Por estos días es noticia permanente los ataques de los remanentes narco-terroristas de Sendero Luminoso a las fuerzas del ejército en el valle de los ríos Apurímac y Ene (VRAE): un helicóptero derribado en una operación de rescate, los casi cincuenta militares muertos, los juicios a los soldados que combaten el terrorismo, las dudas del gobierno como si no supiese exactamente qué hacer ni qué decir, el negocio enorme de las drogas que se gesta en esa zona del Perú que tan eficientemente toleró Vladimiro Montesinos en el fujimorato. Un problema elefantiásico que parece no tener solución.
Casi treinta años después del inicio de las operaciones violentistas de los terroristas (Chuschi, 1980), es triste decir que el problema de fondo sigue existiendo en nuestro país. La pobreza lacerante que somete a la mitad de la población peruana continúa igual que siempre. Siguen los pueblos serranos olvidados sin servicios básicos, con niños muriendo por causas perfectamente solucionables, sin educación decente, sin posibilidades de superación en sus propias comunidades, y viviendo con menos de un dólar al día. El perfecto caldo de cultivo para reacciones radicales está allí, cocinándose a fuego lento. Por ello Humala puede ser presidente, por ello Sendero Luminoso puede tener adeptos.
El combate contra los remanentes senderistas tiene tres frentes. Primero, el militar, el cual está en este momento en aplicación, combatiendo las columnas terroristas que vagan por los montes de la ceja de selva. Segundo, el económico-social, donde siento que no hay respuestas contundentes que satisfagan a las poblaciones hambrientas y deseosas de superación. Alan García se llena la boca de nuestro crecimiento económico, pero la inequidad es brutal. El neo-liberalismo a ultranza que sigue Alan García está mostrando con meridiana claridad en el mundo que no es solución al problema de la pobreza en el tercer mundo y las apuestas de solución son demasiado tímidas como para causar impactos relevantes. Tercero, el ideológico. Creo que aún no hemos avanzado mucho en esto, más aún cuando las respuestas son tibias ante el reciente libro escrito por el líder terrorista Abimael Guzmán Reinoso, donde insiste con su asesina ideología sin arrepentimiento alguno. Hablan algo por el Congreso, otras cosas extras por algún ministerio o periódico, pero nada más.
¿Por dónde iniciar en el combate ideológico? El punto de partida es que Sendero Luminoso es maoísta, esto es, cree estrictamente en la toma del poder por métodos violentos. Su historia demuestra la fidelidad de su praxis a su pensamiento, y dado esto, es iluso pensar en la posibilidad de que tomen el camino de la democracia como otros grupos terroristas de países como Colombia o Uruguay. Para ellos, democracia es un idioma distinto; es una ruta descartada por la propia esencia de su corriente política. Es como decirle a un testigo de Jehová que acepte una transfusión de sangre. No lo hará, y estará dispuesto a morir. Los senderistas viven en la selva en condiciones insalubres por seguir una idea, y que mañana dejen todo por algo en lo que no creen, suena imposible e iluso.
Un segundo punto –y el central para este post- es el de la metodología. Como cristiano hay algo que me queda muy claro, y creo que se aplica perfectamente a esta situación, y es que los métodos brutales, asesinos y abusivos no pueden traer, bajo ninguna circunstancia, la paz y justicia social a una sociedad o comunidad. Esta contradicción es absolutamente inaceptable, profundamente inmoral y decididamente delincuencial. Matando a mi padre no me traerás justicia; matando a mi madre por no pensar igual que el “justiciero” no traerás jamás justicia; haciendo explotar con dinamita el cadáver de una dirigente social nunca me traerás paz. La justicia verdadera que concuerda con las enseñanzas del Reino de los Cielos desea la eliminación definitiva de la pobreza y la igualdad de oportunidades, pero no puede comulgar con una cultura que privilegie la muerte y el dolor sobre un sueño irrealizable: el comunismo sin estado al que quieren llegar, gran paradoja, con estados más represivos y controladores. Esta debe ser una de nuestras banderas en la lucha ideológica contra Sendero Luminoso. Basada en ella, pienso que de plano sus ideas deben ser rechazadas y combatidas, por su propia concepción criminal en su metodología, como bien lo expresa César Hildebrandt al preguntarse: “¿Así que fueron políticas las 215 masacres que, según la Comisión de la Verdad, perpetró Sendero Luminoso? Sí, fueron políticas. Pero políticas ejecutadas en el marco de una concepción criminal, intrínsecamente homicida, de la lucha de clases, del derecho popular y de la concepción misma del Estado y la justicia. Sendero no fue una guerrilla popular. No fue la respuesta a una dictadura que hubiese cerrado las vías legales para el debate y la contienda. Guzmán no fue Túpac Amaru ni Bolívar ni mucho menos Cáceres. Fue una obsesión cuchillera que sólo pudo prosperar en medio del atraso y la desigualdad extrema del Perú. Sendero, al revés que el Movimiento 26 de Julio, mataba al pueblo que quería salvar. Y hablaba de dictadura burguesa cuando lo que quería imponer era el cementerio de Phnom Penh”.
