sábado, 28 de febrero de 2009

Cincuenta épocas, cincuenta dioses (6)

Una aplicación

Podemos seguir con la casuística bíblica de los J(T,N), ahondando más en la misma idea. Cada época, una aproximación, cada época, un Dios. Bien dice José María Castillo cuando piensa que “…Dios no está a nuestro alcance. Nadie lo ha visto. Y nadie sabe, ni puede saber, cómo es exactamente. Porque Dios, por definición, es el “Trascendente”, es decir, que nos “trasciende”. Y eso significa que está más allá de todo lo que nosotros podemos comprender con nuestra limitada capacidad de saber y de entender. Pero, además de eso, a los cristianos se nos complica más todo este asunto. Porque cualquier ser humano, cuando pronuncia la palabra “Dios”, en realidad está pronunciando una palabra que tiene muchos significados. Los entendidos le llaman a eso una palabra “polisémica”, que quiere decir lo que acabo de indicar: una palabra que tiene significados, a veces, enteramente distintos” (5). Estos significados provocan las cincuenta épocas con sus cincuenta “dioses” ―por decirlo de alguna manera―. Enfatizo: no distintos dioses, sí distintos acercamientos. Son las mil caras de Dios, que se adapta a nuestras circunstancias, a nuestra vida, a nuestro andar paso a paso. Camina con la historia y según ésta vaya evolucionando se manifiesta, cambiando de rostro, enfatizando ciertas cosas de su ser Absoluto; en otro momento gira, muestra otro ángulo desconocido. Es, desde nuestros ojos, un Dios variable (porque siempre observamos algo diferente de Él), pero desde su punto de vista, un Dios demasiado grande para nuestra comprensión que va resaltando aspectos diversos de Él según el ser humano, conciente o inconcientemente, lo requiera.

J(T,N) es una aproximación condicionada por muchas cosas. ¿Qué hace que las aproximaciones se alejen las unas de las otras, condicionando los resultados? La cultura, las circunstancias y caracteres de los escritores y editores, el nivel de los relatos épicos y mitológicos, la influencia de naciones extranjeras vía el comercio o la invasión militar, etcétera. Por ello, con mis ojos, mi vida y mi cosmovisión, traduzco a Dios, creando mi J(T,N) particular.

Hagamos un ejercicio ahora. De todos los J(T,N) de la historia, tomemos un subconjunto de ellos, circunscritos a la era bíblica y más aún, delimitados por su aparición en la Biblia. Nos preguntamos: ¿Existen niveles de aproximación? Dicho de otra manera, ¿Dentro de mi subconjunto hay algunos J(T,N) más cercanos a J que otros? La respuesta es sí. En términos gruesos, puedo decir que la aproximación de Abraham es menor a la de Moisés; ésta menor a la exílica y ésta menor a la apostólica. Esta última seria la imagen definitiva del subconjunto que decidí tomar al comienzo (acotado en la Biblia), ya que compartieron la maravillosa experiencia de la vida en la tierra con Jesucristo, la imagen del Dios invisible. En palabras de José María Castillo, “En el evangelio de Juan hay unas palabras que nos tienen que hacer pensar: “A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único del Padre es quien nos lo ha dado a conocer” (Jn 1, 18). Con esto, el Evangelio nos quiere decir que Dios no está a nuestro alcance, o sea que supera nuestra capacidad de comprensión. Y por eso nadie lo puede conocer. ¿Cómo podemos, entonces, saber cómo es Dios? No cualquier Dios, sino precisamente Dios tal como se nos ha revelado en Jesús, el Hijo único del Padre. Pues bien, para saber eso, el único camino que tenemos es conocer a Jesús. Por eso, el mismo Jesús le dijo a uno de sus apóstoles: “Felipe, el que me ve a mí está viendo al Padre” (Jn 14, 9). Es decir, ver a Jesús es ver a Dios. O sea, en Jesús aprendemos la manera de pensar de Dios, lo que le gusta y lo que no le gusta a Dios, las costumbres de Dios y sus preferencias. Todo lo que nos puede interesar sobre Dios, lo tenemos y lo encontramos en Jesús” (6)

¿Qué elementos podemos extraer de esta imagen definitiva? La certeza de que Dios es amor, es verdad, es vida, que abandonó su divinidad para encarnarse y morir en sacrificio definitivo por nosotros, que no cambia porque es perfecto y no muta. Esta imagen apostólica es superior a todas las del subconjunto que tomé, por lo tanto, es la que prevalece.

