viernes, 31 de diciembre de 2010

Equilibrio de poderes

La democracia que se vive de manera imperfecta en muchos países del mundo se sustenta, entre otras cosas, en el equilibrio de poderes que se fiscalizan los unos a los otros. Por ejemplo, en los congresos las fuerzas políticas negocian acuerdos y, mal que bien, se controlan las unas a las otras, aunque tristemente el espíritu de cuerpo suele proteger a legisladores faltosos que nos regalan actos impropios que son sancionados laxamente. También podemos mencionar a las instituciones de control y supervisión del aparato del Estado: Contralorías, Defensorías del Pueblo, Poder Judicial, Tribunales Constitucionales, Superintendencias, Organismos Supervisores, Oficinas de Defensa de Consumidor, etcétera. Además de todo eso, tenemos a la prensa, que con todas sus tremendas deficiencias ha servido para el destape de un sinfín de abusos y delitos no vistos por los entes oficiales. Todos estos organismos han sido hecho para el control; en palabras cristianas, todos somos pecadores, somos un poco buenos pero también un poco malos, somos propensos a caer, al despotismo, a la prepotencia, a vernos afectados por la radiación del poder que nos contamina. Por lo tanto, necesitamos que nos fiscalicen, que mi incentivo a abusar sea dominado.

Los tiranos saben esto muy bien. En el Perú, la dictadura fujimontesinista pretendió tener todo el poder para gobernar por muchos años. Por ello, su esfuerzo descarado en copar todas las instancias de control o pretender desaparecerlas (caso Tribunal Constitucional). Ese afán hizo que parte de la prensa fuera comprada con la desfachatez más abierta del mundo. Algunos directores de medios están hoy presos, pero su carroña la sufrieron los opositores al régimen podrido de Fujimori. Recuerdo particularmente el caso de Alberto Andrade, ex–alcalde de Lima, al que acusaban de las cosas más inverosímiles. Hoy la hija de Fujimori, candidata presidencial, pide limpieza en las elecciones, la que su padre no tuvo con sus contendores. Paradojas de la vida.

La sanidad es siempre el equilibrio de poderes, tener disponible un lugar en dónde reportar abusos, dónde pueda defenderme, sin importar el tamaño del poder al cual me enfrente. Las dictaduras cancelan esto, te limitan, quieren dejarte a merced de su propia voluntad. Si pudieran, no te dejarían siquiera pensar, como sucede en Corea del Norte -caso extremo- o, con algo menos de fuerza, en Cuba y China. ¿Cómo debe ser la iglesia? Un consenso generalizado trata de definir a la iglesia como un híbrido llamado “teocracia”, donde se dice que es el lugar donde Dios tiene el control. Esto no define nada. ¿Cómo Dios manifiesta ese control? ¿Cómo realmente la iglesia expresa que está siguiendo los mandatos de Dios? No es una respuesta fácil en lo particular, pero quizá sí en lo general: debe ser el lugar en donde los grandes principios directrices de Dios manifestados en el texto que los contiene, la Biblia, se apliquen. Aplicado a lo que estoy escribiendo en este texto, puedo decir que la iglesia debe ser el lugar en donde aprendamos la libertad en su máxima expresión, donde la vivamos, la gocemos en plenitud. Por lo tanto, para que esa libertad pueda ser manifestada, entonces la iglesia debe ser un lugar en donde el equilibrio de poderes se fomente.

Pero mecanismos que permitan este equilibrio son poco comunes en la iglesia evangélica, y el mecanismo de control que se invoca es fácilmente manipulable. Pensemos en lo siguiente:

(1) Un pastor, el usual líder de una iglesia local.

(2) Un consejo de ancianos que representa a la congregación, designado por el pastor. En cierta manera, es su personal de confianza que responderá ante él y lo “blindará”.

(3) El mecanismo de control está basado en el Nuevo Testamento: "Si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano" (Mateo 18.15-17). Para efectos del ejemplo, esos “dos o tres” se aplica al consejo de ancianos.

