Un hambre de Dios nos invadió a varios en esos tiempos. Ese mismo otoño de 2001 tres de nosotros comenzamos a orar a las siete de la mañana y ese impulso duró unos dos años. Por lo general lo hacíamos dentro del carro negro de un amigo en la puerta de mi casa ―el punto céntrico― y era una costumbre que nos ayudó a comenzar el día enfocado en Dios, buscando una mejor manera de ser cristianos cabales. Fue útil cuando comencé el período de prácticas pre-profesionales, primero en un periódico económico que ya no existe y luego en el banco más grande del Perú ―gracias a este gran amigo dueño del carro negro, para el que iba a trabajar―, que cambió muchas cosas, mientras se acercaba el momento de acabar la universidad. Eso me tenía muy intranquilo: lo incierto del futuro me daba temor, pero esos momentos de intimidad con el Creador le daban equilibrio a mi vida.
En abril de 2002 se disuelve la célula que dirigí por 2 años y medio. Algunos de los miembros pasan a jóvenes adultos y los otros se van a grupos de menor edad. Cuando pensé que tendría algo de vacaciones, un mes después el pastor asistente me consigue un nuevo trabajo con el grupo de adolescentes, al cual entré con mucho recelo porque estaba habituado a trabajar con gente mayor o dando clases, pero no lidiando con quinceañeras escandalosas. Sin embargo, toda aprensión fue infundada porque el comité que se forma, donde todos teníamos fuertes relaciones de amistad, generó una de mis más gratas experiencias de trabajo que tuve en la iglesia, y los adolescentes eran de lo mejor que podría uno pedir. Teníamos muy clara la visión del discipulado personal, y nos obsesionaba el trabajo uno-a-uno con los chicos, pasar el tiempo con ellos, y esforzarse con sinceridad para que ellos confiaran en nosotros, amándolos sin condiciones. La libertad en el trabajo pastoral que tuvimos era completa y sin restricciones, y fue algo invalorable que el pastor asistente decidiera hacer las cosas así. Realmente, las cosas realmente pueden funcionar si nos dan amplia libertad, sin conflictos, con apoyo, con gratitud, y nos habituamos a ese contexto. Esto se convertiría en un problema porque, como veremos muy pronto, los pastores de la denominación son controladores y enemigos de laicos libres en acción y en pensamiento. No les gustan los ambientes de ebullición de la Reforma, pero sí los climas de polo sur del Medioevo.
Algo muy importante que también aprendí en el seno de ese grupo de líderes de adolescentes es el apoyo en el tiempo crítico. Tuve un momento de crisis entre septiembre y noviembre de 2002, muy difícil, donde la todopoderosa culpa y la tozuda depresión me invadieron por completo, inhibiéndome de muchas cosas.
Fue necesario un período de recuperación que duró hasta abril 2003, donde dejé de enseñar en la academia bíblica pero no salí del liderazgo de los adolescentes. Esos meses complejos fueron un camino sustentado por la pequeña comunidad del liderazgo de los adolescentes, junto al monitoreo del pastor asistente. Ellos, semana a semana, me dieron su apoyo incondicional, su paciencia, su tolerancia y paso a paso me ayudaron hasta que todo volvió a la normalidad. Me di cuenta que todos podemos ayudar en la recuperación de los otros, sea el problema que sea –a menos, por supuesto, que hablemos de una patología psicológica severa-. La exclusividad de los pastores en las recuperaciones es ficticia aunque puede ser un buen sustentáculo, pero siempre complementario al papel de otras personas. Era otro gran fruto de la libertad, un descubrimiento revelador. Tan bien fue todo que de agosto a diciembre de 2003 retomé las clases en el seminario (Evangelios Sinópticos, Historia Eclesiástica), que nuevamente fueron frustrantemente sencillas. Esa búsqueda de más conocimiento fuera de la iglesia local no estaba dando resultado. En esos tiempos descubrí que el seminario siempre fue igual de mediocre, por lo que la base académica del pastorado denominacional entró en sospecha. Años después encontraría que lo mismo sucede con una gran cantidad de seminarios en Perú y América Latina, lo que parecía no importarles demasiado a algunos responsables de la educación teológica. Es que, si está el Espíritu Santo, ¿para qué esforzarse? A Dios gracias que encontré excepciones a esa regla más cerca de lo que hubiera creído.
En julio de 2003 entro a trabajar en el banco en donde laboro hasta hoy, y en ese punto los planes de matrimonio se hacen más concretos, decidiendo incluso la fecha de la ceremonia religiosa: domingo 29 de febrero de 2004. Ese no sería el único cambio que estaría por llegar a mi existencia, porque sin saberlo la libertad estaba por extinguirse, y el tsunami opresor se encontraba en ruta hacia el este de Lima, alcanzándonos en diciembre de 2003.