Considerando las aproximaciones condicionadas y la visión apostólica como imagen definitiva dentro del subconjunto de J(T,N), pregunto lo siguiente: ¿Debemos asumir la literalidad de todo lo que se escribió en un momento histórico determinado, siendo consientes de la aproximación condicionada a la que los textos se vieron expuestas? Mi respuesta es un rotundo no. Entonces, ¿Cómo filtro los textos para depurar las corrupciones de la literalidad? Creo que lo adecuado es examinar las menores aproximaciones en término de la mayor; esto es, examino los textos más antiguos en función de la imagen definitiva.

Por ejemplo tomemos los siguientes textos:

Mas Jehová dijo a Josué: Mira, yo he entregado en tu mano a Jericó y a su rey, con sus varones de guerra” (Jos. 6:2, RV60)

Y destruyeron a filo de espada todo lo que en la ciudad había; hombres y mujeres, jóvenes y viejos, hasta los bueyes, las ovejas y los asnos” (Jos. 6:21, RV60)

Evidentemente ambos no coinciden con la imagen definitiva. En Josué el mensaje es de muerte y destrucción; en los evangelios la fuerza está en la vida, la redención y la salvación. Citando a José María Castillo, “…es evidente que el Dios nacionalista, el “Señor de los ejércitos” y, a veces, el Dios violento, que se lee en algunos textos del Antiguo Testamento, no coincide con el Padre del que habla Jesús, ni se parece casi en nada a lo que hacía y decía el mismo Jesús” (7). Teniendo en cuenta el criterio de examinar los textos precederos en función de la imagen definitiva, ¿cómo queda el pasaje de la toma de Jericó? Pues la muerte reinante no es más que contaminación humana. La puso el hombre, hijo de su época, atribuyendo su accionar sangriento a Dios para validar su proceder. Asumir que Dios mandaba una matanza era normal en su época y, por supuesto, las tribus que formaron Israel no fueron la excepción. ¿Por qué habrían de serlo? Entonces, ¿Dios mandó el exterminio? La respuesta bajo la perspectiva de Jesús, la imagen definitiva, es rotundamente negativa. Esto me lleva a una conclusión provocadora, de aceptación difícil y profundamente debatible en los ambientes evangélicos latinoamericanos: no todo lo que está escrito en la Biblia explícitamente mencionado como “Jehová dijo” es algo que, realmente, Dios exclamó. O, expresado como trabalenguas redundante: no dijo todo lo que dijeron que dijo.

Esta perspectiva, entre otras cosas, nos ayuda a explicar la aparente contradicción entre el Dios justo y violento del Antiguo Testamento con el Dios amoroso dispuesto a morir por su criatura del Nuevo Testamento sin crear modelos teológicos tan forzados como el dispensacionalismo. Dios no cambia jamás, el hombre sí. Jesús mostró al Padre ante nosotros no como una fotografía nueva o un cambio de imagen por una estrategia de mercadotecnia, sino que dio a conocer lo que siempre fue y será. Por ello, algunos textos del Antiguo Testamento entran en aparente contradicción con la revelación de Cristo porque están contaminados. ¿A pesar de esto, Dios utiliza la Biblia? Sí, a pesar de eso, Dios la usa enormemente como vehículo de su palabra y mecanismo de su revelación, como repositorio de su Ley y narrativa de la experiencia de creyentes de muchas épocas distintas, como el lugar de la enseñanza más importante que el ser humano debe recibir ¿Qué hago, entonces? ¿Desechar el Antiguo Testamento? Nunca, porque la Palabra de Dios también está allí. Cabe hacer lo que ya se dijo: escudriñar la Palabra siempre desde una perspectiva teológica. Esta es nuestra herramienta fundamental que evitará que nos perdamos en los vericuetos literalistas que abundan enormemente en todas partes.


