lunes, 24 de agosto de 2009

El paso del tiempo

Con la amistad es imposible ser utilitario. No sé si digo eso porque, por lo general, en mis relaciones amicales siempre he sentido que he dado poco, casi rayando con la miseria mientras lo que el otro entregaba era algo tan valioso que me salvaba la vida; ergo, hablar de la imposibilidad de lo utilitario sería casi como una justificación a todo lo que recibí, dándole un sentido que no dejaría mi imagen al nivel de un vil aprovechador, sino resaltando que no importa lo que uno brinde, lo trascendente es el hecho del dar desinteresado, enorme como el universo e incondicional como el amor de Dios por nosotros.

Ese desbalance lo sentí con el amigo de los primeros años de la primaria, que me enseñaba un mundo ficticio el cual era conocido a plenitud por él, y aunque todo era quimérico sus relatos daban cabida a mis sueños pueriles; también con aquellos de secundaria, quienes escuchaban vez tras vez mis laberintos de mi profunda confusión, o con los de la universidad, de los que aprendía de su talento innato y rebosante. Yo siempre quedaba al debe.

Algo así me sucedía con mis amigos y, al mismo tiempo, hermanos en la fe. El más cercano de todos era en apariencia opuesto a mí pero con el tiempo encontramos coincidencias profundas; sin embargo, a pesar de sus palabras generosas me quedaba siempre corto, como si abusara de su confianza y su gran corazón, oculto en la seriedad aparente de su vida. No podía observar qué suministraba yo: era evidentísimo que él lo daba todo.

Uno puede dar mucho o poco, pero esas cosas que fueron entregadas casi sacrificialmente son inexorablemente castigadas por el paso del tiempo y el furor de los múltiples eventos en los cuales nos vemos envueltos. La vida es un goteo permanente donde los años pasan, nos casamos, nacen nuestros hijos, se nos muere gente querida, nos hieren con odio visceral, herimos por pura sed revanchista, el trabajo nos traga, los tiempos se reducen, Dios nos enseña cosas nuevas que nos alumbran como una supernova y nos lleva por caminos diferentes tan contundentes como una autopista de diez carriles, aprendemos y desaprendemos acumulando alegrías y soportando las tristezas. Con este alud de acaecimientos, a veces las amistades simplemente no logran soportar. Se quiebran, se despedazan como un vidrio que es impactado por una piedra. A veces, uno mismo es el que lanza la piedra, a veces son otros, a veces no es nadie quien hace que el vidrio se haga añicos: simplemente sucede por el simple efecto del distanciamiento. En ocasiones, ni te das cuenta. Tristísimo es cuando la ruptura se da porque los senderos destinados a los amigos se separan porque Dios así lo pide, ¡y en este caso jamás debió haber discordia! Lamentablemente, las pasiones humanas suelen ser más fuertes, y se comen a la fe en el Señor común.

Cuando el horizonte de la relación se encuentra en el pasado, solo la remembranza es lo que le da valor inapreciable a esa amistad ya devaluada hasta el extremo, y esto no es algo malo. Porque si uno se encuentra en donde está hoy, si uno avanzó y es mejor persona, si uno simplemente sigue creyendo en la redención del mundo a pesar de las viles cosas que uno lee todos los días, si uno vive en esta tierra, con frecuencia es porque alguien estuvo en el pasado apoyándonos, dándonos la mano, regalándonos esperanza, motivándonos para seguir. Y eso es incalculable. Lo que no puede tasarse es lo que en verdad queda, lo que prevalece, a pesar de todo. A pesar de nosotros mismos.

viernes, 31 de julio de 2009

Esas cosas que uno a veces no entiende (XI)

Juan Rebelde escucha, en los anuncios que siempre dicen luego de la prédica, que hay una reunión al final del culto con todos los líderes de la iglesia. Insisten que el tema es sumamente importante. La cara de Jorge Iscariote, encargado de las finanzas de la iglesia, es de seriedad. “¿Será por el tema del diezmo, otra vez?” se preguntó Juan. “Si es por eso, pucha, me caerá entonces mi café por ser un líder que no diezma”. Juan piensa que lo toleran solo porque aún es necesario por la escasez de líderes.

Pepe Caifás (pastor asistente): Hermanos, los hemos reunido aquí por un tema muy importante. Quizá algunos saben que hace unos días, el Reverendo Anás (pastor titular de la iglesia), recibió una invitación para predicar en una iglesia de la denominación por su aniversario, y mientras se encontraba allí le robaron su carro. Hemos orado para que Dios castigue a los malhechores que han hecho esa monstruosidad contra un siervo amadísimo por Dios. Sin saberlo, esos individuos han acumulado sobre sus hombros un castigo feroz por parte del Dios de los cielos y de la tierra. Lamentablemente el mal está hecho y, por eso, el tesorero Jorge Iscariote tiene una propuesta que hacerles.

Sube el tesorero. La gente, muda, nerviosa, no dice ni una palabra.

Jorge Iscariote: Hermanos, como ya escucharon, el reverendo Anás no tiene carro por el robo sufrido mientras predicaba la palabra de Dios. Por ello, surge la necesidad imperiosa de que un siervo de Dios como él tenga la reposición del vehículo. No es digno de él que se tenga que movilizar en taxis o en el transporte público. Creemos también que a pesar de los pocos ingresos de la iglesia por el poco compromiso que hay (los magros diezmos) debemos responder a esta oposición del demonio con la mayor dedicación, expresando la fe de la mejor manera.

