lunes, 26 de febrero de 2007

El paradigma espacial

Antes que nada, quiero evitar confusiones innecesarias. Al hablar de espacial no me refiero al universo sideral con sus estrellas, constelaciones, agujeros negros y demás cuerpos celestes, sino al emplazamiento de las cosas sagradas en un punto claramente establecido. Desde esta definición muchas preguntas pueden ser formuladas desde el inicio: ¿Le importa a Dios la localización teniendo en cuenta que es infinito y que Él está por encima de las clasificaciones dimensionales de los seres humanos? ¿Es substancial para Él la variable espacio, esa que según Einstein se comprime cuando el móvil avanza a velocidades que tienden cada vez más a la velocidad de la luz? ¿O quizá le concernió y ya no? ¿O no le interesó, y ahora sí? ¿O sólo fue algo trascendente para nosotros, personas circunscritas a la finitud?

La Palabra inspirada nos dice algunas cosas sobre el sentimiento de los judíos, anhelando la tierra abandonada mientras permanecían cautivos en tierras mesopotámicas. Está el sublime Salmo 137 que emana añoranza y amor al lugar de donde era el Salmista (RV60 adaptada libremente):

Junto a los ríos de Babilonia,
allí nos sentábamos, y aún llorábamos,
acordándonos de Sión.

Sobre los sauces en medio de ella
colgábamos nuestras arpas.
Y los que nos habían llevado cautivos nos pedían que cantásemos,
y los que nos habían desolado nos pedían alegría, diciendo:
Cántenos algunos de los cánticos de Sión.
¿Cómo cantaremos cántico de Jehová
en tierra de extraños?

Si me olvidase de ti, oh Jerusalén,
pierda mi diestra su destreza.
Mi lengua se pegue a mi paladar,
si de ti no me acordase;
Si no enalteciere a Jerusalén
Como preferente asunto de mi alegría.

Lo mismo sucede con ese otro monumento a la añoranza que es el Salmo 126:

Cuando Jehová hiciere volver la cautividad de Sión,
seremos como los que sueñan.
Entonces nuestra boca se llenará de risa, y nuestra lengua de alabanza;
entonces dirán entre las naciones:
grandes cosas ha hecho Jehová con éstos.
Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros;
estaremos alegres.
Haz volver nuestra cautividad, oh Jehová;
como los arroyos del Neguev.
Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán.
irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla;
mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas.

Desde muy temprano encontramos ejemplos de la importancia de la localización en la Biblia. Dios plantó un huerto en Edén, donde colocó al hombre que había creado, desde el cual salía un río que se dividía en cuatro brazos (Pisón, Gihón, Hidekel y Eufrates) y en donde se encontraban los árboles de la ciencia del bien y del mal, y el árbol de la vida -resguardado estrictamente tras la caída- (Gen. 3:24). Es, sin embargo, cientos de años después, cuando el valor de la localización cobra relevancia en el momento que Dios se revela a Abraham diciéndole “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré” (Gen. 12:1)- Tras el anuncio, Abraham inicia un largo viaje a través de la media luna fértil desde Ur hasta Canaan. Posteriormente repite la promesa de la descendencia y una tierra a Isaac: “Habita como forastero en esta tierra, y estaré contigo, y te bendeciré; porque a ti y a tu descendencia daré todas estas tierras, y confirmaré el juramento que hice a Abraham tu padre” (Gen. 26:3). Su hijo Jacob (Gen. 28:10-22), vio en sueños la escalera que remontaba hasta el cielo por la que los ángeles subían y bajaban y oyó la voz de Dios que le hizo la misma promesa de la nación y de la posesión de la tierra. Al despertar él exclamó: “¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que Casa de Dios, y puerta del cielo” (v.17). Es con Moisés, sin embargo, que se acaba la cuenta regresiva y el momento de concretar el pacto con Abraham llegó viniendo, de paso, la liberación del pueblo hebreo de su esclavitud egipcia.

Sin perder de vista la promesa de la tierra prometida, en el monte Sinaí Moisés recibe la instrucción de hacerle a Dios un santuario “para mí, y habitaré en medio de ellos” (Ex. 25:8) con detalles precisos del diseño de los utensilios, las medidas y los materiales de construcción. Al terminarlo, “una nube cubrió el tabernáculo de reunión, y la gloria de Jehová cubrió el tabernáculo” (Ex, 40:34). Tan santo era que “el extraño que se acercase morirá” (Num. 1:51), cosa corroborada en el relato bíblico cuando los filisteos roban el arca pero la devuelven poco tiempo después luego de la secuencia de maldiciones contra ellos (1 Sam. 5, 6).

