La guerra fría
La combinación entre los estudios de misiología y la revolución personal que trajo la enfermedad de mi hermano, me pusieron a trabajar como pocas veces en términos de generación de ideas respecto a Dios y sus asuntos. Mi mundo había explotado y tenía que rehacerlo casi por completo. Necesitaba pensar, encontrar sentido a las cosas, rehacer mi teología, la manera en la que me veía a mí mismo y a mis relaciones con quienes me rodeaban. El desconcierto me retó a solucionar los nuevos problemas que el horizonte presentaba; bastante grandes, por cierto.
Poco a poco, escribí sobre las ideas que mi caótica mente iba sacando. El blog fue el conducto mediante el cual podía tener respuesta de otras personas, ayuda en los caminos nuevos, u oposición de personas que pensaban que estaba delirando o, inclusive, blasfemando. La comunidad de amigos cristianos virtuales que conocí fue esencial en esta etapa. Carolina, Gabriela, Gabriel, Ignacio, Jaaziel, Natanael, Enrique, Alexander, Nicolás, Claudia, Jorge, Alejandro, Anyul, y tantos otros, fueron gran apoyo, consuelo y soporte. Aprendí mucho de cada uno. Con ellos acompañándome, poco a poco las cosas tomaron forma, decidiendo compartir los textos con la gente de mi iglesia local. Era como el recién convertido que necesitaba expresión al sentirse encaminado en la vida gracias a la luz que le acaba de llegar.
Lo curioso de mi decisión de compartir mis textos es que rápidamente se generó un ambiente bastante tenso. Definitivamente al pastor de jóvenes no le gustó que otra persona le hiciera sombra (ya he hablado de esto antes), peor con ideas que no estaban de acuerdo a los estándares denominacionales ni a sus rigideces mentales. Poco después él comenzó a responder aunque no abiertamente, no hablando conmigo ni con alguna otra persona de mi entorno, sino mediante los devocionales que enviaba con frecuencia a los miembros de la iglesia, yo incluido.
Durante unos meses, quizá entre abril y julio de 2006, gozamos de un ida y vuelta feroz. Por ejemplo, yo reflexioné sobre la sacralización de los modelos eclesiales y el serio peligro que esto significaba para el cristianismo, y el mismo día el pastor hizo un “devocional” sobre los adalides de la carnalidad en la iglesia, llenos de malcriadeces, imprudencias e incoherencias. Otro día escribí sobre el sufrimiento, inspirado completamente en mi hermano y su muerte inminente, y el pastor escribe sobre las tonterías que a veces la gente crea sonando muy "teológicas" y "filosóficas", enmascarando su propia carne y problemas de actitud interna, un disfraz de visión incomprendida para tapar el alma entenebrecida. Tiempo después vuelvo a escribir sobre el sufrimiento, y él responde sobre el gusto de discutir, polemizar, de demostrar toda la información que manejamos, jactarse de los libros o artículos leídos, bautizando a alguien que reflexiona como cristiano caviar (1), que siempre piensa sobre la problemática de la iglesia pero no hace nada para arreglarla, prefiriendo estar al margen de todo.
Así fue por un tiempo. Textos sobre la rebeldía y la autoridad, la falsa piedad que solo sirve para destruir, la gloria personal que es como pirotecnia inútil que se queda en el proyecto propio por los individualismos insanos, etcétera, inundaron nuestras bandejas de entrada. Valga la pena aclarar todos los devocionales no versaron exclusivamente sobre esa temática, solo unos cuantos, pero las conversaciones por correo electrónico sobre temas teológicos se dieron más de una vez, con textos extensos y enviados a mucha gente. Se hizo evidente que existían dos bandos antagónicos: la ortodoxia que defendía el statu-quo, y nosotros, que buscábamos reformas que en el fondo eran imposibles de conseguir en el escenario vigente.
