martes, 29 de julio de 2014

Del lado del sufriente

Muchos países han vivido situaciones en las cuales, por diversas circunstancias, han estado en -estatus de ocupación. En el Perú, por ejemplo, Tacna y Arica, estuvieron ocupadas por décadas –tras la derrota en la Guerra del Pacífico-, hasta que finalmente Chile devuelve Tacna y se queda con Arica en 1929. Es mucho más gráfico el caso europeo durante y tras la segunda guerra mundial, cuando primero los nazis ocupan Noruega, Dinamarca, Holanda, Bélgica, Francia, y muchos otros países; y luego los aliados se dividen el control de Alemania tras la rendición nazi de 1945. Jamás fue cosa agradable el que un ejército extranjero controle el ir y venir de la gente de un territorio, en especial cuando el trato es ofensivo y denigrante, cosa en extremo común. Muchos de los recelos actuales entre países surgen por esa razón. 

El relato bíblico abunda en referencias del pueblo hebreo oprimido y ocupado. En Jueces, son constantes las invasiones de pueblos vecinos, que obligan al surgimiento de un caudillo libertador como Aod (Jue. 3:12-30), Gedeón (Jue. 6, 7, 8) o Jefté (Jue. 10:6-18; 11:1-40; 12:1-7). Mucho más violenta es la invasión de los asirios al reino del Norte (por ejemplo, Is. 36:1-22), y la babilónica al reino del Sur (ej. 2 Re. 25:1-7), la cual se transforma en ocupación persa algunos años después. El pueblo es deportado y la nación destruida. El retorno se hace bajo la soberanía persa, pero luego Alejandro Magno arrasa con el mundo y ocupa Palestina. En el período post-alejandrino sucede la gran profanación del templo de Antíoco Epífanes, quien sacrifica un cerdo (la abominación desoladora de Mateo 24:15) y coloca una estatua de Zeus en el templo. La independencia macabea es casi un suspiro en la larga historia hebrea, porque poco más de un siglo después llegan los romanos en plena expansión, estableciendo su dominio brutal. Su ocupación no fue nada grata, como lo atestiguan con claridad los evangelios. Las cosas terminan de manera muy violenta, sea si consideramos la destrucción del templo de Jerusalén por parte de Tito en el 70 d.C, o la gran insurgencia de Simón Bar Kojba en el 130 d.C, que acaba con Roma arrasando Judea. 

La Biblia no es ajena a los sentimientos del pueblo hebreo oprimido. Pensemos en el pequeño libro de Lamentaciones, o en Ezequiel, el profeta del exilio. También en algunos salmos. Por ejemplo, el Salmo 126 dice: 

 4 Haz volver nuestra cautividad, oh Jehová
Como los arroyos del Neguev
5 Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán. 

Hay muchos más textos. Lo que parece claro, desde ellos, es que es más que evidente que el relato bíblico, así como se identifica con todos los sufrientes y desvalidos del mundo, lo hace con aquellos que sufren ocupación militar o exilio violento porque padecen y mucho, tal como lo sufrió Israel por tantas veces en el Antiguo Testamento (del Nuevo Testamento ya no vale decir nada; es una tautología). ¿Quién sufre estos estragos hoy? Por ejemplo –y no es exclusividad de ellos- ahora la sufre el pueblo palestino. Es curioso cómo ciertos discursos privilegian el derecho de Israel a la tierra por encima de todo, en detrimento del sufrimiento enorme del pueblo palestino, inclusive desde entornos cristianos, cuando la Biblia pone su mirada en otra cosa: el sufrimiento, el dolor del pueblo lacerado

¿Cuánto ya se ha escrito sobre Gaza? Todo es cruento, es mediático (¿es acaso tan mediática la opresión marroquí sobre los saharauis, por ejemplo?), es recurrente, y parece eterno porque hay poderosos intereses que no quieren la solución al conflicto, que están bien manteniendo las cosas como están. De ambos lados. Hamás busca la destrucción de Israel, y el ala radical judía busca la destrucción del enemigo, su hostigamiento, su agotamiento. Su inevitable confrontación perpetúa sus posturas ante sus pueblos, que acaba aceptando sus preceptos. Esta espiral sin fin es el centro del poder de los señores de la guerra. Es triste, porque una de las muchas consecuencias es el sentimiento de venganza, de ambos lados, tan bien reflejado en el Salmo 137, cuando dice: 

8 Hija de Babilonia, la desolada,
 bienaventurado el que te diera el pago
de lo que nos hiciste.
9 Dichoso el que tomare y estrellare tus niños
contra la peña 

Bien decía Kohelet: “no hay nada nuevo bajo el sol” (Ecl. 1:9), así pasen miles de años. Por ello, como nada es nuevo, tampoco es nuevo el lado que nos corresponde: el del sufriente. Es esa la esencia de nuestra fe cristiana.