Referencias

(5) José María Castillo. Humanizar a Dios. Málaga: Ediciones Manantial, 2005. Citado en http://www.monjaguerrillera.com.ar/?p=876

(6) José María Castillo. Humanizar a Dios. Málaga: Ediciones Manantial, 2005. Citado en http://www.monjaguerrillera.com.ar/?p=876

(7) José María Castillo. Humanizar a Dios. Málaga: Ediciones Manantial, 2005. Citado en http://www.monjaguerrillera.com.ar/?p=876


(8) La imagen se extrae de http://mlozano.blogia.com/upload/20070310174600-jesucristo-con-sol.jpg

domingo, 22 de febrero de 2009

Cincuenta épocas, cincuenta dioses (5)

Dios para Moisés

De nuevo, no debemos olvidar el sentido histórico de lo que leemos, buscando de verdad el mensaje teológico implícito en los textos bíblicos. En este sentido, Brigth nos dice que “la existencia de Israel como pueblo quedó archivada en la memoria de una experiencia común, cuyos protagonistas, que forman el núcleo de Israel, le confieren su expresión definitiva. Aunque no podemos dar cuenta de todos los detalles de la narración bíblica, es incuestionable que está basada en la historia. En todo caso, no hay razón para dudar que esclavos hebreos escaparon de Egipto de forma prodigiosa (¡Y bajo el liderazgo de Moisés!) y de que ellos interpretaron su liberación como una intervención graciosa de Yahvé, el “nuevo” Dios en cuyo nombre se presentó Moisés. Tampoco hay razón objetiva para dudar que este mismo pueblo se dirigió entonces hacia el Sinaí, donde pactaron con Yahvé la alianza de ser su pueblo. Así, de lo que no lo era, nacía una nueva sociedad, y no precisamente de la sangre, sino de la experiencia historica y de la decisión moral. Cuando la memoria de estos acontecimientos fue llevada a Palestina de la mano de quienes lo habían vivido y se unen con la fundación de la liga tribal en torno a la fe yahvista ―por supuesto, mediante alianza―, el éxodo y el Sinaí se convirtieron en la tradición normativa de todo Israel: todos nuestros antepasados pasaron por el mar guiados por Yahvé y se constituyeron en su pueblo por la alianza solemne del Sinaí; nosotros confirmamos esta alianza en la tierra prometida y la seguiremos confirmando hasta el fin” (4). Entonces, ¿es en realidad importante, capital, escudar el hecho de que el pueblo cruzó el Mar Rojo entre dos paredes de agua mientras el ejército egipcio era detenido por una columna de fuego? ¿Afirmar la provisión con maná cada día hasta cruzar el río Jordán? ¿Centrar una apologética porque se dice que Moisés sacó agua de la roca? ¿Defender a ultranza la literalidad de las plagas o del evento de la zarza ardiente? No, no es importante. En realidad, son detalles poco relevantes en los que los cristianos hemos estado entretenidos por demasiado tiempo. Lo que realmente interesa es el proceso creador, la gesta constructora con el actuar de Dios que, mediante exégesis, nos hablará tres mil quinientos años después a nuestra realidad de Internet, postmodernismo y crisis ambientales utilizando los añejos textos que se hacen actuales por el propio deseo de Dios que se auto-revela permanentemente.

Este proceso formativo, en donde Israel toma conciencia de quién es como colectividad y como pueblo, también contiene una conceptualización más trascendente: la idea de cómo es Dios. Un simple contraste basta para notar que el accionar divino en el Éxodo delimita con claridad una imagen que ha mutado desde el Dios personal, íntimo, de clan –que, por ejemplo, se deja ganar por un hombre- del tiempo patriarcal, al Dios poderoso que reta al poder imperial con las plagas, introduciéndose con fuerza el concepto de elección del pueblo, en donde Israel es propiedad personal de Dios (Nm. 23:9; Dt. 33:28 ss.) bajo la continua protección de su poder (Jue. 5:11; Sal. 68:19 ss.) porque ha entrado en alianza con Dios bajo una relación de señor-vasallo (donde el vasallo tiene estrictamente sólo un señor). La diferencia es realmente abismal, inclusive en el accionar divino, que mediante una lectura correcta nos llevará a pensar sobre este “nuevo” Dios que controla la naturaleza, guía al pueblo día y noche marcándole un destino desconocido en los tiempos de esclavitud, da la leyes morales y relacionales, y cohesiona la nación mediante la certidumbre de la alianza. Esto último es tan importante que la visión apostólica enfoca la obra de Jesucristo bajo la perspectiva de una alianza nueva.