Juan Rebelde (susurrando a su amigo de al lado): Esto no me gusta nada…

Jorge Iscariote: Por lo tanto, creemos que la expresión de la fe es reemplazar el carro del pastor robado, un auto coreano del año 1995, por una SUV del año, preferentemente de fabricación europea. Así le responderemos al diablo, dejándolo en ridículo y proclamando la victoria del Señor mediante la manifestación tangible de la dignidad de sus hijos.

Juan Rebelde (susurrando otra vez a su amigo de al lado): Se viene la estocada, acuérdate de mí…

Jorge Iscariote: Para que esta expresión de victoria se concrete, necesitamos de la ayuda de todos ustedes. Se requiere una cuota extraordinaria, independiente del diezmo, de doscientos dólares por familia con hijos, cien dólares por persona sola con salario independiente, veinte dólares por persona que recibe una pensión de jubilación y lo mismo por jóvenes mayores de 18 años. ¡Hermanos! ¡Este ataque espiritual contra el reverendo Anás debe ser respondido! ¡Ataquemos con las armas de la fe! ¡Entre todos, compremos algo digno de la investidura del reverendo y Satanás no se atreverá a tocarlo nunca mas! Hermanos, llamaré al pastor Caifás para orar y luego recibiremos preguntas y sugerencias.

Tras la oración, la mano levantada de Juan Rebelde era la única que se distinguía entre todas las cabezas silenciosas

Juan Rebelde: Hermanos, antes de comentar, una pregunta previa: ¿el auto tenía seguro?

Reverendo Anás: Juan, tomar un seguro es una falta de confianza, es no creer en el cuidado de Dios. Jamás seremos acusados de falta de fe en el cuerpo pastoral de esta iglesia.

Juan Rebelde: Entiendo. Eso quiere decir que no hay ni un sol para recuperar del robo; y los pasivos al cuadrado de ese descuido los debemos tomar nosotros.

Reverendo Anás: No entiendo…

Juan Rebelde: Si hubieran tomado el seguro, se hubiera repuesto como la mitad del costo del carro. Allí se tendría algo. Pero bueno, aceptemos que no se tome el seguro. Lo que me parece absolutamente incomprensible es que en las condiciones de los diezmos de la iglesia pretendan hacer que los líderes paguen una 4x4 de 25,000 dólares, y más con el manipulador argumento ese de “derrotar al diablo” y “la dignidad del siervo de Dios”.

Jorge Iscariote: ¿Te opones a la compra? ¿Para ti nuestro reverendo debe andar por allí como un cualquiera? ¿No vez todas las bendiciones que Dios hace a través de él?

Juan Rebelde: Me opongo por principio a los privilegios. Si me roban el carro que seguro compraré en el futuro con mucho esfuerzo, y si cometo la irresponsabilidad de no tener seguro, pues debo asumir los costos totales. Y si quiero reponerlo con uno mucho más caro, pues debo tener los ahorros suficientes para ello o una línea bancaria aprobada. ¿Por qué no hace eso el pastor Anás? Que frescura. Me encantaría perder algo caro y que la iglesia lo pague. Así cualquiera. Los pastores en esta iglesia definitivamente tienen muy, muy, muy buenos privilegios.

Jorge Iscariote: Tu mezquindad es colosal. ¿Qué problema tienes? ¿No dice la Biblia que cuidemos a nuestros pastores?

Juan Rebelde: Claro, pero si pretenden comprar un auto –cosa que se puede discutir-, pues que sea usado. Todas las semanas nos repiten y nos repiten y nos tienen hartos con el asunto ese del diezmo: que no dan, que hay poco, que hay deudas, que no han pagado sueldos, que la luz, que el agua, que los teléfonos. Si es así, hay que ser prudentes y considerados, siendo conservadores. ¿Doscientos dólares por familia? Es un abuso, la verdad es que es un verdadero abuso. A propósito, ¿A nombre de quién está el carro?

Jorge Iscariote: En este caso, de quien lo usa. O sea, a nombre del Reverendo Anás.

Juan Rebelde: ¿Y no debería estar a nombre de la iglesia? ¿Porqué a nombre del pastor Anás si con los diezmos de la iglesia se compró el carro anterior?

Pastor Caifás: Estamos entre hermanos, y hay confianza total. Lo de la propiedad es algo irrelevante.

Juan Rebelde: No es irrelevante. Tampoco la pretensión de comprar un carro tan caro. Si es así, mañana querrán construir un templo para mil personas sin tener el dinero necesario para eso. Pasado querrán una radio, luego un canal de TV, esquilmando a los miembros, manipulando algunos textos bíblicos para justificar, hablando siempre que "la fe", "la fe" y "la fe". ¿Se podrán tolerar esas irresponsabilidades? Mejor cortar eso por lo sano desde ahora, y nos libraremos de cosas muy ingratas en el futuro. La sanidad financiera ante todo, hermanos.

miércoles, 29 de julio de 2009

El universo gris

Ver el mundo como una calamidad es una circunstancia que no requiere mucho esfuerzo en demostrar. Ver el mundo como un escenario de esperanza también es una circunstancia que puede ser contrastada sin movernos del computador desde donde ahora leemos este texto.

