambiar el mundo, para que tuerza a nuestro favor o cambie de rumbo. Dado esto, Juan es un caso excepcional, aunque no único –pensemos en Elías, su inmediata referencia, o en cristianos recordados por su anacoretismo, como Francisco de Asís-. Su apariencia y personalidad es intrigante para nuestros ojos. Llevó la vida de un ermitaño desde muy joven (Lc. 1:80), vagando por los cerros áridos de su país aunque no inútilmente, porque ese estilo de vida fue estimulante de su fortaleza de espíritu. Vestía "
piel de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos"; y su comida "
era langostas y miel silvestre" (Mt. 3:4; Mc. 1:6), dieta no impura ni extraña para los habitantes de la época.
Ropa demasiado sencilla, y se alimentaba de lo que tenía a la mano. ¿Pueden imaginar la apariencia que tendría Juan? Cabello sin cortar y sin lavar al estilo de los rastas, sin tomar una ducha por meses, un olor terrible, uñas crecidas y negras por la suciedad enquistada en sus rincones, una barba malsana, ropaje de imagen prehistórica, un bronceado feroz por el sol del desierto palestino. No es de sorprender que dijeran sus opositores que "
demonio tiene" (Mt. 11: 18). Su aspecto era como el de cualquiera de los orates que vagan por Lima, semidesnudos, mugrientos y comiendo lo que pueden, escarbando en la basura o mendigando la caridad pública. ¿No lo tomaríamos por loco? ¿Endemoniado? ¡Sí! ¿Acaso lo tomaríamos en cuenta? ¡No! Para aquellos testigos de su nacimiento debió haber sido complicado observar al Juan adulto y vincularlo con los eventos milagros que envolvieron su llegada -como el encuentro de su padre con el ángel en el templo y su posterior mudez- que les hicieron preguntarse:
“¿Quién, pues, será este niño?” (Lc. 1:66) Tal vez la pregunta hubo mutado a: ¿Qué de especial puede tener este Juan hijo de Zacarías, si parece que está mal de la cabeza?
Pero un día apareció en medio de la nada y predicó con intensidad volcánica. “
Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado" (Mt. 3:2) era un eje de su enseñanza y todo Israel, conmocionado, se congregó a su alrededor. Es caso seguro que su predicación comenzó al pasar los 30 años cuando según la ley podía ministrar en el templo trabajando en los asuntos de Dios aunque él, levita, prefirió otros escenarios.
Todos lo escuchaban. Hasta los fariseos y saduceos se acercaron a indagar por él, seguro para analizarlo en su condición de “guardianes de la fe” o tal vez con fines políticos, para maquinar el uso que le podrían dar.
“¡Oh generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no comencéis a decir dentro de vosotros mismos: Tenemos a Abraham por padre; porque os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras. Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa en el fuego” (Mat. 3:7-10; Lc. 3:7-9). Fue uno de las exhortaciones demasiado radicales dirigido al pueblo en general (Lucas dice que Juan le decía eso a todos) y a los religiosos en particular (Mateo dice que era específicamente para los fariseos y saduceos). Los califica como entes venenosos y rastreros condenados a la ira de Dios, confiados en que la cólera no les corresponde porque son judíos y sin ser concientes de que la hora de la poda es inminente.
¡Es una palabra profética por excelencia! Qué similar la actitud de los judíos a la de nosotros los cristianos, que pensamos que por tomar una decisión de fe y ser creyentes, ser miembros de una iglesia, y creernos santos, puros, inmaculados, porque tengo un ministerio en una institución eclesial, o estudio en un seminario, o soy un pastor, es suficiente para aburguesarnos y pensar que somos los elegidos, los engreídos de Dios, su pueblo escogido, los que no fallamos, los que sabemos cómo Dios piensa. Pero cuando estamos así es cuando Dios quiere hacer cambios, zarandearnos, despertarnos de nuestra triste realidad, es cuando él envía a la voz profética, incómoda, hirientemente directa, sin pelos en la lengua, incontenible, que toca nuestra alma para generar la conciencia de una reacción.
