Un sobrino mío, de 12 años, fue a Corea del Sur a conocer la tierra de sus padres. Allá él me compró un regalo: una pluma Parker (marca estadounidense), aunque la caja había sido fabricada en Tailandia, la funda en Inglaterra y la carga en Francia. Es un ejemplo de lo que se está llamando mundialización (o «globalización», con un evidente anglicismo).
Mundialización es el nombre que se da a uno de los fenómenos más importantes de nuestro tiempo, o quizá de todos los tiempos. Hoy las fronteras nacionales cuentan muy poco en términos económicos. A las antiguas empresas multinacionales se les llama transnacionales. No es un simple cambio de nombres; es un cambio real.
El inicio de la aceleración del proceso de internacionalización de la economía se dio después de la Segunda Guerra Mundial. En aquellos tiempos, se consideraba empresas multinacionales a las empresas que estaban presentes en varios países. Hoy, con la mundialización de la economía, esas empresas trabajan como si no existiesen ya las fronteras nacionales. La pluma Parker es un ejemplo. Pero hay muchos otros. Los famosos artículos Nike -una marca estadounidense- no es producido en Estados Unidos, sino en países de Asia. Las bicicletas nacionales brasileñas ya no son producidas en Brasil: las empresas importan más baratas las piezas de otros países, y las montan aquí.
Esa mundialización de la economía está siendo posible gracias a la revolución tecnológica que está dándose en nuestro tiempo. El uso de computadoras, robots, satélites, fibras ópticas y otras tecnologías, acorta las distancias, conecta fábricas distantes y aumenta vertiginosamente la productividad. Cn ello, el capital nacional e internacional (el dinero usado para conseguir más dinero) «viaja» velozmente por el mundo en busca de mejores negocios, productos más baratos, mercados más lucrativos.
Esta lógica, basada en la maximización del lucro, ha generado un aumento de la producción y de la riqueza para unos pocos, y un aumento de la pobreza y del desempleo para muchos en todo el mundo, especialmente en América Latina.
Los que tienen dinero suficiente para participar de esa «gran fiesta de consumo» proporcionada por la mundialización, la defienden con uñas y dientes. Es la oportunidad que tienen de realizar el sueño de consumir productos importados. Se sienten «ciudadanos del mundo», no porque viajen mucho, sino porque consumen mercancías «mundiales».Se identifican mucho más con las personas de cualquier parte del mundo que consumen las mismas marcas , que con las personas pobres de sus países.
El lado sombrío de este sueño que llega a ser pesadilla para los pobres, es la exclusión y la miseria a la que resulta condenada la mayor parte de la población mundial. Exclusión que es el resultado de una lógica económica que tiene en la competencia de todos contra todos su «valor ético» supremo.
Necesitamos ser testigos de otro sueño: el de una sociedad diferente, que promueva «fiestas» donde todos puedan participar. Una sociedad donde la solidaridad tenga valor, una sociedad más parecida al sueño de Jesús. Una sociedad donde «todos tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10).
Mundialización es el nombre que se da a uno de los fenómenos más importantes de nuestro tiempo, o quizá de todos los tiempos. Hoy las fronteras nacionales cuentan muy poco en términos económicos. A las antiguas empresas multinacionales se les llama transnacionales. No es un simple cambio de nombres; es un cambio real.
El inicio de la aceleración del proceso de internacionalización de la economía se dio después de la Segunda Guerra Mundial. En aquellos tiempos, se consideraba empresas multinacionales a las empresas que estaban presentes en varios países. Hoy, con la mundialización de la economía, esas empresas trabajan como si no existiesen ya las fronteras nacionales. La pluma Parker es un ejemplo. Pero hay muchos otros. Los famosos artículos Nike -una marca estadounidense- no es producido en Estados Unidos, sino en países de Asia. Las bicicletas nacionales brasileñas ya no son producidas en Brasil: las empresas importan más baratas las piezas de otros países, y las montan aquí.
Esa mundialización de la economía está siendo posible gracias a la revolución tecnológica que está dándose en nuestro tiempo. El uso de computadoras, robots, satélites, fibras ópticas y otras tecnologías, acorta las distancias, conecta fábricas distantes y aumenta vertiginosamente la productividad. Cn ello, el capital nacional e internacional (el dinero usado para conseguir más dinero) «viaja» velozmente por el mundo en busca de mejores negocios, productos más baratos, mercados más lucrativos.
Esta lógica, basada en la maximización del lucro, ha generado un aumento de la producción y de la riqueza para unos pocos, y un aumento de la pobreza y del desempleo para muchos en todo el mundo, especialmente en América Latina.
Los que tienen dinero suficiente para participar de esa «gran fiesta de consumo» proporcionada por la mundialización, la defienden con uñas y dientes. Es la oportunidad que tienen de realizar el sueño de consumir productos importados. Se sienten «ciudadanos del mundo», no porque viajen mucho, sino porque consumen mercancías «mundiales».Se identifican mucho más con las personas de cualquier parte del mundo que consumen las mismas marcas , que con las personas pobres de sus países.
El lado sombrío de este sueño que llega a ser pesadilla para los pobres, es la exclusión y la miseria a la que resulta condenada la mayor parte de la población mundial. Exclusión que es el resultado de una lógica económica que tiene en la competencia de todos contra todos su «valor ético» supremo.
Necesitamos ser testigos de otro sueño: el de una sociedad diferente, que promueva «fiestas» donde todos puedan participar. Una sociedad donde la solidaridad tenga valor, una sociedad más parecida al sueño de Jesús. Una sociedad donde «todos tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10).
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