Un amigo de la universidad, ateo él, en una de las muchas conversaciones que tuvimos me dijo: “tú, como todos los religiosos, seguro por dentro eres un fundamentalista, cerrado, y, más en el fondo, en verdad me desprecias porque creo que no existe tu Dios”[i]. ¿Habrá sido cierto? ¿Tuvo razones para pensar esto? ¿Marginaba en el fondo a este amigo con mis palabras o mis maneras?
Bosch nos dice que la pregunta sobre qué actitud debería adoptar un cristiano y las misiones cristianas frente a los adherentes de otras creencias (o de ninguna fe) es muy antigua, con raíces en el Antiguo Testamento, pero por muchos siglos nunca fue debatida. “Los decretos del emperador Teodosio, del año 380 –que demandó que todos los ciudadanos del imperio romano sean cristianos- y 391 –que prohibió todo culto no cristiano-, inexorablemente abrieron paso a la encíclica del papa Bonifacio, Unan Sanctam (1302), que proclamaba a la iglesia católica como la única institución capaz de garantizar la salvación; al Concilio de Florencia (1442), que asignó un puesto entre las llamas del infierno a toda persona ajena a la iglesia católica, y al Cathechismus Romanus (1566), que enseñaba la infabilidad de la Iglesia Católica… tan tarde como 1832 Gregorio XVI rechazó la demanda de libertad de culto no sólo como un error, sino como deliramentum (demencia). Los protestantes, es cierto, no tenían armas comparables a las encíclicas papales. Sin embargo, su mentalidad muchas veces casi no se difería de la de Roma; mientras el modelo católico insistía que “fuera de la iglesia no hay salvación”, el modelo protestante afirmaba que “fuera de la palabra no hay salvación”. Bajo ambos modelos la misión significaba conquista y desplazamiento”[ii]. La historia categóricamente afirma que siempre los cristianos hemos sido exclusivistas y maniqueos en el sentido de la otriedad: nosotros y el resto.
Pero al menos las cosas son algo diferentes en la actualidad. Los católicos nos llamaban por ejemplo, “hijos de Satanás”, “herejes”, “cismáticos”, aunque debo reconocer que los términos han cambiado. Hoy somos “hermanos separados” pero para algunos amigos jóvenes e inclusive para un profesor de religión que tuve en el colegio, seminarista él, yo era un “hermano en Cristo”. Se percibe el efecto del Concilio Vaticano II: “La restauración de la unidad entre todos los cristianos es una de nuestras primeras preocupaciones y afirmamos que las divisiones entre cristianos contradicen la voluntad de Cristo, escandalizan al mundo y hacen daño a aquella causa tan santa de predicar el evangelio a toda criatura”.
Nosotros, en cambio, solemos mantener una actitud hostil hacia el catolicismo. Pero no sólo hacia ellos, sino al mismo tiempo contra nosotros mismos[iii]. Entre las denominaciones son frecuentes las relaciones tensas. Las diferencias doctrinales nos separan. Los pentecostales no miran bien a los que somos no-pentecostales porque no manifestamos esa señal universal de espiritualidad y acción de Dios llamada el don de lenguas. Nosotros, somos iguales con ellos porque la gran mayoría de señales de ese don son manipulaciones; por ello, ¿porqué tantos hablan en lenguas y tan pocos interpretan? El neo-pentecostalismo es un bicho raro porque ellos se consideran (Deiros, por ejemplo) como la iglesia ideal para los tiempos postmodernos por su énfasis en el sentimentalismo[iv] pero al mismo tiempo el autoritarismo de los nuevos apóstoles, a los que prácticamente se les considera como los enviados de Dios, es difícil de digerir para los cristianos de otros énfasis. Los evangélicos muchas veces consideran como semimuertas a las expresiones de fe protestantes, sino, ¿cómo debaten los anglicanos una unificación con la Iglesia Católica, como ordenan homosexuales? ¿Cómo ordenan algunos de ellos a mujeres? Es cierto, somos exclusivistas, se nos enseña implícitamente que nuestra manera de ver las cosas es la mejor, miramos por encima del hombro al hermano que piensa distinto, somos burlescos y sarcásticos ante las experiencias de fe de otros, las calificamos de erróneas y originarias de un espíritu de contienda, de orgullo o de vil pecado. ¡Qué restringida es nuestra manera de entender a Dios! ¡Que soberbia nos invade cuando el Espíritu Santo nos enseña una verdad, al pensar que si alguien no ha recibido esa instrucción de la misma manera, no está cerca de Dios!