La calamidad se ve cuando un borracho atropella a una familia que espera en un paradero al bus que la llevará cerca de su casa y se da a la fuga; cuando leemos en los libros de historia la industria de la muerte a medidas industriales en los campos de concentración nazis y que hoy algunos se esfuerzan por negar; cuando los niños mueren de frío en las punas del sur peruano por incompetencia gubernamental provocadas por diferencias políticas. Calamidad se ve cuando los sistemas económicos no funcionan para todos; cuando la riqueza se acumula en pocas manos y cuando la impunidad campea: está preso en una prisión-tugurio el que robó una gallina por hambre pero el que traficó con armas y drogas ―o el que hizo del lobbismo un estilo de vida― vive la comodidad de una celda dorada. Donde posemos los ojos veremos la dureza del destrozo inmisericorde, el poco aprecio por la humanidad del prójimo, la desfachatez del poder del mal que se expone orgulloso por el mundo.

La esperanza también es posible contemplarse. Se ve cuando encontramos la historia de la madre que caminó cuatro días hasta la posta médica más cercana para salvar a su hijo enfermo, o la generosidad de los numerosos que dan de lo que no tienen al que necesita, o los muchos que han muerto por salvar a otros o han entregado sus vidas completas por causas altruistas. Aún pueden percibirse las actitudes totalmente desinteresadas, o el aprecio por la honestidad, o la incondicionalidad de la amistad. El amor que “todo lo puede y todo lo soporta” es una fuente inagotable de esperanza que trae un aire nuevo, lleno de consuelo para las almas que pueden sufrir tribulación. Es un tipo de redención.

La dualidad calamidad/esperanza se contempla en lo profundo de la realidad humana, en cada uno de los corazones de los cerca de siete mil millones de personas que inundan el planeta. Oscilamos entre el deseo del bien y la tentación del mal. Podemos ser los más santos del mundo mientras gozamos de la más plena experiencia religiosa, pero al mismo tiempo vivir el infierno en la tierra tras la botella un millón que entra en nuestra alcohólica garganta, o por el insulto inmisericorde dirigido a nuestro hijo o el comentario envidioso hecho con el fin de dañar a otra persona. Bien dice Sabato que “no podemos hablar del hombre como si fuera un ángel, y no debemos hacerlo. Pero tampoco como si fuera una bestia, porque el hombre es capaz de las peores atrocidades, pero también capaz de los más grandes y puros heroísmos”. La vida del no cristiano no es ni blanca ni negra sino que es gris, y la vida del cristiano también es gris –aunque a algunos les cause escozor admitilo-. No por nada Pablo decía que él quiere hacer el bien siempre, pero algo interno se lo impedía y terminaba haciendo el mal que quería evitar. Un mal que frecuentemente no es conciente y que no suele medir consecuencias. Más humanidad, imposible.

El universo gris gobernará todos nuestros pasos. Por ello, no debemos perder la realidad de la imperfección en nuestros esfuerzos por agradar a un Dios que nos pide santidad. Dios sabe que en esta vida nunca dejaremos de ser grises, y que ningún esfuerzo hará que eso cambie. Eso puede ser muy frustrante. Nos deja en carestía absoluta, en impotencia declarada, en pobreza extrema. ¿Pueden imaginarlo? Nuestros esfuerzos no alcanzarán jamás, pero aquí entra la maravilla de la gracia divina, de lo que pretendo hablar en un post futuro.

La palabra “pobres” es en el original griego ptocoi, que significa mendigar, o también mendigo. O sea, en traducción literal la popular bienaventuranza sería algo así como “felices los mendigos espirituales ya que a ellos pertenece el reino de Dios”. ¿Por qué mendigo espiritual? Creo que es porque ante Dios, el Absoluto, el Todopoderoso, estamos en una situación de carestía absoluta, nada podemos hacer para evitar ser grises teniendo en cuenta que Él nos pide ser blancos. En última instancia, espiritualmente no tenemos nada, fuera de Dios todo es razonamiento vano o sentimentalismo frágil, pero la verdadera espiritualidad está sólo en Dios. Y Dios, sabiendo eso, nos tiende la mano. Sabiendo nuestra condición, nos recomienda apuntar hacia la fuente de espiritualidad verdadera, su hijo Jesucristo, que se entregó por nosotros permitiendo que seamos aptos a pesar de nuestra grisitud.

Es interesante ver que la primera característica que Cristo enseña en las bienaventuranzas sobre lo que un seguidor suyo debe ser se enfoca en la espiritualidad, en darnos cuenta que nosotros no podemos generarla adecuadamente, que la fuente es y será siempre Dios, y que la actitud de mendicidad espiritual no la reemplaza jamás el activismo eclesial, el involucrarse en la mayor cantidad de ministerios posibles, llevar a cabo profundos estudios teológicos o ir hacha en mano derrumbando iglesias apolilladas. La mendicidad espiritual es una actitud que toca la más profunda fibra del orgullo humano, el cual debe desaparecer por completo: sólo debemos depender de Él, y nada más. Porque lo gris es nuestra realidad, fuera y dentro de la cristiandad, y nada se puede hacer por cambiarla.


