Si nos hablan de la hospitalidad, seguramente pensaremos en reglas sociales que tienen su importancia pero que no son cosas de vida o muerte. El no ser hospitalario seguro que se ve mal pero nadie hará cuestión de estado por esto. Si vamos a la Biblia encontraremos pocas menciones a la práctica de la hospitalidad, pero es casi seguro que esto sea así porque ésta ya se daba por sentada, tomada como una cuestión inherente y vital, tan obvia que no necesitaba ser documentada profusamente. Al contrario que en los tiempos actuales, la ley de la hospitalidad era una necesidad enorme en la vida de los nómades en el desierto. Bajo esta ley, el huésped era sagrado y era un gran honor recibirle, aunque este privilegio se le concedía de manera primigenia al líder del clan. Tan especial era el recibir a los huéspedes que, no en vano, Abraham se postró ante la visita de los tres varones (Gén. 18:2-3) o se hizo gran júbilo en Nacor ante la llegada del siervo de Abraham (Gén. 24:28-32). Se le debía salir al encuentro, manifestar un saludo, lavar sus pies, atender a sus animales y hacerle una comida especial. Al irse, también se le debía acompañar cierto trecho (Gén. 18:16). De esta manera, se “adoptaba” al forastero durante el corto tiempo que se quedaba en casa.
Hay antecedentes de esta ley mucho más antiguos que los registros bíblicos. Por ejemplo, tenemos las leyes de Ur-Nammu, rey de Sumer (2000 años antes de Cristo), que seguro eran las normas que obedecía Abraham. En ambientes desérticos, es fundamental que seas hospitalario con el viajero ya que éste se encontraba en una situación de gran fragilidad: lo podía matar el sol del día, o el frío de la noche, o la ausencia de agua o alimentos. Si no se era hospitalario con aquel que viene a la tienda o a la casa, aunque sea un desconocido, se le dictaba una sentencia de muerte segura. Era una cuestión muy delicada y por eso fue una ley tan importante.
Los pueblos del cercano oriente pensaban que, sin saberlo, podían recibir a un dios o a un enviado de los dioses al acoger a un viajero. Esto puede inferirse con facilidad, por ejemplo, de las visitas realizadas a Abraham (Gén. 18:1-8), a Lot (Gén. 19:1) o, haciendo un gran salto temporal, de la mención del autor de la carta a los Hebreos (13:2), cuando enfatiza la hospitalidad entre los cristianos. El celo por el forastero era extremo y su protección era un deber más grande que el de un padre. Por ejemplo, Lot prefiere la deshonra de sus hijas a la de los forasteros (Gén. 19:8). ¿Por qué era así? Porque no se podía permitir una afrenta de esa magnitud a los dioses (1) o a los enviados de los dioses. Algo similar ocurrió en el crimen de Gabaa (Jue. 19:22-16), donde se prefería la entrega de la concubina, otro ejemplo del enorme celo en la aplicación de la ley de la hospitalidad.
Una norma relacionada era la ley del asilo. Por ejemplo, alguien pudo haber sido excluido de su tribu o clan o, tal vez, tomó por sí mismo la decisión de retirarse. Por lo tanto, en esta situación, debe buscarse otra tribu indefectiblemente. Ejemplo de esto lo tenemos en David: fue acusado de una falta grave y debió irse del país. ¿A dónde se dirigió? Aunque parezca inverosímil, acabó con los filisteos (1 Sam. 27:1-7), enemigos de Israel y del propio David en particular, pero la ley dice que si un enemigo viene para que se le acoja, entonces deja de ser enemigo. Es una ley extrema en apariencia pero es una cosa moral, con la que se salva una vida. Una persona no podía vivir fuera de una comunidad en esa época, se le condenaba a morir al quedar fuera de un clan, por eso la exigencia tan intensa a la recepción del excluido. Las propias ciudades de refugio (Num. 35:9-34; Jos. 20:1-9) eran parte de esta ley: Si alguien mataba a una persona, el goel o redentor tenía el derecho a cobrar venganza tomando la vida del asesino. Era una cuestión de equilibrio: si yo mato, deben matarme, muy marcada en las costumbres de medio oriente, pero si se hacía por accidente, podía llegar a una ciudad de refugio y así evitar la muerte. La ciudad me acogía.
