viernes, 31 de diciembre de 2010

Equilibrio de poderes

La democracia que se vive de manera imperfecta en muchos países del mundo se sustenta, entre otras cosas, en el equilibrio de poderes que se fiscalizan los unos a los otros. Por ejemplo, en los congresos las fuerzas políticas negocian acuerdos y, mal que bien, se controlan las unas a las otras, aunque tristemente el espíritu de cuerpo suele proteger a legisladores faltosos que nos regalan actos impropios que son sancionados laxamente. También podemos mencionar a las instituciones de control y supervisión del aparato del Estado: Contralorías, Defensorías del Pueblo, Poder Judicial, Tribunales Constitucionales, Superintendencias, Organismos Supervisores, Oficinas de Defensa de Consumidor, etcétera. Además de todo eso, tenemos a la prensa, que con todas sus tremendas deficiencias ha servido para el destape de un sinfín de abusos y delitos no vistos por los entes oficiales. Todos estos organismos han sido hecho para el control; en palabras cristianas, todos somos pecadores, somos un poco buenos pero también un poco malos, somos propensos a caer, al despotismo, a la prepotencia, a vernos afectados por la radiación del poder que nos contamina. Por lo tanto, necesitamos que nos fiscalicen, que mi incentivo a abusar sea dominado.

Los tiranos saben esto muy bien. En el Perú, la dictadura fujimontesinista pretendió tener todo el poder para gobernar por muchos años. Por ello, su esfuerzo descarado en copar todas las instancias de control o pretender desaparecerlas (caso Tribunal Constitucional). Ese afán hizo que parte de la prensa fuera comprada con la desfachatez más abierta del mundo. Algunos directores de medios están hoy presos, pero su carroña la sufrieron los opositores al régimen podrido de Fujimori. Recuerdo particularmente el caso de Alberto Andrade, ex–alcalde de Lima, al que acusaban de las cosas más inverosímiles. Hoy la hija de Fujimori, candidata presidencial, pide limpieza en las elecciones, la que su padre no tuvo con sus contendores. Paradojas de la vida.

La sanidad es siempre el equilibrio de poderes, tener disponible un lugar en dónde reportar abusos, dónde pueda defenderme, sin importar el tamaño del poder al cual me enfrente. Las dictaduras cancelan esto, te limitan, quieren dejarte a merced de su propia voluntad. Si pudieran, no te dejarían siquiera pensar, como sucede en Corea del Norte -caso extremo- o, con algo menos de fuerza, en Cuba y China. ¿Cómo debe ser la iglesia? Un consenso generalizado trata de definir a la iglesia como un híbrido llamado “teocracia”, donde se dice que es el lugar donde Dios tiene el control. Esto no define nada. ¿Cómo Dios manifiesta ese control? ¿Cómo realmente la iglesia expresa que está siguiendo los mandatos de Dios? No es una respuesta fácil en lo particular, pero quizá sí en lo general: debe ser el lugar en donde los grandes principios directrices de Dios manifestados en el texto que los contiene, la Biblia, se apliquen. Aplicado a lo que estoy escribiendo en este texto, puedo decir que la iglesia debe ser el lugar en donde aprendamos la libertad en su máxima expresión, donde la vivamos, la gocemos en plenitud. Por lo tanto, para que esa libertad pueda ser manifestada, entonces la iglesia debe ser un lugar en donde el equilibrio de poderes se fomente.

Pero mecanismos que permitan este equilibrio son poco comunes en la iglesia evangélica, y el mecanismo de control que se invoca es fácilmente manipulable. Pensemos en lo siguiente:

(1) Un pastor, el usual líder de una iglesia local.

(2) Un consejo de ancianos que representa a la congregación, designado por el pastor. En cierta manera, es su personal de confianza que responderá ante él y lo “blindará”.

(3) El mecanismo de control está basado en el Nuevo Testamento: "Si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano" (Mateo 18.15-17). Para efectos del ejemplo, esos “dos o tres” se aplica al consejo de ancianos.

Supongamos la aparición de rasgos autoritarios en el pastor: intentos de entrometerse en la vida privada de la gente, de decidir por la gente, exigencias excesivas de diezmos y ofrendas a la congregación, evidentes signos exteriores de riqueza. Yo observo esto, creo que es un problema y busco repararlo. Entonces, invocaré al mecanismo de control ¿Qué sucederá?

(1) Confrontaré al pastor a solas. El pastor, por supuesto, negará todo, me hará sentir mal, me dirá que cómo puede ser posible que acuse injustamente al ungido por Dios, a su elegido.

(2) Ante su negación, opto por ir con otra(s) persona(s). Aquí el pastor puede fingir ser condescendiente, escucharme, y finalmente dirá que recibe mi sugerencia en el amor del Señor, pensará en ella y la pondrá en oración.

(3) Pasará el tiempo y no se observan cambios. Siguiendo el esquema del mecanismo de control (que además es bíblico), iré ante el consejo de ancianos (la instancia superior). Pero hay un problema: ellos son un cargo de confianza del pastor. Rechazarán tu asunto porque es muy probable que hayan sido predispuestos en contra tuyo.

(4) A pesar del rechazo, trato de ir a la iglesia. El pastor ya se ha encargado de sugerir a la gente de mi insumisión, de mi falta de compromiso, de mi pecado por no someterte al ungido de Dios. La iglesia, tan propensa a la sumisión y la manipulación, quizá hasta adicta al pastor, me rechazará. En este punto ya estoy estigmatizado. Estoy asumiendo que me permitirán tener una tribuna desde el púlpito, cosa muy difícil.

(5) Al final, todo seguirá igual. El mecanismo “bíblico” no funciona porque ha sido distorsionado. Formalmente no existen otras instancias. No hay manera de denunciar injusticias pastorales. La atomización evangélica hace esta situación más compleja.

Lo que ha sucedido es el copamiento del poder a nivel de las iglesias locales o, en ocasiones, hasta en denominaciones enteras. Como las dictaduras, el pastorado controla todo, y es muy difícil ir en contra de ese poder. ¿Puede ser esto una expresión de Dios? ¿Puede venir de él? Definitivamente no. Yo soy mucho más radical respecto a lo que se debe hacer, pero creo que en este estadio lo fundamental es encontrar mecanismos de equilibrio que limite a las dos expresiones eclesiales. El clero debe ser un poder; el laicado debe ser un poder. El laicado debe encontrar mecanismos de representación claros que le permita manifestar su opinión por sí mismo (el clero ya los tiene). Si no, se le regala incentivos perversos al clero que no tardará en cometer abusos, a veces sutiles, a veces descarados. Pecadores somos todos, hasta el más espiritual, más aún si se nos pone una tentación al frente tan fuerte como la que tuvo Cristo cuando subió al monte alto y vio todos los reinos de la tierra (Mt 4:8-10).

Integralidad




Les presento la octava edición de la revista digital Integralidad, que trabajamos desde el Centro Evangélico de Misiología Andino-Amazónica (CEMAA) en Lima (Perú). Sus comentarios serán bienvenidos. Para acceder a ella sólo tienen que hacerle click a la imagen de arriba.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Urgidos de transparencia

Wikileaks es el tema de moda, qué duda cabe. El gallinero está revuelto porque los gringos han estado husmeando por todas partes (en realidad, eso ya lo sabíamos, pero una cosa es suponerlo y otra –muy diferente- es confirmarlo con hechos) y nos estamos enterando de cosas de todo calibre. Que las pastillas que toma Cristina, que la frontera sur de México es una coladera, que tal canciller es un incompetente, que aquel primer ministro tiene un negociado con tal producto… nada que no se discutiese en los pasillos de edificios oficiales de todo el mundo. Nada nuevo, en realidad. Pero igual, Estados Unidos nos está mostrando una cara que los deja en condiciones miserables, disminuidas inclusive hasta ante sus aliados. Han perdido la confianza.

Recuerdo que una vez nos pusieron en una disyuntiva durante un ejercicio ficticio en la iglesia: imagina que existiese una cámara que sin que nos diéramos cuenta grabó cada paso de nuestra vida, desde el nacimiento ante hoy. ¿Te sentirías orgulloso si ese video se muestra? ¿Qué tan cómodo te sentirías si todos pudieran ver el contenido de esa filmación? Sin excepción, todos comentamos que preferiríamos que eso se mantenga como está; esto es, en el profundo secreto. Realmente es un escenario que no quiero ni imaginármelo. O sea, todos sabemos que fallamos y que tenemos nuestros asuntillos, “nadie es perfecto” decimos con frecuencia, pero estamos tranquilos con las suposiciones, no con las confirmaciones. La pesadilla de la difusión le ha sucedido al gobierno norteamericano. Cada día vemos más secuelas del escándalo, agravándose con la evidente persecución al causante de la filtración.

El wikileak personal es, por supuesto, utópico (aunque no lo es para los creyentes de ciertas interpretaciones del juicio final, que explican la exposición pública de los pecados de los condenados). No lo es desde el punto de vista institucional: Wikileaks es una muestra. Los cristianos somos insistentes en el cambio de vida, en la metanoia, el cambio de actitud hacia el pecado que nos hace ser mejores. Somos hijos de Dios y ciudadanos de los cielos. Todo esto tiene una profunda carga ética de tipo personal, que lleva a actos concretos. No tomes, no fumes, no des coimas a los policías, no seas infiel. “No manejes, ni gustes ni aún toques” (Colosenses 2:22). Estas exigencias han transformado existencias y restaurado infinidad de relaciones. En la práctica, son un activo de las iglesias, que así llevan a una persona de la miseria personal al orden de la vida. La pregunta que me hago es si estas exigencias también se solicitan a la hora de desarrollar organizaciones de corte cristiano. ¿Existe la resolución que suele manifestar el convertido a la fe? ¿Las iglesias, concilios, denominaciones, confesiones, se manejan bajo principios similares a los exigidos de manera personal? Me da la impresión que la respuesta es no en un alarmante porcentaje.

El secretismo, los lobbys a escala pequeña y grande, la sucia política, los conflictos de intereses, el caudillismo, la envidia, la explotación de la gente, el abuso de poder, la puñalada por la espalda, la maquinación y la manipulación descarada se manifiestan en los entornos organizacionales eclesiales. Por supuesto, lo que se hace en Las Vegas, se queda en Las Vegas; quiero decir que los dimes y diretes no salen del entorno organizacional. El gremio clerical se protege celosamente, no filtrando la información. Por ello, con mucha frecuencia los laicos que entran en ese entorno y sobreestiman al clero, creyendo en su casi-santidad, se decepcionan al darse cuenta que las organizaciones son tan igual dentro de la iglesia que fuera de ella. Los comportamientos son los mismos. La ética personal exigida a nivel personal no aplica a la organización, que para colmo de males suele ser divinizada porque el mismo Cristo la instauró.

Es demasiado triste esto. Se entiende la politiquería a nivel de gobierno, pero es inaceptable en instituciones que están –se supone- para ayudar a la gente a acercarse a Dios. Urge una transformación radical que, a mi entender, debe comenzar desde la transparencia: todo debe ser conocido y abierto a todos. Los wikileaks institucionales de Assange son buenos porque ayudará a los gobiernos a hacer lo que realmente deben: servir a la gente, eliminando incentivos perversos que surgen desde la asimetría de la información. ¿Se imaginan una dosis de transparencia en las instituciones eclesiales? ¿Pueden imaginar que el clero se abra completamente al laicado a todo nivel? A demasiados esta idea les da arcadas, pero es un paso necesario si la iglesia pretende ser imagen de Cristo. Es perentorio que sea eso, imagen, pero en serio. Si no, la extinción nos espera.

sábado, 4 de diciembre de 2010

"Soy indispensable"

Eso es lo que cree mucha gente, usualmente si son líderes de organizaciones de muy diferente calibre, cuando pretenden mantenerse en el control del poder por toda la vida si pudieran. Los argumentos son muy diversos, yendo desde la justificación por eso del “vox populi, vox dei” de los dictadores a la solemnes citas eclesiales de dogmas vetustos, leyes anacrónicas o palabras profético-inspiracionales que dicen, serias, que organismos como la iglesia no son instituciones humanas, que eso de democracia no existe allí, que en el fondo las balotas y ánforas no son voluntad de Dios. Si no, las votaciones estarían en la Biblia, pues, me dijo un día una hermana con aplomo marcial.

