Latinoamérica es amante de los esquemas controladores y dictatoriales. Nos gusta la mano dura y que las botas llenas de barro nos tengan bien pisoteados, mientras hacemos mil ejercicios de sobrevivencia con salarios subsaharianos. Para afuera deseamos libertad pero en el fondo, al lado del corazón, añoramos a los Chávez, Velascos, Fujimoris, Pinochets y Ortegas. Por ello los cristianismos que privilegian el control han prosperado tanto en nuestros países. El pentecostalismo, lleno de pastores estrictos y sometimientos inverosímiles que la gente acepta de buena gana, es un perfecto ejemplo, casi ideal a pesar de la horizontalidad que trajo la democratización del carisma. Su crecimiento sigue dándose porque calza con el alma latinoamericana, tan carente de figura paterna y abundante en dioses débiles y serviles.
Todo esquema de control siempre se va implantando por etapas, suave al inicio, pero que al final sataniza con voracidad a los críticos, mientras alaba las estructuras que se definen como tierra santa, como el santuario incólume que debe mantenerse por-los-siglos-de-los-siglos-amén. Los líderes mismos, los llamados, tienen caracterizaciones especiales, cada vez más altas y cercanas a las nubes. Los apóstoles de hoy son un claro ejemplo: intocables, casi todopoderosos, poseen un robusto apetito por controlar que se acompaña de una enorme hambre de sus congregaciones por ser controlados. Una sincronía perfecta en la que todos, aparentemente, están felices. Pero estar felices no necesariamente es sinónimo de que todo está bien.
Algunos de nosotros no vemos las cosas como si estuvieran al lado del cielo sino que, con cierto temor, consideramos que el riesgo que la iglesia asume hoy por su estilo de liderazgo es desmedido. Creemos que la verticalidad en las relaciones del clero evangélico y el laicado no hace bien a la gente, la estupidiza, no la permite desarrollarse, la convierte literalmente en un rebaño. Sin embargo, entendemos que la superación de esto puede tomar algunos años más. ¿Muchos? No lo creo. La tecnología y la facilidad de la interacción de las personas de hoy puede empujar con mucha rapidez a los cambios, a pesar de la pobreza y la enclenque educación que recibimos.
Mientras las cosas van cambiando, sin embargo, algunos tratan de apurar el proceso, en abierta oposición al establishment. Por supuesto que el liderazgo reacciona y ve a los opositores casi como embajadores del mismo Satanás. Han protegido las estructuras generando marcos de “pensamiento” bastante estrictos, en donde los disidentes son poco espirituales y deben ser alejados y sus palabras no escuchadas. No quiero ni imaginarme si aún estuvieran vigentes los métodos de la inquisición católica romana.
La rebeldía y la insurgencia son, entonces, malas palabras, antivalores dignos de los no creyentes, de los ateos que no quieren saber nada con Dios. Lo paradójico del asunto es que si estas actitudes no hubieran existido en la historia de la iglesia, probablemente aún se cobraría dinero por las indulgencias. Sin rebeldía e insurgencia, Lutero jamás habría publicado sus 95 tesis, Savonarola se hubiera quedado tranquilo en su monasterio dominico, silencioso ante la degeneración de los Borgia, y Calvino nunca hubiera configurado su teología. Y no existiríamos. O seríamos los católicos que muchos no toleran, o los sectarios que otros desprecian u alguna otra cosa que solo imaginarla provoca escalofríos. Sin rebelión ni enfrentamiento contra la institucionalidad religiosa, no existiría la iglesia evangélica. Somos, pues, hijos de la insurgencia, y querrámoslo o no, debe ser algo que debe marcar nuestro constante caminar. Nuestro andar en pos de ser los mejores cristianos que nos sea posible. Insurgencia no debe ser una mala palabra.
Todo esquema de control siempre se va implantando por etapas, suave al inicio, pero que al final sataniza con voracidad a los críticos, mientras alaba las estructuras que se definen como tierra santa, como el santuario incólume que debe mantenerse por-los-siglos-de-los-siglos-amén. Los líderes mismos, los llamados, tienen caracterizaciones especiales, cada vez más altas y cercanas a las nubes. Los apóstoles de hoy son un claro ejemplo: intocables, casi todopoderosos, poseen un robusto apetito por controlar que se acompaña de una enorme hambre de sus congregaciones por ser controlados. Una sincronía perfecta en la que todos, aparentemente, están felices. Pero estar felices no necesariamente es sinónimo de que todo está bien.
Algunos de nosotros no vemos las cosas como si estuvieran al lado del cielo sino que, con cierto temor, consideramos que el riesgo que la iglesia asume hoy por su estilo de liderazgo es desmedido. Creemos que la verticalidad en las relaciones del clero evangélico y el laicado no hace bien a la gente, la estupidiza, no la permite desarrollarse, la convierte literalmente en un rebaño. Sin embargo, entendemos que la superación de esto puede tomar algunos años más. ¿Muchos? No lo creo. La tecnología y la facilidad de la interacción de las personas de hoy puede empujar con mucha rapidez a los cambios, a pesar de la pobreza y la enclenque educación que recibimos.
Mientras las cosas van cambiando, sin embargo, algunos tratan de apurar el proceso, en abierta oposición al establishment. Por supuesto que el liderazgo reacciona y ve a los opositores casi como embajadores del mismo Satanás. Han protegido las estructuras generando marcos de “pensamiento” bastante estrictos, en donde los disidentes son poco espirituales y deben ser alejados y sus palabras no escuchadas. No quiero ni imaginarme si aún estuvieran vigentes los métodos de la inquisición católica romana.
