Lima está en ebullición por la discusión sobre la igualdad
de género. Muchos grupos de corte eclesial se están manifestando haciendo
sentir su opinión respecto al tema, utilizando el cliché “ideología de género”,
de la misma forma que en otros países, para oponerse a ciertas políticas
educativas que el gobierno quiere implantar en la educación básica peruana. La
cantidad de desinformación que he podido percibir es brutal. Pocos entienden la
materia que se discute: es la post-verdad en su máxima expresión.
Ha llegado la confluencia de posiciones antagónicas. El gran
problema es que una gran parte de la iglesia evangélica no está acostumbrada a
dialogar con el otro, con el diferente, sino más bien que está habituada al
diálogo vertical y sumiso. El pastor o el líder determina, dice qué hacer; la
iglesia o la teología implícita marca qué es lo correcto. Para agravar la
situación, existe en la cabeza de muchos evangélicos la dualidad mundo-iglesia,
en donde el mundo está condenado, basados en la teología construida por el apóstol
Pablo y afianzada por el fundamentalismo cristiano. ¿Cómo dialogar con alguien
que es un pecador y se irá al infierno? Si ni siquiera podemos dialogar con lo
que piensan distinto dentro de la Iglesia, que es hermano nuestro, ¿podré realmente
hablar con alguien a quien considero en la práctica un inferior? Otra cuestión es lo que un amigo me decía por la mañana:
el pueblo evangélico está muy acostumbrado a espiritualizar la realidad, en la
cual el que no cree en Cristo es un potencial instrumento de Satanás, y es
nuestro antagonista porque nosotros somos luz, y es a la luz a donde ha venido
la revelación. ¿Dialogar con las tinieblas? No hay manera, a las tinieblas hay
que reprenderlas porque estamos en una literal lucha contra sus huestes.
¿Dialogo? En esta perspectiva se hace mucho más difícil.
Es tremendo esto. Porque el gran crecimiento numérico de la
iglesia evangélica y su evidente manifestación en las calles muestra un notorio
empoderamiento. Ya no nos restringimos a las cuatro paredes de la iglesia, sino
que ahora salimos, y nos manifestamos con la seguridad de poseer la verdad.
Pero hay un problema: el empoderamiento está denotando una gran agresividad en
muchos evangélicos. Las redes están llenas de insultos contra todo aquel que
piense distinto, que sea el antagonista. Es, a fin de cuentas, la caída en la
tentación del monte alto, del poder, y la caída en ella está clara en la
actitud del dominio sobre el otro que no nos gusta, en el intento de
aplastarlo. La agresividad parece haberse convertido en un valor nuevo del cual
se nutren héroes de la fe del siglo XXI que pelean en las redes y en las calles
por el cristianismo.
¿Cómo salimos de este nudo? Apelo al espíritu de los 500
años de la reforma de Lutero, que buscaba volver a los valores de Jesús. El que
lee entienda.
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