Sé que el tema de reelecciones puede ser complejo en algunos estamentos. A mi entender, organismos de base democrática deben tener, necesariamente una sana rotación de mandos, por cuestiones de productividad, sanidad y permanencia en el tiempo. La gente también se deprecia –por decirlo en alguna manera-, se cansa y pierde creatividad. Necesita renovarse y no lo conseguirá haciendo lo mismo. Además, el deseo de poder nos va comiendo por dentro y nos transforma lentamente. Nuestros políticos, en todos nuestros países, son un triste ejemplo de eso: demasiados están deformados por su ambición. La renovación, insisto, es fundamental. Por ello, por principio, no deben existir reelecciones en instituciones que se precien de democráticas. Al menos, no inmediatas -sin jugarretas como la que quisieron armar los Kirchner en Argentina, con su idea de la alternancia-.

¿Y aquellas instituciones que no se sustentan en cimentos democráticos? Ya se manejarán por sus propios estatutos. ¿Debe ser la iglesia democrática? Difícil cuestión, agravada por el hecho de que simplemente es imposible encontrar en texto sagrado referencias a regímenes que no estaban inventados en la sociedad en la que surgió la iglesia y peor aún porque el sensus plenior, es decir, cuánto de las prácticas antiguas pueden ser aplicadas en la iglesia moderna, palidece en el tema de la organización eclesial. Si nos remitimos simplemente al texto bíblico, tenemos demasiado poco. Muchas interpretaciones caben en una iglesia primitiva que se fue haciendo a sí misma sobre la marcha.

La práctica muestra distorsiones en dos sentidos. Estamos llenos de pastores tiranos que manipulan con descaro al laicado y nos sobran congregaciones gamonales, que creen que su clero está para hacer lo que ellos quieren. He conocido de ambos y son igual de nocivos. Ambos extremos desangran la iglesia. Por lo tanto, hemos de migrar a esquemas intermedios, donde se controle el hambre de poder pastoral y congregacional, llevando todo a un equilibrio sano, donde ninguno domine, ayudándose mutuamente los unos a los otros. Suena difícil, pero hemos de aventurarnos en ese sentido. Ambos extremos deben ceder poder a los otros, sin temor ni falsos argumentos. Si la iglesia es de perfil dictatorial –el mayoritario-, el pastor debe olvidarse de que él sólo responde ante Dios (una real falacia, nada más que una mentira), entender que todos somos templo del espíritu, que el sacerdocio es de todos los creyentes, y considerar a la congregación no como niños, sino como adultos que también puede tomar decisiones igual o mejor que él. Por lo tanto, las asambleas tomarían una relevancia mayor dejando de ser un saludo a la bandera, una formalidad necesaria, para pasar a ser el principal centro de toma de decisiones. Lo mismo con cuerpos pastorales y alguna otra reunión que se tenga. Todo debería ser más abierto, transparente y horizontal. La información debe compartirse (excepto, por supuesto, la sensible, como la que corre en las sesiones de consejería) a todo nivel, como ya se hace en los tiempos modernos de Wikileaks y redes sociales. Es imposible resistirse a esta tendencia que, realmente, le hará un poderoso bien a la iglesia: el predominio de la horizontalidad y la bendita transparencia.

Si la iglesia es de perfil dictatorial, el pastor debe darse cuenta que el llamado no es único, sino que lo tenemos todos. La iglesia es de todos y no existe la indispensabilidad. Esto va en contra del llamado de Jesucristo que nos animaba a ser siervos, lavando los pies del resto. El mundo no se acabará sin el pastor y, realmente, la iglesia continuará sin él aunque no lo parezca. Por lo tanto, no debe tener miedo a cambiar, a decir “es hora de otros aires”, a ceder su posición a otra persona de visión renovada. Siempre hay alguien. Siempre.

domingo, 28 de noviembre de 2010

La ilusión de la pureza

Que estamos en el mundo pero que no somos del mundo es un adagio, plenamente bíblico, que nos enseñan en las iglesias en las primeras clases de verdades fundamentales del cristianismo. Es evidente ―a mis ojos de seguidor de Cristo a-eclesial― que la interpretación del texto en cuestión no es literal, sino que es más relacionada a la desvinculación del sistema de pecado que impera, a nuestra nueva ciudadanía, a nuestra transformación de creaturas de Dios a hijos de Dios. Pero lo que ha sucedido, para variar, es una tremenda malinterpretación del texto que ha llevado a las iglesias latinoamericanas a padecer de un mal cuya patología provoca profundas ganas de aislamiento, complejos de superioridad, instauración de microculturas y tufillos santificadores: el mundo es malo; lo que produce el mundo es malo; yo no soy del mundo; no debo vincularme con el mundo ni con las cosas que produce porque quiero ser puro, no pecador como los del mundo; lo mejor es estar lo más aislados posibles, viviendo en nuestras cuatro paredes; así seré un cristiano feliz, listo para cuando me llamen al cielo, donde mi mansión me espera.

Entonces, me haré más puro si me aíslo del malévolo mundo, creando mis códigos de lenguaje, usando vestimentas particulares o viviendo en rutinas absorbentes que me ayuden a ocupar mi tiempo. Por ello, es frecuente que los evangélicos no tengan amigos de verdad en el mundo; o, si los tienen, sean contados, ninguno profundo por temor a la contaminación: se nos invita a las amistades con hermanos de la iglesia, se nos instruye diciendo que esas amistades son superiores. Ya ni hablemos del tema del yugo desigual (estar de novios o casarse con alguien del mundo), otra tremenda malinterpretación de la que seguro escribiré un día de estos. Como acabo de decir, percibo una patología generalizada, de contumaz resistencia a intentos de medicación.

Las tendencias monacales evangélicas tienen distintos matices, aunque son inconsistentes en todos los casos. Es decir, si digo que el mundo es ontológicamente malo y no deseo contacto con él, pues lo que debo hacer, realmente, es seguir el ejemplo de los monjes orientales en un estricto anacoretismo, viviendo sobre un árbol o sobre una columna. Pero hacer esto es un ingente absurdo. Si me ubico más al centro, decidiendo filtrar, escogiendo qué tomo y qué rechazo más allá de los principios y valores que perentoriamente necesitamos discernir, entramos en el más puro dominio de la especulación. Esta extensión de las maldades del mundo más allá de los límites ético-morales no ha hecho más que traer un caos total. Por ejemplo, a cuenta de agradar a Dios rechazaré la moda del mundo y me vestiré de estricto saco y corbata (una moda que también es del mundo) o con largos vestidos hasta los tobillos, pero a cuenta de hacer la obra que Dios me ha encomendado elijo evangelizar al mundo con todos los medios que la tecnología me permite: Twitter, Facebook, radio por internet, canales de TV, spam, y un larguísimo etcétera. ¿Cómo sustentar los filtros parciales que rechazan moda y aceptan los últimos avances en tecnología de la información? No hay manera.

A mi entender, es absurdo pensar que redactar un blog o escribir libros digitales es anticristiano porque la tecnología vino del mundo. Por aquí anda el error de los amish, que deciden no mezclarse al rechazar la tecnología: siendo puristas, deberían vivir como los cromagnon o los no contactados de la amazonia y no con los avances del siglo XIX que serían igual de pervertidos que los del siglo XXI. La tecnología va más allá de pantallas planas e I-phones: también son procedimientos, pensamientos e ideas nuevas. Nos es claro que un Nintendo Wii y un auto híbrido es tecnología, pero también lo es, a su manera, los modelos de medición del riesgo de mercado, las leyes ambientales, el coaching, el mentoring y la gran gama desarrollada en la teoría de las organizaciones. Debería, entonces, ser indiferente usar electricidad, implantar un esquema de iglesia online, o desarrollar en una iglesia un modelo bajo las últimas teorías desarrolladas por los gurúes en Recursos Humanos (claro está, sin olvidar en foco en los principios bíblicos). Es una quimera la pureza que digo tener si evito usar las “teorías de ese pecador que hasta divorciado es”, o la página web de aquel ateo que enseña técnicas para la crianza de hijos hiperactivos. Atar de esa manera la técnica y la persona es un error.

A pesar de lo que podemos pensar, estos desarrollos se hacen desde una parte de la naturaleza humana que compartimos con Dios por ser su imagen: la capacidad de crear. Lo simpático del asunto es que no hay restricción a su uso en la iglesia salvo evidentes conflictos morales como los que, quizá, podrían existir en los avances actuales de la biología. Por ello la iglesia cambia, se mueve con los tiempos, abandona preceptos viejos, reflexiona y establece adagios nuevos, que seguramente serán reemplazados por la generación siguiente, como debe ser. Este proceso de cambio no lo provoca el mundo, sino que es un aspecto natural de la humanidad, que seguramente existiría si Adán y Eva no se hubiesen comido la manzana. Resistir este proceso no me hace más puro ni merecedor de la aureola del apóstol Pedro. Defender el dogma implantado por nuestros abuelos es verdaderamente ir contra la corriente, es ser antinatural. Por ello, adelante con la iglesia online, las nuevas teologías, las renovadas liturgias, las nuevas organizaciones eclesiales. Eso no es el mundo entrando en la iglesia, es ser cristianos siendo humanos de verdad: creadores, no estáticos, llenos de la vida que Dios nos regala.

sábado, 16 de octubre de 2010

Hoy creo poco

Hoy día anduve por todas partes. Compré madera en Villa María del Triunfo, utensilios varios en San Juan de Miraflores, fotocopié el material del curso que enseñaré en la universidad en La Molina. Regrese a Monterrico, tuve mi cita con la podóloga en San Isidro, y ahora ando en la casa de mis padres, casi en lo más arriba de mi distrito natal, entre las estribaciones andinas, con ruidos molestos del departamento del primer piso que están apurados por terminar los acabados. Hay una bonita vista desde el techo. Amo Lima.

Es como si desde muy temprano hubiera querido estar ocupado, no pensar ni sentir nada. Me levanté pensando en Dios, en mí, en mis profundas contradicciones y mis dobles estándares, esos que a veces me ahogan hasta la desesperación. Me sentí lejano, frío, amenazado por recuerdos que rápidamente quise rechazar. Bendita remodelación de departamento que me distrae. Pensé otra vez en Dios, en esa genial intervención que tuvo el día de las elecciones, cuando en medio de la Universidad Agraria, al lado de los sembríos de maíz, conseguimos una silla de ruedas para mi papá, permitiéndonos llegar con facilidad al aula donde estaba su mesa de sufragio, en el pabellón más lejano de todos. Maldita organización de la votación. Pensé una ocasión más y acabé rechazando a Dios, lo hice nada, lo estrujé dentro mío, lo negué tres veces como Pedro a la espera del resultado de los juicios. Me puse en guardia, listo a dar el primer golpe, o a ser masacrado por la potencia de la divinidad. No me importó quedar desvalido, como leproso veterotestamentario, o noqueado en el primer asalto; no podía aceptar a Dios, a su amor, a su presencia.

Le dije adiós.

Tuve ganas de regalar todos mis libros de teología, de hacer una pira en mi techo con todas mis Biblias. Intenté renunciar, decir que era suficiente con vericuetos cristianos y pobres manipulaciones. Sentí angustia. Inquietud. Mi menté, a la velocidad de la luz, hacía lo que quería, haciendo un saludo a la bandera con mis sentimientos, con ese deseo de Dios que me cautivó desde tan joven. ¿Qué me estaba pasando? ¿Será que me sentía demasiado solo? ¿Cansado en extremo?

Todo y nada a la vez. Un rato después, me di cuenta de todo.

