Creo en Dios. No dudo de su existencia y afirmo que podemos conocerlo a través de sus revelaciones (1). Él es creador de todo lo existente (Gn. 1:1), el eterno Yo Soy (Ex. 3:14), es amor (1 Jn. 4:8), está por encima de los parámetros temporales (Sal. 90:2; Gn. 21:3) y de los espaciales (1 Re. 8:27; Hch. 17:24-28). Puede hacer cualquier cosa consecuente con su naturaleza (Gn. 17:1, Ex. 6:3, Ap. 1:8), y sabe todo lo que pasó ―real o posible―, lo que pasa y pasará (Hch. 15:18; Sal. 139:16). Dios es mucho más, en tal magnitud que es absolutamente impenetrable para nuestra capacidad de comprensión.
Uno de los atributos de Dios es el de la soberanía, que se entiende como la puesta en práctica de su voluntad. Él es independiente de sus criaturas y su creación en manera absoluta, (Is. 40:13-14; Dan. 4:35, Ef. 1:11), es el ser principal de lo que es, con todo el poder, así que puede actuar como quiere (Sal. 115:3). “
Dios tiene derecho a hacer su voluntad con lo que le pertenece, a disponer de sus criaturas como a él le place, sin necesidad de consultarlas” (2). La libertad humana se entiende dentro del ámbito de la soberanía de Dios. En ella hizo la creación material e inmaterial, como a los ángeles (1 Tim. 5:21; Col. 2:10; 2 Ped. 2:4) y al hombre. Es el hombre el que tiene libre albedrío, existiendo una armonía perfecta entre la soberanía de Dios y la responsabilidad de la criatura.
Históricamente han existido distintas opiniones sobre la soberanía de Dios, con énfasis particulares. Para los griegos la historia seguía por los carriles del destino y nadie podía, por más que lo deseara, liberarse de ese yugo inevitable al que podríamos llamar, en jerga evangélica actual, “
voluntad de Dios”. Por ello, se decía que la vida humana estaba reducida a una simple interacción entre el títere y el titiritero que lo controlaba todo. El fatalismo resultante (que puedo llamar en lenguaje eclesial moderno “
sumisión a lo que Dios quiere”) tuvo ciertas consecuencias en el mundo filosófico de los griegos, reflejadas en la pasividad o inoperancia (estoicismo), la negación (cinismo), la permisividad (hedonismo) o el salto trascendental (platonismo). Sin salidas a lo inevitable, el ser humano nada podía hacer. Hasta el mismo Dios estaba “preso” de su propia naturaleza, porque nada es tan fuerte como para afectarlo; es inerte, porque lo perfecto jamás puede cambiar. Dios es lo que es, sin más ni menos. Es lo absoluto.
Pablo fue el primero en iniciar el dialogo entre el pensamiento griego y el cristianismo, diseñando la teología sobre la cual se construiría la base de la fe. El crecimiento de la iglesia y su sincretismo con la cultura de la época hizo que, poco a poco, los cristianos contemplaran a Dios de la misma manera en que los griegos miraban a sus múltiples divinidades o como los romanos consideraban a sus césares, sus autoridades o su régimen político. Los concilios fueron validando estas ideas, abandonando la originaria cosmovisión judía que cobijó la génesis de la enseñanza de Jesús y, lentamente, se introdujo la concepción de que Dios determinó todo lo que sucede en el mundo. ¿Y lo que el hombre hace? Simplemente sirve para que madure, para que alcance su mayoría de edad y se acerca progresivamente a Dios. Nada de lo que haga, ni sus elecciones, ni su rebeliones, ni sus guerras, ni sus descubrimientos, ni sus catástrofes, ni su éxitos, ni lo más sublime o demoníaco cambiará lo que Dios planeó desde antes de la creación del mundo. El extremo es el pensamiento agustiniano que niega el libre albedrío del hombre.
