viernes, 13 de febrero de 2009

Cincuenta épocas, cincuenta dioses (4)

Dios para los patriarcas

Recordemos el alcance de la inspiración. Por una parte, se valida el proceso que nos trajo la Biblia; por otro lado, se valida el contenido. ¿Esto último implica que cada palabra escrita en la Biblia es absoluta y estricta verdad en el sentido histórico? ¿Si la Biblia dice que algo pasó, entonces sucedió en realidad? La respuesta es que muchas veces sí, pero otras muchas veces no. Para los propósitos de este artículo no interesa conocer cuándo es sí o no porque es suficiente con la gran certeza: a través del relato bíblico, tal como está, sea el estilo literario que sea, así no tenga necesariamente rigurosidad histórica, DIOS NOS HABLÓ, HABLA Y HABLARÁ. Así, la Biblia como la tenemos, sea mito, poesía, cuento, parábola, carta o lo que sea, es ideal, adecuada, óptima para la expresión del mensaje de Dios. ¿Dios hablando a través de un mito? Sí, Dios nos habla a través de él.

Por ejemplo, tomemos la descripción sobre la Torre de Babel (Gen. 11:1-9). El contenido mitológico es poderoso; de esa manera los antiguos “explicaron” la existencia de la multiplicidad de lenguas de su época. Dado los estudios lingüísticos que disponemos el día de hoy, resulta claro que la literalidad de Babel nunca se dio. ¿Esto le quita autoridad a la Biblia? En lo absoluto. La Biblia es hija de su tiempo, y si recoge relatos cuya génesis está por detrás de la edad de los metales, allá atrás, en la época de la profusión de la leyenda J(-3000,N), pues la explicación de la realidad de las cosas, por la ausencia de la ciencia y el método científico, será necesariamente mitológica (lo que en realidad le quitaría autoridad al texto bíblico es que fuera distinto). Como ya dije, lo que importa es el sentido teológico: ¿Qué nos dice la actitud de las personas que quisieron “edifi[car] una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y ha[cerse] un nombre, por si fuér[an] esparcidos sobre la faz de toda la tierra”? ¿Cuál era el problema de la obra? ¿Qué nos dice la intervención de Dios? Esto es lo valioso, no los vanos esfuerzos por demostrar la historicidad del coloso babilónico.

Los relatos patriarcales J(-2000,N) son del tipo épico. Esto es, existe una esencial verdad dentro de lo que se relata, pero no todo lo que se cita es de carácter literal —así son los relatos épicos de cualquier cultura del mundo—. En otras palabras, seguramente Abraham, Isaac y Jacob existieron realmente, pero lo que se describe en Génesis no debe tomarse al pie de la letra como historia pero sí, por supuesto, como insumo teológico de primer orden que debe ser revisado permanentemente ya que cimiento de nuestro cristianismo actual. Decir que Jacob vendió su primogenitura por un plato de lentejas o que Israel desciende sólo de Abraham, es ir demasiado lejos, igual que con Babel. ¿Es esa discrepancia, entre lo escrito y lo que pasó realmente, un choque, un problema? Para mi no, en lo absoluto. Es, más bien, un desafío al proceso hermenéutico, que nos reta a hacer un vital esfuerzo por encontrar el sentido del texto bíblico que nos llama; esto es, considerar que estos relatos tienen una perspectiva teologica, no histórica. Es ir, una y otra vez a ellos para encontrarles relevancia en nuestras vivencias actuales.

¿Cuál fue el Dios de los patriarcas? No es una herejía lo que digo. Teniendo en cuenta a los J(-800,N) —quienes habrían escrito los textos patriarcales desde una perspectiva del yahvismo entre 1000 y 1300 años después—, y recordando que estos escritores que recopilaron las tradiciones tenían muy claro que los patriarcas adoraron a Jahveh (los J(-800,N) tratando de describir a los J(-2000,N), y todos a la vez contemplando la magnificencia de J), no podemos atribuir a los patriarcas de Israel la fe del Israel del futuro. Peor aún, no podemos atribuir a los patriarcas de Israel la fe del cristiano evangélico del siglo XXI. Dios no cambia, pero el hombre sí. Dios es el mismo, pero se muestra diferente en cada época de la historia. Asumir visiones de Dios de una época en otra es un lamentable pero frecuente error que genera un enorme riesgo de distorsiones del mensaje bíblico, algo que muchos creyentes de nuestra época no han sabido considerar. Literalizar lo épico es tremendamente negativo y nocivo.

Cada patriarca emprende por su propia voluntad el culto a su Dios. Esto era común en el mundo de su época, y se corrobora cuando se habla del Dios de Abraham (elohe: Gn. 28:13; 31:42-53), el padrino de Isaac (pahad: 31:42-53), el campeón o poderoso de Jabob (abir: 49:24). Es clarísima la visión de Dios como la divinidad patronal del clan. (¡El Dios creador del universo que se rebaja a ser el dios de un clan de unos cuantos cientos de personas! ¿Qué nos tiene que decir este mensaje? Pocos cristianos siguen este ejemplo el día de hoy, sobre todo en el liderazgo). Un ejemplo vital está en Gn. 31:36-55 (ver, en especial el versículo 53) donde Jacob jura por el padrino de Isaac y Labán por el Dios de Nacor, esto es, cada uno jura por el Dios del clan de su padre. Nadie se hacía problemas en ese momento: la idea del Dios único y todopoderoso es exílica y post-exílica, por lo que era totalmente normal asumir la existencia de otros dioses diferentes a los del clan. Se dice que en la época era común la definición de una relación personal del jefe del clan y su respectivo Dios, con una religión familiar, simple, basadas a veces en promesas (Gn. 15), donde el clan era como la familia de Dios y con un centro litúrgico basado en el sacrificio del cordero, como en otros entornos semitas.

¿Y cómo era el Dios de antes de los patriarcas? Es una imagen distinta, de un Dios que crea, destruye y “re-crea”. Un Dios profundamente temperamental. Hace todo en Génesis 1 y 2, lo destruye en el diluvio, lo vuelve a comenzar con Noe, lo deshace –en otra manera- en Babel, cuando dispersa a los hombres con separaciones efectivas (el relato de las distintas lenguas de los hombres) porque el hombre quizo reemplazar a Dios consigo mismo. Sin embargo, permanece la imagen del Dios que dialoga directamente, que nos conoce, que está al tanto de nuestros caminos.


Referencias

(2) José Luis Sicre. Introducción al Antiguo Testamento. 9na edición. Estela-Navarra: Editorial Verbo Divino, 1995. Novena edición.

(3) John Bright. La historia de Israel. Edición revisada y aumentada con introducción y apéndice de William P. Brown. Bilbao: Editorial Desclee de Brouwer, 2003.

Imagen: http ://k-punk.abstractdynamics.org/archives/abraham-thumb.jpg

No hay comentarios.: