jueves, 30 de agosto de 2018

La larga ruta de Dios

En el principio, al menos hasta lo que sabemos hoy, estaba toda la masa concentrada en un pequeño punto, el átomo inicial de Lemaitre, lejos de lo ex-nihilo que han configurado varios teólogos que andan lejos de la ciencia física. Trece mil ochocientos millones de años antes de este instante en que, frente a mi computadora, machaco con fuerza este papel digital. Luego, una singularidad y la expansión del espacio, la inflación cósmica, la aceleración de la expansión y el inicio de un largo proceso de formación de todo lo existente. El enfriamiento, las partículas subatómicas, la relatividad, todo lento, con calma. Mi visión teísta dice: es la creación inicial, el bereshit, la forma escogida de trabajar por Dios. Un Dios que construye, paciente, sin el apuro del humano del siglo XXI que nos ahoga en un agrio estrés. Luego el tiempo hizo lo suyo. Miles de millones de años. Galaxias, estrellas, planetas, satélites. Pasaron las tardes y las mañanas. 

Insisto, todo fue paso a paso, en un aparente ensayo y error. Un día, la vida, que desde el principio aparenta ser un árbol que crece con ramas que se expanden en todas las direcciones. Una de esas, dicen, es de donde surge el hombre. Sigue pasando el tiempo, tardes y mañanas, y un día que se pierde en nuestro olvido, de repente, la conciencia del hombre llega. Cómo, no sabemos. El homo sapiens mira al cielo y se aplasta. Lo dice Sabato de una forma brillante: “al incorporarse sobre las dos patas traseras, un extraño animal abandona para siempre la felicidad zoológica para inaugurar la infelicidad metafísica; descabellada ansia de eternidad en un miserable cuerpo destinado a la muerte”. Su intuición le dice que algo tiene que haberlo hecho. La eternidad lo carcome. Piensa en divinidades. Surgen éstas, por todas partes. En los animales, en los montes, en los astros, en el mar. El creador, que le gusta el ir paso a paso, que tiene paciencia, no se complica, sigue este curso de las cosas. Él, que se había tomado miles de millones de años en crearlo todo, sigue ese modus operandi con el ser humano. No le importa verse en muchas formas. No se hace líos con ser parte del lenguaje mitológico, con la explicación primitiva que trata de dar respuestas ante un universo que no se entiende. No se hace problemas en compartir el protagonismo con miles de dioses que, en el fondo, son Él mismo. Acepta la monolatría. Es como si aceptara que el concepto de Dios puede ser construido por los humanos. 

La Biblia muestra esto con claridad. Deu. 10:17 dice que Dios es Dios de dioses, o sea, se afirma la existencia de otros dioses y que, además no acepta soborno, en contraste con otros dioses a los cuales se les daba regalos en fechas que no correspondían. Se portaban como los jueces peruanos, miren ustedes. Exo. 15:11 compara a Dios con otros dioses. Deu. 4:19 nos dice que el sol, la luna y las estrellas son dioses, pero que la adoración de los hebreos debe ser a Yahveh. Deu. 32:8-9 dice que El-Elyon repartió la tierra entre los pueblos, y lo hizo según el número de dioses existente, no en vano habla de la porción de Yahveh (este pasaje hace una clara distinción entre el Altísimo y Yahveh, mostrando que ¡no es el mismo!). Jue. 11:23-24 habla del dios Quemosh, que también quita y da territorio, como Yahveh. Sal. 82:1 menciona al panteón semita, cuando dice que “Dios se levanta en la asamblea divina, en medio de los dioses juzga” (BJ), aclarando que se refiere a El-Elyión (el altísimo), el líder del panteón. Un panteón que, en la mentalidad antigua de los pueblos del medio oriente, tiene cuatro categorías: (a) el altísimo (El), (b) los setenta hijos del altísimo entre los que están Yahveh o Baal (c) los pequeños dioses de comerciantes y artesanos y (d) los mensajeros divinos. 