Así aprendí-acepté-formé algunas ideas sobre la iglesia, Dios, y la misión. Al mismo tiempo, junto a mi amigo recién graduado nos propusimos imaginar una nueva forma de iglesia, distinta a la que estábamos acostumbrados. Ambos gastábamos casi todo el tiempo de nuestros almuerzos en ese esfuerzo por pensar en esa iglesia, con mucha pasión, entrega, fe. Admito que no toda nuestra motivación era santa, pero nuestras intenciones eran sinceras: queríamos realmente una iglesia diferente. Rápidamente nos acusaron de liberales a los dos y a otros con inclinaciones afines. Nuestro pensamiento era amenazante. ¿Cómo, por ejemplo, tomaría la iglesia el hecho que creíamos que el ministerio pastoral era algo no necesario? ¿Que dirían sobre nuestra sospecha respecto a la práctica del diezmo? ¿Acerca de nuestra crítica a la iglesia evangélica que no le gusta salir de sus cómodas cuatro paredes? Nos habíamos convertido en conspiradores.
Cuando Gabriel es desahuciado, aprecié una convicción firme que me decía que la misión de Dios no debía detenerse nunca, que no debíamos desmayar en ella, que era necesario poner en prácticas las ideas de iglesia que teníamos, a la vez que sentí que no quería vivir más, que todo era algo demasiado insoportable como para continuar respirando el aire del valle de lágrimas donde vivía. A pesar de la contradicción, me dirigí a los renunciantes del tsunami de 2004. Para mi sorpresa, todos estaban al margen de la iglesia. Apenas iban los domingos, y parecía que había poco interés del pastorado en usar su experiencia y conocimientos en ayuda de los ministerios. Simplemente no los querían, salvo cuando los necesitaba de mano de obra en el retiro estrella del grupo de jóvenes. Al hablarles de la posibilidad de hacer una comunidad nueva, ellos se apuntaron entusiasmados. Todos respondieron a la convocatoria que se hizo tras un viaje por el sur del Perú, en agosto de 2006. Nos juntamos en mi pequeño departamento, y de frente tratamos de plantear algunas ideas y concepciones básicas, donde participé mucho porque era el que tenía más formación teológica. Por ejemplo, sobre lo que creíamos, escribí:
Sobre la visión de la comunidad, luego de discutir con el grupo, escribí:
La combinación entre los estudios de misiología y la revolución personal que trajo la enfermedad de mi hermano, me pusieron a trabajar como pocas veces en términos de generación de ideas respecto a Dios y sus asuntos. Mi mundo había explotado y tenía que rehacerlo casi por completo. Necesitaba pensar, encontrar sentido a las cosas, rehacer mi teología, la manera en la que me veía a mí mismo y a mis relaciones con quienes me rodeaban. El desconcierto me retó a solucionar los nuevos problemas que el horizonte presentaba; bastante grandes, por cierto.
Poco a poco, escribí sobre las ideas que mi caótica mente iba sacando. El blog fue el conducto mediante el cual podía tener respuesta de otras personas, ayuda en los caminos nuevos, u oposición de personas que pensaban que estaba delirando o, inclusive, blasfemando. La comunidad de amigos cristianos virtuales que conocí fue esencial en esta etapa. Carolina, Gabriela, Gabriel, Ignacio, Jaaziel, Natanael, Enrique, Alexander, Nicolás, Claudia, Jorge, Alejandro, Anyul, y tantos otros, fueron gran apoyo, consuelo y soporte. Aprendí mucho de cada uno. Con ellos acompañándome, poco a poco las cosas tomaron forma, decidiendo compartir los textos con la gente de mi iglesia local. Era como el recién convertido que necesitaba expresión al sentirse encaminado en la vida gracias a la luz que le acaba de llegar.
Lo curioso de mi decisión de compartir mis textos es que rápidamente se generó un ambiente bastante tenso. Definitivamente al pastor de jóvenes no le gustó que otra persona le hiciera sombra (ya he hablado de esto antes), peor con ideas que no estaban de acuerdo a los estándares denominacionales ni a sus rigideces mentales. Poco después él comenzó a responder aunque no abiertamente, no hablando conmigo ni con alguna otra persona de mi entorno, sino mediante los devocionales que enviaba con frecuencia a los miembros de la iglesia, yo incluido.