La rebeldía y la insurgencia son, entonces, malas palabras, antivalores dignos de los no creyentes, de los ateos que no quieren saber nada con Dios. Lo paradójico del asunto es que si estas actitudes no hubieran existido en la historia de la iglesia, probablemente aún se cobraría dinero por las indulgencias. Sin rebeldía e insurgencia, Lutero jamás habría publicado sus 95 tesis, Savonarola se hubiera quedado tranquilo en su monasterio dominico, silencioso ante la degeneración de los Borgia, y Calvino nunca hubiera configurado su teología. Y no existiríamos. O seríamos los católicos que muchos no toleran, o los sectarios que otros desprecian u alguna otra cosa que solo imaginarla provoca escalofríos. Sin rebelión ni enfrentamiento contra la institucionalidad religiosa, no existiría la iglesia evangélica. Somos, pues, hijos de la insurgencia, y querrámoslo o no, debe ser algo que debe marcar nuestro constante caminar. Nuestro andar en pos de ser los mejores cristianos que nos sea posible. Insurgencia no debe ser una mala palabra.
Imagen: http://www.manueltalens.com/imagenes/angel.jpg
9 comentarios:
hola,muy buen articulo. Hay mucha sabidruai. Lo que si debemos ser caustos al llamar a la insurgencia a los cristianos para que no nos pase lo que paso con los anabaptistas en la epoca de Lutero.
La rebeldia contra Dios es pecado.Hay que saber ser rebelde.Rebelde sin causa no tiene sentido,pero soportar en silencio el status quo de manera que veamos como los lideres pentecostales manejan a las masas con firmeza casi dictatorial, no pudiendo contradecirlos porque ellos son los siervos de DIos, no tiene sentido alguno.
bendiciones
Estoy de acuerdo contigo. No hay que ser rebelde por el simple hecho de serlo, sino siempre observar las circunstancias y ser sensibles a la Palabra de Dios. En este caso podemos hablar de una rebeldía "adecuada".
Sin embargo, vale la pena hablar del tema porque hay una fuerte tendencia a los autoritarismos en nuestros países, y esto es una contradicción severa de la libertad que el mismo Dios nos dio: una libertad tan grande que, si queremos, nos permite el extremo de negar la existencia del creador.
Un saludo,
jejeje, buena referencia esa de los anabaptistas en tiempos de Lutero, aunque la actitud del Reformador tampoco fue la mejor. Mecho mejor la actitud que tomaron los anabaptistas pacifistas, y que hasta el día de hoy se mantiene; de ellos se puede aprnder mucho.
saludos
De acuerdo contigo, Mountainguy: los anabaptistas tienen algunas prácticas que deberían estar más generalizadas en el universo evangélico.
Gracias por comentar.
Caro Abel,
Visito su blog por primera vez, por sugerencia de un amigo. Veo que tenemos algunas cosas en común:
Ambos creemos en una propuesta de espiritualidad integral;
Ambos no adoramos según la doctrina pseudoevangelica;
Posiblemente, ambos seamos considerados herejes dentro de nuestra denominación. Sin embargo...
Ambos sabemos estar en el camino cierto.
Aunque soy brasileño de nacimento, adopte su país como mi país. Vivo en Piura, donde pastoreo una pequeña iglesia bautista.
También tengo un blog sobre teológia y praxis. Es, posiblemente, el blog de religión más acesado en lengua portuguesa, con una tendencia para el "humor ágrio" (no sé cual seria la traducció correcta de "humor ácido"), donde hablamos de apologia, teopraxis, integralidad y combatimos el abuso espiritual y el estelionato religioso.
Me gustaria comunicarte contigo por telefono o otro medio, tanto para intercambiar conocimientos sobre blogs, como también para obtener información sobre el Centro de Misiología Andino-Amazónica (CEMAA) en Lima. Tenemos una joven vocacionada aqui en nuestra congregación, y me gustaria investir en su ministerio.
Un grande abrazo, de un subversivo lector;
Leonardo Gonçalves
Púlpito Cristão: Apologética de dentro para fora
Leonardo:
Un gusto recibir tu comentario. Antes que nada, déjame decirte que estoy suscrito a Púlpito Cristão, y casi diariamente recibo las actualizaciones en portugués. Más o menos puedo entender lo que se dice, y es un verdadero placer poder contactarme con el responsable de esa página, la que leo con mucha frecuencia.
Pues, qué te puedo decir: soy visto como casi un hereje en mi denominación (de la que me he distanciado mucho), y creo en todos los puntos que dices... y aunque entiendo que otros cristianos pueden encontrar otros caminos en su andar en la fe, mi camino cristiano es este que tú describes.
Mi correo electrónico es el siguiente:
teonomia[arroba]gmail.com
Escríbeme y podemos comenzar un dialogo.
Respecto al Centro de Misiología Andino-Amazónica (CEMAA), su web es
www.cemaa.org
Allí estudié misiología en un programa de maestría que tiene. El año pasado enseñé un curso allí (las presentaciones las colgué en el blog) y es seguro que lo volveré a hacer este año. Creo que es una muy buena opción de estudio, y hay gente de provincias que viene. Te iré contando por correo electrónico.
Muchos saludos,
Hola Abel, no soy un cristiano ilustrado, pero me agrada leer lo que escribes. Saludos desde Chihuahua, México.
José:
Gracias por leer lo que escribo. Espero que pueda serte útil. Comenta cuando quieras, y trataré de responder lo más rapido posible.
Un saludo desde Lima-Perú.
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