El otro sendero
En paralelo con mis jaleos con el nuevo pastor tanto en el aspecto personal como en lo referido a los adolescentes, los integrantes del liderazgo del grupo de jóvenes tuvieron sus propios conflictos con él. Ellos estaban al mando de un amigo que había logrado cohesionarlos de tal forma que, de acuerdo a la libertad que nos regía, hacían sin inconvenientes todas las tareas propias del ministerio sin contratiempos. Eran incondicionales a su líder, que estaba entregado por completo a ellos, con amor sin condiciones, con una pasión que yo jamás pude alcanzar. De verdad eso era algo que me alegraba profundamente. Siempre es un gozo ver crecer en la fe a los amigos, y más si en ese camino se avanza colaborando con la obra cristiana en el mundo. El solo hecho de observarlos levantaba mi ánimo.
Estos jóvenes eran en extremo independientes y democráticos, malísimas palabras para los pastores que siempre enseñaban que la iglesia no es una democracia sino una teocracia ―donde, por supuesto, a ellos les correspondía un poder por delegación―. Las decisiones las tomaban permanentemente en conjunto y, a veces, luego de largas discusiones que, valga la pena decir, no generaban nunca diferendos ni rencillas personales. Sin embargo, cuando llegó el nuevo pastor rápidamente llegaron los conflictos, en especial cuando determina sacar al líder ―nunca olviden: el pastor tiene la última palabra; nadie debe hacerle sombra. Si alguien lo hace es mejor que se haga a un lado― y pone en su reemplazo a otra persona del mismo grupo, provocando a la vez un cataclismo y un pequeño cisma porque quiebra al comité, trastocando en un segundo los ánimos de los ahora convertidos en opositores. A partir de ese momento, todo se mediría según la barra de la resistencia, y las cosas se destinaron al roce del metal contra metal. Constantemente escuchaba quejas interminables que yo entendía a la perfección. No tenían la culpa de que les trajeran a alguien que no podía actuar con sensatez por la inseguridad que lo comía por dentro.
Recordando esa época, llego a la conclusión de que quizá eso era lo que quería el nuevo pastor de jóvenes: una olla de grillos. Ver tanta independencia le molestaba, no sabía cómo lidiar con la emancipación, y le desesperaba no tener el control. Una de sus opciones era el dialogo con aceptación y adaptación mutua, pero otra alternativa era el duro camino de agotar a los líderes y provocar su partida por puro cansancio. Total, la iglesia es grande, y siempre habrá gente dispuesta a colaborar en la obra del Señor, sobre todo si hay necesidad y se “abren vacantes”. La gente no pensaba como él en muchos sentidos. A veces eran cosas personales, en ocasiones eran por el exceso de activismo, o porque quería saber lo que los jóvenes le contaban en confidencia a sus tutores (ellos respetaban el secreto tipo confesión inclusive ante el pastor de jóvenes, cosa que a éste le parecía muy negativa). No había acuerdo por las divisiones celulares, o por emparejamientos indeseados. No saber qué hacer te provoca precisamente eso: la tentación del borrón y cuenta nueva, que en nuestro caso significaba deshacerse de la generación con malformaciones libertarias y reemplazarla por la subsiguiente, formada bajo sus rígidos esquemas, con su ADN, pero hacerlo que pareciera algo decidido por los propios jóvenes, no determinado por él. A veces, preferimos el dolor a la adaptación; el sufrir al ceder. Esto funciona en la política, pero es absolutamente contrario al mensaje del evangelio a todas las naciones, las cuales se convertirían en un solo pueblo como hijos de Dios, alabando en conjunto a pesar de las múltiples diferencias, pero las cosas se dieron así. Los que se dicen espirituales con frecuencia resultan ser los menos bíblicos de la escena.
No paso mucho tiempo para que llegaran las esperadas renuncias. En octubre de 2004 se va la primera líder, y en diciembre se va el segundo, el de carácter más difícil para el pastor. Estos dos renunciantes tenían mucha concordancia de pensamiento, con algunas ideas que nacieron en ellos años atrás, con las prédicas de Lucas Leys y Félix Ortiz en congresos denominacionales, que los retaron a un cristianismo que no sólo se restrinja al notomes-nofumes-nodiscotecas-noandesconescotes-enamóratecorrectamente, sino que los animaban a se expanda por otros ámbitos, en especial por un impacto social más tangible y menos cortoplacista. En ellos nació una inquietud que los empujaba a ir más allá de las visitas eventuales a un orfanato, dar dinero a los necesitados de vez en cuando o contribuir con una buena causa: intuían que el vivir para los demás en todos los sentidos era clave en la vida cristiana, algo que no percibíamos en la iglesia, acostumbrados a nuestras cálidas cuatro paredes de invernadero. Yo los veía, y pensaba que sí, que lo que ellos intentaban, que ese presentimiento que tenían, que esa semilla que pugnaba por crecer en sus corazones, tenía algo que ver con mi propia búsqueda de respuestas, como si ellos me dijeran “Abel, escucha esto, creo que es el núcleo que buscamos. Vamos, ven con nosotros”. Seriamente los miré con real atención, escudriñando por nuevas claves para mi propia vida, perdida en ese instante.