La fuerza centrífuga de nuestras poses y complejos que provocan separación debe ser contrarrestada con la fuerza centrípeta de la unidad, aunque debo reconocer que hablar de ella nos transporta a una realidad áspera y compleja[v]. Me concentro en el universo evangélico y me pregunto: ¿Cómo afirmar de que somos un cuerpo en Cristo si estamos tan atomizados? ¿Qué argumento nos quedaría ante 1 Corintios 1:10-13 que exhorta a la unidad completa (“Les ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que hablen todos una misma cosa, y que no haya entre ustedes divisiones, sino que estén perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer. Porque he sido informado sobre ustedes, hermanos míos, por los de Cloé, que hay entre ustedes contiendas. Quiero decir, que cada uno de ustedes dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo. ¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por ustedes? ¿O fueron bautizados en el nombre de Pablo?”)? O peor aún, ¿Qué argumento nos quedaría ante Juan 17:20-21 (“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste”)? ¿Y ante Efesios 4:1-6? (“Por eso yo, que estoy preso por la causa del Señor, les ruego que se porten como deben hacerlo los que han sido llamados por Dios, como lo fueron ustedes. Sean humildes y amables; tengan paciencia y sopórtense los unos a los otros con amor, procuren mantenerse siempre unidos, con la ayuda del Espíritu Santo y por medio de la paz que ya los une. Hay un solo cuerpo y un solo espíritu, así como Dios los ha llamado a una sola esperanza. Hay un Señor, una fe y un bautismo; hay un Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos” –Versión Popular-)?
La unidad es capital, pero a pesar de las múltiples divisiones, Dios trabaja dinámicamente en la mayoría de las iglesias, expandiéndose la obra, predicándose el Evangelio y respondiendo mucha gente al llamado de Dios. La reconciliación que Dios nos enseña se muestra a través de la restauración de las relaciones dañadas, las milagrosas sanidades y las muchas bendiciones transmitidas a través de las miles de comunidades cristianas obedientes de los mandatos bíblicos. Todas parecen ser bendecidas por Dios con generosidad sobreabundante: los de derecha e izquierda, los de arriba y de abajo, los de más allá y los de más acá. Todos mueren, todos se enferman, todos sufren, todos tienen encuentros con Dios, todos se llenan de alegría, todos tienen profundas experiencias religiosas, todos son protegidos, todos reciben la gracia multiforme.
¿Qué, entonces, de la unidad? ¿De qué hablamos si Dios bendice finalmente a todos? ¿De una unidad orgánica, organizativa? ¿O más bien de una unidad interna, espiritual? Si parece Dios actuar en todas partes, ¿tiene sentido nuestra actitud exclusivista?