Imagen
http://www.piscinasbonmar.com/ES/imagesAll/98/Imagenes/Contenidos/Productos/lamina_de_piscina_mosaico_recto_gris.jpg

miércoles, 15 de julio de 2009

Cansado

Estoy muy cansado.

- Cansado del sí pero no ("tu mensaje es válido pero no tienes derecho a hablar", "tu crítica tiene sentido pero no sirve porque no planteas soluciones", “tu espíritu es bueno pero tu carne te gana y no se ve la orientación del Espíritu”). ¿Siempre tenemos que dorar la píldora? ¿Acaso nada está bien?

- Cansado del sometimiento al receptor de los mensajes porque "atacamos a lo que ama, pobrecito. Debemos amar al hermano débil". ¿15 años en la iglesia, y lo siguen considerando débil?

- Cansado de mi nula inteligencia a la hora de transmitir lo que quiero decir. Se me olvida que a los peruanos no nos gusta el mensaje directo. Se me olvida el amor que deben transmitir mis palabras.

- Cansado de lobbys y políticas eclesiales, a todo nivel. De sínodos denominacionales, o de miembros que intercambian información entre ellos. Cansado de ser parte de esto.

- Cansado de no aprender a medir mis reacciones y ser algo más diplomático.

- Harto de ver cosas que el resto no ve. ¿Son cosas reales? ¿Son cosas gaseosas e irrelevantes? ¿El pastor en realidad no es autoritario? ¿La gente en realidad no es adicta a él? ¿No somos fundamentalistas? ¿Todo eso no es más que mi subjetividad?

- Harto de hacer algo por cambiar las cosas (algo, al menos levantar la voz de crítica) sin hacerme el loco, o el disimulado o el que trata de cambiar las cosas desde dentro de a pocos.

¿No era todo más fácil antes? ¿En los tiempos de ovejas sometidas? ¿No era mejor ser bien peruano y hacerme de la vista gorda? ¿No viviría más tranquilo de esa manera?

miércoles, 17 de junio de 2009

Citas mayestáticas

Hoy también, una auténtica evangelización impusará
poderosamente la defensa de los plenos derechos humanos de todos, porque todos
somos imagen y semejanza del mismo creador.
Es elocuente el caso de Friedrich von Bodelschwingh bajo el
régimen nazi en Alemania. Este pastor luterano era director del hogar "Bethel"
para niños epilépticos. Cuentas que cuando Adolfo Hitler decretó la eliminación
por "eutanasia" de las "vidas-no-dignas-de-seguir-viviendo" (lebensunwertes
leben), y la Gestapo iba a Bethel para llevarse a los niños "socialmente
inútiles", Bodelschwingh salió a su encuentro con un argumento contundente. Con
implacable convicción anunció a los policías nazis:
"Ustedes no pueden
llevarse a ninguno de estos niños, porque cada uno de ellos es imagen y
semejanza de Dios".
Según el relato los militares se retiraron
avergonzados, sin llevarse un solo niño.

Juan Stam: "Las buenas nuevas de la creación". Pág. 83.

domingo, 31 de mayo de 2009

El sudor de la frente (IV)

En su capacidad de creador, el ser humano es el único ser en el planeta tierra con la capacidad de modificar los ecosistemas en los que se encuentra ―“tener dominio” (Gn. 1:26,28) tiene una cabida perfecta al pensar en esta capacidad―. Desde que comenzó sus devaneos históricos lo ha hecho, pero con poco efecto global por miles de años debido a su tecnología poco contaminante basada en la fuerza humana y animal. Todo el debate ambiental de la actualidad se da porque existe la sospecha que la actividad humana está empezando a afectar el clima del planeta entero, acusación seria capaz de transformar el mundo tal cual lo conocemos.

Esta capacidad transformadora de los ecosistemas en los que vive hace que el hombre no sólo dependa de la naturaleza sino de su propia capacidad de intervención sobre el medio ambiente. En otras palabras, un caballo salvaje sólo depende del medio ambiente para vivir, pero el hombre depende de la naturaleza y al mismo tiempo de sí mismo, que ha modificado su hábitat con el fin de satisfacer sus propias necesidades. El hombre, para poder vivir sobre la tierra, tiene que cooperar consigo mismo para vivir. Dicho de otra manera, Dios hizo las cosas de tal forma que para cumplir sus propósitos con nosotros decidió que nosotros colaboraramos con él. Y no solamente en es aspecto material, sino que también lo ha hecho así en el tema espiritual. Dios quiere la salvación para toda criatura, pero ha encomendado a su iglesia (su pueblo, un subconjunto de la humanidad entera) que evangelice y haga su parte de la misión de Dios en la tierra. Ineludiblemente nos necesita.

