A fines de 2004 un amigo acabó la universidad y consiguió su primer trabajo en una compañía a dos cuadras del banco en donde laboro. Rápidamente coordinamos para almorzar y sin querer lo comenzamos a hacer con frecuencia, dos veces a la semana en promedio hasta mediados de 2006. En esas conversaciones ambos ―vale la pena mencionar que este amigo es con quien tuve la mayor sincronía en temas teológicos y bíblicos―, descontentos con nuestra iglesia local, iniciamos reflexiones sobre una iglesia nueva, diferente, renovada. Yo estaba en blanco, dolido por los conflictos del año anterior y muy desconcertado. No sabía qué pensar ni cómo armar esa iglesia que pensábamos. Era como si me hubieran dicho que todos los conocimientos adquiridos en la universidad ya no servían de nada y, por lo tanto, no tenía herramienta alguna, como si no tuviera profesión. Es en este escenario que decido comenzar un blog que se centrara en cuestiones eclesiológicas, bíblicas, teológicas y personales, que me permitiera hallar lo perdido. Siempre para mí el acto de escribir fue un ejercicio de catarsis, que me facilitaba conocerme a mí mismo y, al mismo tiempo, me consentía pensar, desarrollar, crear. Busqué hacer el blog para tratar de encontrar la senda que marque el nuevo rumbo teológico que llevaría mi vida al próximo nivel. Debo reconocer que el 2005 divagué mucho porque estuve en un proceso de digestión de mucha nueva información, de acomodo, pero luego empecé a darle forma a mis ideas.
Mi magno desconcierto motivó al amigo recién graduado, en uno de los almuerzos en el comedor del banco, a invitarme a un curso que él estaba tomando y que quizá me interesaría, hasta podría ser útil en mi búsqueda desesperada. Yo estaba muy decepcionado de la educación teológica limeña, pero él me dijo que donde llevaba el curso las cosas eran un poco distintas. Así entré a estudiar, sin querer queriendo, una maestría en misiología. Admito que tenía muchos prejuicios por mi poco interés en las misiones transculturales, pero pronto eso cambió. ¡Encontré un sitio en donde me retaron intelectualmente! No había masas de ovejas que repitieran lo dicho por el profesor sin protestar ni opinar, ni profesores que dictaran durante dos horas ni individuo que suspendiera exámenes finales repitiendo la nota del examen parcial. Había mucha lectura, mucha conversación, muchos trasfondos cristianos que podían estar en la mesa aprendiendo los unos de los otros. Yo estaba en mi isla aislada de la civilización, y jamás tuve la oportunidad de encontrarme con personas de otro contexto cristiano de la manera que lo estaba haciendo allí, por lo que se hizo sencillo que se derrumbaran muchos prejuicios arrastrados de mi postura denominacionalista. Ese ambiente dialogante fue esencial. Descubrí una vasta literatura que hasta ese momento era desconocida para mí: Bosch, Padilla, Miguez Bonino, Barth, Sicre, Pagola, José María Castillo, Paredes, Escobar, Orlando Costas, Kuzmic, Steuernagel, Stam, Sobotka, Bullón, Justo Gonzales, Alberto Gonzales, Juan A. Mackay, Emilio Antonio Núñez, Stott, Yamamori, Eliade, Stoll, Voth, Marzal, In Sik Hong, Darío López, Theissen, Ladd, Brunner, Van Engen, Gustavo Gutierrez, Bastian, Pablo Deiros, Sayés, Schokel, Walls, Bonhoeffer, Bultmann, y tantos otros que abrieron mis perspectivas a lugares desconocidos, inexplorados, llenos de ricas vetas de las que podría extraer todo lo que quisiera. Comprendí que todo lo que sabía ―inservible en ese momento― era algo pequeño, como un pequeño glóbulo blanco comparado con el cuerpo entero. Pero, por sobre todas las cosas, entendí que debía crear por mí mismo una teología personal, propia, arraigada a los míos y a mi contexto, y que contaba con las armas y el talento para hacerlo porque la reflexión teológica es una de mis vocaciones. Pero, ¿de dónde partiría? No estaba seguro. Necesitaba cavilar mucho, así que empecé a hacerlo con intensidad inusitada, como si se me acabase el tiempo, como si mente tuviera una fecha de vencimiento.
En cierta manera, el amigo recién graduado me salvó la vida.
