jueves, 26 de abril de 2007

Esas cosas que a veces uno no entiende (III)

Año 2000, Conferencia Anual de la Asociación Peruana de Pastores Espirituales, en el salón Chavín de Swiss Hotel (*), San Isidro, Lima-Perú. Se narra una conversación en el coffee break, mientras se departen sanguchitos, jugos y agua mineral, entre tres miembros del liderazgo evangélico del país: el Pastor Anás, pastor titular de una iglesia importante de Lima, el Dr. Gamaliel, Rector del Seminario Bíblico Peruano, y el Hno. Albert E., director nacional de la Asociación de Estudiantes Universitarios Cristianos.

Gamaliel: Anás, tu chico, Juan Rebelde, está primero en el cuadro de mérito del seminario. ¡Es muy bueno! Le vemos muy buen futuro allá.
Pastor Anás: ¡Por supuesto! Es de mi iglesia. ¿Dónde crees que recibió esa base?
Albert E.: Esperen, yo creo que conozco a ese Juan Rebelde. ¿No estudia en la Universidad también?
Pastor Anás: Sí, estudia Derecho. ¿O Medicina? No me acuerdo, tengo que preguntarle a mi asistente, el pastor Caifás.
Albert E.: ¡Claro que lo conozco! Sí, es muy buen hermano. Asiste con frecuencia a nuestras reuniones en el jardín de la facultad de Artes.
Gamaliel: Que bien eso, que se vincule en todo lo que pueda. Oye Anás, en el seminario pensamos que Juan Rebelde podría involucrarse un poco más, siendo Jefe de Práctica de uno de los cursos allá, además de ayudarnos en el diseño de un programa que incluya su carrera profesional y la Teología. También es muy bueno con las computadoras, y pensamos que le puede ayudar a muchos estudiantes mayores que no saben cómo usar una y que tienen el llamado del Señor para estudiar en el Seminario.
Pastor Anás: Que interesante Gamaliel, pero de ninguna manera. Juan está involucrado activamente en la iglesia, y no puede dejar los ministerios. No es posible, lo siento mucho. Caifás, su pastor directo, jamás aceptaría algo similar.
Albert E.: Anás, había pensado algo parecido con él. Yo necesito con urgencia un coordinador para la universidad de Juan, alguien que organice las reuniones y estudios bíblicos, que se encargue de organizarlos en todas las facultades, que haga eventos, conferencias, cosas de ese tipo. Juan me dijo que le encantaría, que estaría feliz haciendo eso.
Pastor Anás: ¡Imposible! Ya dije: Él tiene muchos ministerios en la iglesia que no puede dejar. Por favor, lo que me pides no se puede hacer.
Gamaliel: Anás, Juan es un lider con mucho futuro. Trabajando en la universidad como coordinador y a la vez en el seminario, ayudándonos con esos proyectos, puede ser de gran ayuda en la obra. ¡Su impacto sería mucho mayor que en tu iglesia!
Albert E.: Sí Anás, ayudaría a los futuros cristianos profesionales y a los futuros pastores. ¿No te parece que es más útil allá? Además, él ha dicho que le gusta y que estaría de acuerdo con trabajar conmigo -y estoy seguro que con Gamaliel también-
Gamaliel: Sí, me dijo también que le gustaría.
Pastor Anás: ¡Esto es inconcebible! Yo soy su pastor y yo decido qué es lo mejor para Juan Rebelde. Lo que están haciendo es muy malo: ¡Le preguntan si le gustaría ministrar con ustedes antes de hablar conmigo! ¡Eso está muy mal! ¡No es correcto! ¡Así no se deben hacer las cosas! ¡Puede perder la fe si se desliga de su iglesia local!
Gamaliel: Vamos Anás, te pido que lo consideres. Es un pedido de amigo a amigo.
Pastor Anás: Un amigo que pretende robar las ovejas ajenas. ¿Eso es amistad? No, eso no es amistad.
Albert E.: Anás, no te sulfures, por favor, es sólo un pedido, nadie ha robado nada. Considera que a Juan le gusta la idea.
Pastor Anás: Eso no interesa. Yo soy quien decide qué es lo mejor para la vida ministerial de Juan. Y para él lo mejor siempre será servir en su iglesia. Tendrán que buscarse otra persona o contratar a algún egresado de seminario.
Gamaliel: ¿Y con qué dinero, si tu iglesia nos debe las contribuciones de todo el año 2007?
Albert E.: ¡Jajajaja! ¡Un moroso!
Pastor Anás: Los diezmos han estado ralos estos meses. Regularizaremos pronto.
Gamaliel: No te preocupes. Pero recuerda que Juan no es tu propiedad privada.
Pastor Anás: Está sujeto a mi y debe obedecerme. Es lo que la Biblia dice claramente. Y yo decido que su lugar es ministrando en la iglesia y punto. ¡Y no se hable más del asunto!


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(*) Por supuesto, es 5 estrellas.

martes, 17 de abril de 2007

Una praxis constante: Jesús y los marginales a través de Lucas

Hasta este punto, he considerado tres elementos, esenciales a mí entender, dentro del panorama económico lucano: María y su Magnificat, Juan el Bautista y el fruto del arrepentimiento, y Jesús presentando su ministerio en la sinagoga de Nazaret. Los tres forman una especie de “marco teórico” introductorio al que debemos tratar de encontrar una aplicación práctica que nos ilustre sobre su factibilidad. ¿Existe? Tenemos, entonces que observar a Cristo directamente en el campo, viviendo su propio pensamiento. Bien dice Juan Stam que “la consigna para ser un buen teólogo nos la da Marx en su undécima tesis sobre Feuerbach, que podemos parafrasear con “hasta ahora los teólogos han contemplado el evangelio sólo para explicarlo y formar un sistema; de lo que se trata es de llevar las buenas nuevas a todas las personas, a las naciones y a la historia, en servicio del reino de Dios. La teología que no es praxeológica tampoco puede ser bíblica; nace con un virus desde sus mismos inicios[i] y nuestro Señor, además de su enseñanza de salvación, de buenas obras y de esperanza, vivió una vida de sincronía perfecta entre lo que decía y lo que hacía, con un mensaje no exclusivamente espiritualista; como decíamos antes, con los pies bien puestos sobre la tierra. Jesús convertía en hechos toda y cada una de sus prédicas, no se conformaba sólo con el hablar, con la retórica fina, sutil, elegante, o confrontadora. No era sólo teoría teológica o ética: su praxis es categórica, determinante, capital.