Supongamos la aparición de rasgos autoritarios en el pastor: intentos de entrometerse en la vida privada de la gente, de decidir por la gente, exigencias excesivas de diezmos y ofrendas a la congregación, evidentes signos exteriores de riqueza. Yo observo esto, creo que es un problema y busco repararlo. Entonces, invocaré al mecanismo de control ¿Qué sucederá?

(1) Confrontaré al pastor a solas. El pastor, por supuesto, negará todo, me hará sentir mal, me dirá que cómo puede ser posible que acuse injustamente al ungido por Dios, a su elegido.

(2) Ante su negación, opto por ir con otra(s) persona(s). Aquí el pastor puede fingir ser condescendiente, escucharme, y finalmente dirá que recibe mi sugerencia en el amor del Señor, pensará en ella y la pondrá en oración.

(3) Pasará el tiempo y no se observan cambios. Siguiendo el esquema del mecanismo de control (que además es bíblico), iré ante el consejo de ancianos (la instancia superior). Pero hay un problema: ellos son un cargo de confianza del pastor. Rechazarán tu asunto porque es muy probable que hayan sido predispuestos en contra tuyo.

(4) A pesar del rechazo, trato de ir a la iglesia. El pastor ya se ha encargado de sugerir a la gente de mi insumisión, de mi falta de compromiso, de mi pecado por no someterte al ungido de Dios. La iglesia, tan propensa a la sumisión y la manipulación, quizá hasta adicta al pastor, me rechazará. En este punto ya estoy estigmatizado. Estoy asumiendo que me permitirán tener una tribuna desde el púlpito, cosa muy difícil.

(5) Al final, todo seguirá igual. El mecanismo “bíblico” no funciona porque ha sido distorsionado. Formalmente no existen otras instancias. No hay manera de denunciar injusticias pastorales. La atomización evangélica hace esta situación más compleja.

Lo que ha sucedido es el copamiento del poder a nivel de las iglesias locales o, en ocasiones, hasta en denominaciones enteras. Como las dictaduras, el pastorado controla todo, y es muy difícil ir en contra de ese poder. ¿Puede ser esto una expresión de Dios? ¿Puede venir de él? Definitivamente no. Yo soy mucho más radical respecto a lo que se debe hacer, pero creo que en este estadio lo fundamental es encontrar mecanismos de equilibrio que limite a las dos expresiones eclesiales. El clero debe ser un poder; el laicado debe ser un poder. El laicado debe encontrar mecanismos de representación claros que le permita manifestar su opinión por sí mismo (el clero ya los tiene). Si no, se le regala incentivos perversos al clero que no tardará en cometer abusos, a veces sutiles, a veces descarados. Pecadores somos todos, hasta el más espiritual, más aún si se nos pone una tentación al frente tan fuerte como la que tuvo Cristo cuando subió al monte alto y vio todos los reinos de la tierra (Mt 4:8-10).

Integralidad




Les presento la octava edición de la revista digital Integralidad, que trabajamos desde el Centro Evangélico de Misiología Andino-Amazónica (CEMAA) en Lima (Perú). Sus comentarios serán bienvenidos. Para acceder a ella sólo tienen que hacerle click a la imagen de arriba.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Urgidos de transparencia

Wikileaks es el tema de moda, qué duda cabe. El gallinero está revuelto porque los gringos han estado husmeando por todas partes (en realidad, eso ya lo sabíamos, pero una cosa es suponerlo y otra –muy diferente- es confirmarlo con hechos) y nos estamos enterando de cosas de todo calibre. Que las pastillas que toma Cristina, que la frontera sur de México es una coladera, que tal canciller es un incompetente, que aquel primer ministro tiene un negociado con tal producto… nada que no se discutiese en los pasillos de edificios oficiales de todo el mundo. Nada nuevo, en realidad. Pero igual, Estados Unidos nos está mostrando una cara que los deja en condiciones miserables, disminuidas inclusive hasta ante sus aliados. Han perdido la confianza.

