
Y es que la presión por la vida perfecta dentro de la iglesia puede ser asfixiante a veces, y eso que la mía no es extrema en ese sentido. A veces esa presión hace que se forme un ambiente hipócrita en donde todos se portan de forma adecuada, dicen las cosas de forma correcta –con la jerga apropiada, por supuesto-, se visten parecido -mucho recato en las mujeres, por favor- y hacen las cosas como deben hacerse -esto se agrava si la personalidad del pastor es dominante y si su mentalidad es untraconservadora-. Puede generarse un ambiente completamente artificial, parecido a un teatro donde muchos usamos tremendas máscaras, actuando de la mejor manera tratando de parecer impecables. Este medio ambiente plástico muchas veces genera la percepción –para el que lo observa desde fuera- de que los “cristianos” no tienen los problemas que tiene la gente normal, que no se puede hablar de muchas cosas ya que podría generarse un gran escándalo, o –cosa más seria- que allí está el caldo de cultivo para la intolerancia (¿Somos tolerantes acaso?), la mente cerrada (¿Somos empáticos acaso?) y el legalismo (¿No somos letristas acaso?). Claro que en casi todos los casos esto se hace con la mejor intención, pero reza el dicho –valga la redundancia- que de buenas intenciones está lleno el infierno.
Muchos de ellos en sus universidades, colegios o trabajos tienen otra personalidad. Allí afloran las lisuras, los comentarios libertinos o inician relaciones que son “prohibidas” es la iglesia. Aunque se insiste mucho en el templo sobre lo impropia de la doble vida, con frecuencia la presión a ser perfectos, esa que entristecía a mi amigo, nos hace actuar y fingir que somos las mejores personas, cuando realmente no es así, somos otros, distintos, inferiores a la expectativa que poseemos. Y eso es normal: somos imperfectos, y aunque Cristo vino y murió, seguiremos pecando. Y eso debe quedar claro: ¡No seré perfecto! Y aunque lo anhele, ¡No lo seré!, y aunque la iglesia me empuje, ¡No puedo serlo!
Entendiendo esto viviremos más tranquilos. Seremos más honestos con el Dios que ofreció la vida de su Hijo por nosotros. Seremos más honestos con nosotros mismos, y seremos más honestos con la comunidad que nos acoge.
2 comentarios:
Entiendo. Y entiendo muy bien.
Una abrazo.
Triste el asunto. Ojalá un día lo superemos...
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