Por ello, para muchos Lucas es el evangelista que más presenta a Jesús en contacto con los sectores sociales desprotegidos y menospreciados, muy interesado en la gente menos privilegiada: los pobres, las mujeres, los niños, los enfermos –y más, los que quedaban en condición permanente de impureza ceremonial, como la mujer del flujo de sangre o los leprosos- y los pecadores declarados. Su ministerio es presentado desde el principio como el anuncio de buenas nuevas a los pobres y marginados (Lc. 4:18-19), pero cabe una pregunta inmediata: ¿Quiénes son esos marginados? En una sociedad marcada por los valores religiosos de un fariseísmo insensible e intereses políticos de los escribas y saduceos, junto con la explotación del dominio extranjero y el sentimiento permanente de revolución y necesidad material, la marginación alcanzó niveles económicos (los pobres), sociales (niños y enfermos), culturales (samaritanos y mujeres) y políticos (publicanos), los mismos que mencioné líneas arriba. Nuevamente vale la pena aclarar que no todos los marginados con los que Jesús se relacionó eran materialmente pobres[ii].

Para efectos del trabajo, me concentraré en los pobres materiales. Según Gustavo Gutierrez, la palabra griega ptojos (pobre), que aparece 34 veces en todo el Nuevo Testamento, mayormente hace referencia al indigente, carente de lo necesario para vivir[iii]. Lo corrobora Bosch cuando nos recuerda en Lucas la palabra aparece 10 veces, en comparación de las 5 veces de Mateo y Marcos, y lo mismo ocurre con otros términos referidos a la riqueza, como plousios (rico) y hyparjonta (posesiones)[iv]. Es, pues, un tema importante.

Para muchos la pobreza es sinónimo de mugre; de una casa de cartón o esteras en un cerro de alguno de los conos de Lima que, por no tener energía eléctrica, se iluminan con velas que suelen caerse y quemar toda la vivienda, frecuentemente con niños adentro, encerrados para su protección por tener recursos para una niñera; de un colegio nacional de carpetas vetustas y profesores sindicalizados ignorantes; de pandilleros; de la empleada doméstica a la que no se le pagan los beneficios sociales, trabaja 14 horas al día y que gana menos del sueldo mínimo porque la-labor-incluye-casa-y-comida; del niño que hace piruetas en alguna esquina hasta las once de la noche; de rostros cobrizos y andinos; de ropa parchada. Pero la pobreza es más que eso, más que la imagen que no nos gusta ver, es un fenómeno complejo de tal magnitud que hoy, a pesar de todos los avances en la ciencia en general, no hemos logrado solucionar (vergüenza máxima de nosotros los economistas). Es más, parece que sigue aumentando, y la brecha entre pobres y ricos se incrementa permanentemente junto con la concentración de la riqueza.

La pobreza afecta la vida entera: las condiciones de salud, la nutrición, la educación, la seguridad con la violencia como contraparte, los servicios básicos, el estilo de comunicación, el sistema de valores, las relaciones entre los géneros, la familia como estructura, las lógicas económicas, la relación con el medio ambiente, la visión de los derechos humanos y la institucionalidad, la mirada de uno mismo como persona individual e integrante de una sociedad llena de discriminación y racismo[v]. Es un enemigo que ataca por todas las partes imaginables. Por ello, cabe perfectamente el término moderno de “grupos vulnerables”. Con esto en cuenta, se entiende más el amor especial de Jesús hacia ellos porque los conocía bien, sintiendo y viviendo su condición ontológica durante su vida. Con él no valían los discursos: se encarnó en la tierra en una situación de pobreza. No le bastó ser Dios omnisciente-que-todo-lo-sabe, se metió en el mundo de la mayoría, respiró el polvo, vio todo por dentro. No fue un analista social acomodado debatiendo sobre la carestía. Es esta una de sus prédicas actuadas.

No sorprende, por lo tanto, la reivindicación permanente del pobre que hace Jesús. Sabe de su condición de desventaja en esta tierra desigual, sabe de su permanente desvalorización –muchas veces hecha por ellos mismos- al ver la riqueza de otros. Por ejemplo, en los ayes lucanos (6:20-21a, 24-25a) el Maestro dice:

Y alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque seréis saciados… Mas ¡ay de vosotros, ricos! porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados! porque tendréis hambre

Habla de un estado de justicia futura pero real. Les dice “felices” porque ese reino, que ya se ha acercado, ¡era de ellos! Les promete la satisfacción completa de su necesidad y le da un mensaje al que tiene mucho, no porque posea sino por su actitud hedonista que vive satisfecha de su estilo de vida. Y lo mismo sucede en la parábola del rico insensato (Lc. 12:16-21). El pobre vive el día a día, muchas veces sin un trabajo estable y se encuentra en un estado de dependencia de Dios constante. El rico suele pensar que tiene todo en su mano, que controla su vida, que de él depende todo, que todo será como hoy, cuando no es así. Lucas se mofa de ese pensamiento, y coloca en una real dimensión. Más aún: ¡Les dice que para Dios ellos no tienen nada!:

También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios

Pasa lo mismo en el relato del rico y Lázaro (Lc. 16:19-30), que conforta al sufriente en esta tierra y coloca al rico en situación de tormento. Incluso cree que todavía tiene cierto poder al decir “Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama”. Recibe la respuesta correcta de Abraham: “Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado”. Lázaro, que representa a todos los mendigos, tiene paz. Por supuesto, no podemos inventar una teología económica-soteriológica desde estos versículos.

