jueves, 28 de diciembre de 2017

Pronunciamiento Núcleo Perú - FTL Diciembre 2017

En el Perú el caos político se acrecienta. El Núcleo Perú de la Fraternidad Teológica Latinoamericana se pronuncia.



lunes, 25 de diciembre de 2017

La verdadera reconciliación

La navidad ya casi termina en Lima. El ambiente, tras el indulto al ex – presidente Fujimori, está caldeadísimo. Las manifestaciones han sido intensas y aún siguen. Ya han convocado a otras para los próximos días. El presidente PPK dio un mensaje a la nación, desde su casa, solo y grabado con la cámara de una laptop, donde asume la perorata fujimorista y enfatiza dos temas básicos de la discursiva naranja: el indulto del Chino es necesario para la reconciliación nacional, y la visión de los opositores está marcada por el odio. 

Un buen amigo, ante la noticia del indulto, me habló de que se hace necesario un esfuerzo por la reconciliación. Lo escuché, tomando el mensaje con mucha seriedad. Soy cristiano, es Navidad, y sigo al Príncipe de Paz que nos da esperanza y orden. La reconciliación es parte intrínseca de la teología cristiana, un eje capital. Cristo, al morir en la cruz, reconcilia a Dios Padre con los hombres debido al pecado de todos nosotros (Rom. 5:10; 2 Cor. 5:18; Col. 1:20-21). Tras la obra redentora, se nos llama a ser instrumentos de paz y reconciliación con todos los que nos rodean. Ahora, PPK habla de reconciliación, los fujimoristas hablan de reconciliación, los congresistas del partido de gobierno hablan de reconciliación. Todos nos volvimos teólogos y usan esa hermosa palabra, esa agraciada misión que tenemos los cristianos (2 Cor. 5:18-21).

Pero la reconciliación, ojo, siempre pasa por un reconocimiento de la falta y propósitos serios de enmienda. La muerte de Cristo en la cruz, aunque no tiene costo para nosotros ya que es un obrar de Dios por pura gracia (Rom. 3:23-25), nos trae el perdón pero con una acción previa nuestra: el reconocimiento de nuestro pecado, el arrepentimiento genuino y la metanoia posterior: el cambio de actitud completo y real que traiga frutos tangibles (Mat. 3:8). Por eso es tan importante en el catolicismo y el protestantismo la confesión de pecados (1 Jn. 1:9) como puente que nos llevará a una reconciliación verdadera. Por lo tanto, siempre la reconciliación implicará la aceptación de las culpas, el resarcir de una manera u otra a las víctimas de nuestras faltas (Lev. 6:4) y el compromiso de un cambio hacia el futuro. Todo es una sola cosa, no podemos hablar de reconciliación si alguna de los componentes nos falta. Veo lo que está sucediendo con Fujimori y el discurso de sus seguidores está muy lejos de reconocimiento de los delitos, y menos de un arrepentimiento genuino. El propio PPK habló de errores o transgresiones, evitando la palabra delito. Otros arrecian contra los juicios o traen de regreso los argumentos que centran los crímenes en el asesor Vladimiro Montesinos. Por lo tanto, su discurso respecto al arrepentimiento no es sincero. Suena, más bien, a impunidad. 

El discurso que aduce el odio de los que se oponen al fujimorismo en todas sus formas tiene larga data. Lo argumentan todos, desde los parlamentarios de Fuerza Popular hasta los operadores de redes sociales, que insisten con esa postura una y otra vez. Por supuesto, esta visión está vinculada a la ausencia de arrepentimiento real, y esta actitud se remonta a lo más atrás en el texto bíblico, a la misma creación del hombre y la mujer. Adan y Eva, ante la falta cometida por comer el fruto prohibido, no dudaron en achacar su responsabilidad a otros: la mujer, la serpiente (Gén 3:7-13). Ellos nunca asumieron con hidalguía su error, y eso sigue pasando hoy: al decir que sentimos odio y que es por ese odio que nos oponemos a Fujimori, lo que están diciendo realmente es que la culpa es nuestra porque son nuestros ojos los que ven el mal o la falta; nuestra visión está distorsionada y que lo que vemos como delitos es así por el odio que sentimos. Nos acusan de oponernos al mismo Dios que es amor en esencia al sentir odio, lo que es un pecado muy serio de nuestra parte. Es una visión perversa porque no solo no asumen sus culpas, sino que ponen en nuestros hombros la carga pesada que ellos deben arrogar y resolver. Que tremendo es esto. 

