martes, 19 de julio de 2005

Una reflexión sobre la economía y la misión de la Iglesia (4)

1.4. El caso romano
Ya para los tiempos romanos el sistema esclavista estaba plenamente desarrollado. Lo fundamental de éste es, valga la redundancia, el esclavo como agente básico del proceso productivo que produce el excedente del cual se apropian sus amos, representados en última instancia por la figura del emperador romano, el César.

Jesús vivió en ese régimen. Y existe un evento fundamental en el que interactúan en sobremanera la parte política y económica, aunque de manera sutil, dentro del pensamiento de Jesús: La cuestión del tributo. Lucas 20:20-25 lo narra de la siguiente manera:


Mandaron a unos espías que, aparentando ser hombres honrados, hicieran decir a Jesús algo que les diera pretexto para ponerlo bajo el poder y la jurisdicción del gobernador romano. Estos le preguntaron:
—Maestro, sabemos que lo que tú dices y enseñas es correcto, y que no buscas dar gusto a los hombres. Tú enseñas de veras el camino de Dios. ¿Está bien que paguemos impuestos al emperador romano, o no?
Jesús, dándose cuenta de la mala intención que llevaban, les dijo:
—Enséñenme una moneda de denario. ¿De quién es la cara y el nombre que aquí está escrito?
Le contestaron:
—Del emperador.
Jesús les dijo:
—Pues den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios
[xii].

Este evento sucede en la última semana de la vida de Cristo. Jesús ya había anunciado su muerte a sus discípulos en varias ocasiones sin que los doce lo entendieran, también ya se había instalado en Betania, que sería su morada en este tiempo final de su ministerio terreno antes de su crucifixión y sus pies ya habían sido lavados por María en una escena cargada de simbolismo. El domingo se dirige desde Betania a Jerusalén y ocurre la Entrada Triunfal, donde los peregrinos pascuales [xiii] lo reconocen simbólicamente como Rey de Paz [xiv]; el lunes Jesucristo realiza la purificación del templo (parecería ser que fue la segunda ocasión en la que hizo esto dado el relato juanino ubicado en los primeros capítulos de su evangelio), y el martes fue el día del conflicto con las autoridades religiosas judías. Cristo había hecho una ofensiva directa contra el negociado de los sumos sacerdotes Anás y Caifás sacando a los vendedores y cambistas del patio de los gentiles del Templo [xv], y atacando directamente su autoridad en una manera abiertamente desafiante mediante sus parábolas como, por ejemplo, la de los labradores malvados. Este escenario de tensión lo consigna Mateo en el capítulo 21:45-46:

Y oyendo sus parábolas los principales sacerdotes y los fariseos, entendieron que hablaba de ellos. Pero al buscar cómo echarle mano, temían al pueblo, porque éste le tenía por profeta

Este es el escenario caldeado que engloba el pasaje analizado: Jesús que se había mostrado osado y el poder religioso que buscaba destruirlo. Teniendo en cuenta esto, ¿Qué quiere decir Cristo cuando dice “dad al Cesar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”? ¿Es tan solo una respuesta a la malicia de sus interrogadores? ¿En simplemente un escape al dificultoso dilema en el que se encuentra? ¿Una artimaña de Jesús? ¿Un pasaje que solamente debe tomarse desde el punto de vista espiritual?

Pienso que Erdman se equivoca al decir que “los enemigos de Jesús daban por supuesto un conflicto de deberes; él, en cambio, mostró que había una armonía perfecta[xvi]. No hay una búsqueda de equilibrio sino un afán de separación, de colocar cada cosa en su sitio correcto. Lo que Cristo parece estar haciendo es desligar la realidad práctica de la divinidad (reflejado en la esencia de la discusión del martes de la última semana de su vida y con el lugar en donde estaba ocurriendo el debate) de la vida político-económica de los seres humanos (algo muy simple ejemplifica esto: la moneda que pide Jesús). A él, con esta pregunta, lo quieren poner bajo la jurisdicción política de los romanos y, curiosamente, para esto le hacen una interrogante básicamente económica (nada tan claro como los impuestos, donde se fusionan poderosamente ambos elementos). Jesús está diciendo es que el régimen político, sus detalles, sus estructuras y su sostén económico son cosas que están bajo la mayordomía del César, es decir, de los seres humanos, mientras que bajo la jurisdicción directa de Dios están otros asuntos, como la iglesia, la vida santa, el alma nuestra. Esta es la razón por la que no “habló” en el caso de José, ni en el caso de la autarquía de los tiempos de los Jueces. El silencio de Dios con José y el tiempo de los Jueces se explica abiertamente aquí: lo económico está dentro de la mayordomía que Dios le expidió a los hombres.