Recuerdo que una vez nos pusieron en una disyuntiva durante un ejercicio ficticio en la iglesia: imagina que existiese una cámara que sin que nos diéramos cuenta grabó cada paso de nuestra vida, desde el nacimiento ante hoy. ¿Te sentirías orgulloso si ese video se muestra? ¿Qué tan cómodo te sentirías si todos pudieran ver el contenido de esa filmación? Sin excepción, todos comentamos que preferiríamos que eso se mantenga como está; esto es, en el profundo secreto. Realmente es un escenario que no quiero ni imaginármelo. O sea, todos sabemos que fallamos y que tenemos nuestros asuntillos, “nadie es perfecto” decimos con frecuencia, pero estamos tranquilos con las suposiciones, no con las confirmaciones. La pesadilla de la difusión le ha sucedido al gobierno norteamericano. Cada día vemos más secuelas del escándalo, agravándose con la evidente persecución al causante de la filtración.

El wikileak personal es, por supuesto, utópico (aunque no lo es para los creyentes de ciertas interpretaciones del juicio final, que explican la exposición pública de los pecados de los condenados). No lo es desde el punto de vista institucional: Wikileaks es una muestra. Los cristianos somos insistentes en el cambio de vida, en la metanoia, el cambio de actitud hacia el pecado que nos hace ser mejores. Somos hijos de Dios y ciudadanos de los cielos. Todo esto tiene una profunda carga ética de tipo personal, que lleva a actos concretos. No tomes, no fumes, no des coimas a los policías, no seas infiel. “No manejes, ni gustes ni aún toques” (Colosenses 2:22). Estas exigencias han transformado existencias y restaurado infinidad de relaciones. En la práctica, son un activo de las iglesias, que así llevan a una persona de la miseria personal al orden de la vida. La pregunta que me hago es si estas exigencias también se solicitan a la hora de desarrollar organizaciones de corte cristiano. ¿Existe la resolución que suele manifestar el convertido a la fe? ¿Las iglesias, concilios, denominaciones, confesiones, se manejan bajo principios similares a los exigidos de manera personal? Me da la impresión que la respuesta es no en un alarmante porcentaje.

El secretismo, los lobbys a escala pequeña y grande, la sucia política, los conflictos de intereses, el caudillismo, la envidia, la explotación de la gente, el abuso de poder, la puñalada por la espalda, la maquinación y la manipulación descarada se manifiestan en los entornos organizacionales eclesiales. Por supuesto, lo que se hace en Las Vegas, se queda en Las Vegas; quiero decir que los dimes y diretes no salen del entorno organizacional. El gremio clerical se protege celosamente, no filtrando la información. Por ello, con mucha frecuencia los laicos que entran en ese entorno y sobreestiman al clero, creyendo en su casi-santidad, se decepcionan al darse cuenta que las organizaciones son tan igual dentro de la iglesia que fuera de ella. Los comportamientos son los mismos. La ética personal exigida a nivel personal no aplica a la organización, que para colmo de males suele ser divinizada porque el mismo Cristo la instauró.

Es demasiado triste esto. Se entiende la politiquería a nivel de gobierno, pero es inaceptable en instituciones que están –se supone- para ayudar a la gente a acercarse a Dios. Urge una transformación radical que, a mi entender, debe comenzar desde la transparencia: todo debe ser conocido y abierto a todos. Los wikileaks institucionales de Assange son buenos porque ayudará a los gobiernos a hacer lo que realmente deben: servir a la gente, eliminando incentivos perversos que surgen desde la asimetría de la información. ¿Se imaginan una dosis de transparencia en las instituciones eclesiales? ¿Pueden imaginar que el clero se abra completamente al laicado a todo nivel? A demasiados esta idea les da arcadas, pero es un paso necesario si la iglesia pretende ser imagen de Cristo. Es perentorio que sea eso, imagen, pero en serio. Si no, la extinción nos espera.

sábado, 4 de diciembre de 2010

"Soy indispensable"

Eso es lo que cree mucha gente, usualmente si son líderes de organizaciones de muy diferente calibre, cuando pretenden mantenerse en el control del poder por toda la vida si pudieran. Los argumentos son muy diversos, yendo desde la justificación por eso del “vox populi, vox dei” de los dictadores a la solemnes citas eclesiales de dogmas vetustos, leyes anacrónicas o palabras profético-inspiracionales que dicen, serias, que organismos como la iglesia no son instituciones humanas, que eso de democracia no existe allí, que en el fondo las balotas y ánforas no son voluntad de Dios. Si no, las votaciones estarían en la Biblia, pues, me dijo un día una hermana con aplomo marcial.

