miércoles, 23 de mayo de 2012

Incertidumbre


Escucho la música de 1995, año tan determinante, donde me perdí en los infiernos y subí a los cielos. Fue un año bisagra, donde conocí el sinsabor de la depresión, pero también la vida de la conversión al cristianismo. Pienso en la experiencia, y aún me emociona (y se entiende el énfasis en el primer amor que hizo el apóstol Juan). Hoy, casi diecisiete años después, otra vez me encuentro en un punto de inflexión; la fe se cuestiona, y se reconstruye. Antes fue la aceptación de que Dios no hacía basura en este mundo: yo, por lo tanto, no lo era. Hoy, es distinto. De nuevo: la fe se cuestiona.

¿Por qué eso? Por años luché contra la idea de salir a la iglesia. Finalmente, logré el éxito en ese propósito, pero luego se me presentó un vacío extraño. Pensando en él, creo que se dio porque tenía la idea de replicar el pasado. Hablaba de cristiano sin iglesia, claro está, pero asumía eso como cuestión temporal, teniendo clara la idea de que pronto, tarde o temprano y en algún rincón de Lima, encontraría una comunidad estática, donde replicaría los años vividos en mi antigua iglesia. Buscama mi templo, mi púlpito, las clases de academia bíblica en un lugar más sano que el anterior. ¿De verdad sería así? ¿Eso me habían enseñado las variopintas experiencias del pasado? ¿No apuntaban mis reflexiones hacia otras direcciones? ¿Tanto pensamiento y texto para nada?

En realidad, quería calma, suelo duro y estable, escenarios perfectamente predictibles, pero eso no llegó a nivel de la fe. Superé la etapa de la iglesia local, pero no me di cuenta que añoraba algo de ella. Añoraba la firmeza, la predictibilidad, el control que sentía al entrar bajo su techo. Seguridad, a fin de cuentas. Sin embargo, el mundo me había enseñado, con golpes constantes, que la firmeza no existe. Que en realidad flotamos, que no existe certeza de las cosas. Somos hijos de la incertidumbre, y eso no me gustaba. Lo rechazaba. Siempre hacía esfuerzos para hacer mi vida lo más certera y estable, desde el lado económico, académico o religioso.Tomé a los golpes como enseñanzas, pero ignoraba uno de sus principales postulados. Luchaba con miedos de niñez, que allí se sentían, pero había que vencerlos.

La fe se cuestiona porque me resistía a entender y aceptar su componente de incertidumbre.

Entonces estoy en esas. Debo aceptar que no sé qué escenario vendrá. No se qué mundo aparecerá mañana, no sé si estaré aquí, no sé qué rostro de Dios paseará por Lima esta semana. Nada sabemos. Solo nos queda esperar que la incertidumbre nos favorezca. Y esto lo debo aceptar no solo en la cabeza, sino también en el corazón.

sábado, 19 de mayo de 2012

Entre tú y yo


Incrustado en el palo mayor del barco, con vientos huracanados que amenazan la vida de los tripulantes, así me siento ahora y te grito. Grito fuerte, desesperado, buscando tu respuesta. Te digo que no hundirás mi barco, te digo que la tormenta que trajiste es un juego de niños, insignficante como una burla de un desconocido. Grito por mi vacío, por mi marcha, porque no estoy encontrando nada en este caminar sigiloso y a tientas. Del vacío de la falsa religiosidad que te dice que la verdad te hará libre (pero es una libertad esclava) he pasado al vacío de tu ausencia. Porque sí, tu ausencia, la soledad de ti es vacío, aunque sea terco en decir lo contrario, aunque quiera disimular el espacio que he creado como si no existiera. Quiero decir que no importas, que no estás, pero mi corazón en lo más profundo sabe que eso es mentira. ¿Qué debo hacer para verte? ¿Qué debo hacer para reconciliarme contigo, para perdonarnos mutuamente? Porque en ese acto de perdón puede estar la llave que abra la puerta de contacto. ¿O es que debo ver la realidad de una manera diferente?

Puede ser eso. Mi percepción es errada: la culpa no es tuya, Dios; es un poco mía, un poco de los que se llaman tus representantes, un poco de los imponderables de la vida. Debe ser un error llamar inoperancia al no ver ningún accionar tuyo ante las actitudes escandalosas de tus llamados. Quizá sí operas en silencio o discretamente, quizá esperas el momento, quizá simplemente dejas que las cosas pasen, a la espera de que el azar y la probabilidad hagan su trabajo. Quizá todo lo veo mal, quizá deba replantearlo todo.

Y si quiero replantearlo todo, ¿por dónde comienzo? La teología no me ayuda. Estorba en esta andadura. Debe ser algo más íntimo, más cercano. ¿Cuál fue el primer momento en que sentí tu accionar? Era sensible a ti desde pequeño, lo recuerdo con claridad, pero quizá exista un momento en que te percibí actuando, en serio, con contundencia.

Aunque parezca insólito, ese momento existe.

De ese momento partiré: Dios, por favor, comencemos de nuevo, vayamos a esa noche de fines de los ochenta, en que hice el pedido más inverosímil posible, y tú lo escuchaste. Allí me tuviste, aquí la sensibilidad a tus cosas que tenía desde pequeño se transformó en certeza de tu presencia, en promesa de tiempos mejores, en esperanza. Comencemos desde allí; esta vez sin pequeños grandes milagros (a menos, claro, que tú lo quieras hacer)

Y lo hiciste. Una de esas cosas cotidianas a las que antes prestaba atención, algo pequeñito, pero valioso.