Si realmente se quiere una reconciliación genuina, entonces ya saben qué hacer. Asuman lo que les toca, pidan perdón, reparen a las muchas víctimas que aún esperan justicia, dejen el discurso inmaduro del odio del adversario, y en ese momento los otros tendremos en nuestra cancha la misión de pasar la página con nobleza y pensando en el país. Eso es posible, el Dios de la historia lo ha hecho muchas veces, pero veo Latinoamérica y me embarga el pesimismo. Ruego, clamo porque esta vez sea distinto.

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Foto: América TV

lunes, 11 de diciembre de 2017

Una ley muy importante

Si nos hablan de la hospitalidad, seguramente pensaremos en reglas sociales que tienen su importancia pero que no son cosas de vida o muerte. El no ser hospitalario seguro que se ve mal pero nadie hará cuestión de estado por esto. Si vamos a la Biblia encontraremos pocas menciones a la práctica de la hospitalidad, pero es casi seguro que esto sea así porque ésta ya se daba por sentada, tomada como una cuestión inherente y vital, tan obvia que no necesitaba ser documentada profusamente. Al contrario que en los tiempos actuales, la ley de la hospitalidad era una necesidad enorme en la vida de los nómades en el desierto. Bajo esta ley, el huésped era sagrado y era un gran honor recibirle, aunque este privilegio se le concedía de manera primigenia al líder del clan. Tan especial era el recibir a los huéspedes que, no en vano, Abraham se postró ante la visita de los tres varones (Gén. 18:2-3) o se hizo gran júbilo en Nacor ante la llegada del siervo de Abraham (Gén. 24:28-32). Se le debía salir al encuentro, manifestar un saludo, lavar sus pies, atender a sus animales y hacerle una comida especial. Al irse, también se le debía acompañar cierto trecho (Gén. 18:16). De esta manera, se “adoptaba” al forastero durante el corto tiempo que se quedaba en casa. 

Hay antecedentes de esta ley mucho más antiguos que los registros bíblicos. Por ejemplo, tenemos las leyes de Ur-Nammu, rey de Sumer (2000 años antes de Cristo), que seguro eran las normas que obedecía Abraham. En ambientes desérticos, es fundamental que seas hospitalario con el viajero ya que éste se encontraba en una situación de gran fragilidad: lo podía matar el sol del día, o el frío de la noche, o la ausencia de agua o alimentos. Si no se era hospitalario con aquel que viene a la tienda o a la casa, aunque sea un desconocido, se le dictaba una sentencia de muerte segura. Era una cuestión muy delicada y por eso fue una ley tan importante. 

Los pueblos del cercano oriente pensaban que, sin saberlo, podían recibir a un dios o a un enviado de los dioses al acoger a un viajero. Esto puede inferirse con facilidad, por ejemplo, de las visitas realizadas a Abraham (Gén. 18:1-8), a Lot (Gén. 19:1) o, haciendo un gran salto temporal, de la mención del autor de la carta a los Hebreos (13:2), cuando enfatiza la hospitalidad entre los cristianos. El celo por el forastero era extremo y su protección era un deber más grande que el de un padre. Por ejemplo, Lot prefiere la deshonra de sus hijas a la de los forasteros (Gén. 19:8). ¿Por qué era así? Porque no se podía permitir una afrenta de esa magnitud a los dioses (1)  o a los enviados de los dioses. Algo similar ocurrió en el crimen de Gabaa (Jue. 19:22-16), donde se prefería la entrega de la concubina, otro ejemplo del enorme celo en la aplicación de la ley de la hospitalidad. 

Una norma relacionada era la ley del asilo. Por ejemplo, alguien pudo haber sido excluido de su tribu o clan o, tal vez, tomó por sí mismo la decisión de retirarse. Por lo tanto, en esta situación, debe buscarse otra tribu indefectiblemente. Ejemplo de esto lo tenemos en David: fue acusado de una falta grave y debió irse del país. ¿A dónde se dirigió? Aunque parezca inverosímil, acabó con los filisteos (1 Sam. 27:1-7), enemigos de Israel y del propio David en particular, pero la ley dice que si un enemigo viene para que se le acoja, entonces deja de ser enemigo. Es una ley extrema en apariencia pero es una cosa moral, con la que se salva una vida. Una persona no podía vivir fuera de una comunidad en esa época, se le condenaba a morir al quedar fuera de un clan, por eso la exigencia tan intensa a la recepción del excluido. Las propias ciudades de refugio (Num. 35:9-34; Jos. 20:1-9) eran parte de esta ley: Si alguien mataba a una persona, el goel o redentor tenía el derecho a cobrar venganza tomando la vida del asesino. Era una cuestión de equilibrio: si yo mato, deben matarme, muy marcada en las costumbres de medio oriente, pero si se hacía por accidente, podía llegar a una ciudad de refugio y así evitar la muerte. La ciudad me acogía. 

