B) El cortoplacismo
Mi mamá hace tiempo que se queja de lo mismo. Desde hace un quinquenio, por lo menos, ella se siente desamparada, dejada a su suerte en la iglesia. Se siente poco importante, algo fastidiada de que el liderazgo y, en especial, el pastorado, dediquen sus mayores esfuerzos a captar nuevos prosélitos dejando que la gente de años se las arregle como pueda. Yo me sentía cómodo con hecho de que me dejaran tranquilo, no metiéndose en mis cosas a pesar del afán intervencionista pastoral (en realidad, era por mis propios conflictos con la institución porque sería diferente si permanecería en el liderazgo o si fuera un miembro sumiso), pero con el tiempo descubrí que muchos cristianos no se sienten felices. El aburrimiento los somete. Una versión del desamparo los acoge. Hundidos si no estás involucrado en la evangelización del mundo-país-ciudad-barrio, con algo de esa melancolía de morir en este mundo y de vivir sin una estúpida razón.
Claro está, no todos. Algunos están muy habituados a la rutina, sin disposición a cambiar. En especial la gente mayor, que no quiere comenzar de nuevo otra vez a esas alturas de sus vidas.
La vida eclesial a la larga se vuelve monótona. Te conviertes, te involucras con intensidad en la obra; primero, como novel catecúmeno en clases de verdades fundamentales, células y reuniones de oración, pero al poco tiempo el papel que jugaremos será más activo. Cuando llegas al liderazgo, las opciones de servicio son cortas porque normalmente no se fomenta las iniciativas individuales en favor de la “visión” del pastor al cual Dios, según ciertas pseudo-doctrinas y creencias firmemente arraigadas en el imaginario popular evangélico, encomienda la dirección de la iglesia. Esto no es un problema para nadie porque nuestro cristianismo exige naturalmente un servicio a Dios que se concreta en especial en su iglesia con una gran entrega de amor desinteresado. Por ello, trabajaremos en las actividades que se configuran bajo la tutela pastoral porque sentimos que así servimos a Dios y a nuestro prójimo. En otras palabras, es el pastorado quien decidirá qué iniciativas del laicado se llevarán a cabo: si no coinciden con las de ellos, dejarán que se duerman en el sueño de los justos o irán a la congeladora, a favor de sus propias iniciativas. Como finalmente trabajaremos en lo que los pastores quieren, nuestro “ministerio” se restringirá a casi siempre las mismas cosas: predicar semana a semana, ayudar en campañas evangelísticas, enseñar en la iglesia, visitar enfermos, hospedar predicadores o misioneros, según el particular énfasis que los pastores tengan por su trasfondo, formación o preferencias. A largo plazo te aburres soberanamente, tan igual nos cansamos de un trabajo que nos somete por largo tiempo. Llega un punto en que la iglesia se hace sumamente cansina, simple, incompleta. Te agota recitar las cuatro leyes espirituales o predicar siempre sobre la regla de oro. No hay opciones para mayores profundizaciones. Las prédicas parvularias se convierten en un somnífero más potente que el Valium. El discurso oficial deja de explicar nuestras experiencias personales como seguidores del Maestro. Existen iglesias en que la oferta de actividades es mucho más grande, es cierto, pero no es algo tan común.
La monotonía a largo plazo parece ser algo estructural porque no sólo la encontré en mi iglesia local sino que la detecté en otras congregaciones, como una práctica que se extiende como un virus por todas partes, invisible, imperceptible. Ante ello, me surgió la siguiente inquietante pregunta: ¿Por qué muchos cristianos de segunda generación (hijos de cristianos) y cristianos de la segunda edad (con una cantidad no pequeña de años en la iglesia) sienten que la iglesia no tiene ninguna estrategia, programa o forma de acercamiento hacia ellos? ¿Por qué sienten una desconexión? Definitivamente el hacer siempre lo mismo por los siglos de los siglos tiene una influencia, pero mi impresión era que existían razones más de fondo, más allá de lo meramente superficial.
Al exponer este dilema al pastor asistente de la iglesia, él me comentó un punto de vista con el que estoy muy de acuerdo. Él decía que la denominación no sabe qué hacer con los cristianos de segunda generación (2G) y de segunda edad (2E), que hay cierto desconcierto por parte del liderazgo al pensar en qué hacer con ellos. Somos excelentes haciendo retiros, encuentros, campamentos, campañas evangelísticas. Nos preparamos para las dudas del recién convertido, sabemos qué hacer para trabajar en la restauración de un matrimonio o una familia cuando acaban de entregar su vida a Cristo, pero nadie se ha dedicado a pensar en la problemática del cristiano 2G y 2E. Pensando en la historia particular de la denominación, las palabras del pastor titular encuentran más sentido.
Mencioné páginas atrás que la denominación diseñó un programa de iglecrecimiento especial para Lima en los setentas que buscaba una expansión explosiva en todos los distritos de la ciudad. Fue un éxito rotundo. El avivamiento que experimentó la denominación en esos años es recordado casi con devoción por cristianos veteranos que vivieron esa época de oro. Conversiones a raudales semana a semana y la plantación de muchas iglesias fue parte del día a día, algo natural. Tan fuerte fue el crecimiento que la denominación se convirtió en poco tiempo en una de las más importantes del Perú desde el punto de vista numérico, sólo por detrás de iglesias de arraigo popular y muchos años como, por ejemplo, las Asambleas de Dios del Perú o la Iglesia Evangélica Peruana.