Mañana serán cuatro años desde aquella noche, negra, en que él se fue. Cuatro años de vientos polares, de esquirlas, de recuerdos miserables, de sueños en donde ya lo identifico como ido, donde sé que su presencia es temporal, donde lo abrazo y no lo quiero dejar ir porque sé que está conmigo por cinco minutos, efímeros. Cuatro años de tontos consuelos, de gente que dice que me “entiende”, que “pasó lo mismo” pero que ve incomprensible que ante la tragedia exista gente que decida dejar a Dios a un lado. Cuatro años de extrañar profundamente.

Lucho cada día, de verdad, con uñas afiladas y dientes de acero para que Dios no se aleje, para tenerlo a mi lado. Es tonto, lo sé. Dios es el que me tiene a mí, el que no me suelta, el que me tiene paciencia eterna, no merecida. Pero a veces me siento triste, partido, como si no quisiera nada de la vida, como si quisiera que todo se termine de una vez, y me encuentre con la nada, con el vacío. A veces siento que no quiero saber más de Dios, deseando que me deje a la deriva, expuesto a la tempestad de la condición humana.

Señor, perdóname. Hoy es un día de esos. Son cuatro años, sé que lo sabes. Su recuerdo está clavado en mi corazón. Sé que lo entiendes. Mañana, quizá, será un mejor día.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Continúa creando hoy

Stephen Hawking está de moda, tras esas entrevistas donde dice que Dios no tiene nada que ver en el proceso de formación del universo. Medio mundo ha reaccionado con su pensamiento, cosa que me sorprende mucho, porque ya se sabe lo que el físico piensa desde hace bastante tiempo. Otros científicos como Carl Sagan van en el mismo sentido. Eso no es un problema. Si ellos, por la razón que sea (investigaciones, análisis, prejuicios) piensan que Dios no existe, publicando sus disquisiciones, tienen todo el derecho de hacerlo. Total, nosotros podemos tomar sus ideas, podemos rechazarlas o podemos ignorarlas. Que bien que no estamos en tiempos totalitarios. Ellos exponen sus creencias y nosotros hacemos lo mismo con las propias.

Igual es todo un gigantesco escándalo. Hasta de Juan Pablo II se está hablando, lo que me señala que escondidas sensibilidades se han sentido tocadas. A pesar de eso, es necesario comprender que la física contemporánea se dedica a investigar los orígenes del universo, y no debe sorprendernos que en una o dos generaciones tenga respuestas mucho más certeras sobre todo el proceso de creación de todo lo que nos rodea. ¿No estamos en eso desde el renacimiento? Copérnico, Galileo, Newton, Darwin y Einstein están en la misma ruta de Hawking. ¿Hemos descreído con la teoría de la gravitación universal o con la relatividad restringida? Al contrario, nuestro entendimiento de la forma en que Dios ha actuado en el entorno natural se ha hecho menos esotérica y más diáfana. La ciencia trata de descifrar un lenguaje que también es Palabra de Dios: el funcionamiento del universo. Lo que encuentra es, en cierta forma, revelación.

Pero a veces se nos olvida eso. Pensamos en un Génesis repleto de literalidad, serio manual de ciencia exacta cuando no es así. En nuestra mente está la secuencia de siete días, llena de seres forjados ex-nihilo continuamente hasta llegar a la creación principal, el hombre, que acaba cayendo por una fruta, dañando todo el enorme universo. Eso suena bonito, simpático para los cuentos de mi pequeño hijo, pero se enmarca dentro de una concepción mitológica de la cosmología cristiana. Tristemente, es la que se transmite apologéticamente por todas partes y la que muchos científicos tienen en la cabeza al pensar en la palabra creacionismo. Así las cosas no funcionan, ni en la creación material ni en el accionar de Dios con nosotros.

Dios nos enseña que la ruta la sigue con nosotros, andando con extremada paciencia mientras a veces vencemos y las otras ocasiones somos derrotados vergonzosamente. Paso a paso sigue nuestro caminar, se alegra y llora con nosotros, por ahí nos ayuda de vez en cuando ―¿alguien dijo la palabra oración? ―, respetándonos completamente como seres independientes y libres. Nos apoya en el objetivo de ser mejores día a día, hasta el momento de dejar esta vida. De la misma manera, creó el universo siguiendo una secuencia de millones de años, andando con la creación en avance continuo. También forjó su Palabra revelada, la Biblia, en un lento proceso de idas y vueltas donde uno escribió, otro reescribió, otro a veces editó, un desconocido aumentó, otros preservaron, y otros autenticaron, mil años entre los primeros y los últimos. Su relación con su pueblo, desde el patriarca Abraham, sigue un comportamiento parecido. ¿No es este un patrón?

Lo es. Por ello es un total error de enfoque el decir que Dios no estuvo en el big bang, como si sólo hubiera estado allí. Dios, en realidad, ha estado en todo el proceso creativo, desde la creación del tiempo hasta ahora, mientras escribo estas líneas. Él no sólo jaló el gatillo, sino que anduvo revisando el proceso que, al menos en este planeta de este universo, nos ha traído a nosotros, los homo sapiens. Hablar de que sólo estuvo al comienzo es limitar su accionar, es debatir sobre algo incorrecto, es minimizar a la Divinidad.

lunes, 30 de agosto de 2010

Si fuéramos como Samuel

Durante el período de los jueces, los hebreos no eran más que unas miserables tribus con liderazgos esporádicos de tipo caudillista, muy pobres, siempre a merced de los enemigos que los rodeaban. El libro de los Jueces relata, con frecuencia en un tono mitológico, las vivencias del pueblo y sus disputas con sus vecinos menores, enfatizando la solución vía un líder llamado por Dios que aglutina al pueblo, formando un ejército que por lo general somete al invasor. No hay citas de posibles conflictos con los grandes reinos de la época (Egipto, Mitani, los hititas, Asiria). No se cuentan los pasos del poderoso imperio egipcio en camino a combatir a los otros “grandes”, ni se menciona cuando el territorio palestino fue una especie de “área de seguridad” del territorio faraónico. No era necesario. No es el estilo de los anales antiguos.

Estas idas y vueltas seguramente forjaron en algunos de los ancianos líderes de la época de Samuel la idea de formar un estado-nación con gobierno centralizado como Egipto o Asiria para solucionar permanentemente los problemas de seguridad del pueblo. Ansiaban el desarrollo. Sin embargo, otros pensaban que su propio régimen tribal era algo que Yahveh impuso, divinizando el sistema. Es evidente que Samuel pertenecía a este último partido. Los primeros aprovechan una situación particular (la tremenda corrupción de los hijos de Samuel, los que fungían de jueces delegados) para pedir de una manera definitiva un rey. No debemos malentender 1 Samuel 8:7 (“…Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a mi me han desechado, para que no reine sobre ellos”) en el sentido que Dios se opone al régimen monárquico, pues al final permitió al pueblo tener un rey, sino que nuestra comprensión debe ser enfocada en que la esencia de la petición era el desarrollo político y social que no tenía a Dios en el centro, una política sin Él como eje. Un avance social humanista, abandonando al Dios que los sacó de Egipto.

Es seguro que Samuel se fastidió profundamente con la solicitud de un rey. Lo sintió como un rechazo personal, pero ese sentimiento era inevitable. ¿Es posible que Dios hubiera dado una respuesta negativa al petitorio del pueblo? Pienso que el fiat de Dios era algo absolutamente necesario. Sin un gobierno centralizado, Israel no prevalecería. El establecimiento de un reino era, por lo tanto, una cuestión de vida o muerte. Destaca brillantemente la limpia actitud de Samuel: no se aferró al poder, sino que fue dócil, y buscó un rey, obedeciendo el mandato divino. Su función política directa había terminado, y así hidalgamente lo reconoció. No fue estorbo, no predominaron posibles intereses subalternos. Cuánto nos falta aprender al respecto. Hoy todos se aferran al poder, sea pequeño o grande, adictos por completo a su influjo. Pocos voluntariamente lo dejan, la mayoría salen a la fuerza, cuando las cosas son inevitables, cuando la sangre ya puede haber llegado al río. En política nacional, regional, local, barrial, universitaria o eclesial se da este fenómeno. Si fuéramos un poco más como Samuel…

lunes, 23 de agosto de 2010

Marcando hitos

Un amigo, el sábado en la reunión de la Fraternidad Teológica Latinoamericana del núcleo Lima, me dijo que este blog se había convertido en algo muy personal. La larga secuencia de posts llamada "Dejados atrás" daba esa apariencia: el predominio de lo íntimo sobre lo reflexivo, de los sentimientos tocados por tristes experiencias sobre lo teológico. No puedo negarlo. Era el momento de hacerlo. Debía marcar una separación, una frontera entre el antes y el después. Lo que dejaba atrás no era cualquier cosa. Un impulso me llevaba a el reto de escribir sobre lo que estaba abandonando, convirtiéndose -sin querer- en un libro, el cual veremos si se publica. Digitalmente, al menos, sí se hará. En papel, lo dirán las circunstancias.


Acabado ese proceso, finalizadas las despedidas, espero retomar el blog mejor que antes. En esta etapa, tras los cinco primeros años del blog, espero poder escribir al menos un post a la semana sobre los temas que más me interesan respecto a aspectos teológicos, aunque de vez en cuando se me escapen cosas personales (quizá la política adorne esta página a veces ya que tenemos en Perú elecciones municipales en poco tiempo y presidenciales el próximo año). Postmodernismo e iglesia emergente, eclesiología, la naturaleza de Dios (con énfasis en la soberanía de Dios y la libertad), relaciones entre economía y Biblia, ética cristiana, misiología, Biblia, y mis conflictos-rollos con mi cristianismo y mi fe deben dominar la escena, aunque nunca se descartan nuevos temas que puedan interesarme. Eso es lo bueno de los blogs: son absolutamente flexibles, se puede escribir sobre lo que a uno se le venga la gana.

Hay abundantes cosas sobre las cuales pensar. Mucho que debe ser puesto en orden. Enemigos contra los cuales combatir, aunque las esperanzas de victoria no sean abundantes. Por todo ello, este blog aún tendrá vida. Larga, espero.

domingo, 8 de agosto de 2010

Dejados atrás (30)

Los dos dólares

Hace unos meses, conversaba con Gema sobre la vez que les entregué los dos dólares a ella y a Gabriel. Ella recordaba claramente esa mañana de invierno en medio de Residencial Monterrico. Nos reímos bastante del hecho. A la luz de la distancia, por supuesto, es fácil divertirse, pero en su momento fue algo protocolar, casi solemne, como firmar una capitulación o intercambiar prisioneros de guerra. Especulamos qué pudo hacer Gabriel con su dólar.

Seguramente se compró cohetecillos― dijo Gema.

Yo no creo porque era septiembre. En esas fechas encontrar pirotécnicos es muy difícil, a menos que te vayas a la Carretera Central, allá donde hacen los castillos para las fiestas patronales. Tal vez Gabriel utilizó su dólar para comprarse alguna porquería comestible muy barata de esas que vendían en el colegio. O se los gastó en un par de horas de internet o de Starcraft o Age of Empires.

Entregar los dólares a mis hermanos fue una marca que impuse, simbolizando un tiempo nuevo independiente de un amor que se había hecho tóxico. Este libro es una especie de nuevos dos dólares, que entrego representando la despedida de una etapa que por mucho tiempo fue maravillosa pero que, al final, se tornó tumultuosa, un dolor permanente. Este libro es una frontera con la que descarto una época feliz y triste al mismo tiempo, una señal que marca el comienzo de un tiempo más grande, diferente, con retos mayores. Lo anterior jamás quedará en el olvido, como si nunca hubiera existido: nunca borraré de mi cabeza estos diecisiete años. Han sido muy importantes en mi vida, pero es hora que queden en su lugar definitivo: mi pasado.