Replanteando la pregunta, digo: ¿Cómo Dios, en la práctica, satisface las necesidades materiales de la gente? De inmediato viene a la mente Mateo 6:25-34, con esa enorme conclusión que nos garantiza que “todas estas cosas (las necesidades materiales) nos serán añadidas” si primero buscamos el reino de Dios y su justicia. ¿Cómo lo hace en la práctica? No he visto nunca caer maná del cielo ni que lleguen codornices al techo de mi departamento, así que definitivamente utiliza otros métodos. Lo interesante del asunto ―y obvio, por supuesto― es que, como ya dije líneas arriba, Dios trabaja con el hombre para la satisfacción de las necesidades. Por lo tanto, la frase del sermón del monte podría decirse así: “todas estas cosas nos serán añadidas con la ayuda de otros hombres que les darán lo que requieren. Las cosas serán añadidas con el trabajo de todos ustedes”. La condición intrínseca al ser humano de ente trabajador por ser imagen de Dios no es por nada, no está de adorno: Dios la ha configurado de tal manera que sirva para el bien de todos nosotros. Más aún, esta condición de ente trabajador es el símil de la naturaleza. ¿Cómo así? La naturaleza tiene los mecanismos para la satisfacción de las necesidades de todos los seres vivos. Como ya dije, el ser humano requiere más que eso, pero precisamente esta condición de ente trabajador permite asegurar la satisfacción de las necesidades de todos.

¿Qué significa esto? Significa que todos, como seres trabajadores, somos socios de Dios en la labor de satifacer las necesidades de la humanidad. El mundo, hoy por hoy, es sumamente complejo y existe una infinidad de profesiones y oficios en los que la gente se desenvuelve. Puedo ser economista, adminstrador de empresas, profesor, chofer, carpintero, médico. Haciendo esa función, sea la que sea, soy socio de Dios. Con mi trabajo satisfago la necesidad de un sinfín de personas, y con mi trabajo Dios está “añadiendo lo que debe añadirse”, en una sociedad con su creación máxima.

Muy bien refleja esta última idea la siguiente historia (6):

El otro día vi a una niña posiblemente huérfana que lloraba de hambre en una calle con su bolsa de caramelos de diez céntimos mientras la gente pasaba por su lado muy ocupada y ensimismada ignorando su sufrimiento. Y le pregunté a Dios: "¿Por qué existe tanta injusticia? ¿Podrías hacer algo por ella? ¿Algo más tangible, más efectivo? Me parece injusto que sufra tanto siendo tan inocente y joven" En ese momento me di cuenta que esa respuesta clásica de que es responsabilidad del hombre todo lo malo del mundo ya no me satisface, no me convence del todo.

Dios no me contesto al instante, pero al llegar la noche, cuando estuve en mi cuarto mirando la penumbra, sí respondió:

"Ya hice algo"- y luego de una pausa Dios exclamó: "Te hice a ti"

sábado, 30 de mayo de 2009

El sudor de la frente (III)

Dios por su propia mano ―o, mejor dicho, por medio de la Segunda Persona de la Trinidad, el Verbo de Juan 1:1― forjó dos creaciones: la directa material o natural, que se explica en los dos primeros capítulos del Génesis; y la directa inmaterial, que es el mundo espiritual compuesto por los seres de tipo angélico (1). La creación directa material tiene varias características. Una de las principales es que es probable que posea la cualidad de adaptarse a las circunstancias cambiantes, generando nuevas “creaciones” consecuentes –algunos le dicen adaptación, otros evolución-. Otra de las características importantes es que todo ser poseedor de vida es absolutamente dependiente del propio entorno en donde se encuentra. Necesita alimentos, necesita oxígeno, necesita agua, necesita la tierra. Lo extraordinario es que los diseños de los ecosistemas garantizan que la mayoría de seres vivos no tengan inconvenientes para satistacer las necesidades que le permiten mantener la vida. Es esta una propiedad adicional: el autosostenimiento.

Como cualquier ser vivo, el ser humano depende de su entorno para su supervivencia y requiere lo mismo que otros mamíferos y animales. En estricto, las similitudes con el resto de la vida son abrumadoras. “…en 1953 Crick y Watson descifraron la estructura de una molécula de ácido desoxirribonucleico (ADN) que contiene el manual de instrucciones de la creación humana. La molécula de ADN consiste en múltiples copias de una única unidad básica, el nucleótido, que se presenta bajo cuatro formas: adenina, timina, guanina y citosina. Este alfabeto de cuatro letras se desdobla en otro alfabeto de veinte letras que son las proteínas, formando el código genético que se presenta en una estructura de doble hélice o de dos cadenas moleculares. El código genético es igual en todos los seres vivos. Watson y Crick concluyeron: «La vida no es más que una vasta gama de reacciones químicas coordinadas; el "secreto" de esta coordinación es un complejo y arrebatador conjunto de instrucciones inscritas químicamente en nuestro ADN” (2). La corporalidad de la raza humana es axiomática y más aún por su origen, el polvo de la tierra (Gn. 2:7), hecho que resalta su pertenencia al mundo material. Sobresale que el propio cuerpo físico sea el único vehículo por el que podemos expresar virtudes espirituales y no algún ente intermedio que nos ayude a acercarnos a Dios (3). Dios hizo la naturaleza junto con el hombre material dependiente y en relación especial con ella por su condición de ser orgánico, poniéndolo a cargo de todo, según el relato, en un gran jardín con todo lo que necesitaba ―estaba él mismo, Eva, Dios, los alimentos y otros satisfactores materiales (Gen. 1:16) ―. Entonces, un vínculo fraterno se formó con otros seres humanos ―a través de la mujer (Gn. 2:23)―, con Dios ―referido en su dialogo con Él (Gn. 3:10-19)―, consigo mismo ―por su conciencia de soledad al ver a los animales (Gn. 2:20)―, y con la propia naturaleza ―al tomar de ella lo que necesitaba (Gn. 1:29,30)― (4).