Resulta evidente que J(-2000,N)=Abraham y J(-1400,N)=Moisés son bastante diferentes, con aproximaciones condicionadas a sus propias realidades y visiones de Dios no análogas pero al mismo tiempo cercanas porque observan a J hermanadas por una continuidad ―que se prolonga hasta nuestros días― que une a ambos personajes, brindando al ser humano un encuentro con Él, motivado por Él, y que lleva a la intimidad con Él, trayendo como resultado a largo plazo la plenitud de la obra de Jesucristo cuya muerte en la cruz permite la salvación global del ser humano, una nueva forma de relación con Dios y la posibilidad de tener muchos J (T,N) con mayor convergencia hacia J que cualquiera de las imágenes veterotestamentarias. En palabras simples, nuestra imagen de Dios es superior a la imagen de Abraham y a la de Moisés. ¿Extraño? Ya lo adelantaba Cristo al reflexionar sobre la obra de Juan el Bautista (Mt. 11:11; Lc. 7:28).


Referencias

(4) John Bright. La historia de Israel. Edición revisada y aumentada con introducción y apéndice de William P. Brown. Bilbao: Editorial Desclee de Brouwer, 2003. Pág. 208-209.

viernes, 13 de febrero de 2009

Cincuenta épocas, cincuenta dioses (4)

Dios para los patriarcas

Recordemos el alcance de la inspiración. Por una parte, se valida el proceso que nos trajo la Biblia; por otro lado, se valida el contenido. ¿Esto último implica que cada palabra escrita en la Biblia es absoluta y estricta verdad en el sentido histórico? ¿Si la Biblia dice que algo pasó, entonces sucedió en realidad? La respuesta es que muchas veces sí, pero otras muchas veces no. Para los propósitos de este artículo no interesa conocer cuándo es sí o no porque es suficiente con la gran certeza: a través del relato bíblico, tal como está, sea el estilo literario que sea, así no tenga necesariamente rigurosidad histórica, DIOS NOS HABLÓ, HABLA Y HABLARÁ. Así, la Biblia como la tenemos, sea mito, poesía, cuento, parábola, carta o lo que sea, es ideal, adecuada, óptima para la expresión del mensaje de Dios. ¿Dios hablando a través de un mito? Sí, Dios nos habla a través de él.

Por ejemplo, tomemos la descripción sobre la Torre de Babel (Gen. 11:1-9). El contenido mitológico es poderoso; de esa manera los antiguos “explicaron” la existencia de la multiplicidad de lenguas de su época. Dado los estudios lingüísticos que disponemos el día de hoy, resulta claro que la literalidad de Babel nunca se dio. ¿Esto le quita autoridad a la Biblia? En lo absoluto. La Biblia es hija de su tiempo, y si recoge relatos cuya génesis está por detrás de la edad de los metales, allá atrás, en la época de la profusión de la leyenda J(-3000,N), pues la explicación de la realidad de las cosas, por la ausencia de la ciencia y el método científico, será necesariamente mitológica (lo que en realidad le quitaría autoridad al texto bíblico es que fuera distinto). Como ya dije, lo que importa es el sentido teológico: ¿Qué nos dice la actitud de las personas que quisieron “edifi[car] una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y ha[cerse] un nombre, por si fuér[an] esparcidos sobre la faz de toda la tierra”? ¿Cuál era el problema de la obra? ¿Qué nos dice la intervención de Dios? Esto es lo valioso, no los vanos esfuerzos por demostrar la historicidad del coloso babilónico.