Este libro no se ha escrito para acusar a nadie. La experiencia me enseñó que yo mismo fui bastante dañino hacia otras personas de la iglesia. Con frecuencia actué mal, impulsado por sentimientos poco santos, emociones pasajeras e impulsos sin control. Otras personas, laicos y clérigos, también actuaron negativamente, generando un daño fácilmente evitable si hubiéramos escuchado las palabras del maestro cuando nos dijo que nos amemos los unos a los otros como él nos había amado. No nos amamos, sino que buscamos el daño del otro, el beneficio propio. Eso es triste. Este libro se escribe para documentar un proceso que, con algo de temor, veo que se repite por todas partes, arruinando el espíritu de muchos cristianos. Espero que mi restringida experiencia, transcrita aquí, le sirva a otras personas para reflexionar, orar, recapacitar, o simplemente, conocer que la pena puede hacerse permanente en las iglesias, sin que nos demos cuenta, sin que la queramos ver. El cristianismo debe ser fuente de libertad, pero a veces se vuelve amigo de la esclavitud. Hermanos, esto no debe ser así jamás. Cristo vino para que las cosas sean distintas. Murió para salvarnos de verdad.

Los años finales de mi andadura eclesial se concentraron en confrontarme con las autoridades clericales. Encontré un liderazgo que afianzó su verticalidad y me desconcertó con su peligrosa espiritualización. Jamás pensé encontrar comportamientos que detesté en la política universitaria pública dentro del gremio pastoral, como la defensa de intereses personales con uñas y dientes, o la captura de cargos y privilegios. Nunca pensé que la mordaza a la comunidad pudiera encontrarla en mi propia iglesia, sino que inocentemente creí que eso era exclusividad de iglesias de corte neopentecostal, donde la manipulación, mediante apóstoles y homiléticas dominantes, es descarada. Aprendí, con dolor, que cuando uno tiene miedo, las decisiones que toma no son adecuadas, y que el orgullo y el miedo son una de las peores combinaciones porque no se quiere admitir la desesperante necesidad de ayuda. Comprendí, con certeza y convicción, que el modelo de pastor antiguo solemne y “perfecto” está colapsando. Las nuevas generaciones no lo aceptarán. El tiempo es clave, pero la iglesia aún no se da cuenta. Piensa pelear el siglo XXI con herramientas del siglo XX. No entiende la época, no intenta comprenderla, sin querer está quedando desfasada.

Una generación de jóvenes líderes casi completa de la iglesia se puso en riesgo con todos los conflictos eclesiales que se iniciaron el 2004. Muchos de ellos se fueron o están al margen de todo, asistiendo los domingos o solo yendo a reuniones celulares para matar el tiempo. ¿Quién asume esa responsabilidad? ¿Quién responde por aquellos que hoy están decepcionados del trato brindado por los que estaban llamados a servirlos? Los pastores de la iglesia quizá ni sean conscientes de ello, pero deberían responder por la generación que hoy ya no está. Como los ven como mano de obra, en realidad no les interesa, y es seguro que ellos le echen la culpa de su marcha a los propios jóvenes que dejaron el liderazgo, eximiéndose de todo error. ¿Eso puede ser don pastoral? No, eso es ser clérigos profesionales, que actúan no como el pastor que busca a la oveja faltante sino como el lobo que busca la cena del día.

Pero eso no fue todo. También sucedieron cosas excelentes. Por años en la iglesia me embargó un sentimiento de hermandad y profunda amistad que me hizo considerarla mi casa, mi hogar, mi cobijo. Hasta el día de hoy tengo amistades incondicionales que nacieron en el seno de la iglesia, tras vigilias, retiros, clases y múltiples reuniones, que permanecen y que sé, se mantendrán con los años. Muy a pesar del clero, esas cosas siempre aparecen y florecen, como aquellas plantas que tercamente florecen en los lugares más inesperados. Más allá de las disfuncionalidades, en la iglesia hay muchos cristianos excelentes, que trascendiendo los problemas, simplemente quieren vivir de acuerdo a las enseñanzas de la Biblia, tratando de ser los mejores cristianos posibles, sin importarles solicitudes constantes de diezmo, encargados de ministerio tiránicos, o intentos de manipulación. Cristo es más importante que el clero para ellos. Eso no es tan fácil de aprender. A mí, lo confieso, me cuesta mucho.

Nunca debemos olvidar volver a los fundamentos. Cuando perdemos el amor, nuestras manos listas a la caricia se convierten en sierras eléctricas. En el amor está la clave de la convivencia, de la vida. Soy consciente, como lo dije líneas arriba, que olvidé el amor con demasiada frecuencia. Si está el amor, el perdón se adosa siempre al lado, asumiendo su función de puente reconciliatorio. Por eso, pido perdón a mucha gente a la que dañé con mis palabras y acciones. También, con sinceridad, perdono a otros por las cosas que sucedieron. Por ejemplo ―menciono un par de cosas puntuales, pero generalizo a lo demás― perdono al pastor titular por sus palabras hirientes y al pastor de jóvenes por romper mi mejor amistad. Pido su perdón por mis actitudes insanas no dignas de un seguidor de Cristo. En este espíritu, aprovecho para darles un pequeño consejo. Tengan cuidado, no son un oráculo, sean más conscientes de quién realmente les habla en sus momentos de intimidad. Se están equivocando aunque crean que todo es perfecto, pero aún hay tiempo de recapacitar antes de que se hundan definitivamente. Un consejo hasta de un conejo, dice el adagio popular. Yo estoy dejando atrás una era, pero eso no significa que desaparezca el amor por la iglesia a la que estoy dejando. Me turba su condición, me sobrecoge el papel de ustedes, pastores, en la crisis, pero me anima su capacidad de hacer un borrón y cuenta nueva.

Mientras escribía este libro, publicando los avances en mi blog, dos hermanos católicos me sugerían cambiarme de rama, acercándome a ellos mediante una conversión a su confesión. Sé que su intención era la mejor, porque ellos querían ayudarme presentándome lo que les es relevante para sus almas. Los dos, con sus ejemplos y palabras, me ayudaron a respetar al catolicismo, uno digitalmente, mediante nuestras conversaciones en Twitter, Facebook y nuestros blog; el otro a través de muchas charlas en la universidad y una amistad sólida. Sin embargo, debí siempre declinar a tan cordial invitación. Primero, porque a pesar de todos los conflictos me siento muy evangélico. Quiero ayudar a la iglesia en donde crecí y me hice quien soy. Sé que los conflictos son grandes, los abusos severos, pero también comprendo que Dios está allí, presente. Por lo tanto, quiero estar disponible para ayudar en la purificación de mi iglesia. Segundo, porque los conflictos se dan en todas partes, y estoy documentado respecto a situaciones que se dan en el catolicismo. He visto tantos conversos venidos de ese lado… Tercero, porque jamás sería católico. Mi abuelo legal ―no el biológico. Es una larga historia― fue sacerdote católico en Cajamarca. Este solo hecho me inhibirá por siempre de cualquier intención de acercamiento a la iglesia de Roma. Cuando leo los comentarios y la defensa de hermanos católicos del celibato en foros y artículos apologéticos pienso en mi propio caso. Como pueden imaginar, es un gran conflicto.

¿Qué haré ahora? Si me lo permiten, seguiré vinculado a la vida académica teológica, desde donde ―creo― puedo contribuir de la mejor manera en la missio dei. Dictaré cursos, seguiré con la revista digital que dirijo, con suerte escribiré más. Espero seguir con la creatividad suficiente como para mantener el blog por unos años más. En paralelo continuaré con mi trabajo seglar y persistiré con ese maravilloso reto que es criar un hijo. Espero que Dios continúe andando conmigo, como en las noches confusas de los noventas, como en los paseos sabatinos en Larcomar, como en los tensos días del hospital, como en mis noches de computadora escribiendo posts. Espero que Dios continúe andando conmigo a pesar de mí.

Dios,
Eterno,
¿Me permites
dormir
en tu regazo
como antes?

Con estas palabras, termino. Esta línea de la palma de mi mano en forma de iglesia se ha borrado.



FIN

Dejados atrás (29)

Tiempos de descuento

2008 y 2009 pasaron así, entre la observación, el análisis, la decepción contínua y el sentimiento inextinguble de percibirme un extranjero en la congregación. Mientras más conciente era de la realidad corrompida del clero, menos asistía los domingos: a inicios del 2008 acudía cada semana, luego cada quince días y después cada mes. Cuando percibía alguna cuestión adicional o me enteraba de alguna situación injusta (cosa frecuente, muy a mi pesar), se sumaban gotas en el vaso de la partida. Un día el vaso llegaría a su límite, y en ese momento seguramente partiría a una aparente ninguna parte. Me iría a asumir mi realidad de cristiano sin iglesia, que entiende la Biblia, la estudia, busca intimidad con Dios, pero al margen de las instituciones eclesiásticas que terminaron por desilusionarme. Iniciaría un peregrinar marginal, fuera de las luces, el ruido y los intereses que abundan en las iglesias cristianas. Iniciaría una vida en el desierto, evitando el Lugar Santísimo del templo o las sinagogas farisáicas.

Esos dos años fueron de aprendizaje definitivo. Una de las cosas más importantes que finalmente logré comprender fue el quitar de la iglesia la base de mis estructuras. Por fin advertí que no podía colocar todo en la iglesia, en su organización o su parafernalia cultual. Como cualquier construcción humana, la iglesia es frágil y endeble. Yo debía madurar, descartando los viejos sustentos que quizá hace años me sirvieron, pero que hoy no eran más que un estorbo. Pude ser libre de verdad, olvidándome de palabras manipuladoras o viejas carencias adolescentes que me ataban a un pasado que nunca más sería el mismo. Costó años, pero entendí que la relación con Dios es precisamente eso, relación, y ella no depende de la asistencia a una congregación, ni de cantar unas cancioncillas, escuchar una prédica, dar un dinero en una canasta o asistir a una clase semanal. Esos no son más que sucedáneos baratos. La relación con Dios se da en la interacción con Él mediante el contacto con Su palabra por un estudio serio y concienzudo, y se complementa con la vida en comunidad con otros hermanos en la fe que, como yo, están en permanente búsqueda. Ya tenía ambas cosas fuera del seno de la iglesia. Ergo, la iglesia no se me hacía necesaria. Otra cosa que logré afianzar es la manifestación de la fe en entornos inestables, esto es, una fe que se alimenta en la duda, en la carencia, en el contraste. Mi cristianismo se hizo inestable no porque divague como recién convertido, sino porque se sustentó en el caminar por la vida misma, que puede ser dolorosa e injusta, asfixiante y aplastante. La fe es certeza desde el punto de vista de la convicción del accionar de la divinidad, pero conversa con la duda natural que alimenta mi conciencia todos los días, hermanándose con el Cristo en Getsemaní, el Elías alimentado por el cuervo al lado del arroyuelo o el Juan el Bautista encarcelado, que no percibía lo valioso de su ministerio pasado, sino que lo angustiaba la inminencia de su muerte, viéndose forzado a preguntar: ¿Eres tú el Mesías o en verdad esperamos a otro? ¿Dime si hice todo esto por ti o en verdad el enviado es otro? ¿Mi vida tuvo sentido o es que lo que hice fue por nada? Aquí parte la fe, aquí la vida cristiana se alimenta, cobra vida, se hace fuerte.

Fue un tiempo de decepción. Mientras analizaba a la iglesia y me encontraba con la triste situación con cada vez mayor claridad, poco a poco me entristecí más. Desencantado del clero y de los propios cristianos, me volví muy pesimista, considerando dejar el cristianismo de manera definitiva. No podía más. Pero Dios es grande y sabe cuándo intervenir y cómo hacerlo. Aprovechando un viaje de trabajo a España, pude reunirme allá con dos amigos bloggers. El primero, en Madrid. Nos juntamos en un restaurant en Azca, y hablamos largamente. Con él, nuestra sincronía es profunda porque además de compartir la fe, nos unen pérdidas dolorosas, mucho peor la suya que la mía: mientras yo perdí a mi hermano, él perdió a su pequeño hijo. Encontrarme con él fue reconciliar a los cristianos en mi alma. Escuchándolo, lloraba por dentro y recordaba que lo que necesitamos es simplemente creer, confiar, amar, clamar, tratar de ser feliz, recibir el consuelo de Dios que siempre está allí. Fue emocionante encontrar a a alguien con fe sincera. Lo necesitaba. Me hizo ver que hay esperanza, que los Suyos allí están, que mi pequeño mundo no es todo el universo, que Dios está trabajando a pesar que no parece así en mi entorno, que debía confiar más en Dios. Salí transformado.