Pero, no sólo existe una comisión hacia los pobres, sino que hay una palabra clara dirigida a los ricos. Jesús nunca fue exclusivo de una clase social, se relacionó con toda clase de gente. En Lucas hay muchos encuentros de Jesús con personas pudientes. ¿Qué es lo que les quiso decir a los ricos? Su mensaje lo realiza a través de sus parábolas e historias: quiere que el rico se convierta de forma coherente al lenguaje social de Jesús. Dos ejemplos son los contrapuestos: Zaqueo (Lc. 19:1-10), jefe de los publicanos de Jericó, que opta por entregar la mitad de sus bienes a los pobres y cuadruplicar el posible fraude cometido por él a favor del transgredido, y el Joven Rico (Lc. 18:18-30), quien vive una vida ejemplar, celosa de la Ley, pero que no puede aceptar el reto de Jesús por su exceso de riqueza. Siempre vale la pena mencionar que Zaqueo no entregó el total de sus bienes, sólo la mitad, y con eso “la salvación llegó a su casa”, aunque al joven rico le pidió dar todo.

Derivada está la idea de la limosna, mencionada siempre -salvo una excepción- por Lucas en el Nuevo Testamento. Dar la limosna es, bajo el pensamiento judío que viene desde Moisés, una actuación a favor de la justicia y la misericordia, y se nos invita a darla de forma generosa. Y, per se, es una forma de alivio de la pobreza de la comunidad. En la práctica actual hay aristas espinosas y para muestra basta un botón: los niños que piden dinero en las calles que son casi siempre “monitoreados” por un adulto que los usa para su beneficio. ¿Dar, para que esta adulto se aproveche, o no dar, para evitar la explotación infantil? O, de manera distinta, ¿Dar, para acostumbrar a esos niños a que no es necesario trabajar para conseguir lo necesario para vivir, o no dar, para que los infantes se den cuenta que no es posible conseguir dinero en las calles? ¿Qué nos queda, dar en forma no-monetaria? Interrogantes complicadas. La idea está presente: dar para la necesidad del que no tiene. El proceso hermenéutico debe realizarse para encontrar nuestra mejor respuesta a este llamado.

Hay un mensaje adicional a los ricos. El pasaje del amor hacia los enemigos y la regla del oro (Lc. 6:27-36) nos da la pauta. Mateo lo relata (5:38-48; 7:12), pero Lucas hace el siguiente añadido:

“Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores prestan a los pecadores, para recibir otro tanto. Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo; porque él es benigno para con los ingratos y malos. Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso” (v. 34-36).

El amor en términos del préstamo, un flechazo directo y certero a Mammón (Mt. 6:24). Más aún, Lucas expresa el amor hacia los enemigos en términos de amor hacia los morosos. ¿Cómo, entonces, entender esto? “Lucas entiende esta exhortación a los cristianos ricos. Bajo la ética social de su tiempo, los ricos invitaban solamente a los ricos para poder recibir a su vez la invitación de los mismos (Lc. 14:12). El Jesús interpretado por Lucas rechaza precisamente tal proceder. Este tipo de conducta se espera más bien de los pecadores que se limitan a hacer el bien a los que tratan bien y únicamente prestan dinero bajo garantía de devolución (Lc. 6:32-34). Los discípulos de Jesús, sin embargo, deben prestar sin esperar cosa alguna (6:35a). Son desafiados a ser misericordiosos como lo es su Padre Celestial (6:36). Por ello recibirán recompensa (6:35b): si absuelven (apolyo) a sus deudores, ellos mismos serán absueltos, es decir, se les perdonará… En términos económicos, Lucas desafía a los miembros ricos de su comunidad a abandonar una porción significativa de su riqueza y a emprender además algunas actividades desagradables, como la de otorgar préstamos riesgosos y perdonar deudas contraídas. Por supuesto, el lenguaje que expresa esa dimensión del discipulado es el lenguaje del año de jubileo: la idea del jubileo, de hecho, permea el Evangelio de Lucas[vi]

El Jubileo está vigente hoy en día. Con esa idea, comprendemos la situación vulnerable del pobre, la realzamos y asumimos, afirmando su estado de desventaja. Dios conoce la pobreza y ante ella nos consuela y anima, sabiendo que sus ojos están allí, vigilantes. No ignora la situación, no le da la espalda, no la olvida, no se hace el loco. Más bien, se encarna en ella, la vive y la explora. Pero, al mismo tiempo, se acerca al rico, le ofrece a salvación y le alienta a ejercitar el amor con una muestra práctica del compartir las riquezas con los que menos tienen. No le dice necesariamente que dejen sus funciones aparentemente ingratas (como a Zaqueo y su puesto de jefe de publicanos) ni que dejen de ser pudientes. Decir esto es ir en contra del espíritu del Evangelio. Sí lo invita a la justicia y a resarcir la falta. Al rico lo invita a ser generoso dando al que no tiene nada (mediante las limosnas). Es parte del testimonio misionero que se nos induce. Una misión que predica la salvación, la reconciliación y el perdón a todos los pecadores, pero al mismo tiempo desprendida, atenta con la necesidad del otro, lista a amar, no inclinada al dinero. ¿Cómo predicar las Buenas Nuevas si no somos sensibles a la problemática de nuestro auditorio?

No se puede predicar de ese modo, pero se ha hecho por mucho, mucho tiempo.


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[i] Stam, Juan: “Haciendo teología en América Latina. Juan Stam, un teólogo del camino”. Arturo Piedra-Editor. San José de Costa Rica, Litografía Ipeca. 2005. Pág. 23.
[ii] Lopez, Darío: “La misión liberadora de Jesús según Lucas”. En Bases de la misión: Perspectivas latinoamericanas. Redé Padilla-Editor. Buenos Aires, Nueva Creación. 1998. Pág. 237-239.
[iii] Citado por Lopez, Darío. Op. Cit. Pág. 240.
[iv] Bosch, David: Misión en Transformación. Grands Rapids: Libros Desafío. 2000. Pag. 130.
[v] Parte de la secuencia se extrae de Agencia Suiza para el desarrollo y la cooperación: “Pobreza-Bienestar un instrumento de orientación, de aprendizaje y de trabajo para la lucha contra la pobreza”. COSUDE, 2000.
[vi] Bosch, David: Misión en Transformación. Grands Rapids: Libros Desafío. 2000. Pag. 135.

jueves, 12 de abril de 2007

Esas cosas que a veces uno no entiende (II)

Otra vez, Juan Rebelde, un amigo mío, cristiano de "mala influencia" o de "segunda división", conversa con su pastor Pepe Caifás, que lo ha citado a su oficina, preocupadísimo:
Pastor Caifás: ¡No puede ser! ¡Me siento muy triste! El hermano Lengua le contó al Cuerpo Pastoral, a la Asamblea de Ancianos y al Comité de Líderes que te vio en un bar, junto a dos personas más que estaban... ¡fumando!, y que tenías en tu mano un vaso con una sustancia espumosa que al parecer era cerveza.