En este punto es necesario hacer un alto. Desde Abraham, pasando por Moisés y llegando al inicio del período monárquico fue el tiempo en el que se forjaron dos elementos de localización: la tierra prometida, y el tabernáculo de reunión, donde moraba la gloria de Dios. Este último era móvil, pero al sedentarizarse el pueblo lo instalaron en Silo, al norte de Jerusalén en territorio de Efraín.

Es cuando David censa al pueblo (1 Cro. 21) que, ante su pecado y la destrucción que trajo el ángel de Jehová, se compra la tierra de Ornán jebuseo (en Jerusalén, específicamente el monte Moriah) y el rey anuncia que “aquí estará la casa de Jehová Dios, y aquí el altar del holocausto para Israel” (1 Cro. 22:1) aunque Dios no le permitió construir aquella morada que él deseaba para la cual inició la recolección de material (1 Cro. 22:2-19), sino que escoge a su hijo Salomón para estos propósitos. Salomón en su oración de consagración del flamante templo afirma que Dios dijo que “desde el día que saqué a mi pueblo de Egipto, ninguna ciudad ha elegido de todas las tribus de Israel para edificar casa donde estuviese mi nombre, ni ha escogido varón que fuese príncipe sobre mi pueblo Israel. Mas a Jerusalén he elegido para que en ella esté mi nombre” (2 Cro. 6:5-6a) enfatizando la importancia de la capital como sede del lugar sagrado recién construido, aunque es conciente que Dios no puede habitar en moradas humanas. Exclama que “Más, ¿es verdad que Dios habitará con el hombre en la tierra? He aquí, los cielos y la tierra no te pueden contener; cuánto menos esta casa que te he edificado?” (2 Cro. 6:18). Ya desde antes –cuando el Rey David instala su ciudad de residencia en uno de los montes jerosolimitanos-, pero más desde este momento, Jerusalén se convierte en el centro de la vida hebrea: en el centro de su mundo. Es este el tercer elemento de localización.

Mircea Eliade[i] analiza esta característica particular de los pueblos antiguos y encuentra una división de los espacios. Existe un espacio sagrado significativo que se comporta como eje de la vida y símbolo de la nación, y otros espacios no consagrados y, por consiguiente, sin estructura ni consistencia. Esto significa que el territorio no es homogéneo sino que hay una clasificación que permite la constitución del mundo, pues desde el espacio sagrado convertido en centro se concibe el eje medular de toda orientación futura. Desde este lugar pivote irrumpe lo sagrado, destacándose un territorio del medio cósmico circundante que es ontológicamente distinto, especial, único, hierático.

Lo interesante es que estamos frente a un encadenamiento de concepciones religiosas y de imágenes cosmológicas que se articulan con facilidad en un sistema cuyas características son las siguientes:

a) El lugar sagrado constituye una ruptura en la homogeneidad del espacio.

b) La ruptura simboliza una abertura gracias a la que se posibilita el tránsito de una región cósmica a otra, esencialmente del cielo a la tierra.

c) La comunicación con el cielo se expresa indiferentemente por cierto número de imágenes relativas en su totalidad al lugar sagrado: pilares, símbolos (como la piedra embadurnada con aceite de Jacob en Gen. 28:22) montañas (por ejemplo, el monte Gerizim o el monte Sinaí), árboles (en el Edén o en las visiones escatológicas juaninas), etc.

d) Alrededor del eje cósmico se extiende el mundo (que más explícitamente es nuestro mundo). Por lo tanto, el eje se encuentra en el medio, en el “ombligo” de la tierra.

¿Qué expresa todo este sistema? ¿Qué es lo implícito? Hay un mismo sentimiento, profundamente religioso: “nuestro mundo” es una tierra santa, porque es el lugar más próximo al cielo, porque desde aquí, desde nuestro país, se lo puede alcanzar. La imagen del mundo para el caso hebreo fue el país entero (Palestina), la ciudad específica (Jerusalén), o el santuario sagrado (el Templo de Jerusalén), los tres elementos de localización que hablé líneas arriba. Si el templo constituye una imagen del mundo, un centro, es porque el mundo es sagrado ya que es creación de Dios. Pero la estructura del templo trae consigo una nueva valoración religiosa: lugar santo por excelencia, casa de Dios, el Templo resantifica continuamente al mundo porque lo representa y al mismo tiempo lo contiene.

Esta es la concepción religiosa vigente de la localización en Palestina en los tiempos en que Jesucristo se encarnó. ¿Pasó algo después?

