Una pequeña introducciónAquí en el Perú, cuando somos niños, solemos jugar un juego llamado “las escondidas” que, por lo que sé, tiene nombres diversos en cada país de Latinoamérica. Uno de los niños, al que llamaré el buscador (olvidé el nombre) cierra los ojos, de frente contra una pared, y cuenta hasta 20, 50 o lo que se haya predeterminado. Luego, tiene que buscar a todos los demás. Si encuentra, por ejemplo, a Daniel grita:
―
¡Ampay Daniel!Y va corriendo al lugar donde hizo el conteo, tocándolo para que el ampay sea válido. Y así sucesivamente con los otros. El primero en ser encontrado es el perdedor, mereciendo el castigo de hacer el próximo conteo, y cada uno tiene la oportunidad de salvarse si toca la pared antes de la persona buscadora gritando:
―
¡Ampay me salvo!Y ya, está salvado. El último en ser encontrado tiene un poder especial: puede salvar a todos si llega primero a la pared de conteo, y el buscador deberá repetir todo de nuevo encontrando a los demás.
―
¡Ampay me salvo y con todos mis compañeros!Hay otra particularidad. El buscador puede ver a alguien y correr a la pared de conteo:
―
¡Ampay Daniel!Y no era Daniel, era Christian. Entonces Christian salía corriendo gritando:
―
¡Plancha quemada! ― Porque el buscador creía que era uno, pero era en realidad otro. En algunas versiones del juego allí terminaba todo para reiniciar otra vez. En otras, en cambio, simplemente se salvaba el beneficiado por la
plancha quemada.
La torre de BabelAhora sí voy al punto. Para mí, prender la principal radio evangélica de Lima ―Radio del Pacífico― para escucharla es un desafío para la ecuanimidad. Con el fin de aglutinar a la mayor cantidad de tendencias, la anterior administración de la emisora decidió que temprano en la mañana oigas el programa de un presbiteriano, reemplazado por un locutor de un ministerio carismático que habla del espíritu del resfrío; luego predica un pastor bautista, e inmediatamente escuchas a Cash Luna, Luis Palau o alguno de su tipo hablando de un tema del tipo Dios te ama, perdonando al vecino o las cinco maneras de ser un vencedor; de inmediato un grupo de hermanos nos entrega una secuencia de oración para liberar a Lima del control de su espíritu territorial; otros nos ofrecen la franquicia del G12 de Castellanos o venden el modelo de iglesia con propósito y así sucesivamente. Es, en cierto sentido, la torre de Babel, donde se hablan todos los idiomas teológicos.
Con frecuencia se escuchan verdaderas rarezas como seminarios (¿?) que ofrecen doctorados en menos de un año junto a prédicas que sorprenden no por su llegada sino por su contenido de cartón reciclado que de sólo escucharlas uno siente vergüenza ajena. ¿Cómo este individuo puede decir esa tontería en una radio que es escuchada por una proporción no tan pequeña de la comunidad evangélica? ¿Cómo puede opinar tal cosa digna de un actor cómico? ¿Y la censura? ¿Cómo afirmar con con tanta seguridad tal otra cosa? La sensación es igual o peor que la que tienes al leer los comentarios de un foro “cristiano”: la gente aquí tiene un tornillo suelto o ni siquiera tiene tornillos. Parecería que no tienen nada.
Hay problemas demasiado serios. Terriblemente severos.
Y no hablamos de hermanos recién convertidos, sino del pastorado militante que dirige a la ovejuna masa evangélica de nuestra América Latina. Por estos días hay un escenario extraño en el pastorado porque una parte ha ascendido convirtiéndose en apostolado, rechazando toda sumisión a otros. Algunos dirigen con mano de hierro y autocracia absoluta sus iglesias locales. Otros, sutilmente, reemplazaron las normas denominacionales de tradición democrática por leyes que les dan todo el control en su parcela local. Algunos desean pleitesía y fama mientras toleran algunos pecados de sus miembros más importantes. Otros pierden el control por una falda, el dinero, el reconocimiento, la envidia corrosiva, la necesidad de una iglesia grande y exitosa, el viajar por muchos países, el tener muchos cargos de
bonitas siglas para que se sientan un poco más importantes (1). Algunos están engullidos por un orgullo enfermante. Otros, por vicios ocultos que jamás serán capaces de admitir pero que son evidentes al tan solo escucharlos aunque por supuesto predican santidad y corrección desde el púlpito o sus clases. El común denominador es que todos nunca han resuelto sus problemas emocionales.
Psicólogo ¡urgente!¿Pastores con problemas emocionales? ¿No es que en Cristo somos nuevas criaturas y las cosas viejas son dejadas atrás? ¿No es que a los ungidos del Señor no se les puede tocar?
Una vez escuché que el alma de un niño es como un piso de cemento fresco, totalmente moldeable. Una paloma se posa en él, y deja su huella. En cambio, un adulto suele ser como el cemento seco de una vereda o una cancha de fulbito. Viene un elefante dejando sus pisotones pero nada pasa. Sin embargo, allí está la vieja huella de la paloma, que no se borra.