Juan Rebelde: "Cusqueña", pastor (*). ¡La mejor de todas!
Pastor Caifás: ¡No puede ser! ¿Encima te burlas de mi? ¿Qué te está pasando, Juan? Yo te conozco desde pequeño y siempre has sido inclinado a las cosas espirituales; ganabas los concursos bíblicos, te bautizaste muy joven, incluso fuiste al seminario. ¡Te estás perdiendo y eso me duele! ¿Sabes? Estoy orando mucho por ti y, luego de hablar con los otros pastores, hemos decidido darte otra oportunidad porque entendemos que lo del bar puede ser un descuido que a veces pasa, y creemos que si te acercas al ministerio ese fuego intenso que tenías, revivirá.

Juan Rebelde: ¿Una nueva oportunidad?
Pastor Caifás: Sí. ¡Sé que eso es algo que te atrae! ¡Servir de nuevo, Juan! Puedes, si quieres, ser el segundo después de mi. Pero, debes prometer a todos que no volverás a un antro de ese tipo ni te juntarás con esos pecadores que fumaban y mucho mejos, tomarás alcohol de nuevo. Eso es de malísimo testimonio. Hay que pensar en nuestros hermanos más débiles.
Juan Rebelde: ¿Qué? ¿No volver a ese bar? ¿No tomar de nuevo? ¿No ver a esos amigos a los que les hablaba de Dios esa noche? ¡No entiendo!
Pastor Caifás: ¿Predicando en un bar? ¡Estás loco! ¿De dónde tienes edas ideas tan disparatadas? Juan, te lo diré claramente: ¡Tomar es un pecado! ¿Es que te olvidaste de eso?
Juan Rebelde: No pastor, está usted muy equivocado. Lo han engañado completamente. ¡Tomar no es pecado! Tampoco ir a un bar. Nosotros tenemos esa idea pervertida de que tomar una cerveza está mál. ¡Y se la enseñamos a otros! Y peor, nos hacen sentir culpables porque ponen sobre nuestros hombros la carga de nuestros hermanos nuevos en la fe.

Pastor Caifás: Juan... es que... estoy desconcertado, te oigo y te desconozco. ¿Qué ha pasado para que tus estándares éticos hayan caído tan bajo?
Juan Rebelde: ¿Ética? ¿Quién habla de ética aquí?

Pastor Caifás: ¡Pero por supuesto que es un tema ético!
Juan Rebelde: ¿Tomar una cerveza, un tema ético??? ¿Un tema ético como el robo o la infidelidad? Pucha, ¿en qué secta estoy para que se piense así??

Pastor Caifás: Juan, no insultes a la iglesia. Es una cuestión de ética, de testimonio, de evangelismo. Ay Juan... oraré por ti. Si no creyera que la salvación no se pierde, diría que ya estás en el camino del infierno. ¡Oraré de rodillas por tu alma!



(*) Una marca peruana de cerveza.

sábado, 7 de abril de 2007

Jesús definiendo su misión: el manifiesto en Nazaret

Luego de su bautismo en el Jordán y la posterior tentación a la que fue sometido por parte de Satanás en el desierto por cuarenta días, Jesús permaneció por un tiempo en Judea (allí suceden eventos como su conversación con Nicodemo o la primera limpieza del templo de Jerusalén), retornando luego a Galilea para iniciar la parte exitosa de su ministerio que algunos denominan “año de popularidad”, donde su fama de profeta, predicador y hacedor de milagros se extiende por todo el país. Ya popular, viene a su pequeño pueblo, Nazaret, el lugar de su niñez, adolescencia y primeros años de adultez, donde todos lo conocían[i] y de tan mala reputación que hizo exclamar a Natanael: “¿De Nazaret puede salir algo de bueno?” (Jn. 1:46). Ya no es uno más: es, en cierta forma, alguien “importante”. Se fue en silencio. Vuelve como el personaje de moda. El texto lucano que describe su llegada dice los siguiente (4:16-30):

“Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer. Y se le dio el libro del profeta Isaías; y habiendo abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito:

El Espíritu del Señor está sobre mí,
Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres;
Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón;
A pregonar libertad a los cautivos,
Y vista a los ciegos; (Is. 61:1)
A poner en libertad a los oprimidos; (Is. 58:6)
A predicar el año agradable del Señor. (Is. 61:2)

Y enrollando el libro, lo dio al ministro, y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él. Y comenzó a decirles:

“Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros”

Y todos daban buen testimonio de él, y estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca, y decían:

“¿No es éste el hijo de José?”

El les dijo:

“Sin duda me diréis este refrán: Médico, cúrate a ti mismo; de tantas cosas que hemos oído que se han hecho en Capernaum, haz también aquí en tu tierra”

Y añadió:

“De cierto os digo, que ningún profeta es acepto en su propia tierra. Y en verdad os digo que muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando el cielo fue cerrado por tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en toda la tierra; pero a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda en Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo; pero ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio”.

Al oír estas cosas, todos en la sinagoga se llenaron de ira; y levantándose, le echaron fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual estaba edificada la ciudad de ellos, para despeñarle. Mas él pasó por en medio de ellos, y se fue”



Jesús fue a la sinagoga del pueblo, lugar al que fue por años, en el día de recogimiento y culto judío. Es especial la frase “… y se levantó a leer” porque se circunscribe a la costumbre de la época: cada sábado los judíos tenían siete lectores: primero un sacerdote, luego un levita, luego cinco israelitas de la misma sinagoga. Es la única ocasión en la que localizamos a Jesús leyendo un texto directamente de los rollos que contenían la Palabra ya que siempre lo hallamos en sinagogas exclusivamente predicando[ii]. El busca y encuentra el texto (4:17). ¿Lo escoge él? ¿Era parte de una secuencia sobre la que ya estaban estudiando? No lo sabemos; sea la manera que sea, está en Isaías la lectura escogida por la Providencia Divina para expresarnos la base de la misión de Jesús.