Durante unos meses, quizá entre abril y julio de 2006, gozamos de un ida y vuelta feroz. Por ejemplo, yo reflexioné sobre la sacralización de los modelos eclesiales y el serio peligro que esto significaba para el cristianismo, y el mismo día el pastor hizo un “devocional” sobre los adalides de la carnalidad en la iglesia, llenos de malcriadeces, imprudencias e incoherencias. Otro día escribí sobre el sufrimiento, inspirado completamente en mi hermano y su muerte inminente, y el pastor escribe sobre las tonterías que a veces la gente crea sonando muy "teológicas" y "filosóficas", enmascarando su propia carne y problemas de actitud interna, un disfraz de visión incomprendida para tapar el alma entenebrecida. Tiempo después vuelvo a escribir sobre el sufrimiento, y él responde sobre el gusto de discutir, polemizar, de demostrar toda la información que manejamos, jactarse de los libros o artículos leídos, bautizando a alguien que reflexiona como cristiano caviar (1), que siempre piensa sobre la problemática de la iglesia pero no hace nada para arreglarla, prefiriendo estar al margen de todo.
Así fue por un tiempo. Textos sobre la rebeldía y la autoridad, la falsa piedad que solo sirve para destruir, la gloria personal que es como pirotecnia inútil que se queda en el proyecto propio por los individualismos insanos, etcétera, inundaron nuestras bandejas de entrada. Valga la pena aclarar todos los devocionales no versaron exclusivamente sobre esa temática, solo unos cuantos, pero las conversaciones por correo electrónico sobre temas teológicos se dieron más de una vez, con textos extensos y enviados a mucha gente. Se hizo evidente que existían dos bandos antagónicos: la ortodoxia que defendía el statu-quo, y nosotros, que buscábamos reformas que en el fondo eran imposibles de conseguir en el escenario vigente.
Así aprendí-acepté-formé algunas ideas sobre la iglesia, Dios, y la misión. Al mismo tiempo, junto a mi amigo recién graduado nos propusimos imaginar una nueva forma de iglesia, distinta a la que estábamos acostumbrados. Ambos gastábamos casi todo el tiempo de nuestros almuerzos en ese esfuerzo por pensar en esa iglesia, con mucha pasión, entrega, fe. Admito que no toda nuestra motivación era santa, pero nuestras intenciones eran sinceras: queríamos realmente una iglesia diferente. Rápidamente nos acusaron de liberales a los dos y a otros con inclinaciones afines. Nuestro pensamiento era amenazante. ¿Cómo, por ejemplo, tomaría la iglesia el hecho que creíamos que el ministerio pastoral era algo no necesario? ¿Que dirían sobre nuestra sospecha respecto a la práctica del diezmo? ¿Acerca de nuestra crítica a la iglesia evangélica que no le gusta salir de sus cómodas cuatro paredes? Nos habíamos convertido en conspiradores.
Me gustaría levantar una iglesia horizontal, donde no exista la figura del pastor dominante que lo controla todo, que tiene la voz autorizada y que aparenta estar más cerca de Dios, sino la de los laicos comprometidos, quizá como la de un elder de iglesia norteamericana. Donde todos participemos de una manera más activa de la liturgia, desde el ejercer la Santa Cena hasta los matrimonios religiosos. Donde el líder sirva de verdad y no más bien sean los miembros que sirven al líder. Donde no exista el pastor gerente al que tengas que sacar cita, sino el líder que busca a la oveja perdida y cansada. Donde la iglesia se involucre en su mundo activamente y no se aísle de él, aplicando ese pasaje en el que dice que debemos servir: la iglesia debe servir al mundo. Una iglesia que participe en las actividades de su comunidad, de su ciudad y país, que viva realmente en él y que no brinde sólo oraciones y prédicas vacías, una iglesia que trate el problema de la injusticia y el sufrimiento humano sin ambages.
Quisiera una iglesia que sea menos rígida en el culto de los domingos. Una iglesia sin púlpito, para que no haya la sensación de superioridad por parte de quien habla allí, sino que quien enseñe la palabra esté en el mismo nivel de los oyentes, con discursos menos atados a los criterios homiléticos. Que la alabanza viva al correr de la cultura, y que no se condicione a la moda de la música cristiana, sino que sea espontánea, viva y artística, inclusiva en toda clase de ritmos. En lo posible, que las composiciones sean realizadas por miembros de la iglesia, para que lo que se diga sea parte de la propia realidad. Que los diezmos no existan sino que sean solamente ofrendas, para ser más bíblicos y no se presione a la congregación con ello.