Así me fui a Barcelona. Un amigo pastor se portó conmigo con una amabilidad extrema y me mostró la ciudad pero hizo algo aún más grande: el domingo me invitó a su comunidad, permitiéndome predicar en ella. Fue divertido porque más que un sermón, fue una conversación con la iglesia. Y los españoles no son tan parcos como los peruanos. Todo lo contrario. Luego tuvimos un almuerzo. La iglesia allá es pequeña, muy cálida. Estando allí recuperé la esperanza y el valor de la comunidad. Vi con tanta claridad el amor entre la gente, ese que hacía tanto no veía. Era verdad, se ve en el mundo, ¡lo tenía al frente!. Conversando con las personas, muy cariñosas conmigo, recobré la ilusión. Viendo su alegría, su paz, su vida en común, comprendí que Dios no olvida a su gente, que Dios está con nosotros, que la iglesia no morirá mientras el corazón de la gente ame a Dios y lo busque sinceramente. Regresé feliz a Lima.

Había esperanza. Más aún cuando el 2009 tuve la oportunidad de enseñar mi primer curso en el centro en donde estudié misiología. Las puertas de la enseñanza, un mundo que me atrae profundamente, se me abrieron. Mejor aún si eran en el mundo teológico. Como antes, los nuevos espacios se presentan, permitiendo reemplazar los antiguos.

Sabía que mi tiempo se terminaba. No sé qué estaba esperando, si un milagro, si una expulsión violenta, o una señal del cielo. Mi asistencia a la iglesia era nominal. Si tras tres minutos percibía que la prédica era mala o insuficientemente preparada, salía del culto a conversar con alguien o me iba a comer un sandwich a uno de los pequeños restaurantes del área. A veces, me iba a la cuna, a quedarme con mi hijo. Si por ahí había algo interesante, me quedaba. Cada vez era peor, cada vez el interés se esfumaba más. A mis amigos cercanos los veía en otros ambientes: venían a mi casa, iba a sus hogares, nos tomábamos un café. Los tiempos de conversación post-culto no era necesarios para saber de ellos. Y a mi familia la veía en otros momentos. Esa no era la actitud. Me odiaba a mí mismo por eso. ¿Para qué el esfuerzo emocional de ir? Aún quedaban unas pocas cosas que me mantenían amarrado, pero eso dejó de ser así poco tiempo después.

A fines de 2009 el pastor asistente me contó, una noche que lo visité en su casa, que renunciará a la iglesia. Con él siempre mantuve buenas relaciones, y era uno de los pocos motivos por el cual podía asistir a la iglesia. Con su partida, realmente, se rompia la última atadura importante a la iglesia, así que su decisión de marcharse fue la gota que derramó el vaso. En diciembre fue la última vez que fui. Para ser sincero, no recuerdo ese último culto. ¿Estuve en la prédica? ¿Quizá en la cuna? ¿Acaso fui solo? ¿Anduve conversando con alguna persona? ¿Me la pasé leyendo en la sala de espera? Mi mente olvidó ese evento, como si fuera una cuestión de importancia menor. De esa manera, sin lagrimas, sin nostalgia, sin suspiros, sin tener el suceso en memoria, se acabaron definitivamente diecisiete años de vida junta a la iglesia. Si darme cuenta, un domingo le dije chau a la iglesia, para siempre.

domingo, 1 de agosto de 2010

Dejados atrás (28)

F) La sacralización (*)

Me gusta leer sobre la Segunda Guerra Mundial, aunque ya no lo hago tanto como en mi época escolar o universitaria. Es una afición que compartí con mi hermano Gabriel, no obstante él era mucho más experto en todo: aviones, tanques, campañas, bombardeos, capitulaciones, poortaviones, bombas atómicas y demás estaban en su mente muy vivas, como si de verdad hubiera estado allí, combatiendo en Guadalcanal, resistiendo en El Alamein, cercando Moscú o tomando Monte Cassino. Cuando recién entró al Hospital Rebagliati le compramos un libro bastante grueso de la Batalla de Stalingrado, el cual leyó en un día, ininterrumpidamente sin dormir. A ese extremo le apasionaba el tema.

También me interesaba todo eso, pero al mismo tiempo me entretenían cuestiones más ocultas, menos evidentes, como los ríos de pensamiento que subyacían la guerra. Me importaban los movimientos políticos, la ideología de Hítler y me sorprendía mucho la pasmosa inacción de los aliados ante la anexión pacífica del espacio vital alemán. Inutil Chamberlain. Eso hoy no se lo permitirían de ninguna manera al austriaco y su camarilla de gobernar Alemania. Pero lo que más me llamaba la atención era cómo el pueblo alemán, quizá el más culto del mundo, cuna de la reforma, el marxismo, de algunas revoluciones teológicas, de excelsos filósofos, de glorias de la música, pudiera estar embelezado por la pompa grandilocuente del nazismo. Grandes masas alemanas se hicieron nacionalsocialistas, dispuestas a todo por el mito del Tercer Reich. Un genio ese Joseph Goebbels. ¿Cómo se dio ese proceso? ¿Tan hercúleas pueden ser las técnicas de manipulación llevadas a la máxima potencia? Parece que así es. Este fenómeno, la verdad, me intriga.

Si el refinado pueblo alemán sucumbió a la ideología nazi, lo mismo ha sucedido con otras sociedades. El comunismo practica las mismas técnicas con el pueblo. Fue así en la Europa del Este, en la Unión Soviética, lo es en China. Quizá el ejemplo más triste de la actualidad es Corea del Norte, aislado, pobre, militarizado, donde no cabe el pensamiento diferente, pero lo que sí tiene es espectacularidad en sus manifestaciones públicas, como queriendo inyectar una grandeza que no existe. Los regímenes totalitarios han buscado controlar las mentes del pueblo, estandarizándolas rígidamente y no permitiendo otras ideas insurgentes. La mente debe cuidarse.

Aquí está la clave de todo. Debo ser enfático en decir que no es verdad que las iglesias evangélicas apoyan prácticas manipulatorias al estilo nazi o comunista, pero sí es cierto que existe una tendencia al pensamiento homogéneo que se impone en muchas iglesias. Con frecuencia no es posible disentir, no alentándose la confluencia de pareceres. Es sorprendente porque ello va en contra de la propia realidad del texto bíblico. Con mucha frecuencia me escriben correos electrónicos o me dejan mensajes en mi blog distintas personas que defienden la “verdad” bíblica, el cristianismo “centrado” en la Biblia, o se apoyan en afirmaciones muy ligeras que dicen algo así como que ellos son seguidores de Cristo y no seguidores de hombres, que seguirán las enseñanzas de Cristo en la Biblia, nada más. Todos han sido educados en las iglesias de manera rígida, excluyente, discriminadora. Ellos tienen la verdad y si tú tienes algo distinto por la razón que sea, significa que estás mal, en pecado, que ellos deben orar para que Dios te tenga misericordia. Como hijos de procesos educativos excluyentes, es natural que nunca hayan leído algo distinto a lo que su pobre teología les explica. Nunca se han planteado ciertas preguntas, y mucho menos saben de dónde surge el “cristianismo bíblico” que ellos defienden con uñas y dientes. No comprenden que su visión es una interpretación, como también existen tantas otras, que debe ser testeada para encontrar la relevancia de sus conclusiones. Su “cristianismo bíblico” es , probablemente, un cristianismo según Calvino, según Moody, según los fundamentalistas del sur de Estados Unidos, según Lutero, según Gustavo Gutierrez, según Darby. Ni cuenta se dan de eso. Si lo descubriesen, quizá realmente se habra una puerta a un dialogo vigente y pertinente con ellos.

Cuando los cristianos han querido establecerse y poner orden a su vida cristiana-eclesial, han desarrollado siempre diversos tipo de modelos. Quizá no somos concientes en absoluto, pero la forma en la que hacemos las cosas en la iglesia fue concebida en algún momento por alguien que las estableció, luego las objetivó, y finalmente las congregaciones o instituciones las sacralizaron. La ropa de los religiosos, la forma de la alabanza, la estructura del culto, la supeditación de un sermón a estrictas reglas homiléticas, la frecuencia y el modo de la Santa Cena, todo fue establecido en algún momento; pocas cosas en tiempos de la iglesia primitiva, mucho más en el transcurso de la historia. El desarrollo de modelos es algo absolutamente necesario, pero debemos siempre recordar que es precisamente eso, un modelo, que se hizo ayer y que mañana puede cambiar. ¿Te reúnes en células para afianzar la comunión? El modelo celular está bien documentado y tiene sus variantes. Desde la distribución por grupos de edad, de género o de estado civil, hasta los grupos de familias completas, como en Corea. Ambas han funcionado en sus ambientes muy bien. ¿Prefieres iglesias multitudinarias? Pues bien. ¿Quieres cantar dos horas repitiendo la misma canción? Es tu elección, tu modelo aplicado. ¿Prefieres estructuras episcopales? ¿O congregacionales?

El problema, lamentablemente, es la sacralización del modelo. Son nuestras cabezas limitadas, orgullosas y obcecadas las que han confundido la expresión pura y libre de la comunión entre cristianos con los modelos eclesiales, y eso es un gravísimo error que arrastramos como un pesado lastre. Por lo tanto, si no participas en la comunión mediante el modelo, estás fuera, te estás “enfriando”, tu vida espiritual es puesta en duda. Tomás de Torquemada revive y nos condena en el tribunal. Si osas ir en contra, como ya comenté, te espera la moledora de carne, que nos chancará sin piedad, expulsándolos en el vacío de la nada y la decepción. Una de las peores cosas es ir en contra de los dictámines del ungido, la cara visible del modelo.

La inquisición juzga a quien entiende la realidad de la iglesia de una forma distinta y trata de hacer las cosas de un modo diferente. Esta inquisición lo aparta y lo expulsa. No tolera el pensamiento diferente, lo aborrece, lo vomita. El que reflexiona, el que piensa un poco tomando una decisión respecto a su participación en la iglesia y no sigue a los demás como borregos es subversivo. Esta inquisición es tradicionalista, temerosa, letrista, limitada en pensamiento porque no tiene la capacidad de dar el paso hacia adelante, quedándose siempre estática en el mismo punto, sin moverse. Pronto se hará como la estatua de sal de la mujer de Lot. ¿Es esta inquisición reflejo del amor de Dios? No es reflejo de este amor, sí de la limitada humanidad que cree tener siempre la razón. Lamentablemente, el resultado de esto son congregaciones llenas de hermanos oompa-loompas: resignados, tímidos, sumisos, obedientes, sin opiniones personales distintas a las establecidas. Todos, según ellos, aspiran a tener el carácter de Cristo, pero yo en lo personal no encuentro la relación entre el carácter de un evangélico promedio y el Cristo de Lucas, por ejemplo. Por ningún sitio.

En mi iglesia local el modelo estaba totalmente sacralizado. El pastor titular era el monarca que decide sobre todos los asuntos, pero todos estaban de acuerdo con ello. El pastor titular tomó alguna mala decisión, pero nadie dirá algo porque Dios lo puso sobre nosotros. El pastor titular quiere un carro nuevo, y todos dirán que sí, espiritualizando las decisiones. Puede ser la organización profundamente informal y con altísimos riesgos, pero no interesa: es lo que Dios quiere para la iglesia local, y no podemos hacer nada para cambiarlo. Es la voluntad de Dios que las cosas sean como son. Los oompa-loompas dirán que sí a todo.

¿De verdad, es la voluntad de Dios?

Yo tengo profundas dudas.