Sé que el tema de reelecciones puede ser complejo en algunos estamentos. A mi entender, organismos de base democrática deben tener, necesariamente una sana rotación de mandos, por cuestiones de productividad, sanidad y permanencia en el tiempo. La gente también se deprecia –por decirlo en alguna manera-, se cansa y pierde creatividad. Necesita renovarse y no lo conseguirá haciendo lo mismo. Además, el deseo de poder nos va comiendo por dentro y nos transforma lentamente. Nuestros políticos, en todos nuestros países, son un triste ejemplo de eso: demasiados están deformados por su ambición. La renovación, insisto, es fundamental. Por ello, por principio, no deben existir reelecciones en instituciones que se precien de democráticas. Al menos, no inmediatas -sin jugarretas como la que quisieron armar los Kirchner en Argentina, con su idea de la alternancia-.

¿Y aquellas instituciones que no se sustentan en cimentos democráticos? Ya se manejarán por sus propios estatutos. ¿Debe ser la iglesia democrática? Difícil cuestión, agravada por el hecho de que simplemente es imposible encontrar en texto sagrado referencias a regímenes que no estaban inventados en la sociedad en la que surgió la iglesia y peor aún porque el sensus plenior, es decir, cuánto de las prácticas antiguas pueden ser aplicadas en la iglesia moderna, palidece en el tema de la organización eclesial. Si nos remitimos simplemente al texto bíblico, tenemos demasiado poco. Muchas interpretaciones caben en una iglesia primitiva que se fue haciendo a sí misma sobre la marcha.

La práctica muestra distorsiones en dos sentidos. Estamos llenos de pastores tiranos que manipulan con descaro al laicado y nos sobran congregaciones gamonales, que creen que su clero está para hacer lo que ellos quieren. He conocido de ambos y son igual de nocivos. Ambos extremos desangran la iglesia. Por lo tanto, hemos de migrar a esquemas intermedios, donde se controle el hambre de poder pastoral y congregacional, llevando todo a un equilibrio sano, donde ninguno domine, ayudándose mutuamente los unos a los otros. Suena difícil, pero hemos de aventurarnos en ese sentido. Ambos extremos deben ceder poder a los otros, sin temor ni falsos argumentos. Si la iglesia es de perfil dictatorial –el mayoritario-, el pastor debe olvidarse de que él sólo responde ante Dios (una real falacia, nada más que una mentira), entender que todos somos templo del espíritu, que el sacerdocio es de todos los creyentes, y considerar a la congregación no como niños, sino como adultos que también puede tomar decisiones igual o mejor que él. Por lo tanto, las asambleas tomarían una relevancia mayor dejando de ser un saludo a la bandera, una formalidad necesaria, para pasar a ser el principal centro de toma de decisiones. Lo mismo con cuerpos pastorales y alguna otra reunión que se tenga. Todo debería ser más abierto, transparente y horizontal. La información debe compartirse (excepto, por supuesto, la sensible, como la que corre en las sesiones de consejería) a todo nivel, como ya se hace en los tiempos modernos de Wikileaks y redes sociales. Es imposible resistirse a esta tendencia que, realmente, le hará un poderoso bien a la iglesia: el predominio de la horizontalidad y la bendita transparencia.

Si la iglesia es de perfil dictatorial, el pastor debe darse cuenta que el llamado no es único, sino que lo tenemos todos. La iglesia es de todos y no existe la indispensabilidad. Esto va en contra del llamado de Jesucristo que nos animaba a ser siervos, lavando los pies del resto. El mundo no se acabará sin el pastor y, realmente, la iglesia continuará sin él aunque no lo parezca. Por lo tanto, no debe tener miedo a cambiar, a decir “es hora de otros aires”, a ceder su posición a otra persona de visión renovada. Siempre hay alguien. Siempre.