Es que, vamos, el Israel pre-exílico era politeista y como pueden ver, la Biblia lo muestra con claridad. 2 Re. 23:4 nos muestra que en esa era, todos los dioses estaban en el templo, y la idea del monoteísmo es posterior, ya que se comienza a configurar con Josías, afianzándose tras el exilio a Babilonia. David era, según el relato veterotestamentario y si existió, pagano, ya que 1 Sam. 19:11-23 menciona a la estatua (un terafim, un ídolo) que posiblemente le pertenecía y que su esposa usa para disimular su fuga. La presencia de Baal, dios del clima y de la tormenta, era fundamental, con su representación de hombre, con un casco tipo cono, con una lanza en forma de rayo (1). El hijo de Saúl se llamaba originalmente Es-baal (Hombre de Baal) y el hijo de Jonatán se llamaba primero Merib-baal (luego Mefiboset). Yahveh era un dios más, el dios de la guerra (por eso el titulo Yahveh Sebaot: Jehová de los Ejércitos), un dios de momentos específicos, porque en paz, mandaba Baal. Además, otra de las diosas era Ashera, la diosa de la fertilidad. A ella recurrían en los casos desesperados de infertilidad de las mujeres o de la tierra, tal era su importancia (2). Pero tras el exilio, las referencias a ella son eliminadas ya que fue considerada como la culpable de la deportación según el pueblo, a pesar de ser la más famosa de todas las divinidades. El señalamiento hacia ella fue trasladado hacia Eva, la introductora del pecado en el mito creacional de los primeros capítulos del Génesis, escrito en esta época post-exílica. 

El Shaday, El Elyon y El Olam fueron adorados en Ugarit y se convirtieron en menciones del Dios todopoderoso en el Antiguo Testamento. Pero Yahveh, uno más del panteón, tuvo origen más humilde. Nació entre nómades del sur de Israel, más específicamente en Edom. Se le representó como un toro y la arqueología ha encontrado múltiples representaciones de toros, todas identificadas como Yahveh. 1 Rey. 12:27-33 habla que Jeroboam hizo dos becerros (toros) de oro y los colocó en Bethel y en Dan diciendo “Israel, este es tu Elohim”. ¿Por qué lo hace? Porque era la representación usual de Yahveh, y debía representarlos si quería independizarse del culto en Jerusalén, tenía que hacer necesariamente sus propios toros. La representación del becerro (toro) de fundición de Exo. 32:4 se vincula a Yahveh, por eso los hacen. Pero quizá una de las representaciones más gráficas es la de Jue. 17 y 18, que relata la fundación de Dan, consolidada con el establecimiento de un idolo (seguro, un toro) hecho por Mica y robado por los danitas para que ellos lo puedan adorar en la nueva Dan bajo el sacerdocio de Jonatan hjo de Gerson, hijo de Moisés, lo que nos muestra que la familia de Moisés eran sacerdotes de ídolos en la ciudad de Dan. Pero casi no se habla de esta descendencia, solo de la de Aarón. 

Más aún: se han encontrado estatuas de Ashera con cuernos, lo que significaba que para algunos era la esposa de Yahveh (3) tal como se muestra en la imagen del post. Volviendo al punto anterior, no solo Dan tenía esa representación. Cuando en Jos. 18:1-8 el pueblo conquistador se reune en Silo y se habla de estar “delante de Yahveh” se estaba refiriendo literalmente a estar delante de su imagen… o sea, el toro. Cuando llevan a Samuel a Silo (1 Sam. 1:24) lo llevaban al centro de adoración de Yahveh, representado otra vez por el toro. Y podemos seguir: 1 Rey. 22:11 y 2 Cro. 18:10 hablan de lo mismo: Sedecías “se había hecho unos cuernos de hierro” que, en realidad, eran muy gráficos. Era como decir “soy profeta, soy tu representante, me pongo los cuernos y, entonces, puedo realmente profetizar porque, de alguna manera, soy como Dios, como el toro”. 1 Rey. 1:50 y 2:28 hablan de los cuernos del altar. ¿Por qué el altar tiene cuernos? ¿Por qué los doce toros de 1 Rey. 7:25 en el Templo de Salomón? Eran representación de Yahveh y cada toro representaba a una tribu. Los toros eran especiales y por eso eran fundidos y no de arcilla. Por eso se han encontrado muchos en buen estado de conservación. 

