miércoles, 25 de enero de 2017

La raíz de todo

Hace unos días leí que los colectivos #conmishijosnotemetas comenzarían a manifestarse buscando que se elimine de los documentos oficiales toda mención a la palabra “género”, cambiándola por “sexo”, enfatizando que no solo es una cuestión semántica sino que la propuesta busca algo más profundo: la eliminación de la ideología implícita en las normas y manuales del gobierno peruano que busca -según ellos- dañar a los niños. Es una cuestión compleja cuando llevamos años orientando ciertas políticas públicas desde la teoría de género aunque todo puede cambiarse, por supuesto, y más cuando el presidente quiere minimizar sus problemas ante la ola verdeamarilla llamada Odebrecht que se le viene y que probablemente lo revuelque sin piedad.

“Hay que ir a las razones de fondo de esta oposición” me decía una buena amiga. Ella centra las cosas en el fuerte machismo que impera en la sociedad peruana y, por supuesto, también en las iglesias. Es algo que desde pequeño se nos impregna a todos, haciendo que tengamos un terror enorme de tendencias que salgan fuera de los estereotipos machistas. Se nos enseña a ver lo diferente con recelo y a hacer mofa de eso. Vemos todos los días las consecuencias de la violencia doméstica, mujeres muertas por parejas o ex-parejas que no soportaron que ellas decidan terminar sus relaciones o poner un alto a los abusos. Ya estamos habituados a las noticias en la prensa, y las cosas son similares en la iglesia, donde muchas mujeres son alentadas a “soportar” los golpes de los esposos, a orar por un cambio de actitud, a “luchar” por la familia. Un triste estudio mostró una realidad dramática que muestra lo duro de la situación en el mundo evangélico. Sí, el machismo es un problema, que se agrava en las iglesias cuando tenemos una lectura literal de la Biblia, la cual fue escrita desde una perspectiva patriarcal y en una época patriarcal (y no hay otra opción porque es hija de su tiempo) y también interpretada desde una hermenéutica patriarcal: mucha de nuestra teología es formada en los siglos XVIII y XIX.

Considero que el machismo es una dificultad. Pero creo que existe un problema más de fondo en las iglesias, que es desde donde nace mucha de la virulencia del enorme y tenso debate actual: el sexo. Arrastramos viejos prejuicios que vienen desde hace cientos de años. No sabemos qué hacer. Todo es culpa: una emisión nocturna, masturbarse, disfrutar del sexo, ver un desnudo en una película, todo, todo está inmerso en la culpa. Tanto es así que tenemos serias dificultades de enfrentarnos al sexo opuesto. ¿Imaginan, en ese contexto, el enfrentarse a alguien con una orientación distinta? Nos rebasa. El sexo es algo que no se sabe manejar, de lo que se habla muy poco salvo incentivar la castidad hasta el matrimonio, y mucho menos en iglesias de corte más conservador. ¡La educación sexual en muchas iglesias es un desastre!


El sexo es la raíz de todo. Provoca el miedo que nos mueve, y como es así ya vamos perdidos. Primero, enfrentemos nuestros temores. Luego ya orientemos nuestra voz. 

miércoles, 11 de enero de 2017

La agresividad, ¿nuevo valor cristiano?

Lima está en ebullición por la discusión sobre la igualdad de género. Muchos grupos de corte eclesial se están manifestando haciendo sentir su opinión respecto al tema, utilizando el cliché “ideología de género”, de la misma forma que en otros países, para oponerse a ciertas políticas educativas que el gobierno quiere implantar en la educación básica peruana. La cantidad de desinformación que he podido percibir es brutal. Pocos entienden la materia que se discute: es la post-verdad en su máxima expresión.

Ha llegado la confluencia de posiciones antagónicas. El gran problema es que una gran parte de la iglesia evangélica no está acostumbrada a dialogar con el otro, con el diferente, sino más bien que está habituada al diálogo vertical y sumiso. El pastor o el líder determina, dice qué hacer; la iglesia o la teología implícita marca qué es lo correcto. Para agravar la situación, existe en la cabeza de muchos evangélicos la dualidad mundo-iglesia, en donde el mundo está condenado, basados en la teología construida por el apóstol Pablo y afianzada por el fundamentalismo cristiano. ¿Cómo dialogar con alguien que es un pecador y se irá al infierno? Si ni siquiera podemos dialogar con lo que piensan distinto dentro de la Iglesia, que es hermano nuestro, ¿podré realmente hablar con alguien a quien considero en la práctica un inferior? Otra cuestión es lo que un amigo me decía por la mañana: el pueblo evangélico está muy acostumbrado a espiritualizar la realidad, en la cual el que no cree en Cristo es un potencial instrumento de Satanás, y es nuestro antagonista porque nosotros somos luz, y es a la luz a donde ha venido la revelación. ¿Dialogar con las tinieblas? No hay manera, a las tinieblas hay que reprenderlas porque estamos en una literal lucha contra sus huestes. ¿Dialogo? En esta perspectiva se hace mucho más difícil.

Es tremendo esto. Porque el gran crecimiento numérico de la iglesia evangélica y su evidente manifestación en las calles muestra un notorio empoderamiento. Ya no nos restringimos a las cuatro paredes de la iglesia, sino que ahora salimos, y nos manifestamos con la seguridad de poseer la verdad. Pero hay un problema: el empoderamiento está denotando una gran agresividad en muchos evangélicos. Las redes están llenas de insultos contra todo aquel que piense distinto, que sea el antagonista. Es, a fin de cuentas, la caída en la tentación del monte alto, del poder, y la caída en ella está clara en la actitud del dominio sobre el otro que no nos gusta, en el intento de aplastarlo. La agresividad parece haberse convertido en un valor nuevo del cual se nutren héroes de la fe del siglo XXI que pelean en las redes y en las calles por el cristianismo.

¿Cómo salimos de este nudo? Apelo al espíritu de los 500 años de la reforma de Lutero, que buscaba volver a los valores de Jesús. El que lee entienda.