Al entrar en el Nuevo Testamento la figura parece cambiar. Aunque Jesús es obediente a los preceptos judíos asistiendo a las fiestas, participando de la vida religiosa y peregrinando con frecuencia a Jerusalén, eso no le impidió mostrarnos la esencia de su enseñanza y las implicaciones del acercamiento del reino de los cielos. Jesús dijo que no vino a eliminar la ley sino a darle su verdadero significado (Mt. 5:17). Por ello, hay que tomar con atención lo que dijo al inicio de su discurso escatológico: “¿Ven todo esto? –se refiere al Templo de Jerusalén- De cierto les digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada” (Mt. 24:2).

Concentrémonos en esta frase con detenimiento. Sabemos que Jesús está hablando de la toma de Jerusalén por el general Tito en el año 70 d.C. Pero anunciar escatológicamente la destrucción de la capital de la nación del pueblo de Dios y su templo no es poca cosa, sobre todo para la mente de los oyentes. ¡Era la aniquilación del lugar sagrado! ¡Del eje, del centro del mundo! Tan conmoción debió haber tenido esta afirmación en los apóstoles que dice el texto que lo abordaron aparte, discretamente, para preguntarle sobre el tiempo de estas cosas y las señales que las anunciarían.

¿Hay una intención secundaria en este anuncio de Jesús? Sí, la hay. Es la intención de nuestro maestro que en esta nueva etapa de acercamiento del reino de Dios modifiquemos el concepto de la localización que los judíos –y otros pueblos- habían seguido. Las condiciones ahora serán diferentes. El eje, el centro, no desaparecerá, pero ya no sería Jerusalén ni el templo. ¡Seríamos nosotros! ¡Los creyentes! Por ello Pablo afirma que “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?. Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a Él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es” (1 Co. 3:16-17). Lo vuelve a repetir poco después cuando les dice a los corintios: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?" (1 Co. 6:19), y lo mismo en la siguiente carta: “¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo de Dios viviente, como Dio dijo: Habitaré y andaré entre ellos, Y seré su Dios, y ello serán mi pueblo” (2 Co. 6:16). Pero no todo queda en lo personal, porque Pablo enfatiza la importancia de la comunidad cuando exhorta que “Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” (Ef. 2:20-22). Lo mismo el apóstol Pedro, cuando dice que “Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 Pe. 2:5)

Es un cambio radical de difícil aceptación que parece muy claro, pero en la práctica no fue así. La lógica espacial del Antiguo Testamento se trasladó a la iglesia cristiana, y no ha cambiado hasta el día de hoy. “Para un creyente esta iglesia participa de otro espacio diferente al de la calle donde se encuentra. La puerta que se abre hacia el interior de la iglesia señala una solución de continuidad. El umbral que separa los dos espacios indica al propio tiempo la distancia entre dos modos de ser: profano y religioso. El umbral es a la vez el hito, la frontera, que distingue y opone los dos mundos y el lugar paradójico donde dichos mundos se comunican, donde se puede efectuar el tránsito del mundo profano al mundo sagrado[ii]. Luego de los períodos de persecución, la iglesia rápidamente construyó iglesias, templos, basílicas y grandes catedrales que fungieron de pequeños centros del mundo. Cuando llegó la reforma protestante otra vez, de la misma forma que con la división religioso-laico, no rompimos con esta distorsión que persiste hasta la actualidad, aunque debe reconocerse que hay diferencias con la perspectiva católica. ¿Cómo se traduce esto hoy? Pues, en que es imprescindible que toda iglesia que se precie de serlo tenga un templo, así sea un local comercial, un antiguo cine de películas pornográficas, una vivienda, o un terreno con esteras y techo de cartón. No importa, la iglesia debe tener un templo. De allí la importancia de su construcción, a veces de forma onerosa en algunos lugares que nos llevan a preguntarnos qué tan moral es construir uno cuando quizá la iglesia no esté en la capacidad de hacerlo, poniendo en riesgo inclusive la economía familiar de los miembros.