(*) Dos párrafos de esta parte se extraen de Abel García García. “Los peligros de la iglesia de las mil caras”. Revista Integralidad, edición 4. Lima: CEMAA. http://www.cemaa.org/PDF/INTEGRALIDAD4.pdf (01/08/10)

miércoles, 28 de julio de 2010

Dejados atrás (27)

E) La informalidad

Al igual que tantas otras organizaciones en Latinoamérica, las iglesias son profundamente informales. Suelen funcionar a la volada, como sea, tratando de subsistir sin planificación ni visión de largo plazo. La mayoría de sus prácticas rozan lo irregular. Desde el lado económico, estilan no pagan beneficios sociales (como no los pagan las empresas informales), no provisionan para la jubilación (hermanos, Dios proveerá, y más si es para los llamados por Él), hay atrasos en los sueldos que, para peor, suelen estar por debajo del salario mínimo aunque a veces están en el otro extremo. No hablemos del pago de impuestos municipales o gubernamentales, o los simples pagos de los servicios básicos, para los cuales hacen milagros. Las finanzas son un caos total, pero se presupone siempre la confianza en Jehová Jireh que entregará todo lo necesario. En ocasiones se teologiza, hablando de la falta de fe o, tal vez, de la doctrina de la prosperidad que han manipulado profundamente a miles de congregaciones, instruyéndolas a que den mucho dinero para que los laicos puedan ser ricos. Hay cosas tan anormales como las que vive el personal adosado a una iglesia, como las secretarias, conserjes u otros. Los pastores, al menos, tienen una base escritural neotestamentaria cuando se dice que “digno es el obrero de su salario”, tal cual lo escribió el apóstol Pablo. Los demás, en cambio, no tienen nada que extraer de la Biblia de manera explícita y, además, algo adicional les juega en contra: la lógica del “servicio”. ¿A qué me refiero? Que su salario se recategoriza y pasa al rubro de “ofrenda”, por lo que ningún beneficio les corresponde. Así, también, se justifica el pagar sueldos menores al mínimo establecido por ley. Realmente lo que hacen –a los ojos de esas iglesias- no es un trabajo tal cual lo harían en una empresa cualquiera. Es un servicio para Dios que tiene lugar en la iglesia local. ¿Visión errónea? Evidentemente. Por supuesto, así no es en todas partes, pero la práctica campea sin control. Son los derivados de la informalidad.

La natural tendencia a la autocracia pastoral, el orgullo y el control que sofocan el ambiente desde Tijuana a Ushuaia, se aprovechan de esta característica tan particular de nuestras sociedades, generando estructuras inequitativas que les brindan grandes beneficios. Es como Alberto Fujimori en la década de los noventa. Aprovechando la coyuntura de lucha contra la subversión, la oposición congresal, el descontento popular y la debilidad de las instituciones peruanas ―una suerte de informalidad estatal y política―, cerró el Congreso en 1992 ―con un noventa por ciento de aprobación de la ciudadanía al comienzo, yo entre ellos―. Lentamente, comenzó un proceso de copamiento de las instituciones: el Congreso, el Poder Judicial, las Fuerzas Armadas, los medios de comunicación, los jurados electorales, todo apoyados por la corrupción más grande de nuestra historia: la fujimontesinista, que hoy quiere volver al poder bajo el amparo de la hija del líder, hoy condenado por delitos de lesa humanidad. Todo se hundió tras el fraude electoral del 2000 y la evidencia de la putrefacción política que todo el Perú vio en un video donde Vladimiro Montesinos compraba conciencias y votos a favor de Fujimori, obligando al dictador a renunciar vía fax desde su otra patria, Japón, donde llegó a postular al poder legislativo. En las iglesias es lo mismo. La fragilidad institucional permite a los autócratas, poco a poco, copar los espacios, arrebatar el control que los laicos podrían tener, para finalmente hacer sus propios feudos, amparados en una exégesis bíblica deficiente. Lo que agrava todo es la necesidad de las masas latinoamericanas por un liderazgo fuerte, aplastante, que nos marque el camino y nos diga qué hacer. Una simbiosis perfecta que en las iglesias junta a un roto con un descosido. Todos felices en la distorsión de la disfuncionalidad, jubilosos en el fango, en el hedor del chiquero.

El pastor titular pasó por un proceso similar. Casi sin que la gente se de cuenta, cambió la manera de administrar la iglesia, pulverizando el consistorio ―donde laicos comprometidos podían contrapesar su poder― para pasar a un esquema vertical de administración, donde él decidiría todo, determinando un cuerpo administrativo compuesto por laicos, pero que sólo tendrían capacidades operativas, no políticas. Es curiosa la manera de argumentación de los cambios. A los laicos de la iglesia nos decía que “la iglesia no es una democracia sino una teocracia”, argumento que nunca me dejó satisfecho aunque se enseñaba mayoritariamente en toda la denominación. Con frecuencia discutí sobre él con varias personas. Sin embargo, en otras esferas ―léase, entre el gremio pastoral o ante laicos maduros― el discurso era distinto. Se esgrimía que la democracia en la iglesia es algo que se debe enseñar, algo que se debe aplicar paso a paso. Por ello, las normas de la denominación sugieren un modelo de control completo de los pastores titulares que permita enseñar a los laicos cómo debe ser la democracia para instruirlos y, después, cambiar la forma de gobierno. O sea, se hablaba de una temporalidad del control absoluto. Pero ese argumento es ridículo si los pastores no están dispuestos a entregar el control cuando la iglesia esté “lista” para esquemas democráticos. Es como decir que te enseñarán democracia con dictadura. Esto podría funcionar en otras realidades, pero aquí, donde muchos líderes religiosos son adictos al poder y el control, es imposible. El esquema está destinado al fracaso.

El poder total agregado a la informalidad trae como resultado repúblicas bananeras, casi al estilo del Otoño del Patriarca de García Márquez. Puedo tomarme la libertad de hacer un símil eclesiológico y hablar de iglesias bananeras, donde se hace lo que al líder se le da la gana, por encima de todo, y donde las normas y leyes han sido dadas o interpretadas a la medida. Por ejemplo, es pasmosa la falta de transparencia en la iglesia. En las asambleas, las cifras se dan en números agregados, instruidos los expositores a no dar las cifras en detalle. Nunca entendí el por qué. Hay temas tabú de los que nadie habla o interroga. Por ejemplo, ¿cuánto gana el pastor titular? ¿Por qué los miembros de la iglesia, que aportan diezmos y permiten la subsistencia de la iglesia, no pueden saber eso? ¿Qué ingresos adicionales recibe el pastor titular en sus viajes como conferencista o como director de una organización paraeclesiástica? Me pueden decir que eso es irrelevante ya que esos ingresos son independientes a los que la iglesia le paga al pastor titular, pero si él trabaja a tiempo completo para la congregación, entonces está recibiendo un sobresueldo o, en otras palabras, se le está pagando por un servicio no brindado o entregando a alguna otra organización. Un sueldo por no trabajar, tal cual lo reciben malos funcionarios públicos que reciben dos o tres sueldos de tiempo completo. ¿Cuánto ganan los pastores asistentes? ¿Por qué la gran diferencia con el sueldo del pastor titular? ¿Cuánto se gasta por administración? Si yo pago, ¿Por qué no tengo capacidad de decisión? ¿Se les paga a los pastores-misioneros que colaboran con la iglesia? Si no es así y si la iglesia crece, ¿Por qué no traer más pastores, por qué una iglesia del mismo tamaño y más pobre tiene más pastores que la nuestra, en teoría más pudiente? ¿Quién decide el monto de los sueldos? ¿Por qué es el pastor titular? ¿No es un riesgo que tome decisiones monetarias? ¿Por qué se subsidia casa, auto y estudios para los hijos? ¿No es mejor que, como el resto de la gente, directamente sea el clero el que pague por sus gastos, sin ningún tipo de subsidios? ¿Por qué el pastor titular tiene que decidir por todo los ámbitos de la iglesia? ¿Quién controla las decisiones del pastor titular? ¿A quién acudimos si una de sus decisiones nos parece injusta, errada, condicionada? ¿Qué hacemos si no hay nadie a quién acudir? ¿Estamos perdidos? ¿Quién limita su espiritualización? ¿Quién evalúa sus enseñanzas teológicas? ¿Existen mecanismos mediante los cuales podemos prescindir, de ser necesario, de los servicios del pastor titular, el pastor asistente o el pastor de jóvenes? ¿Existen mecanismos por los cuales podamos cambiar las normas denominacionales? Existe una falta de transparencia tremenda, y esto es por lo endeble de las políticas, criterios y normas: es el pastor titular que lo decide todo. ¿Existe un estatuto de la iglesia local? ¿Está a disposición de los miembros? ¿Quién estableció el estatuto? ¿Estamos en la capacidad de cambiarlo? ¿Quién representa a los laicos en las asambleas denominacionales? ¿Nadie? ¿Por qué es así? Resumiendo todo, ¿Podemos hacer algo si un pastor se apodera de una iglesia local? ¿Podemos hacer algo si un grupo de pastores se apodera de una denominación? La respuesta siempre debe ser sí, aunque por ahora lamentablemente es no. Todo funciona informalmente, al margen de leyes o normas, sin control, a merced de la voluntad de un(os) iluminado(s). Y ya se sabe que si se tiene todo el poder… el riesgo de corrupción se incrementa. Cuestiones irregulares ya se han dado. ¿Se esperará a que las circunstancias empeoren? ¿Creen que el nombrar como vitalicio al pastor titular contribuirá a solucionar los impases? Nuevamente la respuesta es no. Los cambios profundos se hacen necesarios: la iglesia los merece. La missio dei los requiere. El futuro los demanda.

domingo, 25 de julio de 2010

Dejados atrás (26)

En realidad, tanto la máscara como las cinco características de la personalidad eclesial del pastor titular son, con varios matices, un arquetipo que está muy extendido en toda América Latina. ¿Cómo nos libramos de estas patologías? Pienso que podemos combatir estas anomalías si nuestra praxis parte del seno de la comunidad, de toda la gente unida que se compromete a avanzar paso a paso en la vida cristiana, apoyándose, siendo amigos, conociendo más el amor de Dios, madurando bíblicamente en pos de la santidad. Sin comunidad no hay cristianismo; sin comunidad hay sólo apatía y distorsiones. No en vano Jesucristo les dijo a sus discípulos que “donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. (Mt. 18:20, RV60) Es en el espacio vívido de la comunidad donde la presencia de Cristo se hace sólida porque mediante la vida en común (Hch. 2:42b) es que Dios nos permite conocerle mejor. Es así porque al vivir en comunidad replicamos el modelo trinitario. La trinidad del Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas independientes pero una completa al mismo tiempo, es nuestro ejemplo por excelencia de comunidad. Como la trinidad, nosotros somos varios pero a la vez podemos ser uno en el amor del Señor, preparados para disfrutar y enfrentar las alegrías y penas de la vida, juntos. El ejemplo trinitario de equidad, comunicación y amor incondicional nos impulsa a capturar el modelo que debe ser el norte de nuestra praxis de vida cristiana.

La vida en comunidad nos recuerda la entrega de Jesucristo al venir a la cruz para morir por nosotros, abandonando su dignidad divina a la diestra del Padre (Fil. 2:5-11). Esto nos habla del trato entre los miembros de la comunidad. Si el mismo Jesucristo se hizo como una persona humilde, nacida en un establo y crecida en un pueblo insignificante, ¿quiénes somos nosotros para manifestar actitudes de superioridad? ¿De mayor santidad por vano orgullo? ¿De soberbia? ¿De afán de control? ¿Porqué si Cristo fue de arriba hacia abajo (Divinidad-encarnación-pesebre-crucifixión) nosotros pretendemos ir de abajo hacia arriba (mundano-converso-líder-pastor-¿apóstol?) en nuestras propias relaciones en las iglesias? Por lo tanto, es en humildad que un miembro decide someterse a otro de manera voluntaria. ¿Qué implica este principio de humildad? Primero, la igualdad absoluta entre todos los miembros sin importar nuestro cargo funcional en la iglesia. Segundo, el realce del sacerdocio de todos los creyentes y el hecho de que absolutamente todos tengamos que hacer la misión de Dios. La suma de ambas nos trae una conclusión determinante: no existe la línea entre el laico y el pastor. No existe porque somos ontológicamente lo mismo; no existe porque todos somos iguales. Por lo tanto, no hay cabina a pretensiones controladoras ni son necesarias las máscaras, porque no existe imagen qué proteger. Tercero, la entrega de los miembros por su otro, por su hermano, en actitud permanente de servicio abnegado. Pensar en lo mejor para el hermano, porque eso es lo que nos dijo el Señor y lo recalca, con otro énfasis, el apóstol Pablo (Mt. 22:39; Gal. 6:10). Con esto, no existe el considerar al laicado como objetos para usar.