Quisiera una iglesia más tolerante con el otro, menos juez y más amiga. Que sea firme en el conocimiento y que lo que cree lo sustente con propiedad, pero que entienda que otros hermanos en la fe usan otros criterios hermenéuticos y que creen distinto a nosotros, y que ese hecho no nos da permiso a decir que ellos están equivocados. Que respete a la persona de otra religión porque a pesar de lo que sabemos, entendemos que la fe que esa persona profesa tiene como génesis la inquietud espiritual puesta por Dios en todas las gentes. En resumen, quisiera una iglesia que simplemente ame de verdad, capaz de sacrificarse de ser necesario como Cristo lo hizo por nosotros.
Cuando Gabriel es desahuciado, aprecié una convicción firme que me decía que la misión de Dios no debía detenerse nunca, que no debíamos desmayar en ella, que era necesario poner en prácticas las ideas de iglesia que teníamos, a la vez que sentí que no quería vivir más, que todo era algo demasiado insoportable como para continuar respirando el aire del valle de lágrimas donde vivía. A pesar de la contradicción, me dirigí a los renunciantes del tsunami de 2004. Para mi sorpresa, todos estaban al margen de la iglesia. Apenas iban los domingos, y parecía que había poco interés del pastorado en usar su experiencia y conocimientos en ayuda de los ministerios. Simplemente no los querían, salvo cuando los necesitaba de mano de obra en el retiro estrella del grupo de jóvenes. Al hablarles de la posibilidad de hacer una comunidad nueva, ellos se apuntaron entusiasmados. Todos respondieron a la convocatoria que se hizo tras un viaje por el sur del Perú, en agosto de 2006. Nos juntamos en mi pequeño departamento, y de frente tratamos de plantear algunas ideas y concepciones básicas, donde participé mucho porque era el que tenía más formación teológica. Por ejemplo, sobre lo que creíamos, escribí:
1.- Basamos nuestra visión en la Biblia, compuesta por 66 libros separados en dos testamentos: Antiguo y Nuevo, inspirada por Dios en los manuscritos originales, fuente fundamental de la revelación de Dios a los hombres y regla de fe y ética cristiana.
2.- Dios, uno y trino, es el creador de todo lo existente, visible e invisible, que forjó al hombre a su imagen y semejanza con un propósito sistematizado en cuatro aspectos fundamentales: una relación con Dios, una relación consigo mismo, una relación con los otros, y una relación con el medio ambiente que lo rodea.
3.- La entrada del pecado en la creación material, debido a la desobediencia, daña todas estas relaciones del hombre, distorsionándolas por completo y originando el mundo tal como lo vemos hoy, trayendo además la muerte física y la muerte espiritual. El efecto es devastador y alcanza a toda la creación.
4.- Sin embargo, Dios, en sus propósitos, envió a su Hijo Unigénito Jesucristo, completamente Dios y completamente hombre, para Su obra sublime, que incluye la expiación, propiciación, sustitución, justificación y redención. Este proceso ataca todos los efectos del pecado y podemos afirmar que la obra de Cristo es global, reparando las cuatro relaciones fundamentales: Dios, uno mismo, los otros, el medio ambiente que nos rodea. La resurrección corporal de Jesús al tercer día es la manifestación de su victoria absoluta.
5.- La llegada de Cristo a la tierra es el evento categórico por excelencia, e implicó que el reino de los cielos se había acercado, condición que no ha variado hasta hoy, manifestada como una realidad presente en Su propia persona y acción (predicación, obras de justicia, misericordia), al mismo tiempo que como algo futuro, porque no se ha consumado; por eso se dice que existe una tensión de tipo escatológico: el "ya pero todavía no".