La reforma no implicó cambios en estas convicciones griegas y medievales de la soberanía de Dios. Al contrario, incluso se profundizaron. Calvino dijo (3) que Dios es el gobernador de todas las cosas, que determinó en la eternidad todo lo que iba a pasar, llevando a cabo lo que decretó mediante el uso de su poder. Todo sin excepción está bajo la atribución de la providencia de Dios. Es un descarte a la posición epicúrea, que dice que el mundo está gobernado por la casualidad, y de la posición estoica, que afirma que más bien está gobernado por la suerte (4). Para él, “
la voluntad de Dios es la suprema y primera causa de todas las cosas, porque nada ocurre sino por su mandato o permiso.” (5) Dios en su providencia gobierna todos los eventos, sin negar que las cosas creadas tengan sus propias propiedades o leyes. Estas están supeditadas a lo que Dios les ha permitido, de acuerdo a Su voluntad. El mismo Calvino dice que “
Dios detuvo el sol (Josué 10:13)
para testificar que el sol no sale de mañana ni se esconde por un instinto secreto de la naturaleza, sino que Él mismo gobierna su curso para renovar la memoria de su favor paternal hacia nosotros.” (6)
La idea calvinista de la soberanía de Dios sobrevivió los siglos de la convulsionada historia de la iglesia protestante y hoy está bastante arraigada en la cabeza de los cristianos evangélicos peruanos. El afirmar que Dios tiene todo bajo su supervisión puede parecer una afirmación de su poder y majestad, pero en realidad ha traído algunas consecuencias sutiles bastante duras y de las que no se habla demasiado. Por ejemplo, el hecho que asumamos el control total de Dios ha traído un cierto fatalismo y pasividad en los creyentes de la iglesia, tal cual sucedió con los griegos. Si un pastor empieza a hablar herejías desde el púlpito o mantiene actitudes autoritarias y controladoras no se hará nada porque “
todo está bajo el control de Dios” y será “
Él, mediante su Espíritu, el que se hará cargo”, sin importar el dolor que esto traería a la iglesia incluso por años. También suele mezclarse el conflicto cósmico con la soberanía de Dios: hay un opositor a la voluntad de Dios, y es el Diablo. Él se opondrá a los designios divinos con todas sus fuerzas. Por ello, si Dios nos manda predicar a toda criatura, y para eso hacemos una campaña evangelística, pero al predicador le da una infección en la garganta y pierde la voz la noche anterior, pues ¡es la oposición a los designios de Dios! La vida cristiana se reduce a una lucha de espíritus en la que tenemos que tomar parte. Todo es provocado por fuerzas malignas, que nos derriban, nos enferman, nos hacen daño. Algunos cristianos, lamentablemente, le dan más importancia que a Dios. (7)
La lógica calvinista puede ampliarse mucho más. Si tengo un accidente, es la voluntad de Dios. Si me detectan cáncer, es porque así lo quiso el Soberano del Universo. Si mi bebé muere electrocutado, es porque Dios tenía sus propósitos que son insondables para mí ahora pero que “
entenderé” en el futuro. Si a un amigo le detectan una enfermedad muy dolorosa pero de larga cura, pues será por un pecado oculto, porque no quiere someterse a Dios, su iglesia o porque “
algo habrá hecho para que Dios lo castigue así” ―la viejísima teología retributiva que se resiste a morir (8) ―.
Yo veo aquí un serio problema que afecta nuestros intentos de hacer una consejería pastoral efectiva. Cuando me decían que
“Dios se llevó a mi hermano” me quedaba claro que la frasecita es una manera elegante de decir “
Dios mató a mi hermano”. Un eufemismo, nada más que eso. Suena fuerte, por supuesto, porque es terrible pensar que Dios asesinó a un joven de veintidós años. Por ello, de inmediato vienen los analgésicos como aquel que dice que “
sus propósitos son insondables” o “
no entendemos los propósitos ahora, pero luego veremos cómo el bien llegará”. Sin embargo, si uno se pone a pensar bien, considerando todo el marco teológico implícito, el analgésico no resuelve el problema. Estamos postergando el conflicto por la muerte de un ser querido. Y en el futuro, las cosas pasan, el dolor se hace menor, se hace tolerable, pero esto no viene por nuestro actuar como cristianos. Nada solucionamos porque bajo la lógica eufemística Dios lo mató.
Y eso no puede ser. Dios no puede tener que ver con el suicidio de la gente, o con la desnutrición infantil de los andes peruanos, o con los campos de concentración nazis de la segunda guerra mundial, o con la sangre iraquí derramada desde la invasión norteamericana, o con los aviones lanzados contra las torres gemelas de Nueva York, o con la pobreza extrema.