Eso pasó en el siglo I. Cuando la gente escuchó el mensaje de Juan, lo creyó. La metanoia caló en sus corazones profundamente, y les quedó clarísimo que algo había que hacer. El arrepentimiento no es sólo de corazón, tiene implicaciones prácticas, y jamás es suficiente un simple cambio externo de conducta. Por ello, suena lógico que la gente se le aproxime para preguntarle
¿Qué hacer ahora? ¿Es suficiente con levantar una mano? ¿Con pasar adelante? Llama la atención que sólo Lucas menciona estas recomendaciones (3:10-14)
El mensaje de Juan no fue individual, aplicado a personas específicas. Como predecesor del Mesías, estaba preparando el camino para que la misión de Cristo llegue a la gente cuando ésta esté sensibilizada hacia las cosas espirituales. Es un mensaje al pueblo como un todo, a la nación entera, aunque al mismo tiempo le hablo a grupos de tamaño más pequeño y les dijo cómo ellos debían obrar en esta etapa de renacimiento y despertar espiritual; por ello, sus aplicaciones, el “cómo” que la gente le preguntaba tenía que ser de aplicación comunitaria.
Fueron tres grupos de personas las que son descritas por Lucas para las respuestas de Juan. Desde ellos debemos hacer la inferencia al resto de la sociedad judía:
A todos en general
Los publicanos
Los soldados
Las respuestas son muy interesantes. Juan Carlos Cevallos dice que “
El arrepentimiento en Lucas (3:10-14), según Juan el Bautista… demanda frutos palpables y visibles, todos y cada uno de ellos preferencian las relaciones económicas”
[i]. Lo corrobora David Bosch al mencionar que
“(existen) implicaciones de hacer “frutos que demuestren arrepentimiento (3.8) y (Juan el Bautista) lo hace en términos de relaciones económicas”
[ii]. ¿Cómo enseña el profeta estos elementos económicos de los frutos del arrepentimiento? ¿Qué significan?
El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene y el que tenga para comer que, de la misma forma que con las túnica, hagan lo mismo (Luc. 3:11). La primera parte del versículo es dirigida a las personas ricas porque ellas en ese tiempo se vestían con dos túnicas
[iii], pero la segunda parte es más universal. Juan nos habla de la redistribución de la riqueza en una forma directa, aunque vale la pena resaltar que no lo dice de manera igualitaria, no proclama que todos tengamos exactamente lo mismo. Sí dice implícitamente que nadie debería estar falto de vestido y alimento más cuando hay gente que cree en Dios y que tiene sobrante de ambas.
Juan se refiere a las necesidades básicas y, ¿qué necesidades son más básicas que el vestido y el alimento? “
El que los tenga, debe compartirlos con su prójimo, pues somos administradores, no dueños absolutos de lo que Dios nos concede y, por lo tanto, hemos de usarlo conforme a los dictados de nuestro común dueño”
[iv]. Es este un mensaje de justicia económica, pero más que eso, de justicia humana: así como todos somos imagen de Dios y creación suya por lo que tenemos derecho a la vida, tenemos derecho al alimento y al vestido. Y si no es así por las injusticias sociales o los desequilibrios en la distribución de la riqueza, pues el creyente, el arrepentido, debe hacer algo al respecto. Es esta la primera señal de arrepentimiento de Juan el Bautista.
Como cristianos, ¿la tenemos?Les ordenó no exigir más que lo que estaba fijado por la ley (Luc. 3:13). Cuando Roma conquistaba un territorio, solía subastar el puesto de “oficial fiscal” de la nueva provincia entre los ciudadanos romanos dispuestos al trabajo fuera de la metrópoli. Éstos, a su vez, dividían el terreno en partes más pequeñas y utilizaban subordinados (“jefes de publicanos”, para el caso judío) que al mismo tiempo tenían empleados que directamente cobraban el impuesto a los habitantes, siempre nativos del país. Estos últimos eran los publicanos (como Leví). Un ejemplo de jefe de publicanos en la Biblia era Zaqueo. El problema es que el sistema se prestaba a abusos. Por ejemplo, supongamos una provincia romana (con un “oficial fiscal”) subdividida en diez distritos (cada una con un “jefe de publicanos”), y en cada uno de ellos eran necesarios 10 empleados (publicanos). En total, 111 recaudadores de impuestos en el escalafón. Roma solicitaba 1000 denarios a la provincia como tributo. Eso implicaba 100 denarios por distrito, y 10 por publicano.