Sin embargo, ¿Debe ser esto así? Pienso que no. Las iglesias no deben tener necesariamente un templo porque la familia en la fe lo es. Los patrones de localización y sacralización de lugares deben ser rotos en forma definitiva porque las comunidades cristianas no necesitan de un local para que sean reconocidas como tales ya que nosotros, como personas y como colectividad, somos el templo donde Dios se manifiesta. No requerimos un edificio de hermosa arquitectura, excelente iluminación y acústica armoniosa porque “donde están dos o tres reunidos en mi nombre allí yo estoy” (Mt. 18:20). ¿Comprendemos la magnitud, la grandeza de esta afirmación? Cristo y su comunidad es más, mucho más que el ladrillo y el cemento. ¡La comunidad ES el centro desde donde irradia y esto más lo más grande de todo porque Cristo está presente! No hay palabras, el idioma es insuficiente, mi mente es corta para expresar la riqueza del significado de lo que nos expresa el Maestro. Dado esto, las comunidades que siguen los patrones trinitarios les debe bastar con las casas o los parques u otros lugares públicos para proclamar el mensaje del Señor y vivir intensamente su papel en la misión de Dios porque son ellas la esencia de la iglesia, de la vida, del cristianismo completo.
------------------------
[i] Las ideas de los siguientes tres párrafos se extraen de Eliade, Mircea. “Lo sagrado y lo profano”. Madrid: Ediciones Guadarrama. 1979. Pag. 26-63.
[ii] Ibid. Pag. 30.

lunes, 19 de febrero de 2007

Esas cosas que uno a veces no entiende (*)

Esta es una conversación entre Juan Rebelde, integrante de la iglesia categoría “oveja negra” o “sólo-puede-entrar-hasta-el-patio-de-los-gentiles-del-Santo-Templo”, que observa todo y cuestiona lo que ve por lo que continuamente pide explicaciones de las cosas, y Anás, pastor de su iglesia:

Juan Rebelde: Pastor, usted es el único encargado de los sermones en cada culto, de la Santa Cena y los Bautismos. Elige la música que se cantará en la liturgia, sólo usted puede casar a la gente, dirige todos los ministerios y todos los programas, los ayunos, define qué se enseña en las clases de la academia bíblica y cuáles son los énfasis teológicos. Determina a quién se le dará apoyo social. Tiene poder de tomar decisiones unilaterales, posee el poder de confesión (porque ningún líder puede negarse a no contarle alguna sesión de consejería). Es la última palabra a la hora de disciplinar a algún hermano. Nombra y/o destituye al liderazgo. Toda profecía tiene primero que escucharla usted, todos debemos sujetarnos a usted, es legalmente el Presidente de la iglesia como Asociación Civil; pregunto: ¿Es usted la cabeza de esta iglesia?

Pastor Anás: No, Juanito, se ve que no entiendes nada. Tantos años en la iglesia y sigues alimentándote sólo de la leche espiritual. ¡Si vieses a Cristo y nada más que a Cristo como tu meta y no te distrajeras con asuntos menudos y sin importancia! Ya veo porqué muchos dicen que estás alejado de la Sana Doctrina. ¡Eso me entristece tanto! Mira, la cabeza de esta iglesia es Cristo.


(*) Basado en la experiencia real de un amigo que ha preferido el anonimato.

martes, 13 de febrero de 2007

El paradigma de la autoridad

La iglesia de Filipos era, en muchos aspectos, una iglesia ideal. Al leer el texto bíblico es fácil percibir el tono amoroso e íntimo de la carta, muy personal, sentida, mostrando un gran afecto y abriendo su corazón a sus hermanos en la fe. El único problema que trasluce la epístola son algunas distensiones (1:27; 2:1-4, 12, 14; 4:2), a pesar de su generosidad (Pablo normalmente para evitar que lo califiquen de interesado no recibía dinero y se ganaba la vida haciendo tiendas a la vez de ser un misionero) para con el apóstol y otras virtudes cristianas que Pablo no es mezquino en reconocer (1:5,9; 2:12; 4:10, 15).

Pablo no quiere polemizar, tampoco desea exhortar o corregir con severidad este problema de la comunidad filipense. Ante los malentendidos y divisiones, declara a la iglesia una obviedad: la clave para una correcta convivencia entre cristianos es la humildad, enfatizando la importancia de imitar el ejemplo de Cristo. Para acentuar esta idea, Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, nos revela una verdad que directamente nos llega al alma en 2:5-11 (Nueva Biblia Latinoamericana):

Tengan entre ustedes los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús:

Él, que era de condición divina
[i],
no se aferró celoso a su igualdad con Dios
[ii]
sino que se rebajó a sí mismo[iii] hasta ya no ser nada,
tomando la condición de esclavo,
y llegó a ser semejante a los hombres.
Habiéndose comportado como hombre,
se humilló, y se hizo obediente hasta la muerte
-y muerte en una cruz.
Por eso, Dios lo engrandeció
y le concedió El Nombre que está sobre todo otro nombre,
para que ante el nombre de Jesús todos se arrodillen en los cielos,
en la tierra y entre los muertos.
Y toda lengua proclame que Cristo Jesús es el Señor,
para la gloria de Dios Padre
.”

