lunes, 19 de julio de 2010

Dejados atrás (23)

D) La degeneración

Recuerdo con claridad mis primeras clases en el seminario de la denominación en un marzo de 2001 rebasado del calor veraniego. Una expectativa gigante me ahogaba con algo de misticismo, presto a un conocimiento más profundo de la Divinidad. Me sentía en mi lugar, en casa, siguiendo la vocación de mi vida. Lástima que algunas cosas cambiaran rápido, cuando cierta decepción se instaló en mi cabeza por el pobre nivel académico, aunque algo que me permitía superar esa contrariedad eran mis compañeros de clase. Gente sencilla, entregada, dispuesta a darlo todo por su Señor. Sus ojos reflejaban pasión, fuerza, emoción, vida, amor, convicción, fe. Su sinceridad me desbordaba: quizá yo sabía más cosas, tal vez tenía a la mano más herramientas pero no tenía su entrega. Yo confiaba en mi inteligencia, en mis capacidades; ellos dependían con sencillez y humildad del creador de todo lo existente. Simplemente querían servir a Dios en el lugar donde Él los pusiera. Ya en esos tiempos yo ponía las cosas en duda, sopesándolas con el rigor del cuestionamiento. Ellos eran en verdad como niños, confiando en Dios a ojos cerrados.

Un viejo profesor me dijo que el seminario no ha cambiado a pesar del paso del tiempo, que el espíritu se mantiene aunque las caras mutan. Entonces, puedo inferir que ese mismo fuego en los ojos que mis compañeros de clase tenían, seguramente lo poseía el pastor titular cuando comenzó su paso por las mismas aulas cuando tenía menos de veinte años. Una mirada diáfana y sincera. Sin embargo, en algún momento se inició un proceso lento, milimétrico, microscópico, tan imperceptible como el movimiento de los continentes que, cuando te das cuenta, ya están apartados; te fijas, y América del Sur y África están separados por el Océano Atlántico. Cuando comparamos al estudiante ilusionado de primer año de seminario con su imagen tras dos décadas de experiencia podemos encontramos con un evidente declive. Domina la tendencia autócrata, persiste una extrema espiritualización que condiciona la toma de decisiones a momentos cuasi-místicos, se impone la manipulación con el fin de utilizar a la gente. Existe una mutación del carácter intrínseca al proceso del envejecimiento, una secuencia degenerativa. El resultado es el perfil promedio de los pastores maduros de la denominación: (1) su afirmación de infalibilidad, (2) la nula aceptación de los propios errores por una gran soberbia con egolatría incluida, y (3) un total convencimiento de que Dios les habla, privatizando el carisma que, para los temas importantes, solamente puede venir a través de ellos, los ungidos. Esta triada define su forma de liderar.





El pastor titular calza con la descripción que comparte con muchos colegas de su generación. Sin embargo, analizarlo personalmente con más detalle es muy difícil debido a los pocos elementos que tengo disponibles ya que ha sabido marcar distancias con los miembros de su iglesia. Hablar de él es especular, conjeturar en base a unas pocas señales que me deben bastar para armar un marco conceptual de su temperamento eclesial, pero asumiré el reto a pesar del riesgo de insuficiente precisión. Palabras, actitudes públicas, hechos prácticos, varias charlas y mucha observación es lo que tengo, y con esa base trataré de construir el perfil que me permitirá analizar a la iglesia de una manera más profunda. Como en el caso del pastor de jóvenes, es una descripción ABSOLUTAMENTE PERSONAL.

El pastor titular es, en cierta manera, un desconocido. Nunca se ha mostrado vulnerable. No es nada transparente, siempre ha sido el “perfecto”, el “sin errores”, el “sin problemas” ―lleva siempre puesta una máscara con gesticulación nula e imagen permanente, fruto de un paradigma pastoral que él aprendió y afianzó, que viene de mucho tiempo atrás: el pastor solemne, distanciado de la gente, casi sacerdotal, dueño del lugar santísimo―. Sus ademanes, gestos y tonos de voz, son artificiales, una claro signo de la máscara gigante que se pone cada día, un real moai pascuense. Hasta predica de la misma manera en la que habla. ¿Tener la máscara todo el tiempo es señal de una baja autoestima o es que su ideal del yo es tan incompatible con su yo real? Su cabeza ya está automatizada, mimetizándose, al menos públicamente, con su máscara, generando un cinismo que lo ha convertido en un personaje calculador de manera tan natural que él no se da cuenta de eso, como el adicto que aun no ha dado el primer paso, rechazando el gran problema que tiene encima. Un enmascarado es una persona en extremo negadora de si misma porque confunde a la máscara con su propio yo. Ya no sabe quién es quien en verdad. Es un problema profundamente serio pero, afortunadamente, con una solución a la vista que pasa por la psicoterapia. Sin embargo, el pastor titular jamás aceptará algo así. Todo lo que ha construido en la vida se vendría abajo. Su pedestal colapsaría. ¿Cómo uno de los principales pastores de la denominación puede ir a psicoterapia? ¿Cómo puede permitir tamaña muestra de fragilidad? ¿Qué diría el laicado? Las iglesias tienen un prejuicio completamente infundado hacia la psicología que aún no logran superar. Pasarán años hasta que acepten que uno de sus líderes puede ir a terapia o tome algún tipo de medicación. Prefieren dejar que patologías como la máscara, fruto de un modelo que poco a poco está colapsando, permanezcan extendidas por todas partes.