No, no tiene nada que ver.
Pienso que se hace imperioso
cambiar el enfoque teológico de la libertad humana. Primero, debemos liberar a Dios de la responsabilidad de todas las cosas que pasan en el mundo, asumiendo como seres humanos nuestra parte de culpa por lo que sucede. Para esto, hay que entender que nuestro libre albedrío es completamente real, para nada ficticio o aparente, siendo uno de los regalos dado por Dios a los seres humanos más grande e importante (solo superado, a mi entender, por el hecho de existir y la capacidad de relacionarnos con Dios). Por supuesto que Dios es todopoderoso y puede hacer todo lo que desee, y claro que es el creador de todo y estamos bajo la sombra de su magnificencia, pero Él nos cedió la libertad y un compromiso con su respeto de las decisiones que nosotros tomáramos. Nosotros podemos decidir, hacer, hasta el punto que Dios permite que colaboremos con Él, caminando con el hombre en el recorrido de la historia.
Dios ha entregado al cuidado del hombre el dominio del mundo, desacralizando su obra para nuestra administración. ¿Por qué así? Por amor y nada más que por amor, asumiendo el riesgo real de que su Creación quiera ir en pos de sus propios deseos. Lamentablemente, el hombre decidió en contra de Dios, y Él (Dios) sufrió y sufre realmente por la senda que la humanidad decidió andar. La historia de Oseas y su mujer adúltera (Os. 1-3), con su enorme desdicha y la forma en que la soporta, y la del hijo pródigo (Lc. 15:11-32), donde el padre soporta en silencio el dolor de la actitud autosuficiente y egoísta del hijo, reflejan cómo es Dios con nuestra actitud rebelde. Dios realmente quiere que le amemos sin cohersión, y ante nuestra osadía espera y nos da oportunidad (9).
Es la libertad que tenemos, mucho mayor de lo que los cristianos actuales quieren asumir, la que nos ayudará a comprender el verdadero papel del Señor. Dios nos dio espacio y nosotros hicimos lo que quisimos ignorando las palabras divinas, pero Él nunca nos abandonó. Nos dio principios y verdades, nos llama a que nos acerquemos a Él y nos convoca a que construyamos la historia a su lado.
Ese espacio nos dice que Dios no ha determinado todos los eventos negativos que suceden a diario en nuestro mundo (10). No todo lo que sucede, positivo y negativo, es su voluntad. Él no ha previsto todo lo que sucederá, porque ha resuelto construir la historia con su creación máxima.
Él renuncio a parte de su onmipotencia (como en la kenosis cuando inició el proceso de redención) cuando creó seres a su imagen y semejanza y deja los eventos en construcción (aunque conozca lo que sucederá, que no implica que lo decida).
Hay una probabilidad para todo. Puede determinarse la probabilidad de sufrir un accidente automovístico. Por ejemplo, si diariamente 100 personas sufren un accidente de ese tipo y la cantidad de gente que vive en la ciudad es de 100,000 personas, la probabilidad de que un día cualquiera yo sea la víctima es de 100/100,000 = 0.001. O, visto de otra manera, estadísticamente hablando cada 1,000 días yo estaré involucrado en algún choque en cualquier lugar de la ciudad. De la misma manera, cualquier evento positivo o negativo puede ser medido con una probabilidad de ocurrencia. Que viaje a la luna es 0%. Que tenga un segundo hijo puede ser un 90%.
Entonces me puede tocar lo bueno y lo malo, y Dios no tiene que ver necesariamente con ello porque tenemos libertad real. Puede tocarme un cáncer, puedo ganar una lotería, puede romperse el fémur de mi pierna derecha, puedo ganar el sorteo de visas de la embajada norteamericana, puedo sufrir por años de una enfermedad persistente que no logran detectar con precisión y me lleva por momentos a un estado de desesperación, puedo ascender rápidamente en el trabajo. Repito que muchas cosas pueden suceder, pero como Dios en su soberanía nos colocó en un entorno de libertad, necesariamente él no tiene que ver. Es más, me atrevería a decir (aunque, debo reconocer, no con tanta seguridad) que
normalmente no tiene que ver.