En abril de 2002 se disuelve la célula que dirigí por 2 años y medio. Algunos de los miembros pasan a jóvenes adultos y los otros se van a grupos de menor edad. Cuando pensé que tendría algo de vacaciones, un mes después el pastor asistente me consigue un nuevo trabajo con el grupo de adolescentes, al cual entré con mucho recelo porque estaba habituado a trabajar con gente mayor o dando clases, pero no lidiando con quinceañeras escandalosas. Sin embargo, toda aprensión fue infundada porque el comité que se forma, donde todos teníamos fuertes relaciones de amistad, generó una de mis más gratas experiencias de trabajo que tuve en la iglesia, y los adolescentes eran de lo mejor que podría uno pedir. Teníamos muy clara la visión del discipulado personal, y nos obsesionaba el trabajo uno-a-uno con los chicos, pasar el tiempo con ellos, y esforzarse con sinceridad para que ellos confiaran en nosotros, amándolos sin condiciones. La libertad en el trabajo pastoral que tuvimos era completa y sin restricciones, y fue algo invalorable que el pastor asistente decidiera hacer las cosas así. Realmente, las cosas realmente pueden funcionar si nos dan amplia libertad, sin conflictos, con apoyo, con gratitud, y nos habituamos a ese contexto. Esto se convertiría en un problema porque, como veremos muy pronto, los pastores de la denominación son controladores y enemigos de laicos libres en acción y en pensamiento. No les gustan los ambientes de ebullición de la Reforma, pero sí los climas de polo sur del Medioevo.
Algo muy importante que también aprendí en el seno de ese grupo de líderes de adolescentes es el apoyo en el tiempo crítico. Tuve un momento de crisis entre septiembre y noviembre de 2002, muy difícil, donde la todopoderosa culpa y la tozuda depresión me invadieron por completo, inhibiéndome de muchas cosas.
Mientras la derrota
acampe en mi jardín, no podré vivir
Mientras la culpa
duerma a mi lado, el comer ¿para qué?
Mientras siga así
en un arrabal, suplicando misericordia
no habrá nada.
Dios: quiero dejar de mendigar
quiero tu gracia,
esa que dicen que es un regalo
Simplemente quiero ser digno.
Hoy, no puedo serlo.
Fue necesario un período de recuperación que duró hasta abril 2003, donde dejé de enseñar en la academia bíblica pero no salí del liderazgo de los adolescentes. Esos meses complejos fueron un camino sustentado por la pequeña comunidad del liderazgo de los adolescentes, junto al monitoreo del pastor asistente. Ellos, semana a semana, me dieron su apoyo incondicional, su paciencia, su tolerancia y paso a paso me ayudaron hasta que todo volvió a la normalidad. Me di cuenta que todos podemos ayudar en la recuperación de los otros, sea el problema que sea –a menos, por supuesto, que hablemos de una patología psicológica severa-. La exclusividad de los pastores en las recuperaciones es ficticia aunque puede ser un buen sustentáculo, pero siempre complementario al papel de otras personas. Era otro gran fruto de la libertad, un descubrimiento revelador. Tan bien fue todo que de agosto a diciembre de 2003 retomé las clases en el seminario (Evangelios Sinópticos, Historia Eclesiástica), que nuevamente fueron frustrantemente sencillas. Esa búsqueda de más conocimiento fuera de la iglesia local no estaba dando resultado. En esos tiempos descubrí que el seminario siempre fue igual de mediocre, por lo que la base académica del pastorado denominacional entró en sospecha. Años después encontraría que lo mismo sucede con una gran cantidad de seminarios en Perú y América Latina, lo que parecía no importarles demasiado a algunos responsables de la educación teológica. Es que, si está el Espíritu Santo, ¿para qué esforzarse? A Dios gracias que encontré excepciones a esa regla más cerca de lo que hubiera creído.
En julio de 2003 entro a trabajar en el banco en donde laboro hasta hoy, y en ese punto los planes de matrimonio se hacen más concretos, decidiendo incluso la fecha de la ceremonia religiosa: domingo 29 de febrero de 2004. Ese no sería el único cambio que estaría por llegar a mi existencia, porque sin saberlo la libertad estaba por extinguirse, y el tsunami opresor se encontraba en ruta hacia el este de Lima, alcanzándonos en diciembre de 2003.
2 comentarios:
Me gustaria de agradecer al dueño del blog por la oportunidad de entrenar y de mejorar mi español, una vez que terminé el curso regular a mucho tiempo y aprovecho para leerlo siempre.
Sé que aún ablo portuñol, pero pretendo mejorar cada vez mas.
Muchas gracias. Aroldo
Aroldo:
Nada que agradecer. Si el blog sirve de alguna manera, pues excelente.
Me encanta tu nombre. Muchos saludos para ti.
Publicar un comentario