No cumplir la ley de hospitalidad o la ley del asilo era una maldad máxima, una absoluta ignominia (Deu. 23:4; Jue. 19:15). Se consideraba terrible el no ayudar a quien pide ayuda y que puede morir ante nuestra indiferencia. Por eso se podía considerar válido matar a aquel que no acogiese o no haya sido hospitalario: el “ojo por ojo y diente por diente” de Hammurabi en toda su expresión: recordemos los casos de Gedeón y los príncipes de Sucot (Jue. 8:5-17), el de Nabal, Abigail y David (1 Sam. 25:1-38), o los dos casos más emblemáticos: el levita, su concubina y el crimen de Gabaa, que termina con el casi exterminio de la tribu de Benjamín (Jue. 19-21) por parte del resto del pueblo de Israel, y el de Lot, Sodoma y Gomorra, ciudades destruidas por Dios. Ambos casos muy similares y que acabaron en enorme destrucción. Si se debía acoger a alguien, y no se cumplía con el mandato de la ley de la hospitalidad, se merecía la muerte, sea por Dios o por los hombres. 

No creo que debamos pensar en connotación sexual en los casos del levita y de Sodoma y Gomorra por cuatro razones básicas: Primero, no siempre la aparición de la palabra “conocer” en la Biblia implica una relación sexual; en su mayoría de casos el significado es el obvio sin otra connotación; segundo, lo que quería hacer el pueblo con los visitantes era, con mayor seguridad, matarlos, y esto se hace explícito en el pasaje de Jueces al interpretar el hecho en el 20:5 ("y levantándose contra mí los de Gabaa, rodearon contra mí la casa por la noche, con idea de matarme, y a mi concubina la humillaron de tal manera que murió"); tercero, porque estuvo “todo el pueblo junto, desde el más joven hasta el más viejo” (Gén. 19:4), complejo de pensar que todos hayan estado arrastrados en cuestiones de índole sexual; cuarto, por la propia mención de la Biblia de los pecados de Sodoma y Gomorra en Is. 1:10-17 y Eze. 16:49-50. Lo corrobora el historiador Josefo: “Por aquella época los sodomitas, a causa de su gran riqueza, se volvieron orgullosos, injustos con los hombres e impíos en la religión, olvidando los beneficios recibidos; odiaban a los forasteros y se entregaban a costumbres repudiables. Dios se sintió ofendido y decidió castigar su insolencia, y no solamente derribarles la ciudad, sino también, devastar los campos para que no creciera ningún producto de la tierra" (Antigüedades I, Cap. XI-1). 

La ley de hospitalidad fue, por lo tanto, una ley formativa, propia de todos los pueblos de la zona, venida de los tiempos míticos, tan importante que varias situaciones narradas en la Biblia deben ser analizadas a la luz de esta ley. No hacerlo distorsionará el entendimiento de lo que realmente quieren decir dichas narraciones.


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(1) Vale la pena recordar la composición del panteón cananeo. En el primer nivel estaba El-Elion, el Dios altísimo. En el segundo nivel se encontraban los hijos de El-Elion, cada uno de los cuales estaba encargado de cada una de las setenta naciones del mundo conocido. Aunque originario de Edom, YHVH era considerado como el encargado de Israel. En el tercer nivel estaban los dioses menores, que no tienen país bajo su jurisdicción, pero eran los dioses de pequeños clases, familias o pastores, los cuales estaban representados por los terafines, pequeñas imágenes de barro o talladas en madera (hay algunas menciones en la Biblia, como aquella de Gén. 31:19, cuando Raquel roba los terafines de Labán al irse con Jacob). En un cuarto nivel estaban los mensajeros divinos, hombres en verdad, pero que vienen de los dioses