La carga teológica de este pasaje es abrumadora y no es intención del presente escrito concentrarnos en ella. Es, en estricto, otro misterio. Berkhof se centraliza en el término morphe (forma, condición) y afirma que se refiere a la existencia de Cristo “basada en la igualdad con Dios. El hecho de que Cristo tomó la forma de siervo no envuelve que haya puesto a un lado la forma de Dios. No hubo cambio de la una por la otra. Aunque él preexistía en la forma de Dios, Cristo no contó con su carácter de ser igual a Dios como un honor que no pudiera dejar pasar sino que se despojó tomando la forma de siervo. Y bien, ¿Qué significa que haya tomado la forma de siervo? Un estado de sujeción en el cual uno está llamado a prestar obediencia. Y lo contrario a esto es un estado de soberanía en el que uno tiene derecho de mandar. El estado de igualdad con Dios no denota un modo de ser, sino un estado que Cristo cambió por otro estado[iv] de manera absolutamente voluntaria. Dentro de la comunidad divina, eterna y presente en una realidad de igualdad absoluta, uno de sus miembros, la segunda persona de la Trinidad, de manera autoimpuesta, realiza un despojo[v]. No era compulsorio, nadie forzó a Cristo a realizar ese acto que lo llevó finalmente a morir en la cruz, pero lo hizo teniendo en cuenta que implicaba algo sustancial: la obediencia a un igual, a un equivalente. No obedeció porque la primera persona de la Trinidad era más que él, una especie de Dios de mayor categoría, de poder más especial, de “padre” en el sentido humano de la Palabra. No, nada de eso. Fue la igualdad absoluta, la homogeneidad, la sincronía, pero sobre todo el amor entre la comunidad divina y, desde ellos, al objeto creado –el hombre- que lo hizo todo posible. Más aún, Cristo decido hacerse un siervo dentro de la humanidad ya que, por amor y sólo por amor se identificó con el más humilde, sufrido y despreciado de los especimenes de la raza humana. Este deseo es algo que jamás debemos olvidar, es el “criterio de una vida realmente evangélica[vi]. Varios pasajes reflejan esta autosujeción de Cristo. La oración que Jesucristo exclama en el huerto de Getsemaní (Mt. 26:36-46 y similares) es clara cuando Jesús afirma que “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú”, sometiendo su voluntad de manera completa. Llega a alegar, inclusive que “Voy y vengo a vosotros. Si me amarais, os abráis regocijado, porque he dicho que voy al Padre; porque el Padre es mayor que yo” (Jn. 14:28).

La base de la obediencia es, recalco, la igualdad, no la superioridad o la “categoría especial” de uno sobre el otro, basada en el amor y la identificación profunda con la humanidad beneficiaria del proceso redentor de Dios.

Esta visión trinitaria de la autoridad sostenida en la igualdad se confirma con el sacerdocio de todos los creyentes, enseñanza que debe ser constantemente repetida para no olvidarla jamás. Sabemos que el sacrificio de Jesucristo en la cruz hizo caduco el pacto mosaico estableciendo uno nuevo (Hebreos 9:15-22) con mejores promesas (Heb. 8:6) cuando se ofreció a sí mismo (Heb. 7:27) como la perfecta víctima una vez por todas (Heb. 7:27), como nuestro substituto (Heb. 7:27) y rescate (Heb. 9:15). Por su muerte Él llevó nuestros pecados (Heb. 9:28), nos hizo perfectos (Heb. 10:14), obtuvo para nosotros eterna redención (Heb. 9:12), abrió un camino nuevo y vivo en y a través de Él al trono de gracia del Padre, y se sentó a la diestra de Dios (Heb. 10:12) e invita ahora a los creyentes con limpia conciencia (Heb. 9:14) a entrar al Lugar Santísimo por la sangre de Jesús (Heb. 10:19) para ofrecer continuamente sacrificios espirituales (Heb. 13:15, 16) como sacerdotes en Cristo[vii].

Todos los creyentes en Jesucristo, sin excepción, somos llamados a brindar nuestra vida completa en adoración listos para “ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo (1 Pe. 2:5)”. Todo el pueblo de Dios es, sin ninguna clase de distinciones, sacerdotal y, por ende, categóricamente debo afirmar que no existe un clero que funja de casta especial dedicada al culto a Dios: ni cura, ni pastor, ni derviche, ni chamán, ni curandero, ni nada, ya que basados en el modelo que nos da el orden trino, somos todos iguales. Leonardo Boff aplicado a la iglesia católica también habla del mismo tema –ajustable sin demasiadas adaptaciones a la realidad evangélica latinoamericana-: “lo que es error en la doctrina sobre la Trinidad no puede ser verdad en la doctrina sobre la Iglesia. Se enseña que en la Trinidad no puede haber jerarquía. Todo subordinacionismo es aquí herético. Se enseña que las personas divinas son de igual dignidad, de igual bondad, de igual poder. La naturaleza íntima de la Trinidad no es la soledad, sino la comunión. La pericoresis (mutua relación) de la vida y del amor une a los Tres divinos con tal radicalidad que no tenemos tres dioses, sino un solo Dios-comunión. Sin embargo, de la Iglesia se dice que es esencialmente jerárquica y que la división entre clérigos y laicos es de institución divina. Un torniquete que se estrecha.