¿Por qué la iglesia no sabe qué hacer con los cristianos 2G y 2E? Coincido con la explicación que me dio el pastor asistente: la iglesia es muy buena para evangelizar gente, para convertirla y prepararla en un primer estadio, excelente para el corto plazo, pero muy mala para después. Yo lo pongo en otras palabras: la iglesia privilegia la visión cortoplacista de la misión que, atada a la hiperactividad y la neoplasia, concentra los esfuerzos en predicar el cristianismo en desmedro de la profundización de la experiencia cristiana. Predicar a todas las naciones es el núcleo de las actividades, la misión de cada cristiano por naturaleza. Todo es la pasión por las almas, el engorde, la neoplasia hiperactiva que busca crecer en la estadística del hoy, sin preocuparse en la vida de la iglesia en cinco o diez años, en quién dirigirá la iglesia en ese momento, en el liderazgo que sustentará las actividades; todo es el hoy. Dios proveerá todo para después, hermano, no te preocupes.
Cuando un cristiano “madura”, lo único que la iglesia le ofrece es continuar la visión cortoplacista pero desde arriba, como un maestro, consejero, o aportando a la obra. No existe más. No hay prédicas más profundas, énfasis en experiencias espirituales intensas o actividades para él, todo es crecimiento sin sustancia ni bases. La visión cortoplacista es el predominio de la iglesia en estado de “leche espiritual." Por ello las iglesias siempre tienen los mismos conflictos y las mismas preguntas. Pasan los años y siguen con las interrogantes respecto al alcohol, el baile, las fiestas, los tatuajes o el cine, lo cual no es más que la representación de una inmadurez bastante profunda. ¿Qué pasará con esos cristianos en el largo plazo? Sucederá lo que comentaron en una conferencia de la Fraternidad Teolológica Latinoamericana respecto a los jóvenes cristianos pentecostales profesionales en Chile: una migración lenta pero sostenida a denominaciones históricas, causada exclusivamente por su agotamiento en sus iglesias de origen por la monoactividad.
Esto parece formar una secuencia a la que llamo el flujo del laicado en la iglesia local. Algunas personas llegan a una iglesia, se convierten, están en ella 15 años y luego salen en búsqueda de otras experiencias debido, entre otras cosas, a su cansancio, sea en otras comunidades o en ninguna otra (no deja de ser cristiano, recalco. Pasa a ser cristiano sin iglesia, un fenómeno mucho más común de lo que se piensa). ¿Cómo una iglesia local puede evitar la salida de cristianos experimentados que pueden aportar poderosamente en su propia congregación? El pastor asistente me dio una respuesta que creo que es una de las claves: al cristiano 2G y 2E puedes retenerlo de una manera: cediéndole poder de decisión. Yo añado una respuesta más: se les retiene incentivando un ambiente de creatividad profunda y fomento de sus iniciativas. Por lo tanto, se necesita alentar sus emprendimientos, involucrarlos en la misión de Dios desde la perspectiva integral, donde se entienda que uno trabaja con Dios no sólo con diligencias “espirituales” sino que también se colabora con la Iglesia y la missio dei de otras maneras igual de reconciliadoras: con el medio ambiente, con uno mismo, con la sociedad. Cuando se presenta ese reto misiológico con total apertura a lo que el corazón de los laicos añoran, y se le acompaña de poder de decisión, rompemos el flujo del laicado de la iglesia local, y éstas conservarán su liderazgo por tiempos más largos, sentando los cimentos de iglesias más fuertes. Nos olvidamos del corto plazo para adentrarnos en el horizonte del largo plazo, donde nos volvemos partícipes de la historia, contribuyendo a ella creando bases que preserven el cristianismo a través del tiempo, de la misma manera en que muchos cristianos lo han hecho en el pasado.
En mi iglesia, el flujo del laicado podía observarlo con facilidad (hablaré más sobre él pronto, enfatizando otras razones ―además del aburrimiento― por las cuales un cristiano abandona congregaciones locales); también percibí un falso énfasis en perspectivas misiológicas integrales, frágiles ante el acento evangelizador. Por allí alguna iniciativas de miembros de la iglesia murió porque el clero no mostró el menor interés ya que no aportaba a su proyecto personal, dejándola morir al asignar la responsabilidad a personas poco preparadas; el poder de decisión manifestaba un efecto inverso al ideal: la democratización en los templos con la entrega de control a los laicos brilla por su ausencia, concentrándose el poder en manos del pastor titular, que con el tiempo tomó decisiones en la iglesia más allá de las cuestiones ministeriales, inmiscuyéndose en cuestiones administrativas que podían resolverse mejor si se dejaban en manos de laicos profesionales, expertos y dispuestos a dar su tiempo de manera sacrificial con ese fin. Salarios, contratación de personal, decisiones de inversión. Todo pasa por él. Un mal camino que ha expuesto a la iglesia a un fracaso calamitoso que espero no pase.
Una espera desesperanzada.