¿Para qué sirvió el pasaje leído por Jesús en el contexto original del libro de Isaías? No es una pregunta de fácil respuesta porque el debate sobre la paternidad del libro es intenso. Bosch, por ejemplo, afirma que es “una profecía dirigida en primera instancia a judíos decepcionados, poco tiempo después del exilio. En su contexto, el oráculo buscaba animarlos, afirmando que Dios no los había olvidado sino que vendría en su ayuda al inaugurar el año favorable del Señor, es decir, el año del Jubileo[iii]. Robinson, en cambio, nos recuerda la destrucción completa del reino de Israel por las fuerzas de Senaquerib, la débil esperanza de las condiciones sociales de la población debido a la inmensa riqueza y extrema pobreza[iv] que convivían juntas, sumadas a las consecuencias de la guerra que habían arreciado los niveles atroces de pobreza de las grandes masas del país[v]. Sea cualquiera de las alternativas (doscientos años de diferencia entre ambas), el sentimiento predominante es el de decepción, desasosiego, ansiedad, y la profecía evidentemente busca brindar esperanza y consuelo en Dios, en su intervención y en el final feliz. Ambos escenarios convergen al jubileo prometido.

Sin embargo, hay un problema. Lucas inserta entre Is. 61:1 e Is. 61:2 la cita “A poner en libertad a los oprimidos” (Is. 58:6), subrayada en la cita de más arriba precisamente por este detalle. Es evidente que Jesús no leyó todo en el mismo rollo, aunque eso no significa que en otro momento Él no haya enseñado sobre el texto, como lo sugiere el comentario al texto de la Biblia de Jerusalén. La pregunta inmediata es: ¿Por qué Lucas hizo esta inserción? La respuesta es difícil porque no existe certeza, pero una fuerte posibilidad es que el apóstol pretendía comunicar algo adicional a los lectores de su relato que con la sola lectura de Isaías 61 hubiera quedado sólo parcialmente explicado. O distorsionado. O tal vez desviado del centro de la enseñanza de Jesús por la interpretación particular del tiempo del Nuevo Testamento. Entonces, ¿qué significado tiene la frase incrustada? Vamos a Isaías 58:6-7. La división del pasaje no está en la Biblia, pero sí la integridad del texto:

“¿No es más bien el ayuno que yo escogí:

(a) desatar las ligaduras de impiedad,
(b) soltar las cargas de opresión,
(c) y dejar ir libres a los quebrantados,
(d) y que rompáis todo yugo?

¿No es que

(e) partas tu pan con el hambriento,
(f) y a los pobres errantes albergues en casa;
(g) que cuando veáis al desnudo, lo cubras,
(h) y no te escondas de tu hermano?”


La parte (a) implica soltar toda atadura –puede traducirse también como lazos de maldad- con que uno haya injustamente atado a su prójimo (Lv. 25:49ss), como la servidumbre o un contrato fraudulento. (c) y (d) alude a los quebrantados con el yugo de la esclavitud (Neh. 5:10-12; Jer. 39:9-11, 14, 16). Para Jerónimo, el traductor de la Vulgata, este pasaje significa “quebrantados por la pobreza, en la bancarrota”[vi]. En Nehemías 5 se nos relata el caso de judíos pobres que tenían que vender o hipotecar sus casas y campos para poder pagar los impuestos determinados por el rey persa, al extremo de verse en la necesidad de vender a sus hijos como esclavos de los judíos ricos, los cuales sin duda alguna, aprovecharon la pérfida oportunidad para generar beneficios personales.

Por lo tanto, en esta coyuntura los “oprimidos”, “abatidos” o “quebrantados” son, definitivamente, los destruidos en el sentido económico, los que tal era su situación que tuvieron que venderse a sí mismos como esclavos sin esperanza de escapar. Se refieren a los arrinconados en el sistema económico por las deudas crecientes o por el trabajo que no llega. Para todos ellos es el anuncio del “año favorable del Señor”[vii], el llamado a un Jubileo que traerá ilusión de un mañana mejor. Es demasiado evidente el trasfondo económico y social de la frase añadida por Lucas. No podemos espiritualizarla de ninguna forma, tal como algunos comentaristas tratan de hacer. Incluso Henry dice que (Hay que) desatar las cadenas de maldad, esto es, las ataduras que hemos impuesto injustamente a otros. Que sea suelto el encarcelado por deudas que no tiene nada con qué pagar, que se acabe la vejación que pesa sobre el vecino, que sea manumitido el esclavo que es retenido por la fuerza por más tiempo que el de su esclavitud, y que se rompa todo yugo; no sólo han de ser sueltos los que son oprimidos injustamente bajo cualquier yugo, sino que debe quebrarse el yugo mismo, para que no vuelva a oprimir[viii]

Bajo este texto corrector se debe interpretar el todo el pasaje leído por Jesús en Nazaret. ¿Cómo podían entenderlo los oyentes? Sabemos que los judíos estaban bajo la sujeción del imperio romano, y no todo era color de rosa. “… de un extremo del Mar Mediterráneo al otro, el mundo conocía una paz inaudita. Sólo en Palestina había murmullos de nacionalismo; en otras partes las naciones, rendidas por una serie de guerras mundiales, se contentaban con descansar bajo las alas de la pax romana[ix]. El fanatismo de los zelotes, revolucionarios judíos a los que perteneció Simón el Cananista y que mantenían una posición resistente ante la autoridad romana llegando al uso de las armas, mantuvo al pueblo en agitación permanente, especialmente en Galilea, que estaba invadida de sediciosos independentistas, individuos con pensamientos apocalípticos y recelosos religiosos que esperaban, todos ellos, la llegada del Mesías libertador, militarista, poderoso. Todo mensaje bíblico donde se mencionase al Mesías exacerbaba el espíritu revolucionario del pueblo. Todos estaban prestos a enrolarse bajo las órdenes del Ungido para expulsar a los perros gentiles invasores y ser así un pueblo de Dios libre.