Entonces, ¿Qué hace Dios ante la desgracia? ¿Me deja prisionero de la fría estadística? ¿Todo no son más que funciones de densidad y modelos probabilísticos sumamente complejos? No, porque como dije líneas arriba, Dios decidió que construyáramos la historia con él, y día a día anda con nosotros. Es feliz por nuestros éxitos, llora nuestros fracasos, nos alienta en la desesperanza, se goza en nuestras celebraciones. Nos consuela ante la pérdida, no nos deja nunca cuando el vacío de la ausencia nos es abyectamente insoportable, seca nuestras lágrimas, soporta nuestros insultos con paciencia, nos cobija en su regazo cuando necesitamos de consuelo, nos muestra el camino por dónde hay que seguir para poder seguir en la vida, no nos deja solos, da sentido al sinsentido, nos regala el placer del recuerdo y nos brinda una sonrisa por la memoria del ido. ¡Ese es Dios! No mata al hijo: cuando eso sucede llora con nosotros el drama de la separación, inclusive, muchos años después ―de ser necesario―. Por eso, puedo afirmar que Dios padeció con cada suicidio, o con la desnutrición infantil de los andes peruanos, o con los campos de concentración nazis de la segunda guerra mundial, o con la sangre iraquí derramada desde la invasión norteamericana, o con los aviones lanzados contra las torres neoyorquinas, o con la pobreza extrema. Todo eso es causa de dolor para él. Como para nosotros.
Somos más libres de lo que imaginamos; Dios no ha diseñado un destino irremediable; no determinó las tragedias de la vida; camina a nuestro lado y nos permite construir la historia; soporta nuestra alma ante las vicisitudes de la vida, llorando y consolándolos.
Es, en pocas palabras, la teología que debe reemplazar al inútil determinismo calvinista que no trae esperanza cuando el sufrimiento arrecia, trayendo una innecesaria confusión.
Notas
(1) La naturaleza (Sal. 19:1), la conciencia (Rom. 2:15), las tablas de piedra (Ex. 24:12), Cristo como palabra viviente (Jn. 1:14), la Biblia (Rom. 15:14), el corazón (Heb. 8:10), los cristianos como epístolas vivientes (2 Co. 3:2-3). Esta lista se encuentra en las ayudas bíblicas de la Biblia Thompson.
(2) http://www.geocities.com/leo600603/pagina2/libros/soberaniadedios.html
(3) http://sujetosalaroca.com/2007/12/02/calvinismo-juan-calvino-y-la-soberania-de-dios/
(4) Berkhof, L. Teología Sistemática. Grand Rapids: TELL, 1979. Pag. 194.
(5) Instituciones de la Religión Cristiana. I, XVI.8
(6) Instituciones de la Religión Cristiana. I, XVI, 2.
(7) Cf. Murphy, Ed. Manual de Guerra Espiritual. Miami: Editorial Caribe, 1994.
(8) Cf. García García, Abel. “La hermenéutica de los amigos de Job”. En “Integralidad” Año 1 Edición 3. Revista Digital del CEMAA, Mayo 2008.
(9) No estoy negando el juicio de Dios. El propio libro de Oseas, en el resto de sus capítulos, es bastante explícito al respecto.
(10) Imaginen que Dios dice: “Adán, te doy mucho margen de libertad para que puedad decidir por ti mismo pero a la vez te doy el marco de las consecuencias” pero al mismo tiempo Dios determina todos los eventos del futuro, predestinando todo. ¿No es eso contradictorio? Por supuesto, ya que la libertad asignada a nosotros sería aparente. Nuestras decisiones no serían realmente nuestras al estar previamente escritas. Ambos preceptos son contradictorios, por lo que uno es el válido. ¿Cuál es? Para mi, el primero de ellos. Por ello, puedo afirmar que Dios no ha determinado el futuro y, en cambio, nos invita a construirlo con él. Él no desea que las malas cosas pasen, pero estas simplemente suceden y, por una pura cuestión de probabilidad, pueden sucederme a mí.
Referencias
La principal es el blog de Ricardo Gondim (
http://gondimenespanol.blogspot.com/ Traducción de Gabriel Ñanco)