El tiempo pasa, Yahveh crece en poder y en algún momento hay una dualidad dios-El (norte) vs. Yahveh (sur) en detrimento del resto del panteón. Pronto, el profundo sincretismo religioso hace que Yahveh se fusione con El, pero aún sin considerarse como único respecto a los dioses de otros pueblos, esa idea del monoteísmo es posterior, viene tras el contacto con Babilonia, Persia y la profunda crisis del exilio, cuando nace realmente la religión judía tal cual la conocemos. Antes del exilio el paganismo era lo que predominaba en Israel. Tras volver el pueblo a su tierra, Yahveh se convierte en Dios del universo, único. Miles de años para llegar a esa idea de alta complejidad y abstracción. 

Sigue pasando el tiempo. Las cosas no terminan allí. Se van los persas, llega Alejandro Magno, se divide su reino. Luego una corta independencia y tras eso, el poder romano, clamoroso. Pronto llega Jesús. Es un maestro imponente y se declara hijo de Dios. Su prédica es maravillosa e impactante, pero es crucificado. Unos pocos años después, Pablo, un genio de la teología, reinterpreta su muerte con la idea de la resurrección como eje que ya era parte de la creencia de los primeros cristianos. Le da sentido a la ley de Moisés bajo esta nueva perspectiva y el Antiguo Testamento se reinterpreta desde Jesús como evento disruptor, como la clave hermenéutica. Más tiempo, ahora es divinizado -tras largas discusiones en sendos concilios- y después Dios se convierte en trino. Pero uno al mismo tiempo. Esto, por supuesto, si seguimos la rama cristiana, porque la judía fue más fiel a la tradición post-exílica. 

Que larga esta ruta. No termina, caminamos en este instante y así seguirá hasta el fin de las cosas. En ella, Dios pasó de ser un toro a único, todopoderoso, trino y encarnado en la tierra. Desde esta ruta miramos el horizonte de la divinidad y su camino a nuestro lado, brotando la fe, profunda y fértil, que nos debe llevar a transformar nuestro ser y el entorno que nos rodea. A amar a nuestro prójimo y luchar por la paz y la misericordia.


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-El análisis de la evolución del concepto de Dios descrito en este post se lo agradezco a dos excelentes cursos de Mitología Hebrea a cargo a César Silva, a quien agradezco por las enseñanzas impartidas.

-La imagen es extraída de http://jamesmacarthurll.blogspot.com/2014/08/a-todo-estoquien-es-jehova.html



(1) No en vano Elías pide que “Baal lance un rayo y encienda la fogata” en su conflicto con los sacerdotes de Baal en el Monte Carmelo.



(2) Los textos de Ugarit nos ayudan mucho para entender esta realidad religiosa (puede revisarse, por ejemplo, Guillermo Calderón Núñez: Los textos de Ugarit en la Biblia: Una introducción en la tradición mitológica del Medio Oriente antiguo. Disponible en https://www.researchgate.net/publication/28296341_Los_textos_de_Ugarit_en_la_Biblia_Una_introduccion_en_la_tradicion_mitologica_del_Medio_Oriente_antiguo). De allí, por ejemplo, se infiere que en el templo de Jerusalén estaban los sacerdotes de Baal y de Ashera, los cuales cantaban juntos textos que posiblemente inspiraron a Cantar de los Cantares ya que era necesario el ambiente de erotismo porque un sacerdote de Baal y una sacerdotisa de Ashera tenían relaciones sexuales recreando el sexo entre Baal y Ashera, donde la lluvia era el semen de Baal, la cual fecundaba la tierra.