La peculiar situación de imagen y semejanza de Dios que el hombre posee lo hace distinto, porque el creador diseñó el sistema de tal forma que germine una tercera creación: la indirecta material, que es la que concibe el hombre por su propia actividad en la Tierra pero que estaba dentro del plan divino desde el inicio, denominada también creación derivada o de segundo orden. Todas las relaciones económicas, psicológicas, filosóficas, sociológicas o antropológicas entran en esa categoría (5), lo mismo que toda su inventiva y su desarrollo tecnológico.

domingo, 17 de mayo de 2009

El sudor de la frente (II)

Una cosa interesantísima en el texto bíblico es la manera en que éste comienza. Y es porque uno, ser humano con virtudes y defectos, podría pensar que la mejor manera en iniciar un libro que pretenda ser la revelación de Dios en la tierra con la explicación de sus propósitos, es especificando primero al escritor. Es decir, hacerlo al estilo de Pablo, quien se presentaba en sus cartas: “Pablo, siervo de Cristo Jesús llamado a ser apóstol” (Rom. 1:1). Es decir, presentándose, definiéndose. ¿Es el caso del primer versículo del Génesis?

En el principio creó (bará) Dios…”. Bará tiene un profundo significado teológico, que abarca desde referencias a la soberanía de Dios -que por su pura y propia voluntad decidió hacer todo lo que nos rodea, incluyendo a nosotros mismos- hasta la idea de hacer todo de la nada, que subyace el concepto de Dios como único originador de los elementos básicos que permiten la vida en la tierra. Para mí, Bará se nos presenta como la primera definición de Dios, que no se concentra en aspectos estrictamente ontológicos como por ejemplo Juan 1:1, sino que hace un viraje que puede parecer banal, definiendo a Dios por su profusa actividad. Bará como primera definición de Dios expresa a la divinidad como trabajadora, que hace, forma y establece, ubicándola en la historia humana a pesar de trascender el tiempo. Tan importante es el trabajo, tal es el realce que Dios le quiere dar, que lo coloca primero en el texto bíblico. No habla de su naturaleza de espíritu, ni de sus atributos ni de sus perfecciones; habla de su característica trabajadora y creativa. Por lo tanto, es un eje de interpretación.

El hombre es puesto sobre la tierra con una fiel “imagen y semejanza” de Dios. Son evidentes la similitud de las características volitivas o cognitivas con el creador aunque vale la pena decir que no es algo explícito en el relato. Sin embargo, lo que frecuentemente pasa desapercibido –a pesar de que está allí, clarísimo en los textos- son las similitudes del ser humano con la primera definición de Dios. O sea, Dios como trabajador, y el hombre como trabajador también. Dios crea, y el hombre también crea (por supuesto, en escalas muy diferentes). Por si nos quedaran dudas, se recalca el tema del trabajo en Génesis 1:28 (el mandato cultural) y en Génesis 2:15 (el encargo del trabajo en el huerto, antes de la caída). Su importancia es profundamente enfatizada.

Mi concepto sobre la creación me da un añadido a lo que estoy diciendo. Mi postura no acepta la literalidad del texto genesiano, sino que lo sitúa dentro de su transfondo temporal, ubicándolo en una categoría de tipo mitológico, como otros relatos de su época. Por eso, entiendo que debo recoger el espíritu de escrito: Dios ha creado, sí, aunque el cómo no queda claro. Dado el estado de la ciencia (no hay certeza, por lo que tengo que tomar una postura con lo que hay al día de hoy), parecería que la creación ha sido un proceso largo, que para algunos aún no ha terminado. Sea como sea, es un trabajo de largo aliento, una labor minuciosa, detallada, esforzada, que nos debe servir de paradigma hoy en día. ¿Cuántos de nosotros podríamos decir “Y nuestro trabajo es bueno” como dice Génesis? En Latinoamérica en ocasiones no es común encontrar esa respuesta, porque no somos tan prolijos con nuestra labor.

Y más todavía, si aún nos quedaran dudas, Jesucristo al venir a la tierra se hizo un ente trabajador. No en aspectos intelectuales o religiosos –quizá se pudo haber instalado en el muy cómodo templo de Jerusalén-, sino que se hizo humilde y revalorizó el trabajo sencillo de fuerte contenido manual, y trabajó día a día, siguiendo el ejemplo del Génesis o, en estricto, siendo consecuente consigo mismo (Col. 1:16).

viernes, 15 de mayo de 2009

Viejas frustraciones

Hay una frase que escuche hace años a alguien en la universidad: “No existe el brasilero moderado, ni el argentino humilde, ni el peruano sincero”. Con eso de “o mais grande do mundo”, o el conocido orgullo argentino que ha trascendido fronteras, la hipocresía peruana resalta como una cualidad abyecta, más negativa, aunque siempre sospeché que más que sólo nuestra, es un defecto latinoamericano, heredado de nuestros vicios históricos que comenzaron con el grito de “¡Tierra!” la madrugada que Colón llegó a las Bahamas.