Con esto, llega Jesús a leer Isaías 61[x] y, provocadoramente, exclama: “Hoy se cumple esta Escritura en presencia de ustedes” (Lc. 4:21). ¿Qué pensaría el auditorio, sus compañeros de juegos, ya adultos, los levitas de la sinagoga? ¡Que tal vez es el momento de la revolución! Es esta la forma en la que ellos interpretarían el pasaje. Pero no es tan así. No consideraron el “A poner en libertad a los oprimidos” (Lc. 4:18). Y más aún, percibieron “cómo Jesús corta intencionalmente el texto de Isaías, pues él no ha venido para venganza, para derramar ira. El Mesías no era de la clase de Mesías que los judíos esperaban; era un Mesías que deja a un lado la venganza y asume el perdón, que se ha comprometido con la no-violencia[xi]. Por ello la protesta y el enfado del auditorio: Jesús sólo predicó sobre la misericordia de Dios, pero evitó hablar sobre la venganza mesiánica. Y lo quisieron desbarrancar.

No entendieron nada.

¿Cuál es, pues, el mensaje de Jesús en ésta definición introductoria que Él mismo hace de su misión? ¿Qué es lo que realmente quiere decir? No es el mensaje de revolución que esperaban sus vecinos nazarenos, sino es uno de perdón y misericordia, presto al amor a todos y listo a disculpar la ofensa, por más fuerte que haya sido (Mt. 5:43-48). No es un mensaje espiritualista en donde sus seguidores, con ojos de carnero degollado, mirarán al cielo esperando su llegada ni tampoco es una enseñanza escapista. Su misión, en contraste, tuvo los pies bien puestos sobre la tierra, como Cristo que se encargó y andó por los mismos caminos que nosotros en nuestro peregrinar caminamos, y una de sus aristas importantes era contemplar a la opresión desde el punto de vista de las diferencias económicas y sociales. Tampoco es una proclama de destrucción del sistema como eje del cambio, sino que nos exige involucrarnos, vivir el día a día, encarnarnos en la necesidad de nuestro entorno y hacer algo con ella.

Por ello, el mensaje de esperanza del año favorable del Señor, esto es, “el jubileo de las tradiciones hebreas y de las proclamaciones proféticas (que) era lo que podríamos llamar “la revolución de Dios” o “la revolución de la gracia”: nuevos comienzos en la sociedad a fin de corregir las injusticias acumuladas por la apropiación de las tierras de las familias (por la fuerza, por la ley, por la guerra, por impuestos o acciones arbitrarias de los reyes, por enfermedades o muertes, por desastres naturales, y las deudas consiguientes) que llevaban a la esclavitud y a la pobreza crónica. El jubileo apuntaba a una reestructuración periódica de las relaciones sociales con el fin de dar libertad y acceso a los medios de vida y de trabajo a cada generación. El jubileo era un acto de gracia de Dios (liberación, perdón, nuevos comienzos) que a su vez requería un acto de gracia de las autoridades y del pueblo”[xii]. La misma esperanza del profeta Isaías para su pueblo sufriente, pobre y sujeto de injusticias tremendas es la que Jesús toma en este nuevo tiempo en el que “el reino de los cielos se ha acercado”. Al decir que la profecía estaba cumplida, Jesús afirma que este jubileo ya está aquí de manera permanente. Hoy, aquí, en el Perú y en todo el mundo, el jubileo es una esperanza ya cumplida, pero, como el mismo reino de Dios, es una realidad que “ya pero todavía no”, donde será más presente cuando los cristianos sean más concientes y sensibles de su papel en la misión de Dios y su proceso reconciliatorio. Por ello este mensaje de Jesús atento al pobre como opción preferente (pero no única), demanda de nosotros compasión, un compartir permanente, solidaridad, renuncia, sacrificio, lucha por la justicia en todas sus instancias pero, en especial, por la justicia económica.

Amigos y amigas mías, que así sea.

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[i] Erdman, Carlos: “El evangelio de Lucas”. Grand Rapids, TELL, 1974. Pig. 66-67.
[ii] Henry, Matthey: “Comentario Bíblico”. Barcelona, Editorial Clie, 1999.Pág. 1274
[iii] Bosch, David: Misión en Transformación. Grands Rapids, Libros Desafío. 2000. Pág. 132
[iv] Más al respecto en Torres Valenzuela, Pedro: “Sanidad en Isaías”. Lima, Gráfica Maranatha 1995. Pág. 32-35.
[v] Robinson, Jorge: “El libro de Isaías”. Grands Rapids: TELL. 1978. Pág. 31.
[vi] Jamieson R., Fausset A., Brown D: “Comentario exegético y explicativo de la Biblia: Tomo I: El Antiguo Testamento”. El Paso: Casa Bautista de Publicaciones. Pág. 644.
[vii] Bosch, David: Misión en Transformación. Grands Rapids: Libros Desafío. 2000. Pág. 133
[viii] Henry, Matthey: “Comentario Bíblico”. Barcelona, Editorial Clie, 1999.Pág. 802.
[ix] Foulkes R.: “Panorama del Nuevo Testamento”. Miami: Editorial Caribe, 1968. Pág. 10.
[x] Una explicación más completa está en Bosch, David: Misión en Transformación. Grands Rapids: Libros Desafío. 2000. Pág. 141-147.
[xi] C. René Padilla y Harold Segura (editores): “Ser, hacer y decir: Bases bíblicas de la misión integral”. Buenos Aires, Ediciones Kairos, 2006. Pág. 249
[xii] Mortimer Arias y Juan Damián: “La gran comisión”. Quito: CLAI, 1994. Pág. 65.

lunes, 2 de abril de 2007

El lado economista de Juan el Bautista

Cuando pensamos en gente que impacta a los demás, nuestra mente se va a los grandes líderes, o a los de rebuscada oratoria, o a los estrategas brillantes, o a los estadistas visionarios. Magnetismo, influencia, visión, presencia, determinación, son algunas de las características que hoy –y ayer también- se creen como fundamentales para cambiar el mundo, para que tuerza a nuestro favor o cambie de rumbo. Dado esto, Juan es un caso excepcional, aunque no único –pensemos en Elías, su inmediata referencia, o en cristianos recordados por su anacoretismo, como Francisco de Asís-. Su apariencia y personalidad es intrigante para nuestros ojos. Llevó la vida de un ermitaño desde muy joven (Lc. 1:80), vagando por los cerros áridos de su país aunque no inútilmente, porque ese estilo de vida fue estimulante de su fortaleza de espíritu. Vestía "piel de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos"; y su comida "era langostas y miel silvestre" (Mt. 3:4; Mc. 1:6), dieta no impura ni extraña para los habitantes de la época.