Gran cantidad de pasajes bíblicos alcanzan más de un significado dentro de estrictos principios de interpretación. Por ello, hay gente que cree que la salvación se pierde, y otros en cambio, piensan que una vez que la obtienes nadie te la quita[vi]. Hay algunos que creen en el poder incólume del accionar del Espíritu Santo, mientras que otros reconocen su presencia, pero en una función pasiva. Algunos creen que estamos en los últimos días, otros que ni siquiera piensan que el tema sea digno de ser tomado en cuenta. ¿A qué conclusión puede llevarnos esto? A que Dios dispuso eso de esa manera. La Biblia no cambia ni cambiará (Mt. 5:18) pero los seres humanos sí lo hacemos. Nuestras sociedades evolucionan permanentemente a la vez que nuestra visión de la palabra de Dios, que continuamente bucea en el océano de la infinitud de Dios encontrando cada vez cosas diferentes, y tal es la grandeza de nuestro Señor que la riqueza de ese mar es inagotable. Por eso a través del tiempo hay nuevas lecturas y puntos de vista de lo que la Biblia dice acorde con nosotros mismos, generando nuevas formas de hacer iglesia, de hacer misión, de entender a Dios. Lo mismo pasa horizontalmente entre distintas culturas. La diversidad es inevitable.
¿Y dónde queda la diferencia teológica? ¿Realmente algo quieren decir las diferencias? ¿Qué, exactamente?
Todo puede circunscribirse a bandas. ¿Qué es esto? En simple, significa definir un valor máximo y un valor mínimo para que entre estos podamos fluctuar sin nunca pasar los límites que previamente configuramos. Dadas la praxis observada pensaría que Él, de alguna forma implícita que no logro ni lograré percibir debido a la limitación de mi humanidad, permite flexibilidad en la interpretación y en la forma práctica de hacer iglesia, pero manteniendo límites. ¿Cuáles? Mi propuesta en este sentido es que son los que nos aproximan al comportamiento sectario. Por lo tanto, dentro de las bandas todo sería en cierta manera válido. Arminiano y calvinista. Premilenial y postmilenial. Pentecostal y no pentecostal. Esto explica la bendición para todos y la manifestación del poder de Dios a pesar de las diferencias. Por ello la respuesta a la pregunta que me hice antes es que la unidad no es orgánica sino interna, basada en bandas. Por lo tanto la discusión no es la unificación de denominaciones ni de estatutos de fe sino:
(1) La comprensión y aceptación real de la posibilidad del diferendo
(2) El reconocimiento de la otriedad, con su propia experiencia, vivencias y conclusiones de la moda en entender y vivir la fe.
(3) El respeto mutuo.
Aquí está el desafío real de las comunidades trinitarias. Las diferencias por la diversidad son naturales (a pesar que muchas de ellas han aparecido no por la sincera postura sino por la agria discusión) y nuestro trabajo se encuentra en cómo actuamos con ellas, en “soportarnos con paciencia los unos a los otros en amor” (Ef. 4:2b). En última instancia, es un desafío del ágape pleno, porque el aceptar al otro es en cierta forma amarlo. El reto de las comunidades modernas es que entendamos a la unidad que persevera en la diversidad y una diversidad que se esfuerza en lograr la unidad. Las divergencias no son nunca un motivo de remordimiento sino que son parte activa del esfuerzo dentro de la iglesia por llegar a ser lo que Dios quiere que seamos, siendo Él tan grande y majestuoso que somos concientes que una manera de comprenderlo (la mía) no puede ser bajo ninguna circunstancia el exclusivo puente que me lleva hacia él. Hay una múltiple experiencia de conversión, de comprensión y de vivencia de la palabra, y es en la pluralidad respetuosa la que nos puede llevar a la meta absoluta que es el llegar a la madurez en nuestro Salvador. La unidad debe expresarse en una diversidad reconciliadora y con un eje fundamental: Cristo Jesús[vii].
