El Papa, en el Perú, vino, vio y venció. Fuera de las discusiones numéricas sobre los asistentes a los eventos de Lima, Trujillo y Puerto Maldonado, incluso si asumimos las cifras más conservadoras podemos considerar su visita como muy exitosa, en especial si la comparamos con lo ocurrido en Chile, donde Francisco tuvo mayores resistencias debido al mediático caso Karadima y al accionar del obispo Barros, que según los testimonios trató de ocultar lo sucedido. Todo, a pesar de mensajes controvertidos como el que dio en Puerto Maldonado, a favor de los pueblos selváticos originarios y en contra de la voracidad extractivista. O a los silencios, como el caso Sodalicio, que hiede hace tiempo en el país.
Los evangélicos hemos visto de reojo toda la ebullición vivida con diversas reacciones, desde el silencio respetuoso hasta la mención de la “demoníaca” palabra ecumenismo ante una foto de algunos representantes de iglesias evangélicas históricas con el Papa, antes de la misa que dio en la base aérea de Las Palmas. Yo que pensaba que tras la colaboración íntima que muchos grupos evangélicos han tenido con el catolicismo en las marchas pro-vida y movimientos tipo #conmishijosnotemetas (no olvidemos que el marco ideológico pro-vida fue configurado en el Vaticano), ya el viejo recelo católico-evangélico había sido superado. Pero parece que no es así. Los mensajes de oposición a la reunión protocolar, inocua además, si es que se lee el comunicado que fue entregado a Francisco, han sido agresivos y han mostrado con claridad el dominio de ciertas escatologías en el imaginario popular de ciertos sectores evangélicos. Es muy peruano esto: acepto la colaboración velada (en los movimientos pro-vida) pero no acepto la foto explícita. Hipocresía, a fin de cuentas.
Sí, cientos de miles fueron a ver a Francisco. Ante ello, varios han hablado de que el Perú es un país cristiano, de mucha fe. Han inflado el pecho, orgullosos. ¿De verdad podemos decir esto? ¡Miren nuestro país, reventando en corrupción! El mismo Francisco ha dicho que la política está enferma, y creo que más en el Perú, donde hemos casi elegido dos veces a la representante del fujimorismo, los directores del gobierno más corrupto de la historia peruana. ¿De verdad, somos cristianos? ¿Seguimos los preceptos de Cristo? Los funcionarios públicos roban, los políticos velan por sus propios intereses, los policías piden coimas y nosotros las pagamos, somos indiferentes ante el dolor ajeno, manejamos horrible, no nos importa el otro, botamos la basura en cualquier lugar, contaminamos con desparpajo, golpeamos a nuestras parejas y le damos un cariz cultural a ese mal. De nuevo: ¿de verdad, somos cristianos? No lo pregunto solo como mención a los hermanos católicos, nuestro lado evangélico tiene mucho que aportar al respecto.
El Perú se cae a pedazos y si la moral no es algo importante es, en parte, por responsabilidad de las iglesias. Todas, sin excepción, por acción u omisión. Ya somos el veinte por ciento de la población en el Perú (más de seis millones de evangélicos) pero Odebrecht nos domina, el fujimorismo es mayoría en el Congreso con nuestra venia, buscamos los privilegios que tiene la Iglesia Católica para nosotros. Hemos, pues, de cambiar. Hemos, pues, de poner nuestro grano de arena más allá de lo pro-vida y de la anti-homosexualidad que es casi lo único que parece importar, las únicas palabras de nuestro discurso monotemático. Debemos, por lo tanto, avanzar. ¿Hacia dónde? Mi impresión, desde una perspectiva ideológica, es que los teólogos evangélicos deben trabajar en una teología social evangélica que trascienda denominaciones, y que pueda ser reconocida por todos. Una que recalque el papel del ser humano más allá de su condición caída, que lo reconozca en el contexto de la economía, la sociedad y la cultura enfatizando su condición de creatura de Dios, que defienda la moral y ética cristianas como alternativas a un país en crisis y que ubique a los cristianos como personas en un entorno social que no buscan el poder por mero derecho de una posición de dominio (como es sugerido por el mensaje neopentecostal) sino que podemos acceder a él para servir a la ciudadanía como un todo, sin importar su clase social, su color de piel, su orientación sexual o su religión. Ya hay cosas escritas, por supuesto, pero creo que se hace necesario seguir construyendo hacia esta dirección.
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