Vale la pena decir que las renuncias no pararon. Algunas por conflictos muy severos, otras en paz, simplemente por diferencias de opinión. Un par de personas se fueron porque viajaron al extranjero a estudiar. Antes de los tres años ya se tenía un liderazgo nuevo por completo: lo que querían, ideal para el establecimiento de un nuevo orden que encaje con las ideas nuevas sobre la iglesia que tenía el pastor titular y con el temperamento vertical del pastor de jóvenes.
En paralelo con mis jaleos con el nuevo pastor tanto en el aspecto personal como en lo referido a los adolescentes, los integrantes del liderazgo del grupo de jóvenes tuvieron sus propios conflictos con él. Ellos estaban al mando de un amigo que había logrado cohesionarlos de tal forma que, de acuerdo a la libertad que nos regía, hacían sin inconvenientes todas las tareas propias del ministerio sin contratiempos. Eran incondicionales a su líder, que estaba entregado por completo a ellos, con amor sin condiciones, con una pasión que yo jamás pude alcanzar. De verdad eso era algo que me alegraba profundamente. Siempre es un gozo ver crecer en la fe a los amigos, y más si en ese camino se avanza colaborando con la obra cristiana en el mundo. El solo hecho de observarlos levantaba mi ánimo.
Estos jóvenes eran en extremo independientes y democráticos, malísimas palabras para los pastores que siempre enseñaban que la iglesia no es una democracia sino una teocracia ―donde, por supuesto, a ellos les correspondía un poder por delegación―. Las decisiones las tomaban permanentemente en conjunto y, a veces, luego de largas discusiones que, valga la pena decir, no generaban nunca diferendos ni rencillas personales. Sin embargo, cuando llegó el nuevo pastor rápidamente llegaron los conflictos, en especial cuando determina sacar al líder ―nunca olviden: el pastor tiene la última palabra; nadie debe hacerle sombra. Si alguien lo hace es mejor que se haga a un lado― y pone en su reemplazo a otra persona del mismo grupo, provocando a la vez un cataclismo y un pequeño cisma porque quiebra al comité, trastocando en un segundo los ánimos de los ahora convertidos en opositores. A partir de ese momento, todo se mediría según la barra de la resistencia, y las cosas se destinaron al roce del metal contra metal. Constantemente escuchaba quejas interminables que yo entendía a la perfección. No tenían la culpa de que les trajeran a alguien que no podía actuar con sensatez por la inseguridad que lo comía por dentro.
Recordando esa época, llego a la conclusión de que quizá eso era lo que quería el nuevo pastor de jóvenes: una olla de grillos. Ver tanta independencia le molestaba, no sabía cómo lidiar con la emancipación, y le desesperaba no tener el control. Una de sus opciones era el dialogo con aceptación y adaptación mutua, pero otra alternativa era el duro camino de agotar a los líderes y provocar su partida por puro cansancio. Total, la iglesia es grande, y siempre habrá gente dispuesta a colaborar en la obra del Señor, sobre todo si hay necesidad y se “abren vacantes”. La gente no pensaba como él en muchos sentidos. A veces eran cosas personales, en ocasiones eran por el exceso de activismo, o porque quería saber lo que los jóvenes le contaban en confidencia a sus tutores (ellos respetaban el secreto tipo confesión inclusive ante el pastor de jóvenes, cosa que a éste le parecía muy negativa). No había acuerdo por las divisiones celulares, o por emparejamientos indeseados. No saber qué hacer te provoca precisamente eso: la tentación del borrón y cuenta nueva, que en nuestro caso significaba deshacerse de la generación con malformaciones libertarias y reemplazarla por la subsiguiente, formada bajo sus rígidos esquemas, con su ADN, pero hacerlo que pareciera algo decidido por los propios jóvenes, no determinado por él. A veces, preferimos el dolor a la adaptación; el sufrir al ceder. Esto funciona en la política, pero es absolutamente contrario al mensaje del evangelio a todas las naciones, las cuales se convertirían en un solo pueblo como hijos de Dios, alabando en conjunto a pesar de las múltiples diferencias, pero las cosas se dieron así. Los que se dicen espirituales con frecuencia resultan ser los menos bíblicos de la escena.