Bosch nos dice que la pregunta sobre qué actitud debería adoptar un cristiano y las misiones cristianas frente a los adherentes de otras creencias (o de ninguna fe) es muy antigua, con raíces en el Antiguo Testamento, pero por muchos siglos nunca fue debatida. “Los decretos del emperador Teodosio, del año 380 –que demandó que todos los ciudadanos del imperio romano sean cristianos- y 391 –que prohibió todo culto no cristiano-, inexorablemente abrieron paso a la encíclica del papa Bonifacio, Unan Sanctam (1302), que proclamaba a la iglesia católica como la única institución capaz de garantizar la salvación; al Concilio de Florencia (1442), que asignó un puesto entre las llamas del infierno a toda persona ajena a la iglesia católica, y al Cathechismus Romanus (1566), que enseñaba la infabilidad de la Iglesia Católica… tan tarde como 1832 Gregorio XVI rechazó la demanda de libertad de culto no sólo como un error, sino como deliramentum (demencia). Los protestantes, es cierto, no tenían armas comparables a las encíclicas papales. Sin embargo, su mentalidad muchas veces casi no se difería de la de Roma; mientras el modelo católico insistía que “fuera de la iglesia no hay salvación”, el modelo protestante afirmaba que “fuera de la palabra no hay salvación”. Bajo ambos modelos la misión significaba conquista y desplazamiento”[ii]. La historia categóricamente afirma que siempre los cristianos hemos sido exclusivistas y maniqueos en el sentido de la otriedad: nosotros y el resto.
Pero al menos las cosas son algo diferentes en la actualidad. Los católicos nos llamaban por ejemplo, “hijos de Satanás”, “herejes”, “cismáticos”, aunque debo reconocer que los términos han cambiado. Hoy somos “hermanos separados” pero para algunos amigos jóvenes e inclusive para un profesor de religión que tuve en el colegio, seminarista él, yo era un “hermano en Cristo”. Se percibe el efecto del Concilio Vaticano II: “La restauración de la unidad entre todos los cristianos es una de nuestras primeras preocupaciones y afirmamos que las divisiones entre cristianos contradicen la voluntad de Cristo, escandalizan al mundo y hacen daño a aquella causa tan santa de predicar el evangelio a toda criatura”.
Nosotros, en cambio, solemos mantener una actitud hostil hacia el catolicismo. Pero no sólo hacia ellos, sino al mismo tiempo contra nosotros mismos[iii]. Entre las denominaciones son frecuentes las relaciones tensas. Las diferencias doctrinales nos separan. Los pentecostales no miran bien a los que somos no-pentecostales porque no manifestamos esa señal universal de espiritualidad y acción de Dios llamada el don de lenguas. Nosotros, somos iguales con ellos porque la gran mayoría de señales de ese don son manipulaciones; por ello, ¿porqué tantos hablan en lenguas y tan pocos interpretan? El neo-pentecostalismo es un bicho raro porque ellos se consideran (Deiros, por ejemplo) como la iglesia ideal para los tiempos postmodernos por su énfasis en el sentimentalismo[iv] pero al mismo tiempo el autoritarismo de los nuevos apóstoles, a los que prácticamente se les considera como los enviados de Dios, es difícil de digerir para los cristianos de otros énfasis. Los evangélicos muchas veces consideran como semimuertas a las expresiones de fe protestantes, sino, ¿cómo debaten los anglicanos una unificación con la Iglesia Católica, como ordenan homosexuales? ¿Cómo ordenan algunos de ellos a mujeres? Es cierto, somos exclusivistas, se nos enseña implícitamente que nuestra manera de ver las cosas es la mejor, miramos por encima del hombro al hermano que piensa distinto, somos burlescos y sarcásticos ante las experiencias de fe de otros, las calificamos de erróneas y originarias de un espíritu de contienda, de orgullo o de vil pecado. ¡Qué restringida es nuestra manera de entender a Dios! ¡Que soberbia nos invade cuando el Espíritu Santo nos enseña una verdad, al pensar que si alguien no ha recibido esa instrucción de la misma manera, no está cerca de Dios!
