
El ser humano está inmerso en una serie inmensa de actividades que ocupan un porcentaje importante de su vida, y a muchas de estas se le denomina como trabajo. Tan importante son estas labores que se convierten en una característica fundamental de la identificación de las personas: soy Juanita Pérez, arquitecta, ingeniera, economista, abogada, ama de casa. Soy Perico de los Palotes, comerciante, albañil, carpintero, herrero, pintor, mozo, cobrador de microbús, chofer, taxista, profesor, y seguimos contando casi ad infinitum. Por ello, esta relevancia que posee el trabajo hace que necesitemos algunas nociones de lo que la Biblia nos puede decir sobre este tema. Y cosas importantes definitivamente encontraremos.
Cuando uno le pregunta a la gente, encuentra varias actitudes posibles hacia el trabajo. Muchos no tienen ninguna opinión, ni siquiera han pensado en el tema o lo toman como algo natural, parte de nuestra condición de seres humanos, pieza intrínseca del circuito de la vida: nacer-crecer-estudiar-trabajar-reproducirse-jubilarse-morir. Otros tienen una actitud muy negativa, viéndolo como algo terrible, como un drama hindú, como una carga inmisericorde. Algunos son apologistas de la vagancia y la vida fácil, pero otros llegan inclusive a tener sustento bíblico y se remontan a la caída, cuando Dios le dice a la pareja primigenia –en realidad, específicamente a Adán- que “comerán el pan con el sudor de su frente hasta que vuelvan a la tierra, porque de ella fuiste tomado” (Gn. 3:19). Sustentan que el trabajo ha sido maldecido, que es nuestro estigma.
En realidad, si le damos un vistazo a lo cotidiano algo de razón tienen nuestros amigos de la negatividad. Encontramos trabajos insanos, donde uno está trece, catorce, quince horas al día con una paga que apenas alcanza para comer. Niños se ven obligados a laborar vendiendo en las calles, sometiéndose al sol del desierto limeño haciendo ladrillos, o lavando autos en alguna esquina del centro. Mujeres lavan ropa ajena, cargan el agua subiendo doscientos escalones camino a su casa de cuatro paredes de esteras en las faldas de un cerro. Trabajamos mucho, y la retribución es demasiado poca. Las estadísticas confirman este dato: una buena parte de la población mundial vive con menos de un dólar al día. ¿No es eso la maldición genesiana que nos condena al sufrimiento venido por el hecho de trabajar? Yo diría que sí y que no. Sí porque el trabajo, como muchas otras cosas, fue contaminado por la introducción del pecado en el mundo. No porque el sustento del trabajo no se encuentra allí sino un poco más atrás, en la mismísima obra de Dios en la creación.
Imagen
http://blogs.ozu.es/blogfiles/doctorcasas/2802trabajo.jpg