Hace unos cuatro meses escribí sobre la dimensión triple del Génesis en el sentido de la mayordomía, que consiste en que Dios por su propia mano -o mejor dicho, por medio de la Segunda Persona de la Trinidad, o sea, el Verbo de Juan 1:1- forjó dos creaciones: la directa material o natural, que se explica en los dos primeros capítulos del Génesis; y la directa inmaterial, que es el mundo espiritual compuesto por los seres de tipo angélico. Al mismo tiempo Dios diseñó el sistema de tal forma que germine una tercera creación: la indirecta material, que es la que concibe el hombre por su propia actividad en la Tierra pero que estaba dentro del plan divino desde el inicio, denominada también creación derivada o de segundo orden. Todas las relaciones económicas, psicológicas, filosóficas, sociológicas o antropológicas entran en esa categoría.
Cuando hablamos de mayordomía, tenemos que hablar de misión ya que son dos caras de una misma moneda. Por diferentes motivos –he enfatizado el tema escatológico como de importancia superior- pensamos que lo que Dios quiere que hagamos en la tierra se vincula exclusiva y perentoriamente con la predicación, enseñanza de la Biblia, campañas masivas, retiros, reuniones en la iglesia, comités, cultos, reuniones de oración, campamentos, células, aires libres y todo lo demás que no se me ha ocurrido que de seguro hace que la lista deba ser muy larga. Peor aún, hemos restringido la palabra misión a tan solo ir a países distintos al nuestro o a zonas apartadas y disímiles con nuestra región originaria para establecer iglesias, devaluando el término, y perdiendo definitivamente una gran parte de su riquísimo significado. No minimizo el trabajo intercultural, mi esposa es nieta de un misionero que sin el apoyo de nadie vino al Perú dejándolo todo porque sintió un fuerte llamado de Dios, pero no es lo único.
La misión es en verdad muy amplia, abarcante y comprende la labor simultanea en las tres creaciones. Muchas veces –me ha sucedido a mí en el pasado- nos asfixiamos en la iglesia por la poca cantidad de gente comprometida, porque escasas personas hacen todo, y concluimos que con dificultad podemos avanzar en la expansión del reino de Dios. Sin embargo, si tomáramos en cuenta que la realidad de nuestro trabajo es global, literalmente nos ahogaríamos por el peso de la ingente responsabilidad que nace ante nuestros ojos. Si antes un kilo era nuestro día a día y a duras penas llevábamos la carga, ¿qué tenemos hoy, con una tonelada? He aquí el reto real y poderoso: asumir lo que nos toca del mandato de Dios donde Su prioridad nos ponga. ¿Cómo puede ser, por ejemplo, que seamos concientes como cristianos que la humanidad tiene el llamado de salvaguardar la creación pero que sin embargo no hagamos gran cosa en el cumplimiento de esa función? ¿Por qué se le ha delegado esto a otras personas –no digo que esa gente no lo haga, por supuesto que debe continuar, sino que como persona conciente de la actividad de Dios y de su voluntad un cristiano no haga nada al respecto-?
Este desafío manifiesta una gran cantidad de aristas. Temas que van desde las discusiones de género, pasan por la lucha por la solución de los conflictos y la búsqueda de la paz, los derechos humanos, la política, el trato hacia los grupos socialmente marginados (pobres, homosexuales, migrantes, enfermos de sida, niños en estado de abandono, mendigos y otros), la ecología y la bioética, la justicia económica, y muchos más, son lugares en los que Dios quiere que participemos de una forma activa y militante, no como hasta ahora, donde el proverbial aislamiento de la iglesia evangélica ha dado un testimonio negativo hacia el conjunto de la sociedad, que nos consideran desde sectarios hasta indiferentes.
Percibo que algunas personas están ampliado su concepto de misión, unos quizá sin saberlo, otros poseyendo claridad. También que la amplitud de posibilidades ha creado una nebulosa que vuelve impreciso el futuro ya que tal vez no se sabe qué escoger, pero al mismo tiempo no se entiende todavía el tema de la simultaneidad de la misión, donde debe hacerse todo con equilibrio (comunidad cristiana, planeta, sociedad) pero con prioridades distintas según cada uno. Pero también veo un sincero deseo por comprender estos conceptos que son parte de la gran maravilla que es la obra de Dios en nosotros, porque finalmente –y a modo de trabalenguas-, ¿qué es mejor que hacer lo que Dios quiere que hagamos?
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2 comentarios:
"asumir lo que nos toca del mandato de Dios donde Su prioridad nos ponga". Este punto es fundamental (o debería serlo) para los diferentes "grupos religiosos"; pero, ¿cómo hace una persona que está en un lugar olvidado del planeta (solo como ejemplo) para asumir el mandato que mencionas si no tiene idea que cual es ese mandato?, o ¿cómo hace una cristiano común y silvestre para lograrlo si muchos piensan que el "otro" es una especie de "enemigo" con el que no debe mezclarse o no quiere mezclarse?
Ahora, el final de tu nota me recuerda una frase para la administración "no hay peor gestión que aquella que no se hace". Te felicito por tus puntos de vista tan claros y muy precisos; espero algún día poder hacer algo similar.
Tu segunda pregunta es super importante, y no tengo respuesta precisa al respecto. Sí lo que debe ser: el "otro" no es "enemigo" sino "alguien" a quien debemos comprender. Parece fácil, pero ahora que vemos los bombardeos sobre el Líbano, entendemos que es complicado en gran manera.
A tu primera pregunta respondería con lo que me dijeron una vez cuando tenía 15 años: "¿Quieres asumir el mandato?, pero, ¿lo estás buscando?" Hay un Einstein para la Teoría de la Relatividad que explora y desarrolla en esos niveles pero nosotros no estamos a esa altura. Sólo llegamos a ser, por lo menos por ahora, un bancario y un funcionario de la cancillería. Pero en nuestros ambientes, realizamos lo que hay que hacer. Lo mismo con esa persona que vive en ese lugar, "olvidado", poniendo en práctica el mandato quizá pequeñito, pero importante.
Gracias sinceramente por la felicitación. La precisión tal vez la logramos en la UNI, ¿o quizá no?
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