Casi treinta años después del inicio de las operaciones violentistas de los terroristas (Chuschi, 1980), es triste decir que el problema de fondo sigue existiendo en nuestro país. La pobreza lacerante que somete a la mitad de la población peruana continúa igual que siempre. Siguen los pueblos serranos olvidados sin servicios básicos, con niños muriendo por causas perfectamente solucionables, sin educación decente, sin posibilidades de superación en sus propias comunidades, y viviendo con menos de un dólar al día. El perfecto caldo de cultivo para reacciones radicales está allí, cocinándose a fuego lento. Por ello Humala puede ser presidente, por ello Sendero Luminoso puede tener adeptos.
El combate contra los remanentes senderistas tiene tres frentes. Primero, el militar, el cual está en este momento en aplicación, combatiendo las columnas terroristas que vagan por los montes de la ceja de selva. Segundo, el económico-social, donde siento que no hay respuestas contundentes que satisfagan a las poblaciones hambrientas y deseosas de superación. Alan García se llena la boca de nuestro crecimiento económico, pero la inequidad es brutal. El neo-liberalismo a ultranza que sigue Alan García está mostrando con meridiana claridad en el mundo que no es solución al problema de la pobreza en el tercer mundo y las apuestas de solución son demasiado tímidas como para causar impactos relevantes. Tercero, el ideológico. Creo que aún no hemos avanzado mucho en esto, más aún cuando las respuestas son tibias ante el reciente libro escrito por el líder terrorista Abimael Guzmán Reinoso, donde insiste con su asesina ideología sin arrepentimiento alguno. Hablan algo por el Congreso, otras cosas extras por algún ministerio o periódico, pero nada más.
¿Por dónde iniciar en el combate ideológico? El punto de partida es que Sendero Luminoso es maoísta, esto es, cree estrictamente en la toma del poder por métodos violentos. Su historia demuestra la fidelidad de su praxis a su pensamiento, y dado esto, es iluso pensar en la posibilidad de que tomen el camino de la democracia como otros grupos terroristas de países como Colombia o Uruguay. Para ellos, democracia es un idioma distinto; es una ruta descartada por la propia esencia de su corriente política. Es como decirle a un testigo de Jehová que acepte una transfusión de sangre. No lo hará, y estará dispuesto a morir. Los senderistas viven en la selva en condiciones insalubres por seguir una idea, y que mañana dejen todo por algo en lo que no creen, suena imposible e iluso.
Un segundo punto –y el central para este post- es el de la metodología. Como cristiano hay algo que me queda muy claro, y creo que se aplica perfectamente a esta situación, y es que los métodos brutales, asesinos y abusivos no pueden traer, bajo ninguna circunstancia, la paz y justicia social a una sociedad o comunidad. Esta contradicción es absolutamente inaceptable, profundamente inmoral y decididamente delincuencial. Matando a mi padre no me traerás justicia; matando a mi madre por no pensar igual que el “justiciero” no traerás jamás justicia; haciendo explotar con dinamita el cadáver de una dirigente social nunca me traerás paz. La justicia verdadera que concuerda con las enseñanzas del Reino de los Cielos desea la eliminación definitiva de la pobreza y la igualdad de oportunidades, pero no puede comulgar con una cultura que privilegie la muerte y el dolor sobre un sueño irrealizable: el comunismo sin estado al que quieren llegar, gran paradoja, con estados más represivos y controladores. Esta debe ser una de nuestras banderas en la lucha ideológica contra Sendero Luminoso. Basada en ella, pienso que de plano sus ideas deben ser rechazadas y combatidas, por su propia concepción criminal en su metodología, como bien lo expresa César Hildebrandt al preguntarse: “¿Así que fueron políticas las 215 masacres que, según la Comisión de la Verdad, perpetró Sendero Luminoso? Sí, fueron políticas. Pero políticas ejecutadas en el marco de una concepción criminal, intrínsecamente homicida, de la lucha de clases, del derecho popular y de la concepción misma del Estado y la justicia. Sendero no fue una guerrilla popular. No fue la respuesta a una dictadura que hubiese cerrado las vías legales para el debate y la contienda. Guzmán no fue Túpac Amaru ni Bolívar ni mucho menos Cáceres. Fue una obsesión cuchillera que sólo pudo prosperar en medio del atraso y la desigualdad extrema del Perú. Sendero, al revés que el Movimiento 26 de Julio, mataba al pueblo que quería salvar. Y hablaba de dictadura burguesa cuando lo que quería imponer era el cementerio de Phnom Penh”.
Imagen:
1 comentario:
Publicar un comentario