Ver el mundo como una calamidad es una circunstancia que no requiere mucho esfuerzo en demostrar. Ver el mundo como un escenario de esperanza también es una circunstancia que puede ser contrastada sin movernos del computador desde donde ahora leemos este texto.
La calamidad se ve cuando un borracho atropella a una familia que espera en un paradero al bus que la llevará cerca de su casa y se da a la fuga; cuando leemos en los libros de historia la industria de la muerte a medidas industriales en los campos de concentración nazis y que hoy algunos se esfuerzan por negar; cuando los niños mueren de frío en las punas del sur peruano por incompetencia gubernamental provocadas por diferencias políticas. Calamidad se ve cuando los sistemas económicos no funcionan para todos; cuando la riqueza se acumula en pocas manos y cuando la impunidad campea: está preso en una prisión-tugurio el que robó una gallina por hambre pero el que traficó con armas y drogas ―o el que hizo del lobbismo un estilo de vida― vive la comodidad de una celda dorada. Donde posemos los ojos veremos la dureza del destrozo inmisericorde, el poco aprecio por la humanidad del prójimo, la desfachatez del poder del mal que se expone orgulloso por el mundo.
La esperanza también es posible contemplarse. Se ve cuando encontramos la historia de la madre que caminó cuatro días hasta la posta médica más cercana para salvar a su hijo enfermo, o la generosidad de los numerosos que dan de lo que no tienen al que necesita, o los muchos que han muerto por salvar a otros o han entregado sus vidas completas por causas altruistas. Aún pueden percibirse las actitudes totalmente desinteresadas, o el aprecio por la honestidad, o la incondicionalidad de la amistad. El amor que “todo lo puede y todo lo soporta” es una fuente inagotable de esperanza que trae un aire nuevo, lleno de consuelo para las almas que pueden sufrir tribulación. Es un tipo de redención.
La dualidad calamidad/esperanza se contempla en lo profundo de la realidad humana, en cada uno de los corazones de los cerca de siete mil millones de personas que inundan el planeta. Oscilamos entre el deseo del bien y la tentación del mal. Podemos ser los más santos del mundo mientras gozamos de la más plena experiencia religiosa, pero al mismo tiempo vivir el infierno en la tierra tras la botella un millón que entra en nuestra alcohólica garganta, o por el insulto inmisericorde dirigido a nuestro hijo o el comentario envidioso hecho con el fin de dañar a otra persona. Bien dice Sabato que “no podemos hablar del hombre como si fuera un ángel, y no debemos hacerlo. Pero tampoco como si fuera una bestia, porque el hombre es capaz de las peores atrocidades, pero también capaz de los más grandes y puros heroísmos”. La vida del no cristiano no es ni blanca ni negra sino que es gris, y la vida del cristiano también es gris –aunque a algunos les cause escozor admitilo-. No por nada Pablo decía que él quiere hacer el bien siempre, pero algo interno se lo impedía y terminaba haciendo el mal que quería evitar. Un mal que frecuentemente no es conciente y que no suele medir consecuencias. Más humanidad, imposible.
El universo gris gobernará todos nuestros pasos. Por ello, no debemos perder la realidad de la imperfección en nuestros esfuerzos por agradar a un Dios que nos pide santidad. Dios sabe que en esta vida nunca dejaremos de ser grises, y que ningún esfuerzo hará que eso cambie. Eso puede ser muy frustrante. Nos deja en carestía absoluta, en impotencia declarada, en pobreza extrema. ¿Pueden imaginarlo? Nuestros esfuerzos no alcanzarán jamás, pero aquí entra la maravilla de la gracia divina, de lo que pretendo hablar en un post futuro.
La palabra “pobres” es en el original griego ptocoi, que significa mendigar, o también mendigo. O sea, en traducción literal la popular bienaventuranza sería algo así como “felices los mendigos espirituales ya que a ellos pertenece el reino de Dios”. ¿Por qué mendigo espiritual? Creo que es porque ante Dios, el Absoluto, el Todopoderoso, estamos en una situación de carestía absoluta, nada podemos hacer para evitar ser grises teniendo en cuenta que Él nos pide ser blancos. En última instancia, espiritualmente no tenemos nada, fuera de Dios todo es razonamiento vano o sentimentalismo frágil, pero la verdadera espiritualidad está sólo en Dios. Y Dios, sabiendo eso, nos tiende la mano. Sabiendo nuestra condición, nos recomienda apuntar hacia la fuente de espiritualidad verdadera, su hijo Jesucristo, que se entregó por nosotros permitiendo que seamos aptos a pesar de nuestra grisitud.
Es interesante ver que la primera característica que Cristo enseña en las bienaventuranzas sobre lo que un seguidor suyo debe ser se enfoca en la espiritualidad, en darnos cuenta que nosotros no podemos generarla adecuadamente, que la fuente es y será siempre Dios, y que la actitud de mendicidad espiritual no la reemplaza jamás el activismo eclesial, el involucrarse en la mayor cantidad de ministerios posibles, llevar a cabo profundos estudios teológicos o ir hacha en mano derrumbando iglesias apolilladas. La mendicidad espiritual es una actitud que toca la más profunda fibra del orgullo humano, el cual debe desaparecer por completo: sólo debemos depender de Él, y nada más. Porque lo gris es nuestra realidad, fuera y dentro de la cristiandad, y nada se puede hacer por cambiarla.
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6 comentarios:
Por tu excelente espacio tienes un merecido Premio Blog Dorado
http://blogdepoder.blogspot.com/2009/07/premio-blog-dorado-blog-de-poder.html
Saludos desde Panama
Gracias por la mención. Luego pasaré con más calma por tu blog, que se ve muy vistoso y bien trabajado.
Un saludo desde Lima-Perú.
Abel.
Hermoso, por ser realista, aunque pareciera fatalista, pero es cierto somos mendigos, y por mejor aun debemos estar consciente de que lo somos! Para llegar a ser felices o para aspirar a serlo. Me voy con todo el sabor gris que a veces quiero evitar, pero que no debo evitar.Un abrazo.
Así es, sólo Dios es quien tiene una palabra verdadera, no el inmiscuirnos en actividades eclesiales o alguna otra cosa.
Sigamos intentando conocer a ese Dios revelado en las Sagradas Escrituras.
Un abrazo hermano
Gusmar:
El sabor gris es algo que no se puede, no se debe evitar. Si no, nos volvemos pesimistas sin más alternativa que un revólver en la sien, o optimistas, super santos con exceso de orgullo.
Saludos,
Jesus, en ese camino a veces difícil de conocer a Dios andamos por aquí. A veces jubiloso, unas pocas tortuoso, pero siempre sabiendo que Dios está presente. Y eso da energías para seguir.
Un saludo para ti.
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