No estamos contra la jerarquía. Si ha de existir la jerarquía, ya que esto puede ser un legítimo imperativo cultural, será siempre, en un buen raciocinio teológico, jerarquía de servicios y funciones. Si no resulta así, ¿cómo se puede verdaderamente afirmar que la Iglesia es icono-imagen de la Trinidad? ¿Dónde va a parar el sueño de Jesús de una comunidad de hermanos y de hermanas si existen tantos que se presentan como padres y maestros cuando Él ha dicho explícitamente que tenemos un solo padre y un solo maestro (Cfr. Mt., 23, R9). La forma actual de organizar la Iglesia (no ha sido siempre así en la historia de la Iglesia) crea y reproduce demasiadas desigualdades en vez de actualizar y hacer posible la utopía fraterna e igualitaria de Jesús y de los apóstoles
[viii].

La iglesia evangélica cree en el sacerdocio de todos los creyentes a nivel de confesión de fe pero lamentablemente en la práctica esto ha estado lejos de vivirla, salvo pocas excepciones. Lutero, el padre de esta enseñanza, decía que “todos somos consagrados sacerdotes a través del bautismo... Un sacerdote en el Cristianismo no es más que un funcionario... Si todos somos sacerdotes... y todos tenemos una fe, un evangelio, un sacramento, ¿por qué también no tenemos el poder de probar y juzgar lo que es correcto o errado en asuntos de la fe?[ix]”. Hasta aquí todo muy bien, pero el problema fue que nunca abandonó el modelo clerical católico, sino que más bien tomó tal cual, le quitó el celibato y el papel intercesor, y lo adaptó a las nuevas iglesias reformadas que se estaban instituyendo. Mantuvo la división entre el laico y el clero, tan lejana de aquel “sacerdocio universal de los creyentes que es pura expresión del sacerdocio del laico Jesús, como nos recuerda el autor de la carta a los hebreos (7, 14; 8,4)[x]”. De allí viene la expresión moderna del pastorado, que toma valor no por el principio de la igualdad, sino que resalta la superioridad de unos cristianos sobre los otros por el “llamado” hecho por Dios a tiempo completo e institucionalizado por los diplomas de los seminarios, abarcando funciones que miembros del cuerpo podrían hacer, atrofiando a la iglesia, acaparando tareas, ahogando los dones.

Por ello, es necesario a mi entender borrar la línea laico-pastor. Cada creyente ha recibido dones del Espíritu Santo para ejercer algún ministerio orientado al trabajo en la misión de Dios en el mundo y en la consolidación del reino de Dios en la tierra, por ello es fundamental que los descubra y desarrolle. Sin dones, la funcionalidad del cuerpo se atascará. Anulada la línea y disuelta la tensión[xi], la sumisión de la que habla la Biblia con respecto a los ancianos y pastores podrá darse de una manera más viva, más centrada en la realidad del ejemplo de la Comunidad Divina, ya que estará basada no en el hecho de la superioridad del pastor-profeta-apóstol-maestro, sino en la paridad entre los creyentes, el amor profundo, y el servicio abnegado, ese que es capaz de lavar los pies, ser el postrero y servir sin condiciones, ese que se despoja al igual que el Maestro sin importar nada, solamente el trabajo entregado para el reino de Dios.

Como Boff, digo que no estoy en contra de la jerarquía (la enseñanza paulina es bastante clara con los pastores y diáconos). Pero el verticalismo amante del organigrama que existe hoy en día en las iglesias no funcionará en comunidades que persigan el modelo trinitario y la enseñanza del sacerdocio de todos los creyentes. No funcionará jamás en comunidades que enfaticen “la creación y desarrollo de una comunidad que vive inmersa en su contexto, que adecua sus métodos de evangelización a la cultura sin perder de vista su misión y su fidelidad al Evangelio”. Por eso abrogo por una iglesia sin laicos y clérigos, sino por una iglesia simplemente compuesta de cristianos que viven su fe comunal y relacionalmente.