Los relatos patriarcales J(-2000,N) son del tipo épico. Esto es, existe una esencial verdad dentro de lo que se relata, pero no todo lo que se cita es de carácter literal —así son los relatos épicos de cualquier cultura del mundo—. En otras palabras, seguramente Abraham, Isaac y Jacob existieron realmente, pero lo que se describe en Génesis no debe tomarse al pie de la letra como historia pero sí, por supuesto, como insumo teológico de primer orden que debe ser revisado permanentemente ya que cimiento de nuestro cristianismo actual. Decir que Jacob vendió su primogenitura por un plato de lentejas o que Israel desciende sólo de Abraham, es ir demasiado lejos, igual que con Babel. ¿Es esa discrepancia, entre lo escrito y lo que pasó realmente, un choque, un problema? Para mi no, en lo absoluto. Es, más bien, un desafío al proceso hermenéutico, que nos reta a hacer un vital esfuerzo por encontrar el sentido del texto bíblico que nos llama; esto es, considerar que estos relatos tienen una perspectiva teologica, no histórica. Es ir, una y otra vez a ellos para encontrarles relevancia en nuestras vivencias actuales.

¿Cuál fue el Dios de los patriarcas? No es una herejía lo que digo. Teniendo en cuenta a los J(-800,N) —quienes habrían escrito los textos patriarcales desde una perspectiva del yahvismo entre 1000 y 1300 años después—, y recordando que estos escritores que recopilaron las tradiciones tenían muy claro que los patriarcas adoraron a Jahveh (los J(-800,N) tratando de describir a los J(-2000,N), y todos a la vez contemplando la magnificencia de J), no podemos atribuir a los patriarcas de Israel la fe del Israel del futuro. Peor aún, no podemos atribuir a los patriarcas de Israel la fe del cristiano evangélico del siglo XXI. Dios no cambia, pero el hombre sí. Dios es el mismo, pero se muestra diferente en cada época de la historia. Asumir visiones de Dios de una época en otra es un lamentable pero frecuente error que genera un enorme riesgo de distorsiones del mensaje bíblico, algo que muchos creyentes de nuestra época no han sabido considerar. Literalizar lo épico es tremendamente negativo y nocivo.

Cada patriarca emprende por su propia voluntad el culto a su Dios. Esto era común en el mundo de su época, y se corrobora cuando se habla del Dios de Abraham (elohe: Gn. 28:13; 31:42-53), el padrino de Isaac (pahad: 31:42-53), el campeón o poderoso de Jabob (abir: 49:24). Es clarísima la visión de Dios como la divinidad patronal del clan. (¡El Dios creador del universo que se rebaja a ser el dios de un clan de unos cuantos cientos de personas! ¿Qué nos tiene que decir este mensaje? Pocos cristianos siguen este ejemplo el día de hoy, sobre todo en el liderazgo). Un ejemplo vital está en Gn. 31:36-55 (ver, en especial el versículo 53) donde Jacob jura por el padrino de Isaac y Labán por el Dios de Nacor, esto es, cada uno jura por el Dios del clan de su padre. Nadie se hacía problemas en ese momento: la idea del Dios único y todopoderoso es exílica y post-exílica, por lo que era totalmente normal asumir la existencia de otros dioses diferentes a los del clan. Se dice que en la época era común la definición de una relación personal del jefe del clan y su respectivo Dios, con una religión familiar, simple, basadas a veces en promesas (Gn. 15), donde el clan era como la familia de Dios y con un centro litúrgico basado en el sacrificio del cordero, como en otros entornos semitas.

¿Y cómo era el Dios de antes de los patriarcas? Es una imagen distinta, de un Dios que crea, destruye y “re-crea”. Un Dios profundamente temperamental. Hace todo en Génesis 1 y 2, lo destruye en el diluvio, lo vuelve a comenzar con Noe, lo deshace –en otra manera- en Babel, cuando dispersa a los hombres con separaciones efectivas (el relato de las distintas lenguas de los hombres) porque el hombre quizo reemplazar a Dios consigo mismo. Sin embargo, permanece la imagen del Dios que dialoga directamente, que nos conoce, que está al tanto de nuestros caminos.


Referencias

(2) José Luis Sicre. Introducción al Antiguo Testamento. 9na edición. Estela-Navarra: Editorial Verbo Divino, 1995. Novena edición.