Sin embargo, ¿es que a Dios no le importa nada el régimen económico? ¿Es algo superfluo para él? ¿El hecho que la frase “A Dios lo que es de Dios” nos dice que hay cosas que dependen de él y que el resto no importa? ¿Si Dios no habló en el caso de José, significa que él no hablará nunca? Efesios 6:5-9 da una clave importante. La enseñanza teológica de la carta ya había sido dada y nos encontramos en la parte de las enseñanzas prácticas. 5:21 dice que “debemos someternos los unos a los otros” y engloba dentro de este principio a los tres elementos más importante del orden social, a saber, la relación esposo-esposa, la relación padres-hijos, y la base del sistema económico de la época: la relación amo-esclavo. Existe una manera cristiana de vivir esta tricotomía, un papel que los cristianos juegan, una forma en la que ellos pueden desenvolverse, siempre centrada en el sometimiento mutuo. Esta aparente poco importante disyuntiva entre amos y esclavos es realmente capital:

Esclavos, obedezcan ustedes a los que aquí en la tierra son sus amos. Háganlo con respeto, temor y sinceridad de corazón, como si estuvieran sirviendo a Cristo. Sírvanles, no solamente cuando ellos los están mirando, para quedar bien con ellos, sino como siervos de Cristo, haciendo sinceramente la voluntad de Dios. Realicen su trabajo de buena gana, como un servicio al Señor y no a los hombres. Pues deben saber que cada uno, sea esclavo o libre, recibirá del Señor según lo que haya hecho de bueno.

Y ustedes, amos, pórtense del mismo modo con sus siervos, sin amenazas. Recuerden que tanto ustedes como ellos están sujetos al Señor que está en el cielo, y que él no hace discriminaciones
.

En el pasaje de la cuestión del tributo se nos muestra que Dios no se involucra directamente en nuestro régimen económico y político, que eso es, mas bien, potestad de Dios que encaja dentro de la mayordomía dada a los hombres en el tiempo de la creación. Sin embargo, en este último pasaje bíblico Dios directamente y sin ambages se “entromete” en un tema aparentemente esquivo. ¿Por qué lo hace? Tengamos presente que “En el régimen esclavista, las relaciones de producción se basaban en la propiedad de los dueños de esclavos sobre los medios de producción y sobre los esclavos considerados como “instrumentos parlantes” sin derecho alguno y sujetos a explotación cruel. El trabajo del esclavo, que tenía un carácter abiertamente coercitivo, se aplicaba en gran escala en los latifundios y la producción artesanal, disponiendo el dueño no sólo del trabajo, sino también de la vida del esclavo. En la época en que se forma el régimen esclavista, la sociedad se divide en dos clases fundamentales: los señores esclavistas y los esclavos, y para mantener el dominio de los primeros se estructura un aparato de violencia y coerción, el Estado esclavista. Los contingentes de esclavos se nutrían sobre todo mediante las guerras y, parcialmente, con los campesinos y artesanos que se arruinaban. Se explotaba a los esclavos de manera tan cruel que su vida era corta[xvii], y a pesar de esta situación, de la explotación y crueldad en el trato, del cómo llegaban a ser esclavos [xviii], Dios no interfiere con el sistema. ¿Qué, entonces? Recordemos la lección de la visión teocrática de Jueces y fusionémosla con el punto de vista de Pablo y podemos llegar a concluir que lo que a Dios le interesa en verdad es, a saber, relaciones justas entre los agentes económicos, en este caso, amos y esclavos. Por eso la exhortación a trabajar bien, a tratar bien, a respetarse mutuamente teniendo en cuenta la nueva condición de nacidos de nuevo en Cristo Jesús. Por lo tanto debemos profundizar en el tema de la justicia.

El concepto recorre el Antiguo Testamento [xix] donde la justicia se refiere en primer lugar a un contexto concreto de relaciones sociales, especialmente significa rescatar a la victima, liberar al oprimido, expresando, por lo tanto algún tipo de reinvidicación.