Sin embargo, el “oficial fiscal” quería ganar un extra pidiendo a cada jefe no los 100 denarios estipulados sino 110. Así, quedaban para él 100 denarios sin esfuerzo. Cada publicano, hasta aquí, debía recaudar ya no 10, sino 11. Pero cada “jefe de publicanos” también quería ganar un extra. Entonces, le pedían a sus publicanos no 11, sino 15 denarios por cada uno. Así, ellos ganaban sin hacer nada 40 denarios. Como es natural, cada publicano también quería participar en el negocio. Entonces, le cobraban al pueblo 20 denarios, para que cada uno de ellos pueda ganar 5 denarios.
¿Qué significaba entonces? Que los impuestos al pueblo habían quedado duplicados. De los 20 denarios que finalmente cobraba a su población cada publicano, 10 eran para Roma (
el tributo realmente exigido), 1 para el oficial recaudador, 4 para su jefe de publicanos, y 5 para él. Este sistema era perverso porque podían, si querían, cobrar mucho más y lamentablemente casi todos los publicanos judíos tenían la tendencia a colectar más de lo debido
En este contexto, la carga impositiva de los judíos (y de todos los pueblos súbditos de Roma) era altísima. Ante esto, Juan no critica el sistema. No dice: “Los impuestos romanos, o religiosos, son incorrectos”. No dice: “A esos asesinos romanos no les paguen”. No les dice: “Abandonen ese empleo indigno de ser publicanos”. En cambio, les instruye a ser leales al gobierno, pero al mismo tiempo deben ser justos con sus compatriotas que tributan. “
Cobrad para el César lo que es del César, y no os enriquezcáis injustamente al ofender a Dios y al oprimir a vuestro prójimo”
[v].
Es un llamado a la justicia económica en el lugar en donde estemos: si soy publicando, cobrando lo que debe ser. Si soy comerciante, no estafando a mis clientes con las pesas y medidas. Si soy banquero, cobrando interesas justos. Si soy vendedor, ofreciendo productos de buena calidad. Si soy empleador, pagando lo justo y en su tiempo.
Les recomendó que no hicieran violencia a nadie, ni denunciaran falsamente a ninguno, y que se contentaran con su paga. (Luc. 3:14). Matthey Henry dice que la palabra griega no significa soldados en el sentido técnico, sino más bien hombres ocupados en servicios militares, al parecer, judíos ocupados en alguna campaña especial. Quizá una especie de policías, o guardias de seguridad. Eran pues, en cierta forma, como los publicanos, judíos utilizados para la opresión de sus compatriotas.
Cuando se ostenta el poder mediante las armas, el abuso es frecuente. La Comisión de la Verdad encontró que al menos el 35% de los muertos de la guerra contra el terrorismo fueron causados por las fuerzas del orden, y en muchas circunstancias no en combate sino en aniquilamiento directo, como en el caso de la matanza de Barrios Altos, o La Cantuta. También es muy fácil extorsionar a la gente, entrar en círculos de corrupción, quedarse con sus bienes o extraer dinero. Cuando hay resistencia, con demasiada frecuencia las fuerzas de ocupación aprovechan la situación e intimidan o amenazan a la gente con el fin de extraerles dinero, y es a este caso al que se refiere Juan al decir al final: “
conténtense con su paga”. Esto valida lo expuesto en (b) cuando me refería a ser justos económicamente en el lugar en dónde estamos; para este caso particular: los militares deben ser justos debido a la frágil línea y la facilidad que tienen para abusar debido al poder que detentan. No se les llama a abandonar su trabajo, sino a realizarlo correctamente.
Juan el Bautista coloca los frutos de arrepentimiento en términos económicos, no quebrando los sistemas, sino siendo justos dentro de él, como decía antes, sea la posición que ocupemos dentro de él. Por o tanto, las preguntas obligatorias son, como cristianos que luchamos día a día contra el pecado pero que a pesar de eso persistimos en la brega de la vida cristiana:
¿Tenemos ese primer fruto de arrepentimiento de Juan el Bautista? ¿En donde estamos, somos justos económicamente?
Interrogantes de capital importancia. La respuesta positiva como creyentes es imprescindible en ambos casos
Que así sea.
C. René Padilla y Harold Segura (editores): “Ser, hacer y decir: Bases bíblicas de la misión integral”. Buenos Aires, Ediciones Kairos, 2006. Pag. 241.
Bosch, David: Misión en Transformación. Grands Rapids: Libros Desafío. 2000. Pag. 130.
Josefo, "Antig.", XVIII, v. 7
Henry, Matthey: “Comentario Bíblico”. Barcelona, Editorial Clie, 1999.Pag. 1270.
Henry, Matthey: Ibid. Pag. 1271.