Ropa demasiado sencilla, y se alimentaba de lo que tenía a la mano. ¿Pueden imaginar la apariencia que tendría Juan? Cabello sin cortar y sin lavar al estilo de los rastas, sin tomar una ducha por meses, un olor terrible, uñas crecidas y negras por la suciedad enquistada en sus rincones, una barba malsana, ropaje de imagen prehistórica, un bronceado feroz por el sol del desierto palestino. No es de sorprender que dijeran sus opositores que "demonio tiene" (Mt. 11: 18). Su aspecto era como el de cualquiera de los orates que vagan por Lima, semidesnudos, mugrientos y comiendo lo que pueden, escarbando en la basura o mendigando la caridad pública. ¿No lo tomaríamos por loco? ¿Endemoniado? ¡Sí! ¿Acaso lo tomaríamos en cuenta? ¡No! Para aquellos testigos de su nacimiento debió haber sido complicado observar al Juan adulto y vincularlo con los eventos milagros que envolvieron su llegada -como el encuentro de su padre con el ángel en el templo y su posterior mudez- que les hicieron preguntarse: “¿Quién, pues, será este niño?” (Lc. 1:66) Tal vez la pregunta hubo mutado a: ¿Qué de especial puede tener este Juan hijo de Zacarías, si parece que está mal de la cabeza?

Pero un día apareció en medio de la nada y predicó con intensidad volcánica. “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado" (Mt. 3:2) era un eje de su enseñanza y todo Israel, conmocionado, se congregó a su alrededor. Es caso seguro que su predicación comenzó al pasar los 30 años cuando según la ley podía ministrar en el templo trabajando en los asuntos de Dios aunque él, levita, prefirió otros escenarios.

Todos lo escuchaban. Hasta los fariseos y saduceos se acercaron a indagar por él, seguro para analizarlo en su condición de “guardianes de la fe” o tal vez con fines políticos, para maquinar el uso que le podrían dar. “¡Oh generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no comencéis a decir dentro de vosotros mismos: Tenemos a Abraham por padre; porque os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras. Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa en el fuego” (Mat. 3:7-10; Lc. 3:7-9). Fue uno de las exhortaciones demasiado radicales dirigido al pueblo en general (Lucas dice que Juan le decía eso a todos) y a los religiosos en particular (Mateo dice que era específicamente para los fariseos y saduceos). Los califica como entes venenosos y rastreros condenados a la ira de Dios, confiados en que la cólera no les corresponde porque son judíos y sin ser concientes de que la hora de la poda es inminente. ¡Es una palabra profética por excelencia! Qué similar la actitud de los judíos a la de nosotros los cristianos, que pensamos que por tomar una decisión de fe y ser creyentes, ser miembros de una iglesia, y creernos santos, puros, inmaculados, porque tengo un ministerio en una institución eclesial, o estudio en un seminario, o soy un pastor, es suficiente para aburguesarnos y pensar que somos los elegidos, los engreídos de Dios, su pueblo escogido, los que no fallamos, los que sabemos cómo Dios piensa. Pero cuando estamos así es cuando Dios quiere hacer cambios, zarandearnos, despertarnos de nuestra triste realidad, es cuando él envía a la voz profética, incómoda, hirientemente directa, sin pelos en la lengua, incontenible, que toca nuestra alma para generar la conciencia de una reacción.

Eso pasó en el siglo I. Cuando la gente escuchó el mensaje de Juan, lo creyó. La metanoia caló en sus corazones profundamente, y les quedó clarísimo que algo había que hacer. El arrepentimiento no es sólo de corazón, tiene implicaciones prácticas, y jamás es suficiente un simple cambio externo de conducta. Por ello, suena lógico que la gente se le aproxime para preguntarle ¿Qué hacer ahora? ¿Es suficiente con levantar una mano? ¿Con pasar adelante? Llama la atención que sólo Lucas menciona estas recomendaciones (3:10-14)

El mensaje de Juan no fue individual, aplicado a personas específicas. Como predecesor del Mesías, estaba preparando el camino para que la misión de Cristo llegue a la gente cuando ésta esté sensibilizada hacia las cosas espirituales. Es un mensaje al pueblo como un todo, a la nación entera, aunque al mismo tiempo le hablo a grupos de tamaño más pequeño y les dijo cómo ellos debían obrar en esta etapa de renacimiento y despertar espiritual; por ello, sus aplicaciones, el “cómo” que la gente le preguntaba tenía que ser de aplicación comunitaria.

Fueron tres grupos de personas las que son descritas por Lucas para las respuestas de Juan. Desde ellos debemos hacer la inferencia al resto de la sociedad judía:

A todos en general

Los publicanos

Los soldados

Las respuestas son muy interesantes. Juan Carlos Cevallos dice que “El arrepentimiento en Lucas (3:10-14), según Juan el Bautista… demanda frutos palpables y visibles, todos y cada uno de ellos preferencian las relaciones económicas[i]. Lo corrobora David Bosch al mencionar que “(existen) implicaciones de hacer “frutos que demuestren arrepentimiento (3.8) y (Juan el Bautista) lo hace en términos de relaciones económicas[ii]. ¿Cómo enseña el profeta estos elementos económicos de los frutos del arrepentimiento? ¿Qué significan?

El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene y el que tenga para comer que, de la misma forma que con las túnica, hagan lo mismo (Luc. 3:11). La primera parte del versículo es dirigida a las personas ricas porque ellas en ese tiempo se vestían con dos túnicas[iii], pero la segunda parte es más universal. Juan nos habla de la redistribución de la riqueza en una forma directa, aunque vale la pena resaltar que no lo dice de manera igualitaria, no proclama que todos tengamos exactamente lo mismo. Sí dice implícitamente que nadie debería estar falto de vestido y alimento más cuando hay gente que cree en Dios y que tiene sobrante de ambas. Juan se refiere a las necesidades básicas y, ¿qué necesidades son más básicas que el vestido y el alimento?El que los tenga, debe compartirlos con su prójimo, pues somos administradores, no dueños absolutos de lo que Dios nos concede y, por lo tanto, hemos de usarlo conforme a los dictados de nuestro común dueño[iv]. Es este un mensaje de justicia económica, pero más que eso, de justicia humana: así como todos somos imagen de Dios y creación suya por lo que tenemos derecho a la vida, tenemos derecho al alimento y al vestido. Y si no es así por las injusticias sociales o los desequilibrios en la distribución de la riqueza, pues el creyente, el arrepentido, debe hacer algo al respecto. Es esta la primera señal de arrepentimiento de Juan el Bautista. Como cristianos, ¿la tenemos?