(3) John Bright. La historia de Israel. Edición revisada y aumentada con introducción y apéndice de William P. Brown. Bilbao: Editorial Desclee de Brouwer, 2003.

Imagen: http ://k-punk.abstractdynamics.org/archives/abraham-thumb.jpg

domingo, 8 de febrero de 2009

Cincuenta épocas, cincuenta dioses (3)

Menos abstracción

La historia es la sede en donde el ser humano se encuentra con Dios. Cuando el autor de la carta a los Hebreos realiza el recuento de los hombres de la fe (Heb. 11) lo hace, en primera instancia, para validar la realidad de la fe como eje de la vida cristiana verdadera. Sin embargo, en segunda instancia y de manera implícita, me da la impresión de que cada uno de los nombres allí consignados nos susurra que la historia ha corrido ―y corre, ahora con más rapidez― con eventos buenos y malos, con sangre, muerte, desolación y esperanza, y que en ella Dios ha actuado, en ella Dios ha intervenido, en ella Dios participa (Rom. 8:28).

Claro está, sin determinarlo todo. Yo pienso que la libertad que tenemos es mucho mayor de la que estamos dispuestos a asumir, por ello aparece un terror a la libertad tan tremendo que para enfrentarlo creamos modelos autoritarios que hoy están tan en boga en Latinoamérica, sea en la política nacional o en la iglesia. Por ello, conocer la naturaleza de esta libertad humana nos ayudará a comprender el verdadero papel del Señor, ayudando al cristianismo a reinterpretarse y a asumir con valor los retos que tiene de cara al futuro.

Según el relato bíblico, Dios nos dio espacio y nosotros hicimos lo que quisimos ignorando las palabras divinas, pero Él nunca nos abandonó a pesar de la expulsión del paraíso. Ese espacio sólo limitado por dos árboles me dice que Dios no ha determinado todos los eventos negativos que suceden a diario en nuestro mundo. No todo lo que sucede, positivo y negativo, es su voluntad. Él no ha previsto todo lo que pasará, porque ha resuelto construir la historia con su creación máxima renunciando a parte de su omnipotencia, como en la kenosis cuando inició el proceso de redención. ¿No es esto sorprendente?

Hay, entonces, una aleatoriedad de las circunstancias de la vida, y dentro de ella Dios marcha con la historia segundo a segundo; una historia que cambia de la misma manera que el hombre también cambia. La misión y obra de Dios no es un paquete que viene construído del cielo, completo, algo así como la nueva Jerusalén de la revelación juanina. Es, en cambio, una construcción que se hace ladrillo a ladrillo, a lo largo de la vida de la gente, de los pueblos y las sociedades, con J(-2000,N), J(-1400,N) o J(100,N) . Esto está de acuerdo a la naturaleza del Dios que siempre está con nosotros, en todas nuestras vivencias, a nuestro lado. Se puede decir, entonces, que construyó la Biblia de la misma manera que actúa normalmente en su interacción con la gente.

Algo interesante de la historia, casi axiomático, es que ella no es plana, no es una llanura constante donde no pasa nada, donde nos morimos de aburrimiento. Al contrario, la historia se parece más a una cordillera repleta de accidentes geográficos. Ya que la Biblia se escribió en el contexto de la historia es fácil afirmar que esta idea axiomática aplica para ella. Esto es, la Biblia tampoco no es plana, sino que está llena de eventos que motivaron respuestas y actitudes de un pueblo pero, a la vez, con un accionar de Dios que es distinto en cada ocasión. El mismo Dios muestra caras distintas para con su creación obstinada que crece, poco a poco, en el conocimiento de sí misma y de Él. Como si Dios se adaptara a las necesidades de su pueblo. Una cosa increíble: el Dios creador de todo el universo rebajándose al entendimiento de su creatura, todo por amor.