...............................

[i] “Forma de Dios” en la RV60.
[ii] La Biblia de Jerusalén dice: “El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios”. Sugiere también la posible traducción: “… no consideró como presa el ser igual a Dios”.
[iii] Literalmente “se vació a sí mismo”.
[iv] Berkhof, Luis. Ibid. Pag. 390. Resaltado mío.
[v] La teológicamente llamada kenosis
[vi] Comentarios sobre el pasaje de La Nueva Biblia Latinoamericana.
[vii] La secuencia de los versículos se extrae de http://www.geocities.com/Athens/Forum/7177/Vers_art_sacerdocio.html
[viii] Boff, Leonardo. Citado en http://jimzall.mx.tripod.com/BOFF
[ix] Citado en http://www.sgi.org/spanish/budismo/bactual/Actual001.html
[x] Boff, Leonardo. Ibid.
[xi] La tensión entre el laicado y el clero, que se ha dado en todas las épocas de la historia.

lunes, 5 de febrero de 2007

La comunidad divina: el modelo para las comunidades cristianas

La palabra trinidad no es un término bíblico. Lo repiten hasta el cansancio desde las revistas de los testigos de Jehová, con su arrianismo enfermizo, hasta los voluminosos manuales de teología sistemática, junto con la retahíla de argumentos exponiendo la dificultad de la doctrina (1). Es evidente la complejidad del concepto que hace resaltar nuestra limitación humana y nos lleva a la contemplación de las maravillas de nuestro Dios, al que no entendemos como totalidad pero que, a pesar de eso, se acerca a nosotros trayendo el regalo de la salvación. Podemos captar que Dios se revela, que Él es el que es el único que es Ser no dependiente sin causa de existencia inicial, pero ante Su majestad sólo nos queda decir que Dios es, al mismo tiempo que las cosas anteriores, un misterio, que lo podremos concebir mejor cuando la reconciliación que Dios ha iniciado a través del sacrificio de Cristo en la cruz se consume con la victoria definitiva (1 Cor. 13:12).

Asumo la Trinidad como enseñanza válida. Creo que "la palabra trinidad no sólo indica la cantidad de tres, sino que también implica la unidad de los tres. Este concepto se utiliza como término técnico en la teología. No es necesario insistir que cuando hablamos de la Trinidad de Dios, nos referimos a una trinidad en la unidad y a una unidad que es trina"(2). Creo que Dios es uno como lo expresa el Shema de Deut 6:4, y otros pasajes veterotestamentarios como por ejemplo Ex. 20:3, Deut. 4:35, 32:39, Is. 45:14 y 46:9. También considero que se insinúa la pluralidad por el uso de la palabra Elohim; afirmo que Cristo es Dios (Mt. 9:4 y la omnisciencia; 28:18 y la omnipotencia; 28:20 y la omnipresencia; Col. 1:17 y su sustento de todas las cosas; Juan 1:3 y su acción activa en la creación; Juan 5:27 y su papel en el juicio; Juan 1:1 y la afirmación categórica del logos como Dios), que el Espíritu Santo es Dios (Hch. 5:3-4; 1 Cor. 2:10 y la omnisciencia como atributo; 6:19 y la omnipresencia). Se desprende que las tres personas son "coeternas y coiguales, iguales en sustancia"(3).

También creo en el "concepto de trinidad económica (que) concierne a las acciones de administración y gobierno de las personas, o las opera ad extra –las obras de fuera, es decir, sobre la creación y sus criaturas-. Para el Padre, esto incluye las obras de elegir (1 Pe. 1:2), de amar al mundo (Juan 3:16), de dar buenas dádivas (Sgo. 1:17). Para el hijo enfatiza su sufrimiento (Marcos 8:31), el redimir (1 Pe. 1:18-19) y sustentar todas las cosas (Heb. 1:3). Para el Espíritu, contempla sus obras particulares de regenerar (Tito 3:5), fortalecer (Hech. 1:8) y santificar (Gal. 5:22-23) "(4). Esta triada decidió ordenarse y dividirse las funciones sin que por esto se altere su esencia intrínseca: su igualdad y su cosustancia. El Padre no es más por elegir, el Hijo no es más por morir en la cruz, el Espíritu Santo no es más por habitar en el creyente.

Francis Schaeffer nos plantea un punto capital sobre la naturaleza de la Trinidad: la unidad y la diversidad personales en el orden trino. "Pensemos en el Credo Niceno (5): tres personas, un Dios. Alegrémonos de que escogieran la palabra "persona". Independientemente de que si se dan cuenta o no de ello, esto fue la catapulta que lanzó al Credo Niceno a nuestro siglo y sus discusiones: tres personas en existencia, amándose unas a otras, en comunicación unas con otras, antes de que todo lo demás existiese.