Suele suceder que pocos, con seriedad, ayudan a los cristianos con problemas emocionales serios a solucionar sus conflictos porque se espera que el Espíritu Santo corrija todos los problemas del creyente. Es obvio que esto no es así (ya escucho las vocecitas que dicen que no tengo fe, que soy un liberal, que blablabla) pero más aún, los líderes a veces no están capacitados para eso. Además, la conversión suele cubrir temporalmente las huellas de los problemas emocionales que resurgen cuando el primer amor se acaba, cuando la emoción de las primeras palabras de la conversión se evapora. Y allí el cristiano se transforma. O vuelve a ser el de siempre, cubierto de huellas de palomas.
Una realidad que se debe reconocer es que el pastorado puede llegar a atosigar con una presión enfermante. Por ejemplo, lo políticamente correcto se vuelve variable importante y te ves obligado a portarte de cierta manera diciendo las cosas de una forma determinada para no ser marginado por el gremio o la congregación. La gente te observa permanentemente: como miras, como te suenas la nariz, la ropa con la que te vistes, tu sonrisa, tu tono de voz. Eres permanentemente evaluado. Y la presión que se genera es enorme, un poco como una estrella famosa, y por supuesto existe el riesgo de colapso a lo Britney.
Otro riesgo gigante es el orgullo, el viejo
serás como Dios del jardín del Edén que es un lastre de nuestros políticos y los pastores. Por el orgullo se han creado denominaciones enteras que olvidaron la misión de Dios por construir su propio feudo de religiosidad, conviertiéndose en nuestros fariseos modernos. En nuestra Latinoamérica abundan por montones, aunque gracias a Dios también tenemos muchos de los buenos, que de verdad viven el sacrificio del ministerio y se entregan completamente a la tarea de ser obreros de la grey de nuestro Señor Jesucristo.
La ecuación es peligrosa:
Problema emocional +
Conversión +
Poca ayuda efectiva +
Llamado al ministerio +
Grandes presiones del pastorado (atosigamiento) +
Grandes presiones del pastorado (orgullo)
= BOMBA DE TIEMPO (de estas tememos miles de miles)
Imaginen entonces, la siguente secuencia:
X es una persona con problemas emocionales muy serios que un día se convierte a la fe de Jesucristo. Se consagra completamente dejando de lado los problemas y parece mejorar pero sin que nadie lo ayude con efectividad a una real solución de sus conflictos. Tiempo después, siente un “llamado” y se mete al Seminario convirtiéndose en el centro de atención de su iglesia, en un creyente de otra categoría (¡es un seminarista, por favor!). Los problemas emocionales continúan pero están cubiertos. Luego, X se gradúa y se va a trabajar a una iglesia, donde los hermanos lo tienen en buena estima y la amenaza del orgullo se multiplica por 1000. X sucumbe, se vuelve controlador, personalista, nadie lo puede corregir porque se siente más cerca de Dios, porque sabe más, es más inteligente (según él mismo) y así sucesivamente… aquí los viejos problemas emocionales han mutado hasta convertirse en un monstruo incontrolable. Pasan los años y X se cree todavía más santo hasta que explota por completo. Si es casado, se fuga con su secretaria o con el vigilante de la iglesia. Si es soltero, es descubierto en su adicción a la pornografía, su enervante envidia a los casados o acaba acosando sexualmente a una adolescente. ¿Pura ficción lo que digo? Les aseguro que ha pasado con exagerada frecuencia.
Prolegómenos
¿Y dónde comenzó todo? En el viejo problema emocional irresoluto, que se ignoró por completo, ese que nunca se quiso admitir. ¿Es que todos los pastores latinoamericanos son así? No, jamás dije eso. Conozco excelentes pastores que fielmente sirven a su grey sin tratar de alimentarse de la carne de las ovejas. Pero tras escuchar Radio del Pacífico y leer los foros cristianos, leer un poco y andar un tanto por allí es evidente que… hay serios problemas en el liderazo evangélico. Las perspectivas son oscuras a pesar de las promesas de avivamiento o de la campaña de consagración del país de Franklin Graham o Marcos Witt.
Plancha quemada, entonces. La gente suele creer que el pastor es perfecto, santo, casi sagrado, y muchas veces el pastor también lo cree así, pero luego saca las garras y se manifiesta realmente tal como es: una persona completamente humana, llena de conflictos como cualquiera, pero que puede seguir los pasos de los dictadores autoritarios que copan todo el poder, o cometer un pecado grosero. Plancha quemada, porque muchas veces se creen lo que no son. Plancha quemada, porque la iglesia necesita otro tipo de liderazgo (aunque estén jubilosos de su pastor-sacerdote-caudillo). Plancha quemada, pero jamás lo querrán admitirlo. Y si lo aceptan, no se hace nada.
Referencias
(1) Latinoamérica es un pueblo al sur de Estados Unidos, de Los Prisioneros.
(2) La fuente de la foto es www.electromanuales.org