La fuerza centrífuga de nuestras poses y complejos que provocan separación debe ser contrarrestada con la fuerza centrípeta de la unidad, aunque debo reconocer que hablar de ella nos transporta a una realidad áspera y compleja[v]. Me concentro en el universo evangélico y me pregunto: ¿Cómo afirmar de que somos un cuerpo en Cristo si estamos tan atomizados? ¿Qué argumento nos quedaría ante 1 Corintios 1:10-13 que exhorta a la unidad completa (“Les ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que hablen todos una misma cosa, y que no haya entre ustedes divisiones, sino que estén perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer. Porque he sido informado sobre ustedes, hermanos míos, por los de Cloé, que hay entre ustedes contiendas. Quiero decir, que cada uno de ustedes dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo. ¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por ustedes? ¿O fueron bautizados en el nombre de Pablo?”)? O peor aún, ¿Qué argumento nos quedaría ante Juan 17:20-21 (“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste”)? ¿Y ante Efesios 4:1-6? (“Por eso yo, que estoy preso por la causa del Señor, les ruego que se porten como deben hacerlo los que han sido llamados por Dios, como lo fueron ustedes. Sean humildes y amables; tengan paciencia y sopórtense los unos a los otros con amor, procuren mantenerse siempre unidos, con la ayuda del Espíritu Santo y por medio de la paz que ya los une. Hay un solo cuerpo y un solo espíritu, así como Dios los ha llamado a una sola esperanza. Hay un Señor, una fe y un bautismo; hay un Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos” –Versión Popular-)?
La unidad es capital, pero a pesar de las múltiples divisiones, Dios trabaja dinámicamente en la mayoría de las iglesias, expandiéndose la obra, predicándose el Evangelio y respondiendo mucha gente al llamado de Dios. La reconciliación que Dios nos enseña se muestra a través de la restauración de las relaciones dañadas, las milagrosas sanidades y las muchas bendiciones transmitidas a través de las miles de comunidades cristianas obedientes de los mandatos bíblicos. Todas parecen ser bendecidas por Dios con generosidad sobreabundante: los de derecha e izquierda, los de arriba y de abajo, los de más allá y los de más acá. Todos mueren, todos se enferman, todos sufren, todos tienen encuentros con Dios, todos se llenan de alegría, todos tienen profundas experiencias religiosas, todos son protegidos, todos reciben la gracia multiforme.
¿Qué, entonces, de la unidad? ¿De qué hablamos si Dios bendice finalmente a todos? ¿De una unidad orgánica, organizativa? ¿O más bien de una unidad interna, espiritual? Si parece Dios actuar en todas partes, ¿tiene sentido nuestra actitud exclusivista?
Gran cantidad de pasajes bíblicos alcanzan más de un significado dentro de estrictos principios de interpretación. Por ello, hay gente que cree que la salvación se pierde, y otros en cambio, piensan que una vez que la obtienes nadie te la quita[vi]. Hay algunos que creen en el poder incólume del accionar del Espíritu Santo, mientras que otros reconocen su presencia, pero en una función pasiva. Algunos creen que estamos en los últimos días, otros que ni siquiera piensan que el tema sea digno de ser tomado en cuenta. ¿A qué conclusión puede llevarnos esto? A que Dios dispuso eso de esa manera. La Biblia no cambia ni cambiará (Mt. 5:18) pero los seres humanos sí lo hacemos. Nuestras sociedades evolucionan permanentemente a la vez que nuestra visión de la palabra de Dios, que continuamente bucea en el océano de la infinitud de Dios encontrando cada vez cosas diferentes, y tal es la grandeza de nuestro Señor que la riqueza de ese mar es inagotable. Por eso a través del tiempo hay nuevas lecturas y puntos de vista de lo que la Biblia dice acorde con nosotros mismos, generando nuevas formas de hacer iglesia, de hacer misión, de entender a Dios. Lo mismo pasa horizontalmente entre distintas culturas. La diversidad es inevitable.
¿Y dónde queda la diferencia teológica? ¿Realmente algo quieren decir las diferencias? ¿Qué, exactamente?