(3) El lugar más antiguo donde se han encontrado referencias sobre JHVH es Kuntilled Ajrud, en el Sinaí, donde hallaron ostracas del 950a.C. El detalle es que JHVH trae esposa, su esposa, Ashera. A ella se le representa con un árbol. ¿Qué árbol? El árbol de la vida. Ashera también es representada como esposa de Baal y, a veces, del Dios Supremo.

viernes, 3 de agosto de 2018

Misericordia quiere y no sacrificios

Las últimas semanas han estado particularmente convulsionadas por múltiples frentes. Mientras el mundial ya terminaba con el Perú eliminado en primera ronda aunque ganando su partido de cierre, salió la noticia de la separación de padres e hijos en la frontera de México con Estados Unidos, cosa terrible que refleja los múltiples problemas que ha tenido la política migratoria del país norteamericano en las últimas décadas, que van más allá del contraste entre las medidas de Trump y Obama. Pero también ha estado en boca de muchos la discusión sobre el aborto que desde Argentina ha trascendido a los demás países. La cosa ya está a nivel del Senado con tensión in crescendo. Como siempre, la polarización ha estado en niveles máximos, y la discusión virtual ha estado intensa. Que tóxico se pone el Twitter con frecuencia. Los evangélicos, por supuesto, hemos salido en bloque con una defensa cerrada de la vida, con múltiples armas. 

Mi aproximación a este tipo de temas es burda y tal vez primariosa: primero, ir a las palabras del Maestro cuando le decía al pueblo indignado por la transgresión cometida por la adúltera que le tire la primera piedra aquel que no tiene pecado (Jn. 8:7). Esto es, eliminar nuestro complejo de justicieros; segundo, también ir a las palabras del Señor cuando decía que él prefiere la misericordia y no los sacrificios de los ceremoniales judíos (Mt. 9:13). Esto es, debemos fulminar nuestra religiosidad y el privilegio de la visión legalista, para ser reemplazada por la mirada amorosa, tan bien reflejada en Jn. 13:35, cuando el Señor dijo que se sabrá quienes son sus seguidores solo observando si se aman los unos a los otros. La dualidad de la que escribí más arriba es un eje de ortopraxis para mí, que choca frontalmente con nuestra predilección por juzgar a otros y esa tendencia casi natural a la religiosidad.

Mi mirada de misericordia me lleva a recordar a las tres mujeres que conozco que se sometieron a un aborto. Especialmente para dos de ellas, las secuelas fueron devastadoras, con años de sufrimientos mientras traían siempre al presente el caos de la decisión tomada. Un volcán de dolor. Pero ante eso hoy muchos hablan del aborto como si fuera un corte de uñas, una depilación, banalizándolo por completo, olvidando que es una cosa terrible, atroz. ¿Quién, pues, puede estar a favor del aborto? Vamos, nadie lo está, no se necesitan fotos para graficarlo mientras se busca generar repugnancia. Sin embargo, muchas veces las mujeres son puestas contra las cuerdas, por un novio que las abandona, una familia que amenaza con dejarlas desamparadas, un Estado que no ayuda en nada o una vida al límite, sin opciones, y ante ello ponen su vida en riesgo. ¿Imaginan por un momento la disyuntiva que obliga a tantas a tomar esa decisión extrema? Miles de cristianos pensamos que esa fue una decisión fácil y nuestras voces no tiene la más mínima misericordia ni compasión, sino el juicio intenso, hablando de que defienden al más débil, al sin voz, mientras lanzamos las piedras. ¿Es ese, de verdad, el móvil que nos mueve a oponernos? 

Ya lo he dicho antes: nuestros temas de interés público pasan todos por el sexo: nuestra oposición a la homosexualidad, la lucha contra el aborto, la tremenda ideología de género (que es lo peor porque, aunque no se entiendan las definiciones básicas de la teoría de género, es muy mala porque visibiliza a los homosexuales y otros pervertidos y sugiere que se brinde educación sexual en los colegios como una de las muchas herramientas que podemos utilizar para disminuir las asimetrías entre los géneros). De la cama parece que no salimos. Es nuestra obsesión. Y aunque no lo decimos de manera expresa, nuestro deseo es el que nuestra ética sexual sea la que todos tengan que vivir. Relaciones sexuales solo para el matrimonio. Aborto criminalizado a la par del asesinato. Homosexuales de regreso al closet y criminalizados también de ser posible porque son abominación ante Dios. Autarquía y soberanía para el Perú, porque hay organismos como la ONU u otros internacionales que quieren destruir la familia y homosexualizar el mundo. Es volver al siglo XV. Quizá por eso clamamos por las tradiciones, curiosamente usando argumentos que los católicos han tenido por décadas, cuando nuestro mensaje siempre recorría otros caminos.