La teología que nace de escritorios repletos de libros o de la herencia misionera sin una pizca de reflexión está muerta. La mejor teología nace de las vísceras, el dolor, la pena, la destrucción, la miseria, la contradicción, la enfermedad, la cercanía a la muerte, la llegada de la vida, la desesperación, la cercanía al pecado. Se construye mejor con el olor a ceniza que emanando Chanel; anda mejor descalza que en automóviles de último modelo; se expresa mejor desde pabellones de hospitales públicos que en conferencias en hoteles de cinco estrellas. Era algo que sabía. Por lo tanto, ¿de dónde podía nacer mi teología? Dada la crisis que estaba viviendo, el punto de partida era el conflicto, el diferendo con la institución y su gremio clerical que defendía su posición diciendo que un ataque contra ellos era un ataque contra la seguridad de la iglesia. Que decir algo contra ellos era como atacar al mismo Cristo. Por lo tanto, la génesis fue la eclesiología. Reconocí mis antecedentes, entendiendo a mi iglesia de una manera diferente por su raíz fundamentalista, conservadora, teológicamente de derecha e hija de un avivamiento en los setentas muerto hace bastante tiempo; a la vez me concentré en dos puntos iniciales: el poco interés por asuntos sociales en detrimento de un enfermo evangelismo masivo, y el liderazgo evangélico. Al leer ampliamente sobre la casuística latinoamericana y conocer mediante el blog a una comunidad virtual de cristianos que compartía mis búsquedas y sentimientos, que desde México a la Argentina experimentaba conflictos tan similares a los míos, me di cuenta que el problema era como una metástasis que había que combatir antes que nos devore completamente. Mis dos amigos renunciantes tenían toda la razón: ellos vieron el camino primero, me lo enseñaron, y ahora lo corroboraba. Comencé la construcción de un nuevo concepto de iglesia, lejos de institucionalismos, rígidas formas, tradicionalismo irracional; cerca de la informalidad, al lado de la propia gente, respetando el principio reformado del sacerdocio de todos los creyentes.
Tan claro tuve eso en ese momento que entendí que mi vida cristiana futura iba por ese lado: trabajar en mi sociedad cristiana y secular pensando siempre en una visión integral de las cosas. No sólo espiritual, no sólo material. Lo comencé a buscar en el blog tímidamente, pero al principio sin mucha fuerza. Mi seguridad era tal que rechacé una propuesta muy interesante. A mediados del año, el pastor titular de la iglesia se me acercó y me dijo:
―No puede ser que una persona como tú, que estudia una maestría en misiología, no esté haciendo nada en la iglesia. Es un desperdicio. Mira Abel. Piensa en lo que más te agrade, en lo que tú quieras, y eso harás.
Yo tenía otras cosas en mente, pero si lo vemos objetivamente, podía haber usado esa posibilidad para poner en práctica mis nuevos pensamientos dentro de mi propia iglesia. Podía, inclusive, pedir que todo lo que hiciera quedara fuera de la esfera del pastor de jóvenes, y probablemente me hubieran aceptado eso. Era una gran oportunidad. Sin embargo, la herida aún estaba abierta, y no me sentía listo para entrar a servir en la iglesia nuevamente. Yo diferí la respuesta unas semanas, y por mi silencio el pastor me hizo otra propuesta más específica: ayudar en uno de los ministerios vinculado a la enseñanza de finanzas cristianas a empresarios, ejecutivos y profesionales. Fui a una de las reuniones, pero sentía que no era lo mío, que no estaba acorde a mis nuevas perspectivas. Mi presencia allí podía haber sido útil, pero me sentía con una motivación nula. Hubiera sido igual en cualquier sitio: ya era un cristiano sin iglesia, aunque no lo sabía.
―Lo siento, pastor. Tengo que decirle no a su propuesta. Por ahora prefiero estar como estoy hasta sentir que el momento de regresar haya llegado.
Desconcerté al pastor titular porque él no está acostumbrado a que le digan un no por respuesta. Si él oró a Dios, y sintió que la idea de convocarme venía de Dios, se presume que mi respuesta siempre tiene que ser positiva. ¿Qué significaba mi no para él? Seguro le sugirió un profundo estado pecaminoso en mí, o un resentimiento severo, o una terca actitud rebelde. Qué se yo. Nunca más insistió en una propuesta de ese tipo. De hecho, mi respuesta negativa le fastidió mucho.
Los dos renunciantes, el recién graduado, los estudios nuevos y el blog marcaron el inicio de un despertar. Sin embargo, para ser completamente libre necesitaba despojarme de todo el pasado, de la mochila llena de piedras que no quería abandonar aunque ya pesaba demasiado. Algunas ideas necesitaban ser cambiadas con urgencia por su extrema importancia. Tuve una revolución eclesiológica pero me hacía falta una más profunda, que tenía que ver con una concepción nueva de la naturaleza de Dios. Lamentablemente el aprendizaje vino con la peor experiencia de mi vida: la enfermedad y muerte de mi hermano.