6.- Una vez que Cristo deja la tierra, la continuación de los efectos del acercamiento del reino queda en manos del Espíritu Santo, tercera persona de la Trinidad, que da soporte a la iglesia en el trabajo que lleva esta tarea ya que enseña y guía tanto al creyente como a la comunidad. La iglesia debe manifestar el reino de Dios en la historia, haciéndolo realidad por los dones del Espíritu Santo.
7.- Esta continuación de efectos implica que la iglesia debe involucrarse activamente en las cuatro reconciliaciones fundamentales: la relación con Dios, la relación consigo mismo, la relación con los otros, y la relación con el medio ambiente que lo rodea, todas válidas y de igual valor.
8.- Lo perfecto será cuando Él venga, por segunda vez, pero por ahora, debemos mostrar cómo el mundo será en el futuro (completamente reconciliado), aunque no se logre hacer a plenitud por la tensión escatológica.
Sobre la visión de la comunidad, luego de discutir con el grupo, escribí:
Todo parte de la comunidad, de todos nosotros juntos. Las características fundamentales que ella tiene, hacia adentro, hacia ella misma, son:
a. Modelo “trinitario”: En la trinidad todos son iguales. Y ES la trinidad nuestro ejemplo por excelencia de comunidad. Esto nos da el principio de horizontalidad.
b. Modelo “kenótico”: Tenemos siempre presente la entrega de Cristo al venir a la cruz para morir por nosotros y abandonar su dignidad divina en los cielos. Esto se refiere al trato entre los miembros de la comunidad. En humildad un miembro decide someterse al otro, de manera voluntaria. Así debemos ser entre todos, con una actitud de obediencia los unos con los otros, sin prioridad de la voluntad de alguno por sobre otros. Nadie más que el otro. Esto nos da el principio de entrega
Estos dos elementos traen lo siguiente:
(1) La igualdad absoluta entre todos los miembros (no existen jerarquías y por ende no es necesaria la institucionalidad).
(2) El sacerdocio de todos los creyentes y el hecho de que todos tengamos que hacer la misión. La suma de ambas nos trae una conclusión determinante: no existe en nuestra comunidad la línea entre el laico y el pastor. No existe porque somos ontológicamente lo mismo; no existe porque todos somos iguales.
(3) La entrega de los miembros por su otro, por su hermano, la actitud permanente de servicio.
¿Y para qué existimos?
(1) Para hacer comunidad, reuniéndonos, participando de la presencia conjunta, compartiendo nuestros sentimientos y pensamientos, estudiando juntos la Palabra de Dios, etc.
(2) Para cumplir la misión que Dios nos ha puesto en la tierra. ¿Qué misión? La que hemos definido previamente: misión integral ya sea en lo espiritual, en el medio ambiente, en lo interno del ser humano o en lo social: donde Dios nos llame a trabajar. Allí la comunidad debe impulsarse activamente en una actitud solidaria con el mundo, comprendiendo lo mejor posible lo que sucede y estando prestos a dar, porque de esa manera podremos comprometernos con la idea de construir el reino de Dios en la tierra.
(1) En el Perú se le llama izquierda caviar a aquellos simpatizantes de la izquierda que pertenecen a los estratos socioeconómicos altos, que suelen reunirse en largas tertulias donde debaten sobre las soluciones a los problemas estructurales de la sociedad peruana pero sin involucrarse directamente en la concreción de sus planteamientos. Paradójicamente suelen encontrarse en algún restaurant o club de lujo. Muchos intelectuales peruanos de renombre son caviares.
2 comentarios:
Cuánto me identifico contigo en medio de todo esto, aunque admito que el dolor por el que has pasado no es algo en lo que he estado pero lo comparto. Y comparto tu lucha, lucha que se que continúa y que nos trae preguntas, a veces parálisis (nos sentimos abrumados) pero que al mismo tiempo nos va liberando mientras descubrimos como abrir ciertas puertas y cómo cerrar otras. Gracias por compartir.
Estoy muy de acuerdo con lo que dices al final: al final, lo que Dios nos regala es una libertad enorme de muchas taras, conflictos y murallas ficticias que teníamos incrustadas. Eso abrirá y cerrará puertas. Algunas se me han cerrado, otras se han abierto. He aceptado eso, y creo que es parte normal de la vida.
Gracias por tu lectura y comentario.
Saludos,
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