lunes, 14 de junio de 2010

Dejados atrás (19)

Incompatibilidad de caracteres

En enero de 2008 mi esposa y yo regresamos a la iglesia. Me sentía sumamente raro, como un hebreo en el desierto del Sinaí que ante los problemas de la ruta (léase: desintegración de mi grupo de reflexión) miraba lo bueno de la esclavitud olvidándose de los extremos beneficios de la libertad. Era maltratado, molido a golpes, abusado; sufría todos los días, pero eso era mejor al sol inclemente, la falta de agua y carne o a la monotonía del maná. Lo que debía ver eran las tierras palestinas, los valles galileos, el agua del Jordán o los peces del Mediterráneo; se quedó en la imagen de las pirámides egipcias con harto sudor y mucho castigo. Algo dentro mío añoraba el pasado, quería volver a los tiempos buenos ya definitivamente idos, como si deseara replicar la sensación de seguridad de antes. Burda ilusión: casi todo ya estaba muerto. La iglesia era una desconocida para mí, era otra, bastante desemejante a la que abandoné. ¿Había cambiado ella o, más bien, era yo el diferente? Es cierto que yo no era el mismo ―en especial en asuntos de la fe― pero me era evidente que la congregación se había transformado.

Rápidamente me di cuenta que quedaban muy pocos vínculos que me ataran a la vida eclesial, salvo algunos amigos cercanos. Sentía un recelo de algunas personas que, seguramente, fueron advertidas de un posible trato conmigo, el rebelde insumiso-seguramente-en-paupérrimas-condiciones-espirituales. Los amigos cercanos sí se acercaron sin problemas, así como los adolescentes que estuvieron a mi cargo (a esas alturas, unos universitarios impetuosos). Sin embargo, el ambiente era frío, y los lazos frágiles. Pensé mucho en mi actitud anterior. ¿No tendría el pastor titular toda la razón? No sería todo culpa mía? ¿Mi corazón es impuro y se resiste a escuchar la voz de Dios? ¿No me interesa la unidad de la iglesia sino su destrucción, el daño? ¿Estoy lleno de rencores, que desde ellos hablo, me expreso, critico, vocifero? ¿Debo someterme a la autoridad de los llamados por Dios? ¿Me era necesaria una purificación?

Ante ello, se me hizo urgente evaluar mi corazón para analizar la iglesia con otros ojos. Debía alejar la emotividad y centrarme en lo objetivo del pensamiento analítico, que me permitiese, sin pasiones ni subjetividades, encontrar si era la iglesia la que se hundía o si yo era el que estaba en estado calamitoso. Para eso, me comprometí a utilizar mis conocimientos misiológicos de una forma que me permita analizar a la iglesia de la manera más limpia posible. En este momento es que nace la idea de encontrar las razones de mi alejamiento de la estructura eclesial. Terca obsesión de encontrar una explicación razonable y coherente de todas las cosas.

El resultado me asustó porque no pensé en encontrar a la iglesia en un estado de disfuncionalidad tan grande. Me sorprendió que la comunidad haya mutado de esa manera, continuando en ese proceso sin aparente posibilidad de cambios en el corto plazo. Tristemente encontré a una iglesia atrapada, adicta, hiperactiva, escapista y dependiente, que está feliz cómo es, ciega a su propia condición y que no quiere cambiar por decisión exclusiva de su liderazgo. Si tratase de agrupar las conclusiones, tendría tres partes por donde transcurre el análisis:

a) La congregación
b) El pastorado
c) La institución

Cada una de ellas tiene dos conceptos base que tratan de explicarlas:

―Congregación: Neoplasia, Cortoplacismo.

―Pastorado: Indispensabilidad, Degeneración

―Institución: Informalidad, sacralización.




Ir pensando, poco a poco, en estos elementos, me hizo ir concluyendo en lo inevitable de mi partida irreversible. Era como si nuestros temperamentos fueran absolutamente contrarios, como si nuestros caracteres fueran completamente incompatibles. La hora del divorcio se acercaba. Cuando los últimos lazos se rompieron, en especial con la renuncia del pastor asistente a la iglesia, me di cuenta que no tenía sentido el seguir asistiendo a la iglesia. Nuevamente me despedí. Esta vez de manera definitiva.

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