Mi magno desconcierto motivó al amigo recién graduado, en uno de los almuerzos en el comedor del banco, a invitarme a un curso que él estaba tomando y que quizá me interesaría, hasta podría ser útil en mi búsqueda desesperada. Yo estaba muy decepcionado de la educación teológica limeña, pero él me dijo que donde llevaba el curso las cosas eran un poco distintas. Así entré a estudiar, sin querer queriendo, una maestría en misiología. Admito que tenía muchos prejuicios por mi poco interés en las misiones transculturales, pero pronto eso cambió. ¡Encontré un sitio en donde me retaron intelectualmente! No había masas de ovejas que repitieran lo dicho por el profesor sin protestar ni opinar, ni profesores que dictaran durante dos horas ni individuo que suspendiera exámenes finales repitiendo la nota del examen parcial. Había mucha lectura, mucha conversación, muchos trasfondos cristianos que podían estar en la mesa aprendiendo los unos de los otros. Yo estaba en mi isla aislada de la civilización, y jamás tuve la oportunidad de encontrarme con personas de otro contexto cristiano de la manera que lo estaba haciendo allí, por lo que se hizo sencillo que se derrumbaran muchos prejuicios arrastrados de mi postura denominacionalista. Ese ambiente dialogante fue esencial. Descubrí una vasta literatura que hasta ese momento era desconocida para mí: Bosch, Padilla, Miguez Bonino, Barth, Sicre, Pagola, José María Castillo, Paredes, Escobar, Orlando Costas, Kuzmic, Steuernagel, Stam, Sobotka, Bullón, Justo Gonzales, Alberto Gonzales, Juan A. Mackay, Emilio Antonio Núñez, Stott, Yamamori, Eliade, Stoll, Voth, Marzal, In Sik Hong, Darío López, Theissen, Ladd, Brunner, Van Engen, Gustavo Gutierrez, Bastian, Pablo Deiros, Sayés, Schokel, Walls, Bonhoeffer, Bultmann, y tantos otros que abrieron mis perspectivas a lugares desconocidos, inexplorados, llenos de ricas vetas de las que podría extraer todo lo que quisiera. Comprendí que todo lo que sabía ―inservible en ese momento― era algo pequeño, como un pequeño glóbulo blanco comparado con el cuerpo entero. Pero, por sobre todas las cosas, entendí que debía crear por mí mismo una teología personal, propia, arraigada a los míos y a mi contexto, y que contaba con las armas y el talento para hacerlo porque la reflexión teológica es una de mis vocaciones. Pero, ¿de dónde partiría? No estaba seguro. Necesitaba cavilar mucho, así que empecé a hacerlo con intensidad inusitada, como si se me acabase el tiempo, como si mente tuviera una fecha de vencimiento.
En cierta manera, el amigo recién graduado me salvó la vida.
La teología que nace de escritorios repletos de libros o de la herencia misionera sin una pizca de reflexión está muerta. La mejor teología nace de las vísceras, el dolor, la pena, la destrucción, la miseria, la contradicción, la enfermedad, la cercanía a la muerte, la llegada de la vida, la desesperación, la cercanía al pecado. Se construye mejor con el olor a ceniza que emanando Chanel; anda mejor descalza que en automóviles de último modelo; se expresa mejor desde pabellones de hospitales públicos que en conferencias en hoteles de cinco estrellas. Era algo que sabía. Por lo tanto, ¿de dónde podía nacer mi teología? Dada la crisis que estaba viviendo, el punto de partida era el conflicto, el diferendo con la institución y su gremio clerical que defendía su posición diciendo que un ataque contra ellos era un ataque contra la seguridad de la iglesia. Que decir algo contra ellos era como atacar al mismo Cristo. Por lo tanto, la génesis fue la eclesiología. Reconocí mis antecedentes, entendiendo a mi iglesia de una manera diferente por su raíz fundamentalista, conservadora, teológicamente de derecha e hija de un avivamiento en los setentas muerto hace bastante tiempo; a la vez me concentré en dos puntos iniciales: el poco interés por asuntos sociales en detrimento de un enfermo evangelismo masivo, y el liderazgo evangélico. Al leer ampliamente sobre la casuística latinoamericana y conocer mediante el blog a una comunidad virtual de cristianos que compartía mis búsquedas y sentimientos, que desde México a la Argentina experimentaba conflictos tan similares a los míos, me di cuenta que el problema era como una metástasis que había que combatir antes que nos devore completamente. Mis dos amigos renunciantes tenían toda la razón: ellos vieron el camino primero, me lo enseñaron, y ahora lo corroboraba. Comencé la construcción de un nuevo concepto de iglesia, lejos de institucionalismos, rígidas formas, tradicionalismo irracional; cerca de la informalidad, al lado de la propia gente, respetando el principio reformado del sacerdocio de todos los creyentes.
