Hace unos días leí que los colectivos #conmishijosnotemetas
comenzarían a manifestarse buscando que se elimine de los documentos oficiales
toda mención a la palabra “género”, cambiándola por “sexo”, enfatizando que no
solo es una cuestión semántica sino que la propuesta busca algo más profundo:
la eliminación de la ideología implícita en las normas y manuales del gobierno
peruano que busca -según ellos- dañar a los niños. Es una cuestión compleja
cuando llevamos años orientando ciertas políticas públicas desde la teoría de
género aunque todo puede cambiarse, por supuesto, y más cuando el presidente
quiere minimizar sus problemas ante la ola verdeamarilla llamada Odebrecht que
se le viene y que probablemente lo revuelque sin piedad.
“Hay que ir a las razones de fondo de esta oposición” me
decía una buena amiga. Ella centra las cosas en el fuerte machismo que impera
en la sociedad peruana y, por supuesto, también en las iglesias. Es algo que
desde pequeño se nos impregna a todos, haciendo que tengamos un terror enorme
de tendencias que salgan fuera de los estereotipos machistas. Se nos enseña a
ver lo diferente con recelo y a hacer mofa de eso. Vemos todos los días las
consecuencias de la violencia doméstica, mujeres muertas por parejas o
ex-parejas que no soportaron que ellas decidan terminar sus relaciones o poner
un alto a los abusos. Ya estamos habituados a las noticias en la prensa, y las
cosas son similares en la iglesia, donde muchas mujeres son alentadas a
“soportar” los golpes de los esposos, a orar por un cambio de actitud, a
“luchar” por la familia. Un triste estudio mostró una realidad dramática que
muestra lo duro de la situación en el mundo evangélico. Sí, el machismo es un
problema, que se agrava en las iglesias cuando tenemos una lectura literal de
la Biblia, la cual fue escrita desde una perspectiva patriarcal y en una época
patriarcal (y no hay otra opción porque es hija de su tiempo) y también
interpretada desde una hermenéutica patriarcal: mucha de nuestra teología es
formada en los siglos XVIII y XIX.
Considero que el machismo es una dificultad. Pero creo que
existe un problema más de fondo en las iglesias, que es desde donde nace mucha
de la virulencia del enorme y tenso debate actual: el sexo. Arrastramos viejos
prejuicios que vienen desde hace cientos de años. No sabemos qué hacer. Todo es
culpa: una emisión nocturna, masturbarse, disfrutar del sexo, ver un desnudo en
una película, todo, todo está inmerso en la culpa. Tanto es así que tenemos serias
dificultades de enfrentarnos al sexo opuesto. ¿Imaginan, en ese contexto, el
enfrentarse a alguien con una orientación distinta? Nos rebasa. El sexo es algo
que no se sabe manejar, de lo que se habla muy poco salvo incentivar la
castidad hasta el matrimonio, y mucho menos en iglesias de corte más
conservador. ¡La educación sexual en muchas iglesias es un desastre!
El sexo es la raíz de todo. Provoca el miedo que nos mueve, y
como es así ya vamos perdidos. Primero, enfrentemos nuestros temores. Luego ya
orientemos nuestra voz.