domingo, 25 de octubre de 2009

Aborto: del efecto a la causa (I)

Por circunstancias que aún no quedan muy claras, el debate sobre el aborto se encuentra en el primer nivel de la política nacional. Algún lobby ha logrado que el tema se discuta en el Congreso, y muchas voces han puesto el grito en el cielo, en especial provenientes de la iglesia católica. Como siembre, el lado protestante denota un exceso de timidez –o desinterés aparente- por el tema.

Cuatro ideas involucradas

Si consideramos que el origen de la vida se encuentra en la concepción, no quedan muchas alternativas: el aborto es, sin eufemismos que ayudan a mirar a otro lado, un tipo de asesinato. Muchos cristianos tenemos esa postura, por lo que de manera principista nos opondremos siempre a esa práctica nociva tan dañina para la madre, la familia y en especial para el ser que nunca tendría la oportunidad de vivir. Particularmente nos contrapondremos porque nuestra visión siempre privilegiará la vida humana en todas sus formas.

En nuestros tiempos el sexo como tal se ha independizado del aspecto relacional de las personas. Tener relaciones hoy es como cocinar, ir a dar una vuelta por allí, ver televisión o dirigirse al cine, esto es, actividades amorales y emocionalmente neutrales. Los cristianos pensamos que el sexo es mucho más que eso, es algo integral de la naturaleza humana, profundamente vinculada a la forma de relacionarnos, de amar, de sentir, de vivir. Hoy se reduce el sexo a la genitalidad, al coito, a la batalla sexual que busca el máximo placer. El sexo es categóricamente más que eso: es conversación íntima, es entrega, es búsqueda profunda.

Algo sumamente importante es el principio de la libertad. Yo sí creo en que el sexo es para la esfera matrimonial, y que la fidelidad es lo mejor y lo que protege con total seguridad de las amenazas de las ETS y embarazos indeseados. Esto es así por mi ética adquirida, la cual se aplica –en lo posible- en las iglesias cristianas y la inculcaré en el seno de mi familia. Pero ¿debo imponer esta ética a otras personas (que además son mayoritarias) con las que no comparto el mismo esquema de valores? ¿Imponerla a gente que cree que el sexo es una expresión de entrega en la relación de pareja? ¿A gente que lo circunscribe a niveles puramente hedonísticos y placenteros? ¿Gente que no es cristiana practicante, que quizá es atea? Pienso que no. Las ideas cristianas deben ser siempre expuestas pero nunca impuestas; tenemos suficiente con los oscuros tiempos de la edad media.

Lo último es la minimización del efecto del pecado. El mundo ideal del cristiano apunta siempre hacia la escatología, cuando Cristo venga por segunda vez e implante su reino; sin embargo, al mismo tiempo existe la conciencia de la realidad actual, inmersa en una en una dualidad entre el deseo de hacer bien y la tendencia hacia lo malo que nos sitúa en un escenario de imperfección y concupiscencia. Por eso, nuestro objetivo debe ser siempre la minimización de la influencia del pecado en el mundo que nos rodea. Inclusive, puede ser que nos encontremos en una situación en la que debamos minimizar pecados de consecuencias más graves en detrimento de otros menos nocivos, y aquí entra a tallar el discernimiento de cada uno de nosotros.

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