Todo puede circunscribirse a bandas. ¿Qué es esto? En simple, significa definir un valor máximo y un valor mínimo para que entre estos podamos fluctuar sin nunca pasar los límites que previamente configuramos. Dadas la praxis observada pensaría que Él, de alguna forma implícita que no logro ni lograré percibir debido a la limitación de mi humanidad, permite flexibilidad en la interpretación y en la forma práctica de hacer iglesia, pero manteniendo límites. ¿Cuáles? Mi propuesta en este sentido es que son los que nos aproximan al comportamiento sectario. Por lo tanto, dentro de las bandas todo sería en cierta manera válido. Arminiano y calvinista. Premilenial y postmilenial. Pentecostal y no pentecostal. Esto explica la bendición para todos y la manifestación del poder de Dios a pesar de las diferencias. Por ello la respuesta a la pregunta que me hice antes es que la unidad no es orgánica sino interna, basada en bandas. Por lo tanto la discusión no es la unificación de denominaciones ni de estatutos de fe sino:
(1) La comprensión y aceptación real de la posibilidad del diferendo
(2) El reconocimiento de la otriedad, con su propia experiencia, vivencias y conclusiones de la moda en entender y vivir la fe.
(3) El respeto mutuo.
Aquí está el desafío real de las comunidades trinitarias. Las diferencias por la diversidad son naturales (a pesar que muchas de ellas han aparecido no por la sincera postura sino por la agria discusión) y nuestro trabajo se encuentra en cómo actuamos con ellas, en “soportarnos con paciencia los unos a los otros en amor” (Ef. 4:2b). En última instancia, es un desafío del ágape pleno, porque el aceptar al otro es en cierta forma amarlo. El reto de las comunidades modernas es que entendamos a la unidad que persevera en la diversidad y una diversidad que se esfuerza en lograr la unidad. Las divergencias no son nunca un motivo de remordimiento sino que son parte activa del esfuerzo dentro de la iglesia por llegar a ser lo que Dios quiere que seamos, siendo Él tan grande y majestuoso que somos concientes que una manera de comprenderlo (la mía) no puede ser bajo ninguna circunstancia el exclusivo puente que me lleva hacia él. Hay una múltiple experiencia de conversión, de comprensión y de vivencia de la palabra, y es en la pluralidad respetuosa la que nos puede llevar a la meta absoluta que es el llegar a la madurez en nuestro Salvador. La unidad debe expresarse en una diversidad reconciliadora y con un eje fundamental: Cristo Jesús[vii].
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[i] Conversación que se dio en 1998. Mi cita no es literal, es una paráfrasis.
[ii] Bosch, David: Misión en transformación: cambios de paradigma en la teología de la misión. Grands Rapids, Libros Desafío. 2000. Pag. 577-578
[iii] Si piensan lo contrario, y sin moverse de sus computadoras, les reto a entrar en un foro cristiano y leer los comentarios.
[iv] Para profundizar, leer a In Sik Hong: “¿Una iglesia posmoderna?”. Buenos Aires, Ediciones Kairos. 2001.
[v] Los siguientes seis párrafos de este escrito ya los he bosquejado antes aquí. Quienes también han conversado sobre este tema son Alex Rodriguez y Rafael Perez en Santa Suburbia.
[vi] Mi esposa es soteriológicamente arminiana, y yo soy calvinista.
[vii] Bosch. Ibid. Pag. 566.
11 comentarios:
Querido Abel,
Que tema fascinante! Comparto plenamente tus expresiones. Ahí van unas notas:
1. Eres el primer evangélico que leo que reconoce, en su blog, los efectos positivos del Concilio Vaticano II. Y doy gloria a Dios por ello!
2. Esta hostilidad que se manifiesta con tanta violencia dentro del ámbito evangélico puede resumirse no solo a la expresión "yo tengo la razón y tú estás equivocado", sino también a esta otra "lo que no me sirve a mi, tampoco te sirve a tí". ¿Qué opinas? Que expresión para el debate!