No cumplir la ley de hospitalidad o la ley del asilo era una maldad máxima, una absoluta ignominia (Deu. 23:4; Jue. 19:15). Se consideraba terrible el no ayudar a quien pide ayuda y que puede morir ante nuestra indiferencia. Por eso se podía considerar válido matar a aquel que no acogiese o no haya sido hospitalario: el “ojo por ojo y diente por diente” de Hammurabi en toda su expresión: recordemos los casos de Gedeón y los príncipes de Sucot (Jue. 8:5-17), el de Nabal, Abigail y David (1 Sam. 25:1-38), o los dos casos más emblemáticos: el levita, su concubina y el crimen de Gabaa, que termina con el casi exterminio de la tribu de Benjamín (Jue. 19-21) por parte del resto del pueblo de Israel, y el de Lot, Sodoma y Gomorra, ciudades destruidas por Dios. Ambos casos muy similares y que acabaron en enorme destrucción. Si se debía acoger a alguien, y no se cumplía con el mandato de la ley de la hospitalidad, se merecía la muerte, sea por Dios o por los hombres.
No creo que debamos pensar en connotación sexual en los casos del levita y de Sodoma y Gomorra por cuatro razones básicas: Primero, no siempre la aparición de la palabra “conocer” en la Biblia implica una relación sexual; en su mayoría de casos el significado es el obvio sin otra connotación; segundo, lo que quería hacer el pueblo con los visitantes era, con mayor seguridad, matarlos, y esto se hace explícito en el pasaje de Jueces al interpretar el hecho en el 20:5 ("y levantándose contra mí los de Gabaa, rodearon contra mí la casa por la noche, con idea de matarme, y a mi concubina la humillaron de tal manera que murió"); tercero, porque estuvo “todo el pueblo junto, desde el más joven hasta el más viejo” (Gén. 19:4), complejo de pensar que todos hayan estado arrastrados en cuestiones de índole sexual; cuarto, por la propia mención de la Biblia de los pecados de Sodoma y Gomorra en Is. 1:10-17 y Eze. 16:49-50. Lo corrobora el historiador Josefo: “Por aquella época los sodomitas, a causa de su gran riqueza, se volvieron orgullosos, injustos con los hombres e impíos en la religión, olvidando los beneficios recibidos; odiaban a los forasteros y se entregaban a costumbres repudiables. Dios se sintió ofendido y decidió castigar su insolencia, y no solamente derribarles la ciudad, sino también, devastar los campos para que no creciera ningún producto de la tierra" (Antigüedades I, Cap. XI-1).
La ley de hospitalidad fue, por lo tanto, una ley formativa, propia de todos los pueblos de la zona, venida de los tiempos míticos, tan importante que varias situaciones narradas en la Biblia deben ser analizadas a la luz de esta ley. No hacerlo distorsionará el entendimiento de lo que realmente quieren decir dichas narraciones.
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(1) Vale la pena recordar la composición del panteón cananeo. En el primer nivel estaba El-Elion, el Dios altísimo. En el segundo nivel se encontraban los hijos de El-Elion, cada uno de los cuales estaba encargado de cada una de las setenta naciones del mundo conocido. Aunque originario de Edom, YHVH era considerado como el encargado de Israel. En el tercer nivel estaban los dioses menores, que no tienen país bajo su jurisdicción, pero eran los dioses de pequeños clases, familias o pastores, los cuales estaban representados por los terafines, pequeñas imágenes de barro o talladas en madera (hay algunas menciones en la Biblia, como aquella de Gén. 31:19, cuando Raquel roba los terafines de Labán al irse con Jacob). En un cuarto nivel estaban los mensajeros divinos, hombres en verdad, pero que vienen de los dioses
Yo te agradezco mucho, ya que sale a partir de las clases en las cuales has sido un excelente profesor. Un abrazo, estimado César.
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