Tan claro tuve eso en ese momento que entendí que mi vida cristiana futura iba por ese lado: trabajar en mi sociedad cristiana y secular pensando siempre en una visión integral de las cosas. No sólo espiritual, no sólo material. Lo comencé a buscar en el blog tímidamente, pero al principio sin mucha fuerza. Mi seguridad era tal que rechacé una propuesta muy interesante. A mediados del año, el pastor titular de la iglesia se me acercó y me dijo:
―No puede ser que una persona como tú, que estudia una maestría en misiología, no esté haciendo nada en la iglesia. Es un desperdicio. Mira Abel. Piensa en lo que más te agrade, en lo que tú quieras, y eso harás.
Yo tenía otras cosas en mente, pero si lo vemos objetivamente, podía haber usado esa posibilidad para poner en práctica mis nuevos pensamientos dentro de mi propia iglesia. Podía, inclusive, pedir que todo lo que hiciera quedara fuera de la esfera del pastor de jóvenes, y probablemente me hubieran aceptado eso. Era una gran oportunidad. Sin embargo, la herida aún estaba abierta, y no me sentía listo para entrar a servir en la iglesia nuevamente. Yo diferí la respuesta unas semanas, y por mi silencio el pastor me hizo otra propuesta más específica: ayudar en uno de los ministerios vinculado a la enseñanza de finanzas cristianas a empresarios, ejecutivos y profesionales. Fui a una de las reuniones, pero sentía que no era lo mío, que no estaba acorde a mis nuevas perspectivas. Mi presencia allí podía haber sido útil, pero me sentía con una motivación nula. Hubiera sido igual en cualquier sitio: ya era un cristiano sin iglesia, aunque no lo sabía.
―Lo siento, pastor. Tengo que decirle no a su propuesta. Por ahora prefiero estar como estoy hasta sentir que el momento de regresar haya llegado.
Desconcerté al pastor titular porque él no está acostumbrado a que le digan un no por respuesta. Si él oró a Dios, y sintió que la idea de convocarme venía de Dios, se presume que mi respuesta siempre tiene que ser positiva. ¿Qué significaba mi no para él? Seguro le sugirió un profundo estado pecaminoso en mí, o un resentimiento severo, o una terca actitud rebelde. Qué se yo. Nunca más insistió en una propuesta de ese tipo. De hecho, mi respuesta negativa le fastidió mucho.
Los dos renunciantes, el recién graduado, los estudios nuevos y el blog marcaron el inicio de un despertar. Sin embargo, para ser completamente libre necesitaba despojarme de todo el pasado, de la mochila llena de piedras que no quería abandonar aunque ya pesaba demasiado. Algunas ideas necesitaban ser cambiadas con urgencia por su extrema importancia. Tuve una revolución eclesiológica pero me hacía falta una más profunda, que tenía que ver con una concepción nueva de la naturaleza de Dios. Lamentablemente el aprendizaje vino con la peor experiencia de mi vida: la enfermedad y muerte de mi hermano.
2 comentarios:
Me llamo mucho la atención tu experiencia personal que compartes acá. La razón es que en algunos aspectos me vi reflejado. Especialmente en la incorfomidad que sentias a todos tus estudios teológicos e incluso de la raíz denominacional. Y la experiencia que compartes con tu pastor. En lo personal siento que todavia estoy en esa transicion y busqueda de mi propia teologia como lo mencionas acá. Me agrada conocer gente preparada en el Cuerpo de Cristo, en verdad no he visto mucho blogs como este y no conozco mucho cristianos "intelectuales" si se me permite la palabra. Recien estoy por titularme y quiero emparparme de personas como tu. Bendiciones bro y gracias por la reflexion
Hola,
Gracias por palabras. El cambio de teologías personales fue gradual, lento pero constante, y me llevó a una posición marginal dentro de la cristiandad (léase: iglesia institucionalizada), ya que es difícil encontrar aceptación al diferente en las iglesias. No me arrepiento: en el camino, Dios estuvo siempre conmigo, y eso es lo que cuenta.
Las experiencias de fe son tan comunes.... tengo amigos "digitales" cercanos con los que compartimos muchas cosas, pero en especial experiencias comunes. Por eso es exasperante cuando uno descubre que los mismos errores se cometen en todos lados. En fin...
Un saludo para ti.
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