No paso mucho tiempo para que llegaran las esperadas renuncias. En octubre de 2004 se va la primera líder, y en diciembre se va el segundo, el de carácter más difícil para el pastor. Estos dos renunciantes tenían mucha concordancia de pensamiento, con algunas ideas que nacieron en ellos años atrás, con las prédicas de Lucas Leys y Félix Ortiz en congresos denominacionales, que los retaron a un cristianismo que no sólo se restrinja al notomes-nofumes-nodiscotecas-noandesconescotes-enamóratecorrectamente, sino que los animaban a se expanda por otros ámbitos, en especial por un impacto social más tangible y menos cortoplacista. En ellos nació una inquietud que los empujaba a ir más allá de las visitas eventuales a un orfanato, dar dinero a los necesitados de vez en cuando o contribuir con una buena causa: intuían que el vivir para los demás en todos los sentidos era clave en la vida cristiana, algo que no percibíamos en la iglesia, acostumbrados a nuestras cálidas cuatro paredes de invernadero. Yo los veía, y pensaba que sí, que lo que ellos intentaban, que ese presentimiento que tenían, que esa semilla que pugnaba por crecer en sus corazones, tenía algo que ver con mi propia búsqueda de respuestas, como si ellos me dijeran “Abel, escucha esto, creo que es el núcleo que buscamos. Vamos, ven con nosotros”. Seriamente los miré con real atención, escudriñando por nuevas claves para mi propia vida, perdida en ese instante.
Vale la pena decir que las renuncias no pararon. Algunas por conflictos muy severos, otras en paz, simplemente por diferencias de opinión. Un par de personas se fueron porque viajaron al extranjero a estudiar. Antes de los tres años ya se tenía un liderazgo nuevo por completo: lo que querían, ideal para el establecimiento de un nuevo orden que encaje con las ideas nuevas sobre la iglesia que tenía el pastor titular y con el temperamento vertical del pastor de jóvenes.
8 comentarios:
Increíble, revivir esta histroia desde tu mirada, y creo que con acierto desde la perspectiva que te ha dado el tiempo. Vuelvo a vivir un poco el sufrimiento de muchos de esa generación. Desde la distancia no entendía como se podía haber llegado a esa situación, sobre todo lo que paso con ese líder de jóvenes nato, que no necesitaba ningún título para asumir esa responsabilidad (al principio no caía de quién hablabas!!!). Sigoe sperando tus entregas.. jajaja, además porque los que conozco o ya no van a esa iglesia o no participan del ministerio de jóvenes. un abrazo
Lo último que dices es importantísimo, y es una de las conclusiones que todas estas entregas tendrán: la "convulsión" del 2004-2006 prácticamente exterminó a los líderes de una generación (específicamente la tuya, Sandra), que acabaron al margen del liderazgo dentro de la iglesia, o en otras iglesias, o simplemente al margen de todo. Pensar en eso me entristece, la verdad.
Un saludo. Gracias, en serio, por la lectura y tus comentarios.
Saludos, mi estimado hermano, te felicito por tu escrito, me gustó mucho... ánimo para que sigas escribiendo estas reflexiones.
Saludos desde Chile.
Gracias por tu saludo, Francisco Javier. Espero poder acabar pronto con esta secuencia que refleja una buena parte de mi experiencia cristiana.
Un saludo,
Abel,
No puedo dejar de encontrar coincidencias en tu historia con mi propia experiencia ministerial. En Buenos Aires, yo acudí a una iglesía de características sociales similares. Evidentemente, el "tsunami opresor" debe haber sido algo generacional o contagioso, como los modelos de éxito evangélico que nacieron a mediados de los '90.
Aún tratando de secarme, luego de esa inmensa ola de m...., saludo tu buena prosa. Gracias!
David:
Los modelos pastorales nos han traído individuos que se muestran invulnerables, seguros, con una fuerte dosis de espiritualización, verticales, rígidos, autoritarios, controladores. Creo que estos tiempos, de homogeneidad y dialogo, apuran la llegada de un nuevo tipo de líder que desplace al viejo tipo de pastor. El tsunami, creo, fue una confrontación entre lo antiguo y lo muy nuevo, que nos trajo mucha m... pero también esperanza. Dicen que así son los cambios de paradigmas, ¿no?
Gracias por tu comentario.
Saludos,
A pesar del sufrimiento que generó esa crisis, puedo decir al mirar para atrás que lo que quedó en mi corazón fueron los buenos recuerdos de discusiones interminablemente interesantes en mi sala, risas que interrumpían cualquier conversación por más seria que sea, y un sentimiento de equipo... de familia...
El tiempo ha pasado y muchos estamos a kilómetros de distancia de lo que éramos y hacíamos en esos días... pero creo que como todo en la vida... es en los momentos difíciles cuando más crecemos y cuando Dios más nos enseña.
He leido todos tus post Abel... y desde el principio sentí que de alguna manera contabas parte de mi historia...
Hoy fue necesario comentar.
Un abrazo amigo.
Franccesca:
Debe serte evidente que en este post en especial de quienes estaba hablando. Leyendo agendas y ouscultando recuerdos me doy cuenta que la primera señal que Dios me dio de hacia dónde ir tras la crisis me la dieron dos personas: tú, una de ellas, y es algo que debo reconocer, y agradecer. Al igual que tú, recuerdo las circunstancias difíciles, pero también me quedo con el gratísimo sentimiento de equipo y familia que se percibía cada vez que nos juntábamos, en especial en tu casa =) Es algo que no cambiaría por nada del mundo. Son memorias fundamentales en mi vida.
Un abrazo, amiga mía.
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