Hacia adentro la comunidad, valga la redundancia, subsiste para hacer comunidad, hermandad, compañerismo, vida en común, koinonía. Hacia afuera la comunidad está para cumplir la misión que Dios nos ha puesto en la tierra. ¿Qué misión? La comunidad debe impulsarse activamente en una actitud solidaria con el mundo, comprendiendo lo mejor posible lo que sucede en la sociedad y estando prestos a dar, porque de esa manera podremos comprometernos con la idea de construir el reino de Dios en la tierra. Ese dar implica predicar el evangelio con firmeza pero a la vez estar presente en las vivencias de la gente, allá afuera, en sus actividades comunales y sociales, en sus fiestas y entierros, en los nacimientos y graduaciones, en la construcción de la plaza del pueblo o jugando el campeonato de fútbol del fin de semana. Aquí aprendemos a desarrollar la empatía en la mejor de las maneras. Aprendemos a soñar y reír con el otro, a comprender su alma, a amarlo de verdad. La insensibilidad pasa a mejor vida, a consumirse en el lago de fuego y azufre.

Es en el seno de la comunidad donde se manifiesta el núcleo del poder. Nunca el control es cedido a una persona en exclusividad; ya se adelanta eso cuando se nos dice que nos sometamos los unos a los otros y nos explican el esquema de la autoridad esposo-esposa, hijo-padre, amo-esclavo, iglesia-Cristo. Por lo tanto, es la comunidad es quien debe validar cualquier mensaje llegado a algún miembro de su seno. Uno no se las sabe todas. Ya no existe el sumo sacerdote. Si alguien tiene una visión-llamado-profecía-palabra-revelación, es la comunidad la que, en un espíritu de reverencia, debe contrastar si lo recibido viene de lo alto o de lo bajo, de las nubes o de nuestras tripas. Así evitamos espiritualismos vacíos, nos libramos de fiascos e invitamos a que el equilibrio se establezca entre nosotros. La comunidad como gobernadora cancela las inclinaciones controladoras porque desaparece el predominio de uno sobre los demás, pulverizando los alimentadores del orgullo, dejando en inanición a los adictos al control y permitiendo que el sacerdocio de todos los creyentes se manifieste en toda su extensión, logrando que la misión de Dios sea más pura, dirigida, abierta y hermanada. El equilibrio, tal cual se manifiesta en la trinidad, es quien dirige todo. No hay, entonces, pastores-oráculos, pastores-dictadores, pastores-gerentes. Nada de eso existiría. Allí está el fundamento de un nuevo modelo de iglesia: abierta, inclusiva, receptora y emisora del amor de Dios, predicadora de la real y absoluta libertad.

viernes, 23 de julio de 2010

Dejados atrás (25)

Los primeros en entregarnos a la iglesia somos aquellos que hemos tomado a la congregación para llenar nuestros vacíos (mi caso), sin darnos cuenta que estamos ante una moledora de carne que nos triturará si nos salimos de la línea. Al principio, todo será excelente mientras te mantengas en regla, pero si un día objetas al clero y, como el clero está convencido de tener la razón ―considera que las voces opositoras vienen del diablo―, eliminarán la disidencia en una especie de cruzada personal. El opositor se convierte en sarraceno jerosolimitano que debe ser expulsado. El fin justificará los medios. “No me importa quienes se vayan. Vendrán otros, la cosa es mantener las cosas como están”. Increíble cómo la iglesia, en vez de curar, destruye. Nos pasó a los miembros de nuestro grupo de reflexión, pero sé que también le ha sucedido a incondicionales al pastor, que decidieron marcar distancia por cuestiones diversas, recibiendo tras su salida un trato frío, con mentiras incluidas con el fin de guardar las apariencias ante los demás. Ellos, convencidos de minimizar los daños a la iglesia por amor a los hermanos, optaron por el silencio, pero así han perpetuado la disfuncionalidad corrosiva que dirige las acciones del clero.

La cuarta característica que puedo observar del pastor titular es su fuerte tendencia a la espiritualización, que lo ha convertido, en la práctica, en un oráculo. Con frecuencia enfatiza los largos tiempos de oración que tiene, comentando sobre sus momentos de intimidad y cercanía con Dios donde la misma Divinidad le habla. Afirma siempre que sus decisiones las toma luego de mucha reflexión y largos momentos de oración. Bien por eso. Sin embargo, cuando las experiencias místicas de los momentos de oración se convierten en el validador de las decisiones, el dominio de la subjetividad se hace muy grande. ¿Habla Dios o habla mi yo? Me hace acordar a aquel joven que un día le dijo a una chica: “Dios me ha dicho que tú debes ser mi enamorada”, aunque ella nunca oyó alguna voz celestial. Es claro que en este caso “Dios” eran las hormonas y la calentura. Por ello se hace perentoria la validación de los “mensajes”, y la manera más fácil de contrastar si realmente Dios habló es mediante los resultados al estilo del testeo de la voz profética (Deut. 18.21-22). Aquí el pastor titular tiene sendas derrotas. Para muestra dos botones. El primero es el caso que ya conté respecto a los tremendos errores que cometió al contratar al reemplazante del pastor de jóvenes de la década del noventa. Una desgracia total, ―según él, bajo la venia de Dios, por supuesto―. El segundo es un caso más actual y más sensible. Es la compra del nuevo templo.

Fue el pastor titular el que insistió que se compre el local donde la iglesia funciona ahora porque así Dios se lo había dicho. Yo pude ver las proyecciones financieras del proyecto de compra. Un riesgo tremendo, porque se estimaban los flujos proyectados en base a los aportes voluntarios de unas pocas personas, las más pudientes de la iglesia, de las que no tienes la seguridad de que permanezcan en los próximos años. Además de esto, el pago mensual al Banco por el préstamo implicaba un porcentaje alto de los gastos futuros de la iglesia. ¿Y si el flujo de diezmos y ofrendas decae? El pastor afirmó con seguridad que las dudas financieras eran una simple señal de falta de fe, dudas de la provisión y el poder de Dios. “Las finanzas de Dios se manejan bajo otros parámetros” le dijo a algunas personas. En estricto, el proyecto de compra jamás debió realizarse, pero el pastor titular insistió con él con terquedad, en una decisión espiritualizada, subjetiva. Hoy, los diezmos se han reducido y la iglesia sufre para afrontar sus gastos corrientes, acumulando diversas deudas. ¿Las finanzas de Dios incluyen esos desórdenes? Evidentemente en el tema del templo al pastor titular no le habló Dios sino su ego: quería ser el constructor del templo, mostrarse con su obra ante el resto del clero de la denominación, ser el más importante. Todo, sustentado en una espiritualización falsa, que le colocó un barniz de santidad a su deseo.

La quinta y última característica que puedo observar es el exquisito dominio del pastor titular de la manipulación a los miembros de la iglesia. Percibo varias aristas en las prácticas manipulatorias. La más evidente es su uso de las prédicas dominicales con fines distintos a los que menciona Orlando Costas , cuando reflexiona sobre los caracteres de la homilética: teologal (el conocimiento de Dios como fin de nuestra predicación, más allá del simple evangelismo de primer nivel), cristológico (Cristo como eje debido a su papel de mediador de un nuevo pacto. Ver Hch. 8:5, 35; 9:20; 10:36, 1 Cor. 1:23, 2 Cor. 4:5), evangélico (se anuncia preminentemente la actividad de Dios en Cristo a favor de la humanidad), antropológico (el hombre como receptor por excelencia del mensaje), eclesial (el contexto de la predicación es la iglesia y está íntimamente atada a la existencia y misión de ésta), escatológico (la predicación pertenece a los sucesos de los últimos tiempos ―porque, por si acaso, ya en tiempos neotestamentarios se pensaba que se estaba en los postreros días. Ej. 1 Jn. 2:18― y confronta al hombre con sus realidades futuras), persuasivo (mediante la predicación se convence a los hombres de entregarse completamente al Señor), espiritual (es un acto testificante del Espíritu Santo) y litúrgico (la predicación unifica la adoración pública, hace contemporánea la victoria del evangelio y provee el tema del culto).

Predicar es una tarea de gran responsabilidad. La multiplicidad de aristas de la predicación se resalta cuando Santiago escribe que “nos nos hagamos muchos de nosotros maestros, porque recibiremos mayor condenación” (Sgo. 3:1). A pesar de lo delicado de la advertencia, puede pasar que a veces la experiencia nos juegue una mala pasada. Me explico. En economía existe un concepto llamado marginalidad. ¿Qué quiere decir? Imagina que eres una persona estás en un día de más de cuarenta grados de calor y te mueres de sed. Buscas una Inca Cola. La primera te sabe a gloria, la mejor sensación del mundo, pero quizá la novena no la podamos beber. Esta es una forma de entender la marginalidad: la utilidad de los bienes consumidos disminuye gradualmente mientras sigamos consumiendo el bien, hasta que, quizá, en un momento se haga cero o incluso negativa.

La marginalidad se aplica al púlpito, la predicación y la experiencia del pastor titular. Seguramente sus primeras prédicas las preparó como si se fuera a exponer frente al mismo Jesucristo, pero poco a poco esta emoción inicial se fue perdiendo, y luego de veinte años ya estaba en piloto automático. Puede ser un excelente orador, pero movido por la inercia, por la degeneración. Ya no mira a Dios como antes, ha olvidado lo que la predicación es. El sermón se ha vuelve seco, repetitivo, laxo, emocionante para el recién llegado pero árido para el cristiano con algo más de recorrido por el camino de la fe que se conoce hasta las bromas que hará el pastor junto a la anécdota graciosa que cuenta (y tal vez el libro de donde las saca). El sermón se convierte en una tribuna para la corrección de la congregación cada domingo, para la expresión de sus opiniones particulares sobre cualquier tema o persona, con frecuencia sesgadas y sin conocimiento de causa pero supuestamente con justificación bíblica. Desde el púlpito el pastor habla de una situación “supuesta” introducida en su prédica, cuando en realidad es el problema que en la semana aquejó a algún miembro de la congregación. ¿Habla sobre la fidelidad a la mitad de un sermón sobre la fe? Descubrió algún marido infiel. ¿Sobre la violencia familiar cuando el tema es la navidad? Algún ujier golpea a su esposa. En este nivel ya el púlpito se ha devaluado, el valor marginal de la predicación ya es negativo. Lamentable hasta las lágrimas. Se perdió la brújula. Quizá donde con más frecuencia se utiliza mal el púlpito es cuando se lo usa para presionar sobre el diezmo, asunto sumamente recurrente en los discursos pastorales.

Aunque las prédicas del pastor titular son estructuradas y coherentes, la marginalidad ―fruto de sus más de treinta años de experiencia― hace que sus sermones sean masticados, unidireccionales, sin nada para pensar. Todo es conclusión, todo está resuelto, no se permite la apertura de pensamiento, no brinda opiniones discordantes, jamás insinúa una diversidad de perspectivas. Por lo tanto, hace a la gente dependiente, convencida de que recibirán la verdad de él como conducto preferente: la mente crítica no cabe en su modelo. Es como un dador de la ley, al estilo de Moisés. Su palabra debe seguirse, sin discusión, aunque no está liberado de polémica, en especial cuando trata cierta temática como la de la homosexualidad, donde el pastor titular tiene una opinión sumamente conservadora e intransigente. Para hacer el circuito completo, es reacio a que la gente interactúe con hermanos o pastores de otras iglesias. Este recelo no es exclusividad del pastor titular sino un mal generalizado que he observado en diversas denominaciones. El contacto con otras realidades podría “abrir los ojos” de algunos laicos o, al menos, generar cierto pensamiento crítico, una escandalosa “mala palabra” del fundamentalismo.