Al casarme con una mujer de diferente cultura, me di cuenta que Dios me había traído un espejo que permitía verme con claridad, sin la sutileza de las excusas de mi “medio ambiente”. Lo que varios escritores decían, al igual que amigos que venían de vivir en el extranjero, era totalmente cierto: somos la tierra de las dobles caras, de la doble moral, de la envidia y las palabras indirectas. Nunca decimos las cosas de frente, nunca encaramos, nos cuesta confrontar, y utilizamos otros mecanismos para expresar lo que pensamos. Procedimientos que están muy, muy lejos de “la verdad os hará libres”.

Es triste ―aunque natural, porque no somos seres aculturados― cuando esto se mete en la iglesia. Triste cuando un pastor aprovecha su sermón para dar el “café” de la semana, en lugar de hablar con la persona supuestamente en falta. Triste cuando utiliza la prédica o la clase de escuela dominical para dar el mensaje de corrección. Triste cuando uno percibe que el caso que él cuenta en la prédica es en verdad algo que le ha sucedido a alguien de la congregación.

Es triste cuando el pastor/apóstol/predicador/líder es tan cobarde que no tiene las agallas de decir lo que realmente piensa sobre la gente, sino que mediante pequeños mensajes desde el púlpito, utilizando la palabra de Dios como arma, o en devocionales totalmente manipulados ―donde se critica a sí mismo, asumiendo la falta que ve en el otro―, expresa su pensamiento real, que no es el del domingo de después del culto, con la sonrisa falsa al darte la mano y diciéndote un estereotipado “Dios te bendiga”. Que asqueroso uso de la Palabra, cuando se proclama como el llamado por Dios, como el santo o la voz autorizada, pero utiliza la Biblia para argumentar a favor de su carne y sus oscuros deseos. Y cuando alguien lo confronta… pues evade, se hace el loco, con él no es, dice que estamos pecando porque no nos sometemos al ungido; como decía, la cobardía sale a flote.

Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, por si acaso.

jueves, 30 de abril de 2009

El sudor de la frente (I)

El domingo pasado, 3 de mayo, me invitaron a predicar a una pequeña iglesia en San Juan de Lurigancho, aquí en Lima, en un lugar llamado Huáscar, hasta ese día desconocido para mí. Es una iglesia de una zona carenciada, rodeada de las estribaciones andinas y llenísima de necesidades, tan igual como la comunidad que la rodea. Me pidieron hablar sobre el trabajo, a propósito del reciente feriado que disfrutamos la mayoría en el Perú, y estas líneas son un pequeño bosquejo a manera de cuaderno de apuntes.

El ser humano está inmerso en una serie inmensa de actividades que ocupan un porcentaje importante de su vida, y a muchas de estas se le denomina como trabajo. Tan importante son estas labores que se convierten en una característica fundamental de la identificación de las personas: soy Juanita Pérez, arquitecta, ingeniera, economista, abogada, ama de casa. Soy Perico de los Palotes, comerciante, albañil, carpintero, herrero, pintor, mozo, cobrador de microbús, chofer, taxista, profesor, y seguimos contando casi ad infinitum. Por ello, esta relevancia que posee el trabajo hace que necesitemos algunas nociones de lo que la Biblia nos puede decir sobre este tema. Y cosas importantes definitivamente encontraremos.

Cuando uno le pregunta a la gente, encuentra varias actitudes posibles hacia el trabajo. Muchos no tienen ninguna opinión, ni siquiera han pensado en el tema o lo toman como algo natural, parte de nuestra condición de seres humanos, pieza intrínseca del circuito de la vida: nacer-crecer-estudiar-trabajar-reproducirse-jubilarse-morir. Otros tienen una actitud muy negativa, viéndolo como algo terrible, como un drama hindú, como una carga inmisericorde. Algunos son apologistas de la vagancia y la vida fácil, pero otros llegan inclusive a tener sustento bíblico y se remontan a la caída, cuando Dios le dice a la pareja primigenia –en realidad, específicamente a Adán- que “comerán el pan con el sudor de su frente hasta que vuelvan a la tierra, porque de ella fuiste tomado” (Gn. 3:19). Sustentan que el trabajo ha sido maldecido, que es nuestro estigma.

En realidad, si le damos un vistazo a lo cotidiano algo de razón tienen nuestros amigos de la negatividad. Encontramos trabajos insanos, donde uno está trece, catorce, quince horas al día con una paga que apenas alcanza para comer. Niños se ven obligados a laborar vendiendo en las calles, sometiéndose al sol del desierto limeño haciendo ladrillos, o lavando autos en alguna esquina del centro. Mujeres lavan ropa ajena, cargan el agua subiendo doscientos escalones camino a su casa de cuatro paredes de esteras en las faldas de un cerro. Trabajamos mucho, y la retribución es demasiado poca. Las estadísticas confirman este dato: una buena parte de la población mundial vive con menos de un dólar al día. ¿No es eso la maldición genesiana que nos condena al sufrimiento venido por el hecho de trabajar? Yo diría que sí y que no. Sí porque el trabajo, como muchas otras cosas, fue contaminado por la introducción del pecado en el mundo. No porque el sustento del trabajo no se encuentra allí sino un poco más atrás, en la mismísima obra de Dios en la creación.