La palabra hebrea Sedeq (Justicia) es expresión suprema y global de lo que es valioso, justo y correcto en la comunidad. Es el concepto central que gobierna todas las relaciones sociales que significa rectificar situaciones entre personas y grupos, vivir conforme a lo que la situación social exige pudiendo inferir por tanto que significa justicia para el oprimido. Mishpat, sedaqah, heded-y-emeth (amor constante) y yeshuah (liberación, salvación) pertenecen al campo semántico de sedeq, justicia. Explicitan uno o más aspectos de sedeq o matizan el concepto.

Sedaqah significa un acto de bondad o compasión. En ese sentido sedaqah es liberar al oprimido, reivindicar al huérfano, a la viuda, al inmigrante, al pobre contra sus opresores. En este sentido el antiguo Cántico de Débora habla también de las sidqoth (plural de sedaqah) de Yahvé Dios. Mishpat se traduce con frecuencia por derecho o justicia. Tiene matices jurídicos (regla, juicio, ley, proceso jurídico), pero estos son solo ampliaciones de su sentido primario: justicia liberadora, salvífica. De hecho lo que esta en el corazón de la Torah, consiste en hacer justicia allá donde reina lo contrario. Mishpat esta relacionado con amor y compasión, ya que la Biblia no reconoce justicia alguna sin amor y sin misericordia.

En el Nuevo Testamento, Jesús proclama el reino de Dios que representa la realización de la justicia (sedeq y mishpat) de Dios. De hecho Pablo en vez de hablar de reino de Dios habla de Justicia de Dios. Más importante es todavía que la constatación de que según el Nuevo Testamento Jesús realiza la justicia de Dios en su propia persona. Su preocupación por los pobres y marginados encarna la justicia del Dios justo. Más aún Jesús muestra de manera explicita lo que quedaba implícito en el Antiguo Testamento: el amor al prójimo es la norma suprema de sedeq de Dios y resumen de todas las demás normas. El amor "tratar al prójimo como uno quiere ser tratado, como otro yo", constituye la base y el alma de toda justicia. Los que siguen a Jesús en esta praxis se convierten en la justicia de Dios presente en el mundo. Jesús se convierte en el criterio último de lo que es la justicia: practicar la justicia es seguir a Jesús.

Y seguir a Cristo remece nuestro ser. Por lo tanto, así como los musulmanes dicen que “Vivir dentro del Islam le enseña al musulmán que la transformación del medio social, en un sentido auténtico, sólo es posible por una transformación de si mismo, y lo que es más importante, por el permiso de quien gobierna y ha creado el mundo, Allah, que alabado sea. Esto le hace al musulmán perder el temor de la existencia porque sólo le teme a Allah [y] cuando lo conoce de este modo el musulmán llega a entender que todo acto es adoración de Allah. Que no hay separación entre la política y la adoración de Allah, ni entre el comercio y la adoración de Allah. En este estado, el musulmán comprende que sólo vive por y para Allah, que depende y confía en Allah[xx], debemos entender que nuestra adoración a Jesús es completa y abarca todo, incluyendo las relaciones económicas.

Y no importa el sistema en el que se den estas relaciones. La Biblia se escribe dentro en el período esclavista, desde sus inicios hasta su apogeo máximo en el Imperio Romano y si hubiéramos nacido en esos tiempos, como amo, esclavo o quizá como hombre libre habríamos sido seguidores de Jesús y, como tales, buscadores de la justicia. Podemos ser esclavos económica y socialmente hablando, pero entre cristianos la acepción de personas no existe, siendo amos y esclavos iguales ante Dios, pero no ante los hombres. No se nos pide cambiar el régimen, destruirlo, se nos dice tratar “al esclavo como a nosotros mismos (si somos amos)” o “tratar al amo como a nosotros mismos (si somos esclavos) [xxi].”

Equivocan completamente el camino cristianos que honestamente piensan que el capitalismo es el régimen bendecido por Dios. Dios no bendice ni avala un régimen ni sistema ni nada que se le parezca. ¡Él pidió obedecer a Nerón!. Este tema lo deja a merced del hombre. Dios quiere que simplemente en el régimen en el que estemos, actuemos con justicia. Por lo tanto, la pregunta clave, capital e imposible de evitar es, ¿qué hacemos si existe la injusticia en las relaciones económicas? ¿Debemos los cristianos denunciarlas o simplemente concentrarnos en asuntos espirituales? ¿Basta con el modelo asistencialista? ¿Dónde podemos encontrar estas injusticias? ¿Hay en la Biblia un punto de partida donde pueden verse a plenitud la injusticia económica?

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