Muchos creen, hoy en día, que el mensaje bíblico es uno solo, grabado en piedra, estable, plano, cuando en realidad es una construcción que demandó cientos de años. No solo me refiero al armatoste religioso, sino también a lo más sagrado: a Dios. El Dios de la Biblia, digámoslo así, fue evolucionando. Dios, para Abraham, era muy distinto a Dios para el apóstol Juan. Esta construcción fue un largo proceso en el que se recibieron muchos aportes de un lado y de otro, no exclusivamente de sitios santos sino también de rincones con influencias directas del paganismo o culturas totalmente distintas a la hebrea. Basta pensar en el cristianismo primitivo, Pablo y el profundo influjo heleno en nuestra fe.
Pero de Pablo no quiero hablar esta vez, sino del exilio babilónico, un evento trascendente que, sin saberlo, tuvo y tiene poderosa influencia en nuestra manera de entender a Dios. ¿Por qué el exilio? ¿Para qué el Exilio? ¿Cómo se dio el Exilio? La reinterpretación de los profetas –que lo sentían íntimamente- dice que el exilio se dio porque el pueblo pecó, porque no cumplió con su parte de la alianza hecha con Dios. Este pecado recurrente (Deuteroisaías, Jeremías) fue el causante de que Dios decidiera castigarlos. Dentro de la lógica de los profetas tiene sentido porque Dios había sido bastante paciente con ellos (unos 400 años) y por supuesto la paciencia tiene un límite. Se había adelantado con Asiria en el reino del norte, pero se venció el plazo con Babilonia en el reino del sur, cuando Nabucodonosor sitia Jerusalén y se lleva a la clase dirigente, en varias oleadas de exilio.
Esta invasión fue dramática. Pero no todo es malo: a veces, lo catastrófico es una oportunidad de reinterpretar a la divinidad y la forma de aproximarse a ella. El exilio, desde los profetas, sirvió para una nueva definición de Dios: nace allí un Dios universal, todopoderoso, único (aquí surge la idea del monoteísmo), que liberará a su pueblo y que reinará sobre todas las demás naciones de la tierra. Además, el exilio sirvió para crear una nueva identidad: antes del exilio, el culto estaba centrado en Jerusalén, en los sacerdotes, en los sacrificios, en la parafernalia que giraba en torno al templo salomónico del monte Moriah. Aquí estaba el eje de la identidad de los judíos. Sin embargo, al destruir Nabucodonosor el templo, hay una enorme crisis del culto. ¿Y ahora? ¿Qué se hace? Pues se definió una nueva identidad basada en la Ley, el sábado, el ritualismo y la circuncisión. Así, el pueblo pudo tener una identidad nueva, distinta a la anterior.
El mensaje, por supuesto, cambia. Antes del exilio era duro, justiciero, casi una aplicación directa de la ley del talión; luego del exilio el mensaje se hace amoroso, consolador (esto se ve profundamente en Ezequiel, que tiene una división en su énfasis). Deuteroisaías escribe pocos años antes de Ciro, tras la segunda deportación en un escenario de crisis de fe y esperanza por la pregunta: ¿Quién trae a Ciro, Jahveh o Marduk? Su mensaje es de énfasis del poder de Dios, del Dios creador (sin ayuda) que es Señor de los ejércitos celestes y ante el cual ningún poder puede competir. Además, configura el monoteísmo y enfatiza que Dios es el Señor de la Historia, por lo cual se debe tener confianza en que el pueblo volverá a Israel. Ezequiel muestra que Dios está siempre al lado del pueblo (Ez. 3:15) en los tiempos de crisis (Ez. 33:10) y de fe bamboleante. ¡Nunca abandona al pueblo! Y promete la restauración, como ese relato poderoso del valle de los huesos secos (Ezequiel 37).
Con el mensaje del Deuteroisaías en la mente, el pueblo vuelve a Israel. Pero hay problemas, porque los que vuelven son un poco babilónicos y los que se quedaron (que no fueron pocos) se hicieron un poco paganos. Sin embargo, el estado de carestía, pobreza, enemistad con los pueblos vecinos, y falta de liderazgo, hacen que el pueblo pierda rápidamente la fe. ¿Dónde está el Dios que es único y con el que tenemos una alianza? ¿Dónde está ese Dios creador de todo? ¿Por qué no hay templo? ¡La capital es paupérrima! Esta crisis traída por el exceso de expectativa traída por el Deuteroisaías hace que llegue el mensaje de ánimo de Zacarías y Hageo, junto con la obra de Nehemías y el trabajo del nuevo configurador de la fe: Esdras. Este último puso las bases del judaísmo que existe hasta hoy, muy distinto al que estuvo vigente antes de Nabucodonosor.
El mensaje bíblico es, entonces, una construcción. El exilio es un ladrillo importante en nuestra casa llamada cristianismo. Y la construcción es, en esencia, acción. Dios es acción, y nosotros debemos serlo también. Los que salieron de Egipto “hicieron” la ley; los que salieron de Babilonia, reescribieron la fe, crearon una nueva identidad, distinta a la anterior. Jesucristo volvió a reescribir la fe. Por ello, los cristianos le predicamos al mundo del amor de Cristo, de su obra salvífica, de la buena noticia; nuestra esperanza escatológica en el reino de Dios hace que nuestra fe nueva nos impulse a hacer cosas concretas en este mundo, nunca aislarnos, llamándonos también a reescribir-construir nuestra fe como los que nos antecedieron, como los que, por ejemplo, volvieron del exilio.
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