Al pensar en la relación del pastor titular con la congregación, encuentro cinco aspectos en su personalidad que marcan el trato profundamente, condicionando el comportamiento de la comunidad como colectivo social. Cinco aspectos negativos que han enfermado a la iglesia lentamente, con tal sutileza que muchos no se dan cuenta de la carga que tienen encima, caminando por la Franja de Gaza cuando en su mente creen andar por las arenas de Tahití. La primera característica de la persona del pastor titular es que posee una necesidad de control sobre la gente tan grande que es ya un vicio, como lo es para Alberto Fujimori o Hugo Chávez. ¿Por qué un líder religioso puede llegar a desarrollar este tipo de adicción? Creo que lo que potenció esta patología es su ingreso al clero a una edad muy temprana. Él entra al seminario en un contexto de crecimiento explosivo de la denominación, un real avivamiento. Ya de estudiante tuvo responsabilidades pastorales, y con relativa rapidez se hizo pastor titular de la primera iglesia en la que ministró, antes de cumplir los treinta años. Desde muy pronto tuvo gente a su control, y es bastante probable que esto lo haya desubicado, de la misma manera que la fama afectó a Diego Armando Maradona: la popularidad temprana lo deformó, llevándo al diez al caos que gobierna su vida hasta el día de hoy. Lo mismo puede causar el poder temprano. Alan García fue presidente a los treinta y cinco, pero dejó al país en la peor de sus desgracias. ¡El riesgo de la inmadurez es poderoso! A eso se expuso el pastor titular y sucumbió: Hoy en día cree que merece el control sobre los demás. No es sólo su culpa; la comparte con quienes lo pusieron en una posición tan sensible con tan pocos años. Por supuesto, ellos hablarán del avivamiento, de la gran necesidad de pastores a inicios de los ochentas, del crecimiento, de la mies madura y los pocos obreros. No puede evitar su responsabilidad: sembraron las semillas de una adicción cuyos malos frutos se cosechan ahora.

Lo segundo que observo es que el pastor titular tiene una enorme necesidad de decir que es el primero, el más importante, de imponer sus puntos de vista, de dar la primera, la segunda, la tercera y la última palabra, de tener siempre la razón. Se cree superior a los laicos, una persona especial, llamada. La humildad no es algo que especialmente lo caracterice. Recuerdo una clase que llevé con él en la maestría en misiología. Algo que distingue al centro donde estudié es el aprendizaje por la diversidad, la construcción de pensamiento en base a las ideas de alumnos y profesores. La metodología me encantaba, y tras mi sexto curso ya tenía claro de la definición de conceptos nuevos en base a la interacción con cristianos de muchos trasfondos. Sin embargo, el pastor titular pisoteó todo. Siempre imponía sus puntos de vista, minimizaba los del resto, dirigía la conversación a sus propios intereses, quería ser el centro de todo, pontificando constantemente. Menos mal que sólo fue a la mitad de las clases del curso. Pueden suponer que nadie lo confronta y nadie se atreve a corregir sus defectos. Un día llegué a la cuna de la iglesia para dejar a mi hijo, y la encontré apuntalada por todas partes. Querían construir un tercer piso, y descubrieron que las columnas no eran lo suficientemente fuertes para un piso adicional (el local del templo se compró hacía dos años atrás). Un ingeniero o arquitecto se habría dado cuenta rápidamente. ¿Por qué nadie le dijo al pastor titular? Nadie se atrevió. ¿Quién le diría al ungido que el edificio que él escogió se puede caer si se construye la ampliación que planeó en el momento de la compra?

Tan poco le gusta la crítica, tan renuente es a la voz opositora que ha llenado su cuerpo pastoral de gente sumisa, timorata, aplatanada, dócil, que no le objetará nada nunca jamás, que le dirán sí a todo con una sonrisita a pesar de que por dentro pueden no estar de acuerdo. Varios de sus colaboradores son solteros de más de cuarenta años con fuertes ganas de casarse, sin carga familiar, con doscientos por ciento de disponibilidad para el trabajo, fácilmente controlables. No tiene una voz que equilibre su ímpetu; su contorno tiende al silencio, al chi-cheñó, es frágil ante su temperamento avasallante. Es, en la práctica, un rey con todo el poder junto a una corte flácida que jamás le dará la contra.

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