Pensando en la historia me interno en el supuesto que planteé líneas arriba: ¿Quién escribió E, un libro del Pentateuco? Si somos realmente humildes diremos que no hay respuesta categórica. Los que dicen, con aplomo, que fue Moisés porque así “lo dice el título de los libros en la Biblia” peca de simplista, de poco meticuloso. Los eruditos expertos en el tema no están de acuerdo, por lo que nos jugamos a afirmar lo más probable según el estado actual de las ciencias arqueológicas e históricas.Y lo que dicen estas ciencias en este momento es que lo más seguro es que la mayoría del Pentateuco fue escrito alrededor del siglo X antes de Cristo, cuando se consolida el movimiento yahvista en Israel, cuando todas las tradiciones orales existentes en el país toman forma escrita, tomando como referencia todas los cuentos y relatos, junto a viejos documentos que aún se conservaron, los cuales sirvieron de base para el Pentateuco que tenemos hoy (A+B+C+D). Fue una labor en extremo difícil. Tal como dice José Luis Sicre:

Quizá fue una noche de frío, junto al fuego, cuando comenzó a contarse la historia de Israel. Primero los ancianos, que recordaban las andanzas de antepasados famosos. Llegaron más tarde los grupos del desierto, relatando y exagerando las penalidades sufridas en Egipto, la terrible narcha hacia la tierra prometida, la revelación concedida por el Señor a Moisés. Vendrán luego los poetas populares, cantores de gestas realizadas contra los filisteos, que cambiaban batallas y ejércitos por una buena comida antes de seguir su viaje. No faltaban sacerdotes que, en las peregrinacionea anuales a los santuarios, relataban al pueblo cómo se apareció Dios en aquel lugar sagrado.

Así, de boca en boca, transmitidas oralmente, comenzaron a conservarse y enriquecerse las tradiciones históricas de Israel. Hasta que surgió una clase más culta, en torno a la corte de Jerusalén, en el siglo X a.C. También le interesaban otros datos: la lista de los gobernadores de Salomón, los distritos en los que dividió su reino, el lento proceso de construcción del templo de Jerusalén y del palacio, con sus numerosos objetos de culto o adorno. Todos ellos comienzan a usar la escritura. No quieren que datos tan importantes se pierdan con el paso del tiempo.

Por último, dentro de esta tradición escrita, surgen verdaderos genios, que recopilan con enorme esfuerzo los relatos antiguos y los unen en una historia continua del pueblo. Algunos se concentran en los orígenes. Otros se limitaron a acontecimientos fundamentales de su época, como la subida de David al trono o las terribles intrigas que provocó su sucesión. Incluso hubo un grupo que emprendió la tremenda tarea de recopilar las tradiciones que iban desde la conquista de la tierra (s. XIII) hasta la deportación a Babilonia, componiendo lo que conocemos como “historia deuteronomista” (Josué, Jueces, Samuel, Reyes)” (1)


Referencias

(1) José Luis Sicre. Introducción al Antiguo Testamento. 9na edición. Estela-Navarra: Editorial Verbo Divino, 1995. Novena edición. Pág. 65

(2) Imagen: http://www.chasque.net/umbrales/rev136/biblia%20pag%2025.JPG

miércoles, 4 de febrero de 2009

Cincuenta épocas, cincuenta dioses (2)

Un proceso difícil

Los mecanismos de la construcción de varios libros bíblicos pueden analizarse realizando una simplificación. Para esto, sólo tomamos algunas variables fundamentales implicadas. Supongamos E, uno de los libros del Pentateuco atribuidos a Moisés. ¿De dónde salió E? Los entendidos dicen que pudo ser de:

A -> Un pequeño texto original de Moisés
B -> Tradiciones orales
C -> Añadidos posteriores al texto original de Moisés
D -> "Edición", donde todo lo anterior se condensa en un texto (final, si se le puede llamar así)

Dentro del escenario que me da mi supuesto (nada más cuatro variables), entre A y D tenemos 600 o 700 años de distancia. Desconocemos por completo las circunstancias de la escritura de A, sabemos algo de cómo se forman las tradiciones orales –normalmente basadas en hecho reales- aunque no conocemos con precisión las que sirvieron de insumo a nuestra Biblia actual (B). Pueden ubicarse varios C que con relativa claridad son agregados. D es, de las cuatro variables, la más especial. ¿Quiénes fueron los genios que tomaron A, B y C, más su propio pensamiento y visión, y formaron el texto actual de E? ¿Quiénes fueron esos que debieron respetar la historia donde Dios se relaciona con la humanidad, con pocos elementos, una ciencia incipiente, pero con un respeto gigantesco por la labor que estaban realizando?