Otro mecanismo de manipulación que observé es la política de mantener al laicado en ignorancia. Aunque es verdad que suele existir cierto desinterés en conocer los detalles del funcionamiento de la iglesia, tampoco es que el pastor titular esté incentivado a que exista un involucramiento de los laicos en las dinámicas operativas y menos en la toma de decisiones. Por ejemplo un día eliminaron el consistorio y la gente prácticamente no se dio cuenta de lo que sucedió. Le preguntas a alguien que estuvo presente en la asamblea sobre por qué razón votó así y no tiene ni idea. Pocos sabían exactamente qué estaba pasando. ¿Exceso de confianza? ¿Dejadez? A algunos les conviene que las cosas sean así, y se han aprovechado de la situación.

miércoles, 21 de julio de 2010

Dejados atrás (24)

Una tercera característica de la personalidad del pastor titular, y quizá una de las más peligrosas, es una profunda insensibilidad ante el dolor propio y ajeno que se deriva de una inexistente capacidad de empatía. La máscara que tiene puesta todo el tiempo es impermeable al sufrimiento, perdiéndose cualquiera de los sentimientos más naturales: amor, júbilo, tristeza, soledad. Da la impresión que todo se oculta, todo pasa, todo resbala, todo rebota, por ello su actitud siempre plana ante las circunstancias. Recuerdo con claridad dos eventos muy tristes que hablarán más que un millón de palabras.

Pocos días después que le detectaran leucemia a mi hermano Gabriel, me vi en el simple dilema de seguir con el curso de maestría en misiología que comenzaba el fin de semana siguiente. Al final, decidí asistir. En clase, muchos ya sabían el drama familiar que me aquejaba. Para la asignatura de ese mes se inscribió el pastor titular (es el mismo curso del que escribí párrafos atrás) junto a otros tres pastores de distintas iglesias, y dos hermanos más. Antes de comenzar, el profesor oró por mí y mi familia, y no pude evitar llorar sin parar por varios minutos. Mientras el profesor oraba, varios se me acercaron, abrazándome para tratar de darme fuerzas. Fue un momento especial. Sorprendentemente, el pastor titular se quedó en su sitio, sentado, con los ojos cerrados, inmóvil, como si no hubiera sabido qué hacer. Yo era miembro de su iglesia, ¿no debía ser el primero en aproximarse? No. La triste circunstancia la sintieron todos en el corazón excepto él. Se quedó allí, atornillado. ¿Por qué? ¿Pretendió respetar el espacio pastoral ajeno? Es posible, pero lo dudo bastante.

El otro de los eventos también tiene que ver con Gabriel. El acababa de morir. Estaba en su cama, acostado, con toda la familia reunida alrededor en el cuarto que fue mío hasta el día que me casé. Al rato todos los pastores de la iglesia estaban allí, junto a otras pocas personas, muy cercanas. La funeraria ya estaba en camino. Yo estaba afuera del dormitorio con los dos renunciantes, en silencio, intentando aplacar lo que sentía, tratando de justificar los meses de preparación del alma para ese momento avasallador. De pronto el pastor titular, que se encontraba junto a su esposa, me llama. De su posición podía ver directamente a mi hermano muerto en su cama, con mi hermana Gema en la cabecera, abrazándolo, dándole besos, despidiéndose.

Abel, mira, no es bueno que Gema esté allí tocando el cuerpo de Gabriel. Eso no le hace bien. Por favor, dile que se haga a un lado, que sólo lo observe― me dijo con seriedad.

Les juro que me dejó absolutamente desconcertado. Gema y Gabriel eran muy unidos. Sólo se llevaban un año, compartían el mismo grupo de amigos, Gema era enamorada del mejor amigo de Gabriel, sus vidas enteras eran compartidas con intensidad. ¿Cómo decirle a mi hermana que esté a lo lejos si pronto llegaría la funeraria, tras lo cual el contacto físico con el cuerpo de mi hermano se haría nulo, restringido a la división de un frío vidrio? ¿Cómo negarle el adiós? Era un absurdo, una palabra de alguien que no entendía la esencia de los sentimientos, que obviaba lo sentido e imprescindible de los detalles, las pequeñas cosas, que desconoce la parafernalia de los adioses. Lo ignoré por completo. Entré al dormitorio con mi esposa, nos sentamos del otro lado de la cama y acaricié a mi hermano, llorando un poco junto a Gema. El pastor vio eso; seguramente no le gustó nada mi pequeño desafío a su instrucción. No pude olvidar la sensación de confusión que me produjeron sus palabras.

Ante los demás aparenta no tener corazón. Eso se extiende a cuestiones ministeriales. Cuando una persona ya no sirve a sus propósitos particulares o si se decanta en su oposición, la arroja sin importar los años de servicio ni sus vínculos con la iglesia ni el amor con el que quiere servir a Dios. Al no existir vínculos emocionales profundos, lo que se crea es la visión de la gente como individuos para usar que deben darle lo que necesita. Nos convertimos en recursos, casi en inventarios contables. Hace un tiempo le robaron el carro y rápidamente pretendió que la congregación haga una colecta para comprarle otro nuevo. Utilitarismo al estilo más puro, porque no dudaron en pedir dinero a personas con pocos ingresos. Indignante. Recurro nuevamente a la ironía para hacer mi historia más gráfica.

Juan Rebelde escucha, en los anuncios que siempre dicen luego de la prédica, que hay una reunión al final del culto con todos los líderes de la iglesia. Insisten que el tema es sumamente importante. La cara de Jorge Iscariote, encargado de las finanzas de la iglesia, es de seriedad. “¿Será por el tema del diezmo, otra vez?” se preguntó Juan. “Si es por eso, pucha, me caerá entonces mi café por ser un líder que no diezma”. Juan piensa que lo toleran solo porque aún es necesario por la escasez de líderes.


Pepe Caifás (pastor asistente): Hermanos, los hemos reunido aquí por un tema muy importante. Quizá algunos saben que hace unos días, el Reverendo Anás (pastor titular de la iglesia), recibió una invitación para predicar en una iglesia de la denominación por su aniversario, y mientras se encontraba allí le robaron su carro. Hemos orado para que Dios castigue a los malhechores que han hecho esa monstruosidad contra un siervo amadísimo por Dios. Sin saberlo, esos individuos han acumulado sobre sus hombros un castigo feroz por parte del Dios de los cielos y de la tierra. Lamentablemente el mal está hecho y, por eso, el tesorero Jorge Iscariote tiene una propuesta que hacerles.


Sube el tesorero. La gente, muda, nerviosa, no dice ni una palabra.


Jorge Iscariote: Hermanos, como ya escucharon, el reverendo Anás no tiene carro por el robo sufrido mientras predicaba la palabra de Dios. Por ello, surge la necesidad imperiosa de que un siervo de Dios como él tenga la reposición del vehículo. No es digno de él que se tenga que movilizar en taxis o en el transporte público. Creemos también que a pesar de los pocos ingresos de la iglesia por el poco compromiso que hay (los magros diezmos) debemos responder a esta oposición del demonio con la mayor dedicación, expresando la fe de la mejor manera.
Juan Rebelde (susurrando a su amigo de al lado): Esto no me gusta nada…
Jorge Iscariote: Por lo tanto, creemos que la expresión de la fe es reemplazar el carro del pastor robado, un auto coreano del año 1995, por una SUV del año, preferentemente de fabricación europea. Así le responderemos al diablo, dejándolo en ridículo y proclamando la victoria del Señor mediante la manifestación tangible de la dignidad de sus hijos.
Juan Rebelde (susurrando otra vez a su amigo de al lado): Se viene la estocada, acuérdate de mí…
Jorge Iscariote: Para que esta expresión de victoria se concrete, necesitamos de la ayuda de todos ustedes. Se requiere una cuota extraordinaria, independiente del diezmo, de doscientos dólares por familia con hijos, cien dólares por persona sola con salario independiente, veinte dólares por persona que recibe una pensión de jubilación y lo mismo por jóvenes mayores de 18 años. ¡Hermanos! ¡Este ataque espiritual contra el reverendo Anás debe ser respondido! ¡Ataquemos con las armas de la fe! ¡Entre todos, compremos algo digno de la investidura del reverendo y Satanás no se atreverá a tocarlo nunca mas! Hermanos, llamaré al pastor Caifás para orar y luego recibiremos preguntas y sugerencias.


Tras la oración, la mano levantada de Juan Rebelde era la única que se distinguía entre todas las cabezas silenciosas


Juan Rebelde: Hermanos, antes de comentar, una pregunta previa: ¿el auto tenía seguro?
Reverendo Anás: Juan, tomar un seguro es una falta de confianza, es no creer en el cuidado de Dios. Jamás seremos acusados de falta de fe en el cuerpo pastoral de esta iglesia.
Juan Rebelde: Entiendo. Eso quiere decir que no hay ni un sol para recuperar del robo; y los pasivos al cuadrado de ese descuido los debemos tomar nosotros.
Reverendo Anás: No entiendo…
Juan Rebelde: Si hubieran tomado el seguro, se hubiera repuesto como la mitad del costo del carro. Allí se tendría algo. Pero bueno, aceptemos que no se tome el seguro. Lo que me parece absolutamente incomprensible es que en las condiciones de los diezmos de la iglesia pretendan hacer que los líderes paguen una 4x4 de 25,000 dólares, y más con el manipulador argumento ese de “derrotar al diablo” y “la dignidad del siervo de Dios”.
Jorge Iscariote: ¿Te opones a la compra? ¿Para ti nuestro reverendo debe andar por allí como un cualquiera? ¿No vez todas las bendiciones que Dios hace a través de él?
Juan Rebelde: Me opongo por principio a los privilegios. Si me roban el carro que seguro compraré en el futuro con mucho esfuerzo, y si cometo la irresponsabilidad de no tener seguro, pues debo asumir los costos totales. Y si quiero reponerlo con uno mucho más caro, pues debo tener los ahorros suficientes para ello o una línea bancaria aprobada. ¿Por qué no hace eso el pastor Anás? Que frescura. Me encantaría perder algo caro y que la iglesia lo pague. Así cualquiera. Los pastores en esta iglesia definitivamente tienen muy, muy, muy buenos privilegios.
Jorge Iscariote: Tu mezquindad es colosal. ¿Qué problema tienes? ¿No dice la Biblia que cuidemos a nuestros pastores?
Juan Rebelde: Claro, pero si pretenden comprar un auto –cosa que se puede discutir-, pues que sea usado. Todas las semanas nos repiten y nos repiten y nos tienen hartos con el asunto ese del diezmo: que no dan, que hay poco, que hay deudas, que no han pagado sueldos, que la luz, que el agua, que los teléfonos. Si es así, hay que ser prudentes y considerados, siendo conservadores. ¿Doscientos dólares por familia? Es un abuso, la verdad es que es un verdadero abuso. A propósito, ¿A nombre de quién está el carro?
Jorge Iscariote: En este caso, de quien lo usa. O sea, a nombre del Reverendo Anás.
Juan Rebelde: ¿Y no debería estar a nombre de la iglesia? ¿Porqué a nombre del pastor Anás si con los diezmos de la iglesia se compró el carro anterior?
Pastor Caifás: Estamos entre hermanos, y hay confianza total. Lo de la propiedad es algo irrelevante.
Juan Rebelde: No es irrelevante. Tampoco la pretensión de comprar un carro tan caro. Si es así, mañana querrán construir un templo para mil personas sin tener el dinero necesario para eso. Pasado querrán una radio, luego un canal de TV, esquilmando a los miembros, manipulando algunos textos bíblicos para justificar, hablando siempre que "la fe", "la fe" y "la fe". ¿Se podrán tolerar esas irresponsabilidades? Mejor cortar eso por lo sano desde ahora, y nos libraremos de cosas muy ingratas en el futuro. La sanidad financiera ante todo, hermanos.