3. Supongo que no todo el que pase por aquí va a entender, en profundidad, el significado de tus expresiones y el desafío para la fe que propones. Gracias por tus palabras, y por ayudarme a salir cada vez más de la (in)seguridad del ghetto...
4. Creo que experimentamos un tiempo de transición sumamente interesante. Cada vez hay menos "denominacionalismo" de aquel intolerante y torpe. A su vez, los creyentes nos hemos comenzado a reunir convocados por intereses en común (como ejemplo: inquietudes misioneras, lucha por la justicia, etc.) Reconozco que también los más radicales han encontrado sus foros...
Sin más, felicitaciones y adelante!
Gabriel:
El Concilio Vaticano II fue tremendamente positivo, no sólo para los católicos sino también para nosotros, porque permitió un acercamiento entre nosotros, que se da hasta hoy. Lástima que Ratzinger ahora empiece a dar marcha atrás con esto de las oraciones de la misa en Latín.
"Lo que no me sirve a mi, tampoco te sirve a tí". La Monja puso lo mismo en su blog. Es parte de lo mismo que discutimos antes. ¿Cómo combatir esa actitud nociva?? Una educación que apunte a una mente más abierta y, quizá, si no podemos viajar por el mundo, un estudio de las culturas, para ver que no necesariamente lo obvio es obvio. Sabes de qué te hablo ya que viviste en muchos países... son propuestas débiles, pero con algo se puede empezar.
Gracias más bien a ti, porque a través de tus escritos también salgo poco a poco del ghetto. Es el cristianismo real: tú me ayudas y yo te ayudo. Qué increíble eso, ¿no crees???
Saludos,
Pucha, mira, dentro de los católicos también se cuecen habas. Están los conservadores (Opus Dei), los progresistas (Teología de la Liberación), los que yo llamo "místicos" (los de la renovación carismática), en fin... y todos (aunque digan que no) se miran por encima del otro uno al otro.
Yo creo que las divisiones son un invento del orgullo humano. Que vivan el ecumenismo y la reunión.
Gracias, Abel por tu entrada. Lo que comentas es más que relevante...
Ignacio
No podia irme de tu blog sin decirte que la cabezera me encanta!
Muy bonita foto.
Me gusto tu blog... pero el header, no dejo de mirarlo.
Besos.
Cuidate mucho..
Ignacio: ¡Gracias por tu visita! Una alegría que consideres relevante el escrito...
Saludos,
Hola, solo mire por arriba algunos de tus post, prometo volver y profundizar en ellos.
Solo de esa manera podre opinar con fundamento.
Por ahora te envio un abrazo fraterno!
Fabio Pereyra
http://reflexionesbreves.blogspot.com
Estimado Abel, Prometi volver con mas tiempo y aqui lo cumpli.
Debo decir que me parecio mas que interesante el pos de Juan.
Prometo publicitar este lugar desde mi blog como link de referencia.
Un abrazo desde Argentina
Fabio
Gracias por tu comentario. He visto tu blog y también me parece interesante. Te colocaré en mi lista.
Saludos,
Buena entrada amigo. Lo que debe quedar claro es que hay un Solo Dios, y uno solo camino a él, y es Jesus. Dice Jeremias 15:19: "Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos". Suena tajante y verdadero. Apocalipsis 18:4 dice: Salid de ella pueblo mio, para que no seais partticipes de sus pecados ni recibais parte de sus plagas, porque sus pecados han llegado hasta el cielo, y Dios se ha acordado de sus maldades"
Saludos en el amor de Cristo, Señor de señores, Rey de Reyes!!
Concuerdo contigo, Nicolás. Hay un sólo Dios y un sólo Cristo. Y el mensaje de Cristo es categórico, exigente, avasallante. No hay surterfugios, no hay excusas ante él.
Saludos para ti en el amor de nuestro Cristo.
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