lunes, 30 de agosto de 2010

Si fuéramos como Samuel

Durante el período de los jueces, los hebreos no eran más que unas miserables tribus con liderazgos esporádicos de tipo caudillista, muy pobres, siempre a merced de los enemigos que los rodeaban. El libro de los Jueces relata, con frecuencia en un tono mitológico, las vivencias del pueblo y sus disputas con sus vecinos menores, enfatizando la solución vía un líder llamado por Dios que aglutina al pueblo, formando un ejército que por lo general somete al invasor. No hay citas de posibles conflictos con los grandes reinos de la época (Egipto, Mitani, los hititas, Asiria). No se cuentan los pasos del poderoso imperio egipcio en camino a combatir a los otros “grandes”, ni se menciona cuando el territorio palestino fue una especie de “área de seguridad” del territorio faraónico. No era necesario. No es el estilo de los anales antiguos.

Estas idas y vueltas seguramente forjaron en algunos de los ancianos líderes de la época de Samuel la idea de formar un estado-nación con gobierno centralizado como Egipto o Asiria para solucionar permanentemente los problemas de seguridad del pueblo. Ansiaban el desarrollo. Sin embargo, otros pensaban que su propio régimen tribal era algo que Yahveh impuso, divinizando el sistema. Es evidente que Samuel pertenecía a este último partido. Los primeros aprovechan una situación particular (la tremenda corrupción de los hijos de Samuel, los que fungían de jueces delegados) para pedir de una manera definitiva un rey. No debemos malentender 1 Samuel 8:7 (“…Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a mi me han desechado, para que no reine sobre ellos”) en el sentido que Dios se opone al régimen monárquico, pues al final permitió al pueblo tener un rey, sino que nuestra comprensión debe ser enfocada en que la esencia de la petición era el desarrollo político y social que no tenía a Dios en el centro, una política sin Él como eje. Un avance social humanista, abandonando al Dios que los sacó de Egipto.

Es seguro que Samuel se fastidió profundamente con la solicitud de un rey. Lo sintió como un rechazo personal, pero ese sentimiento era inevitable. ¿Es posible que Dios hubiera dado una respuesta negativa al petitorio del pueblo? Pienso que el fiat de Dios era algo absolutamente necesario. Sin un gobierno centralizado, Israel no prevalecería. El establecimiento de un reino era, por lo tanto, una cuestión de vida o muerte. Destaca brillantemente la limpia actitud de Samuel: no se aferró al poder, sino que fue dócil, y buscó un rey, obedeciendo el mandato divino. Su función política directa había terminado, y así hidalgamente lo reconoció. No fue estorbo, no predominaron posibles intereses subalternos. Cuánto nos falta aprender al respecto. Hoy todos se aferran al poder, sea pequeño o grande, adictos por completo a su influjo. Pocos voluntariamente lo dejan, la mayoría salen a la fuerza, cuando las cosas son inevitables, cuando la sangre ya puede haber llegado al río. En política nacional, regional, local, barrial, universitaria o eclesial se da este fenómeno. Si fuéramos un poco más como Samuel…

4 comentarios:

eclesiastes dijo...

A mí me gustaba creer ( o prefería leer )( o escojía leer ) que fué y es pecado
escojerse rey
pecado que lleva su penitencia,
unos pasajes que se han leido en ese sentido una y otra vez durante siglos.

Sobre si da más protección y seguridad un reino centralizado y jerarquico o una más o menos federación ligada por mitologías, profetismos y mesianismos coyunturales,
hay opniones.
Podemos hacer un poco de comparativismo historico y constatar la fragilidad de reinos rigidos ( en Africa y America durante sus conquistas )
frente a la resistencia de federaciones más o menos "tribales"
( incas frente a la auracania, p.e. ), que cuentan con la ventaja estrategica de la adaptabilidad.

Salud.

Abel dijo...

Eclesiastés:

Hay pueblos guerreros que han sabido mantener sus espacios a pesar de no ser organizados. Como bien, dices, los araucanos caben en esa categoría, así como algunos pueblos amazónicos. Han sabido aprovechar sus ventajas comparativas, y prevalecieron por siglos. Los incas ya estaban demasiado lejos de su espacio vital, en un terreno desconocido. Difícilmente irían más allá del río Maule. Tampoco entendieron las selvas, ni el chaco boliviano.

Sin embargo, Israel no era una nación guerrera, como sí lo eran los hititas (forjadores del hierro), los asirios (unos soldados sanguinarios) o los mismos araucanos. Pienso que no era posible mantenerse como tribus indefensas por eso y, además, por el propio lugar en donde se encontraban. Si la tierra prometida se hubiera encontrado, por ejemplo, en el centro de la península arábiga, rodeados del feroz desierto, seguro que podían mantenerse por siglos como tribu, pero no en plena media luna fértil. Imposible. Los araucanos y amazónicos vivían en áreas inaccesibles para sus invasores, pero no los hebreos, situados en un punto neurálgico. Por ello yo -es mi opinión, recuerda- creo que el establecimiento de un estado centralizado era inevitable. Le dio 400 años más de formación del país, fortaleciendo su visión de sí misma como nación escogida.

Gracias por tu comentario.

Un saludo,

Anónimo dijo...

aja. tambien podria ser. supongo que soy tendencioso y me gusta imaginarme la opcion que me es mas cercana. la subjetividad es lo que tiene.

gracias por la respuesta.

Abel dijo...

Nada que agradecer.

Un saludo,