domingo, 18 de febrero de 2018

¿Más puntos en común?

No hay duda alguna: el Perú es un país conservador. Para muestra un botón: la reciente visita de Francisco al país. Cientos de miles de personas lo siguieron, llenaron casi todos los espacios posibles en donde se presentó el Papa, sea en la selva de Puerto Maldonado, las playas trujillanas o el descampado del aeropuerto de Las Palmas, en Lima. Por más que en las redes sociales y las calles muchos colectivos luchen por agendas a favor de diversos derechos, entre los que destacan el de las libertades sexuales, la mayoría conservadora es categórica: domina el incienso, la gente haciendo fila por la hostia un domingo en cualquier parroquia. 

Es en este contexto conservador en que el evangelicalismo ha crecido en el Perú hasta rondar el 20% actual, muy grande pero aún inferior al 30% de Brasil o el 50% de Guatemala según Pew Research Center. Cosas como la urbanización, que ha crecido a un ritmo similar, o las misiones norteamericanas, también conservadoras, le han dado esta cara tan particular. No obstante, estas cifran tan halagadoras, tenemos una característica furibunda que nos juega en contra: nuestra atomización patológica. Nosotros crecemos rápidamente pero hacemos pronto una mitosis, tal vez porque hemos aprendido a que la manera de enfrentar los diferendos es dividiéndonos. Por eso, hablar de una unidad evangélica es una tarea casi imposible. Misión conflictiva y áspera. Mejor ni meternos con ella porque saldremos magullados. 

Pero vamos, podemos encontrar convergencias entre todos los evangélicos, a que sí. Los tiempos actuales han sido reveladores y nos han mostrado varias: la oposición al aborto, la defensa de la familia “natural”, una especial visión de la sexualidad que se opone a la libertad sexual y los derechos reproductivos, una oposición radical al homosexualismo, a su visibilidad y a aproximaciones al matrimonio de personas del mismo sexo, y la oposición estricta a la “ideología” de género, que de cierta manera engloba a todas las anteriores. En estos puntos la convergencia ha ido más allá porque también ha alcanzado a grupos católicos conservadores, con los que se ha logrado un ecumenismo en la práctica a pesar de los sentimientos anti-católicos y anti-evangélicos, que allí están, muy latentes pero como escondidos debajo de la mesa. Así, pueden marchar juntos en #conmishijosnotemetas o las “marchas por la vida”. 

Desde este punto en común, la agenda política que se plantea desde esa orilla es aún restringida, y no pretende ir más allá con seriedad. Los evangélicos elegidos han insinuado restricciones a la vestimenta (pienso en aquel congresista Vicuña, quien quiso prohibir las minifaldas), al arte (donde quieren evitar desnudos u otras manifestaciones culturales como los carnavales) o las posturas laicas, donde abiertamente están buscando que la educación cristiana se afiance en los colegios. Este es el caso del Brasil. En realidad, los evangélicos no tenemos mucho que ofrecer cuando salimos de nuestro discurso. Bien lo ha explicado David Gaitán en su blog, cuando se plantea varias inquietantes preguntas: ¿Pueden hablar los evangélicos de calidad educativa cuando sus instituciones educativas son calamitosas? ¿Pueden hablar de gratuidad de la enseñanza si no promueven esquemas de becas en sus instituciones educativas? ¿Pueden hablar de empleos dignos cuando las iglesias suelen ser pésimos lugares para trabajar porque no les pagan o pagan muy poco a sus trabajadores, con frecuencia sin ninguna prestación social? ¿Cómo hablarán sobre la corrupción cuando sus organizaciones e iglesias están llenas de nepotismo, donde los hijos y familiares del pastor suelen ocupar los lugares más altos de liderazgo, sin pensar en los más capaces?

Si hacemos un ejercicio de predicción, surge de inmediato la pregunta de si pueden existir más puntos en común entre los evangélicos. Me arriesgo a decir que no los encontrarán, aunque sí existan en teoría. Cuando la realidad los obligue a ir más allá de los terrenos conocidos, vendrán los fracasos de los “elegidos por Dios”, y posiblemente algunos “modelos” políticos entrarán en crisis, cuando tengan que gobernar de verdad. A menos que, de alguna manera, desarrollen algo en el camino, que les dé continuidad a su movimiento. Tal vez, tomando las palabras de José Luis Pérez Guadalupe, si hacemos una transición de ser evangélicos políticos (casi todos ellos son pastores que insinúan o abiertamente hablan de teocracia) hacia convertirnos en políticos evangélicos, que trabajen abiertamente desde la ciudadanía, buscando el bien común para todos. Quizá aquí more la esperanza.

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