viernes, 15 de mayo de 2009

Viejas frustraciones

Hay una frase que escuche hace años a alguien en la universidad: “No existe el brasilero moderado, ni el argentino humilde, ni el peruano sincero”. Con eso de “o mais grande do mundo”, o el conocido orgullo argentino que ha trascendido fronteras, la hipocresía peruana resalta como una cualidad abyecta, más negativa, aunque siempre sospeché que más que sólo nuestra, es un defecto latinoamericano, heredado de nuestros vicios históricos que comenzaron con el grito de “¡Tierra!” la madrugada que Colón llegó a las Bahamas.

Al casarme con una mujer de diferente cultura, me di cuenta que Dios me había traído un espejo que permitía verme con claridad, sin la sutileza de las excusas de mi “medio ambiente”. Lo que varios escritores decían, al igual que amigos que venían de vivir en el extranjero, era totalmente cierto: somos la tierra de las dobles caras, de la doble moral, de la envidia y las palabras indirectas. Nunca decimos las cosas de frente, nunca encaramos, nos cuesta confrontar, y utilizamos otros mecanismos para expresar lo que pensamos. Procedimientos que están muy, muy lejos de “la verdad os hará libres”.

Es triste ―aunque natural, porque no somos seres aculturados― cuando esto se mete en la iglesia. Triste cuando un pastor aprovecha su sermón para dar el “café” de la semana, en lugar de hablar con la persona supuestamente en falta. Triste cuando utiliza la prédica o la clase de escuela dominical para dar el mensaje de corrección. Triste cuando uno percibe que el caso que él cuenta en la prédica es en verdad algo que le ha sucedido a alguien de la congregación.

Es triste cuando el pastor/apóstol/predicador/líder es tan cobarde que no tiene las agallas de decir lo que realmente piensa sobre la gente, sino que mediante pequeños mensajes desde el púlpito, utilizando la palabra de Dios como arma, o en devocionales totalmente manipulados ―donde se critica a sí mismo, asumiendo la falta que ve en el otro―, expresa su pensamiento real, que no es el del domingo de después del culto, con la sonrisa falsa al darte la mano y diciéndote un estereotipado “Dios te bendiga”. Que asqueroso uso de la Palabra, cuando se proclama como el llamado por Dios, como el santo o la voz autorizada, pero utiliza la Biblia para argumentar a favor de su carne y sus oscuros deseos. Y cuando alguien lo confronta… pues evade, se hace el loco, con él no es, dice que estamos pecando porque no nos sometemos al ungido; como decía, la cobardía sale a flote.

Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, por si acaso.

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