Les ordenó no exigir más que lo que estaba fijado por la ley (Luc. 3:13). Cuando Roma conquistaba un territorio, solía subastar el puesto de “oficial fiscal” de la nueva provincia entre los ciudadanos romanos dispuestos al trabajo fuera de la metrópoli. Éstos, a su vez, dividían el terreno en partes más pequeñas y utilizaban subordinados (“jefes de publicanos”, para el caso judío) que al mismo tiempo tenían empleados que directamente cobraban el impuesto a los habitantes, siempre nativos del país. Estos últimos eran los publicanos (como Leví). Un ejemplo de jefe de publicanos en la Biblia era Zaqueo. El problema es que el sistema se prestaba a abusos. Por ejemplo, supongamos una provincia romana (con un “oficial fiscal”) subdividida en diez distritos (cada una con un “jefe de publicanos”), y en cada uno de ellos eran necesarios 10 empleados (publicanos). En total, 111 recaudadores de impuestos en el escalafón. Roma solicitaba 1000 denarios a la provincia como tributo. Eso implicaba 100 denarios por distrito, y 10 por publicano.

Sin embargo, el “oficial fiscal” quería ganar un extra pidiendo a cada jefe no los 100 denarios estipulados sino 110. Así, quedaban para él 100 denarios sin esfuerzo. Cada publicano, hasta aquí, debía recaudar ya no 10, sino 11. Pero cada “jefe de publicanos” también quería ganar un extra. Entonces, le pedían a sus publicanos no 11, sino 15 denarios por cada uno. Así, ellos ganaban sin hacer nada 40 denarios. Como es natural, cada publicano también quería participar en el negocio. Entonces, le cobraban al pueblo 20 denarios, para que cada uno de ellos pueda ganar 5 denarios.

¿Qué significaba entonces? Que los impuestos al pueblo habían quedado duplicados. De los 20 denarios que finalmente cobraba a su población cada publicano, 10 eran para Roma (el tributo realmente exigido), 1 para el oficial recaudador, 4 para su jefe de publicanos, y 5 para él. Este sistema era perverso porque podían, si querían, cobrar mucho más y lamentablemente casi todos los publicanos judíos tenían la tendencia a colectar más de lo debido

En este contexto, la carga impositiva de los judíos (y de todos los pueblos súbditos de Roma) era altísima. Ante esto, Juan no critica el sistema. No dice: “Los impuestos romanos, o religiosos, son incorrectos”. No dice: “A esos asesinos romanos no les paguen”. No les dice: “Abandonen ese empleo indigno de ser publicanos”. En cambio, les instruye a ser leales al gobierno, pero al mismo tiempo deben ser justos con sus compatriotas que tributan. “Cobrad para el César lo que es del César, y no os enriquezcáis injustamente al ofender a Dios y al oprimir a vuestro prójimo[v]. Es un llamado a la justicia económica en el lugar en donde estemos: si soy publicando, cobrando lo que debe ser. Si soy comerciante, no estafando a mis clientes con las pesas y medidas. Si soy banquero, cobrando interesas justos. Si soy vendedor, ofreciendo productos de buena calidad. Si soy empleador, pagando lo justo y en su tiempo.

Les recomendó que no hicieran violencia a nadie, ni denunciaran falsamente a ninguno, y que se contentaran con su paga. (Luc. 3:14). Matthey Henry dice que la palabra griega no significa soldados en el sentido técnico, sino más bien hombres ocupados en servicios militares, al parecer, judíos ocupados en alguna campaña especial. Quizá una especie de policías, o guardias de seguridad. Eran pues, en cierta forma, como los publicanos, judíos utilizados para la opresión de sus compatriotas.

Cuando se ostenta el poder mediante las armas, el abuso es frecuente. La Comisión de la Verdad encontró que al menos el 35% de los muertos de la guerra contra el terrorismo fueron causados por las fuerzas del orden, y en muchas circunstancias no en combate sino en aniquilamiento directo, como en el caso de la matanza de Barrios Altos, o La Cantuta. También es muy fácil extorsionar a la gente, entrar en círculos de corrupción, quedarse con sus bienes o extraer dinero. Cuando hay resistencia, con demasiada frecuencia las fuerzas de ocupación aprovechan la situación e intimidan o amenazan a la gente con el fin de extraerles dinero, y es a este caso al que se refiere Juan al decir al final: “conténtense con su paga”. Esto valida lo expuesto en (b) cuando me refería a ser justos económicamente en el lugar en dónde estamos; para este caso particular: los militares deben ser justos debido a la frágil línea y la facilidad que tienen para abusar debido al poder que detentan. No se les llama a abandonar su trabajo, sino a realizarlo correctamente.


Juan el Bautista coloca los frutos de arrepentimiento en términos económicos, no quebrando los sistemas, sino siendo justos dentro de él, como decía antes, sea la posición que ocupemos dentro de él. Por o tanto, las preguntas obligatorias son, como cristianos que luchamos día a día contra el pecado pero que a pesar de eso persistimos en la brega de la vida cristiana: ¿Tenemos ese primer fruto de arrepentimiento de Juan el Bautista? ¿En donde estamos, somos justos económicamente?

Interrogantes de capital importancia. La respuesta positiva como creyentes es imprescindible en ambos casos

Que así sea.


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[i] C. René Padilla y Harold Segura (editores): “Ser, hacer y decir: Bases bíblicas de la misión integral”. Buenos Aires, Ediciones Kairos, 2006. Pag. 241.
[ii] Bosch, David: Misión en Transformación. Grands Rapids: Libros Desafío. 2000. Pag. 130.
[iii] Josefo, "Antig.", XVIII, v. 7
[iv] Henry, Matthey: “Comentario Bíblico”. Barcelona, Editorial Clie, 1999.Pag. 1270.
[v] Henry, Matthey: Ibid. Pag. 1271.