Si esto un hubiera sido así, hubiésemos tenido un Dios que necesitaría crear para amar y comunicarse. En tal caso Dios necesitaría al universo tanto como el universo necesitaría de Dios. Pero Dios no necesitaba crear, Dios no necesitaba al universo como el universo lo necesita a él. ¿Por qué? Porque tenemos una completa y verdadera Trinidad. Las personas de la Trinidad se comunicaban entre sí, y se amaban unas a otras, antes de la creación del mundo
"(6).

Por un momento me concentro en la Trinidad como tres personas. ¿De qué características son? ¿Podemos describirlas? ¿Tienen algunos atributos fundamentales además de las perfecciones de Dios? De manera sumamente elemental podemos afirmar que estas personas son independientes –en el sentido de la separación una de otras y de la singularidad plena una de las otras-, con vida, emociones, intelecto y voluntad distinguibles las unas de las otras. Estos matices evidentes, esta característica de la Divinidad como tres personas diferentes, implica que la frase "son uno" contenga un potente y radiante mensaje comunitario: Dios es tres pero uno, ergo, esos tres en una forma profunda, armónica y no absolutamente clara para nosotros, conviven en comunidad: la comunidad divina.

En la eternidad pasada (la "era" de pre-creación), la Divinidad-comunidad se tenía a sí misma y existía en un estado que podemos describir de la siguiente manera:

1. Estaba en un estado de suficiencia, perfección y equidad absoluta entre sus tres miembros.

2. Poseía una comunicación perfecta, fluida, permanente, empática, cálida, llena de lozanía e infinitud, comprensiva y real.

3. El amor (Dios es amor) es la esencia de la relación entre la comunidad divina. Tal era ese grado de amor que decide crear a pesar de no necesitarlo, que resuelve –en la economía divina- establecer una estructura de sujeción de una parte sobre las otras, que se comprenden a la perfección a pesar de las tensiones que trajo el conflicto soteriológico: las dudas de Cristo en la oración de Getsemaní (Mt. 26:37-42) o las sensaciones momentáneas de desamparo (Mr. 15:34).

Entonces, la comunidad divina es la génesis de nuestra humanidad comunitaria. El ejemplo trinitario de equidad, comunicación y amor incondicional y rebosante debe llenar nuestros ojos e impulsarnos a capturar el modelo de quien somos imágenes para que en esta tierra los cristianos tengamos un parangón activo y trascendente que sea el norte de nuestra praxis de vida cristiana.

Que así sea.
-----------------------------------------
(1) Aunque para mí más compleja que la Trinidad es la enseñanza de la unión hipostática de las dos naturalezas de Cristo, porque en el primer caso en última instancia puedes decir: "Dios es Dios, es infinito y con nuestra finitud no podremos comprenderlo", pero en el segundo… ¿qué hacer si Jesús anduvo entre nosotros?
(2) Berkhof, L: "Teología Sistemática". Grands Rapids: TELL, 1979. Pag. 98
(3) Ryrie, Charles: "Teología Básica". Miami: Unilit, 1993. Pag. 61
(4) Ryrie, Charles. Ibid. Pag. 62.
(5) El Credo Niceno dice los siguiente:

Creo en un solo Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, y de todas las cosas visibles e invisibles; Y en un solo Señor Jesucristo, Hijo Unigénito de Dios, Engendrado del Padre antes de todos los siglos, Dios de Dios, Luz de Luz, verdadero Dios de Dios verdadero, Engendrado, no hecho, consubstancial con el Padre; Por el cual todas las cosas fueron hechas, El cual por amor a nosotros y por nuestra salud descendió del cielo, Y tomando nuestra carne de la virgen María, por el Espíritu Santo, fue hecho hombre, Y fue crucificado por nosotros bajo el poder de Poncio Pilato, Padeció, y fue sepultado; Y al tercer día resucitó según las Escrituras, Subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre. Y vendrá otra vez con gloria a juzgar a los vivos y a los muertos; Y su reino no tendrá fin. Y creo en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, procedente del Padre y del Hijo, El cual con el Padre y el Hijo juntamente es adorado y glorificado; Que habló por los profetas. Y creo en una santa Iglesia Católica y Apostólica. Confieso un Bautismo para remisión de pecados, Y espero la resurrección de los muertos. Y la vida del Siglo venidero. Amén.

(6) Schaeffer, Francis: "El está presente y no está callado". Miami: LOGOI, 1974. Pp. 27-30.