No es poca cosa D. A+B+C+D es, en conjunto, una labor majestuosa, digna del Dios que creó todo el universo. Ahora, imaginemos esto:

Sea J, que la defino como Dios, el Yo soy el que soy; como la realidad de su divino ser en su completa perfección y condición de absoluto. Miren mi osadía. A único hecho plenitud, con omnisciencia y omnipotencia, a Jahveh, creador, sustentador, salvador y restaurador del mundo, lo estoy representando por un mero símbolo, J, que, por supuesto, no lo contiene en lo absoluto, pero que para nuestras mentes limitadas e incompletas puede sernos útiles en el proceso de aproximación a la majestad de la divinidad.

Ya que nosotros somos seres finitos y no absolutos, al contemplar J tendremos particulares visiones y perspectivas, todas simples acercamientos incompletos aunque muchas, probablemente, muy similares. Esto es:

J (1)
J (2)

J ( 6 500 000 000)

Cada una de ellas son visiones parciales, aproximaciones de J que tratarán de converger pero que nunca llegarán a aproximarse a todo su significado y magnificencia. J(50) puede ser la pachamama, J(5 000) sería el sol, J (3 125 986) es Alá, J (458 694 278) es el vacío, la no existencia.

Todas las J (N) son visiones en un propio espacio temporal, por ejemplo el 2009. Cada 100 años podría hacer lo mismo, y encontraría más J (N). Puedo re-expresar esta idea así:

J (2009-1)
J (2009-2)

J ( 2009-6 500 000 000)

Y, por ejemplo, si me ubico en 1909 tendría:

J (1909-1)
J (1909-2)

J (1909-K)

K es el número de personas vivas en el mundo en el año 1909. Con todo lo anterior, puedo expresar la visión parcial de cualquier persona sobre J, el Dios absoluto, como:

J (T,N)

Donde T es el año, N la persona que vive en un año específico (quizá puedo medir de siglo en siglo para evitar repeticiones, aunque igual me queda el problema de la gente que vivió en años intermedios. Para efectos de este artículo es algo irrelevante). Si mal no recuerdo, tenemos 40 000 000 000 de personas las que han pasado por nuestro planeta. Todas con visiones distintas de J, todas con disímiles aproximaciones a la divinidad. Aquí cabe la posibilidad de hacer agrupaciones: todos los J(T,N) cristianos, budistas, animistas, judíos, cientólogos, ateos, y un largísimo etcétera.

Tomo dos muestras de J (T,N). Un J(-2000,N) y algún J(-1400,N), ambos parte del mismo subconjunto de seguidores de Jahveh. Quizá pueden ser estos:

J(-2000,N) = Abraham
J(-1400,N) = Moisés

Aunque no lo creamos, Abraham y Moisés veían a Dios de una manera no análoga. Primero, porque son personas diferentes. Segundo, porque son de tiempos diferentes. Tercero, porque son de naciones diferentes (uno, caldeo; el otro, culturalmente egipcio y hebreo). Cuarto, porque ―según Génesis― recibieron revelaciones diferentes. Evidentemente Abraham no veía a Dios de la misma manera que Moisés. Y las diferencias no eran menores.

Con esto en mente tenemos el que diseña D, con su propio J (-800,N), que tiene dos opciones. La primera, pisotear lo que pensaban antes de él. La otra, es respetar (en lo posible) las visiones de Dios que tenían los que vivieron en su pasado. Por eso les llamo genios, porque supieron hacerlo, porque al leer la Biblia podemos, de verdad, percibir las diferencias entre los J (T,N) a través del tiempo. Genios porque supieron respetar la sede de la relación entre Dios y el hombre, esto es, la historia.

Y, en medio de todo, Dios estuvo presente. Esos escritores anónimos jamás estuvieron en soledad mientras construían la Palabra que hoy tenemos en nuestras manos.
Imagen: http://lafuente.forumup.es/about1170-lafuente.html