Imagen
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viernes, 17 de abril de 2009

Integralidad




Les presento la sexta edición de la revista digital Integralidad, que trabajamos desde el Centro de Misiología Andino-Amazónica (CEMAA) en Lima (Perú). Sus comentarios serán bienvenidos. Para acceder a ella sólo tienen que hacerle click a la imagen de arriba.

lunes, 13 de abril de 2009

Remodelando la casa

Estoy en tiempos de remodelación de esta casa virtual llamada blog, la cual espero terminar pronto.

Un saludo a todos ustedes.

jueves, 12 de marzo de 2009

Añorando otros tiempos

Una realidad ineludible es que los problemas en la historia van cambiando. Lo que ayer nos preocupaba hoy es baladí; lo que en la época de nuestros bisabuelos era la comidilla en las tertulias de los bares y fondas, hoy no merece ni siquiera el recuerdo en nuestras conversaciones vía chat. Bien dicen, aplicado a la ética, que "cada siglo elabora su ética y no puede conformarse con la repetición de un modelo de ética anterior, precisamente porque las éticas –y las éticas de la responsabilidad- se ocupan de los problemas que se van planteando en las diferentes realidades de nuestra Historia. Lo que es peor, nos sorprenden las crisis mundiales y personales, los puntos cumbres de los problemas, siempre semidesnudos de una ética que nos haga responsables, que nos componga aptos para responder ante sus demandas.

Parece una obviedad, pero no estoy segura de que entre cristianos se sepan de un modo acabado: Los problemas del siglo 1, del siglo 2, del siglo 3, del siglo 4, 5, 6, 7… son distintos a los problemas que surgieron –o que generamos- en otros siglos. No se puede ser responsable ante un problema planteado en el siglo 21 confrontándolo con la ética de la responsabilidad del siglo 19.


Son distintos los problemas y, en consecuencia, las éticas deben ser distintas.

Si esto no es así, nos creeremos muy responsables aplicando las éticas del siglo 16 a nuestro tiempo, pero en realidad seremos –y somos- unos completos irresponsables, porque con nuestro sistema de regurgitación de santidades no estamos siendo consecuentes con la interpelación que se nos presenta
"

Tan igual es con la teología. Les cuesta muchísimo a los cristianos admitir que el pensamiento teológico es hijo de su tiempo, que surge en respuesta a retos específicos que aparecieron en un momento determinado, que quizá los esquemas que marcan su vida pueden ser obsoletos. No comprenden que cada época configura modelos de demostración de la existencia de Dios, distantas escatologías, enfoques distintos de la cristología, eclesiologías novedosas. Piensan que el brillante modelo hecho por un teólogo de los tiempos renacentistas es casi palabra divina, casi como si fuera la propia Biblia. Y así y todo les parece repulsiva la Tradición de los católicos.
Les planteas algo distinto, y se les sale el complejo del inquisidor. No toman en cuenta que el caminar del pensamiento y la forma de vivir la vida cristiana es un flujo permanente, que responde al alma de la gente. Lo que hoy llena nuestro ser, mañana puede ser subalterno. Y las explicaciones que tratan de responder a las preguntas básicas se tienen que actualizar.
Estos hijos de Torquemada añoran profundamente el pasado. Los daguerrotipos. El excremento de los caballos en cada esquina. Los tiempos seguros en que la verdad era sólo una y nada más que una -la de ellos, por supuesto-. Los arcabuces. Los bergantines. El machismo extremo. La peste negra. Las cacerías de brujas. Los dragones y duendes. La hogueras. Los piratas.

Que pena que el siglo XXI se los está comiendo con zapatos y todo. En vez de asumir el reto de las nuevas problemáticas, prefieren el calorcito de un genio que supo responder a su tiempo. Quizá el reto les resulta demasiado grande. Quizá se mueran de miedo. Quizá sospechan que perderían la fe en el intento.
Imagen: Ateneo Teológico

sábado, 7 de marzo de 2009

El gran varón



Dícese que la misión inversa es cuando aquel que es nuestro objeto de misión o parte del pueblo a alcanzar, nos enseña verdades profundas de la naturaleza de nuestro Dios o la vida cristiana.

En especial nos referimos cuando no cristianos nos sacan del cuadro y nos dejan en ridículo enseñándonos realidades que no pudimos encontrar en los templos.

Willie Colón es un maestro de la salsa, un sonero de altísima calidad. "El gran varón" es una de sus mejores canciones, un ícono de esta música tan popular en muchos lugares de Latinoamérica, un fruto del Caribe que identifica a tantísimos. Si no la han escuchado, se las recomiendo altamente. En ella, hay un mensaje que siempre retumba a mis oídos:

"Hay que tener compasión
basta ya de moralejas.
El que esté libre de pecado
que tire la primera piedra"


Porque a veces, somos demasiado duros. Muchas veces, tomamos atribuciones que sólo son de Dios. Categorizamos a todos: nosotros, blancos y puros; el resto que no es como yo, negros y mugrosos, merecedores de ser exterminados al filo de la espada de la fe.

Hemos olvidado que nosotros como seres humanos, como bien dice mi esposa, sólo nos toca la compasión, y nada más que eso.